martes, diciembre 29, 2020

Vida y música de Alejandro Marcovich

 

Al escribir estas líneas, escucho Alebrije y me resulta casi imposible no enfocarme en los arreglos de las guitarras de Marcovich. También me resulta casi imposible no pensar en cuántas veces he leído o visto entrevistas en las que él habla de su interés por crear “un sonido de guitarra latinoamericana, en el que estén presentes las raíces musicales prehispánicas” (no recuerdo cuáles son los términos precisos que él emplea). 

En estos días acabé de leer su libro, y es difícil no estar influenciado por sus palabras –es probable que existan varios músicos underground que jamás escucharé por falta de tiempo y que quizá también tienen ideas e intereses similares a los de Marcovich y que tal vez han hecho experimentos igual de atrevidos que los suyos, pero que han permanecido bajo la sombra de la música comercial–; sin embargo, las canciones de Alebrije –incluso aquellas que no suenan a “rock” y que no comulgan con mis gustos musicales– no sólo suenan a Marcovich, sino al folclore mexicano, con algunos resabios del folclore argentino.

(Éste no es un gran descubrimiento, pues todo mundo sabe que Marcovich nació en Argentina, que vive en México desde hace varias décadas y que incluso tiene la nacionalidad mexicana. Lo que sí es un descubrimiento para mí, es que él haya continuado en la búsqueda de ese sonido –cuyos primeros indicios, según mi inexperta opinión, los revelaron algunos fragmentos de canciones como “Mariquita” y “Afuera”–, después de haber sido exiliado de Caifanes, a la mala.)  

Mientras escribo estas líneas también recuerdo aquella tarde de agosto de 1995 en la que una prima y yo veíamos televisión, matando las horas de nuestra adolescencia, cuando una periodista anunciaba la separación de Caifanes –mi prima, dos o tres años mayor que yo y con mucho mayor conocimiento de la banda que yo, no lo podía creer, no daba crédito, lo veía como el fin del mundo y se puso a llorar– y no puedo dejar de preguntarme –como estoy seguro que han hecho millones de admiradores de la banda, durante casi treinta años– cuántos álbumes más, igual de geniales que El nervio del volcán –o probablemente superiores a él–, habrían grabado, si Marcovich y Hernández hubieran trabajado algunos años más en conjunto.

Desde la ruptura entre los dos, ninguna de las bandas de Saúl Hernández ha tenido el éxito de Caifanes. (Ni siquiera la más reciente canción en la que colaboraron Diego Herrera y Sabo Romo, y que fue publicada en el sitio oficial de Caifanes hace algunos meses). Ninguna persona cabal –hay algunos admiradores locos que despotrican contra uno u otro en redes sociales y que parece que se creen críticos de rock porque han leído La Mosca– puede negar que la guitarra de Alejandro Marcovich le dio identidad a las canciones de Caifanes, ni que a las extrañas letras de Saúl les falta la guitarra de Alejandro. 

En las más de 300 páginas de Vida y música de Alejandro Marcovich, el autor nos cuenta algunos de los eventos cruciales de su infancia que lo llevaron a interesarse en la música, a adquirir una guitarra y a formar parte de algunas bandas en las que tocaba diversos instrumentos; a mudarse a Puebla con su familia, durante la dictadura militar en Argentina; a viajar, en su adolescencia, desde México a Estados Unidos en autobús para adquirir su primera guitarra Gibson dreadnought; a instalarse en la Ciudad de México, para estudiar en la UAM-Iztapalapa, y luego en la UNAM, mientras su hermano cineasta lo conminaba a formar “una banda de ocasión” que se convertiría años después en Caifanes...

La narrativa es amena y fluida. Contiene información detallada sobre la formación musical de Alejandro Marcovich y también contiene información que no encontrarás en ninguna otra parte sobre la relación entre los integrantes de la banda más influyente en la escena del rock mexicano a finales de los ochenta y a principios de los noventa.

Después de haber concluido esta lectura, entiendo por qué Alejandro les dice constantemente a sus admiradores en redes sociales: “lee el libro”.  

domingo, diciembre 20, 2020

20 de diciembre del 2020



Es un domingo inusual
Es el 20 de diciembre del 2020
Es un domingo tan inusual que incluso he despertado de un sueño tibio
Es un domingo tan inusual que incluso las pesadillas me han dejado en paz
Incluso mi esposa y yo hemos despertado al mismo tiempo
Incluso los gatos toleraron el ayuno y se quedaron en la cama y se volvieron a dormir
Incluso mi malestar gástrico de todas las mañanas no ha venido a fastidiar

Es un domingo muy inusual
He permanecido en la cama después de las 6 de la mañana
He conversado con mi esposa después de las 7 de la mañana
He calentado agua y me he tomado tranquilamente un té de tila después de las 8 

Es mi cumpleaños

jueves, diciembre 17, 2020

Compulsivo


Sentir el pecho ardiendo en llamas
Como si una corona de espinas fuera creciendo en tu corazón

Dar vueltas en la cama infinitamente
Como si estuvieras remando en un océano en busca de tierra firme

Sentir que la cabeza es una granada a punto de estallar
Como si cada idea fuera uno de los mecanismos que activan una bomba

Cerrar los párpados para anegarse de oscuridad
En la oscuridad de tus obsesiones
Abrir los párpados para respirar la misma oscuridad al desnudo

Levantarse de la cama
Absorber el frío para apaciguar el incendio en tu cerebro
Como si fuera un vaso de agua y como si tuvieras sed diabética

Tratar de ignorar los pensamientos de toda la noche
Caminando con los pies descalzos en la helada loseta
Orinar durante tres minutos ininterrumpidos en el baño
Escuchar tus vísceras exigiéndote acabar con el ayuno

Revisar el teléfono maldito en busca de malas noticias
Encontrar desconocidos que son expertos en tus defectos y en tus ambiciones
Encontrar idiotas que repiten como máquina contestadora lo que dicen otros idiotas
Encontrar enemigos a la vuelta de la esquina de cualquier publicación en redes sociales
 
Encender la computadora, esperar a que carguen todos los programas que usas
Y adentrarse en la monotonía de los últimos pésimos días de pésimas noticias