viernes, agosto 04, 2023

la gente que lee, tampoco lee

Es el último viernes de vacaciones. Todas las vacaciones estuve trabajando, corrigiendo un paper que propuse escribir yo solo y que tiene más de dos años en “la congeladora” y que, el grupo de investigación al que se lo propuse, a casi última hora, después de más de 18 meses de una mala comunicación por correos-e, decidió enviar a corrección de idioma y de estilo –la correctora se tomó muy en serio su trabajo y cambió de sentido un montón de oraciones y, entre otras cosas, también cambió doce “employ” por doce “use”, y cambió un “use” por un “utilize”; después de todo, ella no sabe que tengo más de doce papers publicados y tampoco tiene por qué saber que la escritura es sagrada para mí, que escribo desde que aprendí a escribir, que he tomado un montón de talleres de creación literaria, que tengo dos novelas sin publicar y cientos de relatos, y que, aparte de éste, tengo un blog en inglés en el que no escribo nada académico; y tampoco tiene por qué saber que, en la mayoría de esos papers, soy autor corresponsal o primer autor, y que, básicamente, yo solo (con retroalimentación de mis colegas) los escribí en inglés; tampoco tiene por qué saber que, a más de la mitad de esos papers publicados, no los he enviado ni a revisión de idioma ni de estilo.

En estas vacaciones también estuve leyendo diversos papers sobre neurobiología de las adicciones y trastornos del sueño para un seminario que impartí el lunes pasado, y también corrí más de 100 km (seguramente, entre la gente que conozco, habrá alguien que se atreva a decir que nada más uso mis piernas cuando no me queda otra opción), y fui una vez al hospital –un evento muy trágico–, y vi algunos documentales en HBO –Moonage Daydream– y en Netflix –Pepsi, ¿dónde está mi avión?– y algunas películas, y también aprendí, o re-aprendí, a tocar algunas canciones en la guitarra.

En estas vacaciones, me bebí algunas cervezas y whiskys y algunas veces desperté con resaca y deshidratado, y tuve pesadillas y fiebre, y también escribí algunos capítulos de la última novela en la que estoy trabajando (algunos extractos y borradores de esa novela están en este blog), y estuve pensando seriamente en lo frustrante que es competir contra escritores que viven “su cuento de hadas” y que tienen amigos editores y amigos escritores y un montón de publicistas y promotores a su servicio –por no mencionar que, también, en su “éxito”, contribuye “el lector hormiga”, ese lector pasivo, como decía Cortázar, que no lee más que cuando le dicen (en Facebook, por ejemplo), que no lee, o que sólo ojea algunas páginas de las novelas que las vacas sagradas le recomiendan por todos los medios posibles– y, para ponerlo más claro, por escritores que viven “su cuento de hadas”, me refiero a quienes, por ejemplo, viajan a Seattle –y lo anuncian por sus redes sociales–, para escribir una novela sobre “un asesino serial que vive en Seattle”. 

También leí, o releí, a Del James –el libro que incluye el relato en el que está basado el fastuoso video de “November Rain” de Guns N' Roses–, a Karl Ove Knausgård –el último tomo de Mi Lucha–, a José Agustín –un libro de cuentos y un libro sobre periodismo de rock–, a Kim Gordon, a Simon Critchley –un libro sobre el fascinante mundo artístico de David Bowie–, y también releí American Junkie, la novela negra y autobiográfica de Tom Hansen en la que habla sobre su dependencia a opiáceos –comienza escribiendo la novela en un hospital en el que estuvo internado más de medio año–, sobre el mundo de las estrellas de rock adictas a opiáceos –él no sólo consumía opiáceos, sino que era dealer de Kurt Cobain, de Mark Lanegan y de Nick Cave–, en la primera mitad de la década de los noventa.

Son más de las diez de la noche. Acaba de llover, y acabo de ver Seven –la película de 1995, dirigida por David Fincher, con Morgan Freeman, Brad Pitt, Gwyneth Paltrow y Kevin Spacey, y con música de Trent Reznor y de David Bowie–, pero estoy pensando en ese concierto de los Flaming Lips al que fuimos Katz y yo, en el 2008, en el Festival Motorkr. Allí también tocaron Stone Temple Pilots y NIN. Scott Weiland estuvo fatal, tambaleándose en el escenario y olvidando las letras de las canciones. Wayne Coyne se metió en una gigantesca pelota de playa y surfeó entre el público. Trent Reznor y su banda estuvieron geniales. 

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