viernes, agosto 24, 2007

Amantes Kafkianos




24/8/07
9: 29 
A punto de dormir, atado a una pared, mirando el techo, recordando. Los sueños son animales alados y chillones, zancudos que se insertan en la garganta. Me muero porque te imagino, y mi imaginación arde en fiebre por dejar de imaginarte.
Cuando la música se desvanece y te vas quedando sordo. Cuando la sordera es más que la suposición de lo que pasaría en un bosque donde nadie pudiera escuchar nada. Me muero porque te imagino, y mi imaginación arde en fiebre por dejar de imaginarte. La canción se ha fugado y la intensidad del silencio muerde las entrañas.
Son las 23:44. Los grillos ululan al fondo de la noche. Yo pienso en que has pedido una casa de campaña para irte lejos, y ¿a quién?
Estás en la habitación de un hotel de mala muerte. Recuerdas pasajes de varias novelas que son muchas y a la vez, ninguna. Nombres, nombres, nombres. Asesinos en serie. Debates por TV acerca de la conveniencia de hacer investigación intrusiva con personas non gratas. Las clases, las clases... Los alumnos en otra dimensión. ¿Acaso tienes que llegar a contar chistes?
El sueño se nutre de cansancio. Son las 4:44. La música zumba al fondo de las cosas, en el caos del insomnio. Dormir, querer dormir. 

Holcomb, Kansas


La lengua está seca, comiendo milímetro a milímetro cada uno de los poros gustativos, como una víbora que danza al compás del hambre, ejecutando maniobras caníbales y circenses. Hace frío. Tengo sueño, nuevamente. Algunos jóvenes llenos de energía, se acercan. Se posan en el suelo de adoquín. Son palomas en celo que regurgitan saliva y otros fluídos. Se alejan, pero sus voces permanecen.
* * *
La fatiga comienza a manifestarse en mi pulso lento, zigzagueante, ávido de sueño, ávido de morir en una hoja de papel, crucificado con tinta azul de una Bic cualquiera. Mi escritura es un movimiento telúrico y violento, como una niña enfadada mostrando los dientes. Mi escritura añora su infancia, cuando las palabras no tenían más que un sentido utilitario.
* * *
A veces, miro mis extremidades inferiores y siento nostalgia de un lugar cálido. Recuerdo, porque me tiemblan las piernas generalmente, cuán cómodo resultaba estar en cualquier parte, siempre y cuando mi mamá se encargara de procurarme. A lo lejos, las voces de los adultos se difuminaban y luego se confundían con las cercanas volutas del humo de los cigarrillos y con los primeros pasos de mis sueños infantiles. Párpados y canales auditivos abiertos desde niño, pero ningún carácter de organismo altricial, así que siestas (por la mañana, al mediodía, al atardecer, por la noche) y siestas. Con el paso del tiempo, aprendí a dormir sólo a ciertas horas. El mundo tiene un ritmo circadiano y su propio zeitgeber: el dinero.
* * *
Ahora: voces de niños retumban en la estancia. Oscurece... pero, repentinamente, como un resultado que nadie pronosticó, surge un rayo de sol que escupe su luz sobre una pared anaranjada. 'Y vivirás en mis pupilas como un rayo de sol sobre una lentejuela...' ¿O viviré? ¡Qué hambre!
* * *
Otro cigarro y nuevamente miraré la hora, esperando que falte menos tiempo para volver a verte. Se aproxima el momento y mi cuerpo se estremece, sacudido por la descarga de electricidad que fosforece dentro de tus ojos, sacudido por el baile imperceptible de tu melena en vaivenes de alegría (¿olanes del Alba?), tu melena que estaba flirteando con la atmósfera la última vez que la vi.

viernes, agosto 03, 2007

En la TV sólo importan el físico y el periodismo serio




Intento leer Oficio de Tinieblas, mientras la chica llega a ponerse de cuclillas frente a nosotros. Nos había citado a las 6 de la tarde en la librería Rosario Castellanos. Faltan 20 minutos para las 7. 

La chica es bajita y tiene el cabello despeinado y teñido de rubio cenizo -parece que ha estado corriendo todo el día-, y se lo pasa obsesivamente por detrás de las orejas. 

El sudor le perla la frente, y se ve preocupada.

Chinaski nos presenta. 


La chica es una amiga suya -la conoció en la preparatoria- y estudia la Licenciatura en Comunicación en El Claustro, y le pidió que fuéramos a participar como público en un programa de televisión que graban para Telehit y que sale al aire los sábados al mediodía y que repiten los martes a las 23:00. 


La chica mira mi libro -hace una mueca de desaprobación- y me dice que el programa tratará sobre la falta de lectores en México, y que lo conduce Gabriela Warkentin; y nos advierte que debemos comportarnos como si fuéramos estudiantes de El Claustro. Quiero decirle que no entiendo a qué diablos se refiere, pero miro a Chinaski y prefiero guardar silencio.
 



Nos levantamos de las bancas de concreto y seguimos a la chica.

Parece que no hay clientes -personas "reales"- en la librería. 


La sala de lectura está rodeada de sillas y hay cuatro enormes lámparas alrededor de las sillas y un montón de cables, cámaras y micrófonos. Más de una decena de personas caminan frenéticamente de un lado a otro, y dos terceras partes de las sillas están ocupadas por "público". 


Un tipo de la producción -trae el cabello a ras, usa lentes de aumento, y viste una camisa a cuadros y un pantalón Dockers- se acerca a una de las sillas situadas en la primera fila y observa con una mirada discriminativa a un muchacho del público. Tras pensarlo unos segundos, le pregunta, con una voz excesivamente dulce y fingida, si se puede cambiar de lugar. 


El muchacho del público le dice que el sí es estudiante de El Claustro, pero de todos modos accede y se cambia de lugar a una de las sillas de la última fila. Es obvio que lo cambiaron de lugar, por su aspecto. Tiene el cabello largo y una barba desaliñada, y viste jeans deslavados y trae un paliacate en la cabeza y una playera con el rostro del Che Guevara.


El mismo tipo le pide a una mujer caucásica, alta y esbelta -de muy buen ver- que ocupe el lugar que ha dejado vacío el muchacho del paliacate. 


Me siento incómodo. No sé cómo reaccionaría si me hicieran lo mismo, pero también nos sentaron en una de las últimas filas, muy lejos de los primeros planos.  




Después de media hora llegan Gabriela Warkentin, Katia D'Artigues y un tal Miguel Ángel a la librería. También llegan un par de estudiantes de la Universidad Iberoamericana -la chica estudia Comunicación, y el chico estudia Economía-, y otro sujeto de aspecto irreverente con jeans deslavados, peinado desordenado -al estilo de Los Strokes-, playera rosa con un mensaje provocativo en inglés -la leyenda dice algo así como "Me caga todo"- y unos Vans sucios y viejos. Está lleno de tatuajes y se hace llamar Warache, o eso dice alguien sentado junto a nosotros.   

Warache se acerca a la mujer caucásica, alta y esbelta que está sentada en primera fila, y, de la nada, le dice "Los hombres sólo hablamos de mujeres", y se carcajea. La mujer de buen ver se sonroja y se muerde los labios. 


"¡El yugi-oh puede crear adicción!", exclama Warache, ahora burlándose frente a otros muchachos del público que todo el tiempo han permanecido jugando en sus PSP. Yo sólo pienso que este sujeto tiene mucha confianza en sí mismo. Seguramente sus papás lo querían más de lo que merecía. 

Quince minutos antes de las 8, todos han tomado sus lugares y comienza el programa.


Katia D'Artigues y Miguel Ángel dirigen la discusión hacia un debate entre el periodismo "verdadero" -que ellos mismos practican- y el periodismo "improvisado"-que bloggers, como Warache, llevan a la práctica-, y, principalmente, Miguel Ángel expresa su malestar. Él se siente profundamente ofendido porque cualquier persona ejerce el periodismo en estos tiempos. 




Katia toma la palabra y cita a varios autores -parece una enciclopedia viviente-, para defender su punto, y lo hace con un tono de voz muy peculiar que me hace pensar en la voz que dejan varias botellas de whisky.

Ella insiste en que debería existir una institución encargada de verificar la veracidad de la información que usan los bloggers y Miguel Ángel la apoya. 

Warache se pone intenso y lanza un discurso que dice más o menos:


"Si la función del periodismo es anunciar... independientemente de que se anuncien hechos verdaderos... y todos tenemos derecho a anunciar... lejos de ser veraces... o sea, si no importa la verdad, sino el hecho de informar... ¿por qué el lema de la Ibero es 'La Verdad Nos Hará Libres'... y entonces por qué imparten una carrera de Comunicación?" 


El público estalla en carcajadas. 


Antes de perder el control, Gabriela Warkentin manda el programa a una pausa.
Ella y el resto de la mesa de discusión, le echan miradas de odio a Warache. 
A mí ya me cayó bien. 

Warache saca una cámara portátil, la enciende, comienza a filmar con ella al público y se acerca hasta donde estoy y me dice:


"¿Verdad que quieres hacer una pregunta?"  


Yo no sé por qué, pero le contesto:


"Sí, claro".


Al regresar de la pausa, sin embargo, no ocurre nada.