jueves, noviembre 26, 2009

A 10, 000 pies de altura



En pleno vuelo rumbo a Chicago, se acercó a mi asiento, a 10, 000 pies de altura, sólo para preguntarme si podíamos encontrarnos con una amiga suya, justo al aterrizar. Uno no se levanta de su asiento, a 10, 000 pies de altura, encima de los confines entre la tierra y el mar, para preguntar esa clase de cosas. En todo caso, uno habla sobre cosas trascendentales, como el síndrome de abstinencia.


Si en ese contexto se hubiera atrevido a conversar acerca de su adicción, yo la habría respetado completamente. Pero sólo era una chica que consumía casi cualquier droga que le ofrecieran. Después siguió con preguntas del tipo "¿Qué hora es?, ¿Crees que llegaremos exactamente a las 18: 30?" y, como yo tenía un poco de ansiedad, empecé a detestarla, empecé a imaginar que el avión podría desplomarse y que todo se volvería un infierno en el aire y que nadie tendría ninguna oportunidad de salvarse.


Entonces cerré los párpados y me puse a escuchar música. Imaginé que una hermosa azafata de Delta me serviría un whiskey y me preguntaría "¿En las rocas, señor?" y yo le respondería "Naturalmente…", y luego me quedé dormido y soñé que estaba por descubrir si era tan fantástico tener relaciones sexuales a 10,  000 pies de altura con Sylvia Kristel.


Estaba en eso, cuando escuché que decía "Prefiero el vino tinto..." y su voz sonaba como la de una niña consentida por papi. Me cayó muy mal, no sólo porque me despertó de un sueño que iba en buen camino sino porque ya se había sentado junto a mí. 

Luego siguió hablando sobre su proyecto de investigación. Estaba muy entusiasmada con la idea de asistir por primera vez a un congreso de Neurociencias, porque además era la primera ocasión que salía del país. 


"Me siento un poco estresada, pero menos que cuando tengo mi examen tutoral", murmuró y acercó su cabeza a mi hombro. Para ese momento definitivamente tuve que dejar de escuchar a los Smashing Pumpkins. Me quité los audífonos y apagué el ipod. También quité su cabeza de mi hombro y me sentí estúpido. Hasta entonces yo sólo había pensado que podría escuchar a los Smashing Pumpkins con mis audífonos mientras caminaba por las calles de Chicago. También había pensado en buscar el Cabaret Metro y tomarme una foto allí, para presumir después que había estado en el mismo sitio en el que Nirvana había ofrecido un concierto memorable. 


Tenía que despertar realmente. Era mi primer congreso de Neurociencias y también la primera vez que visitaba Chicago. Apenas había cumplido un semestre en el Doctorado y, la mayor parte del tiempo, sólo pensaba en música y en escribir. 



viernes, octubre 30, 2009

Esa sonrisa con brackets me mata



A veces, por las tardes, cuando estaba muy aburrido de ser un adolescente de segundo o tercero de secundaria, me sentaba frente al televisor. Mi mamá normalmente veía una telenovela en la que salía Ricky Martin. La trama era muy cursi y predecible: la admiradora adolescente de un cantante pop, se enamoraba de él y luego los dos se conocían y él también se enamoraba de ella.

Ricky Martin interpretaba a otro cantante pop, de un grupo juvenil llamado Muñecos de Papel. Él era el rebelde del grupo. Traía una larga cabellera rizada que le llegaba a los hombros. Aunque eran caracteres muy distintos, su apariencia me hacía asociarlo con Lorenzo Lamas

Al igual que el protagonista de “El Forajido” –un programa de TV que pasaban entre semana alrededor de las once de la noche y que raras veces podía ver porque entraba a la escuela a las siete de la mañana–, Ricky no sólo traía el cabello largo, sino que también se ponía unas arracadas enormes y una chamarra negra de cuero. 

No había reparado mucho en el personaje de Ricky Martin, ni en su cabellera, ni en Lorenzo Lamas, sino hasta que vi a la chica de mis sueños. 
Ocurrió en un receso en la escuela, un día que parecía como cualquier otro día. 

Ella era de otro grupo, pero del mismo año escolar que yo. Ella era muy alta. Su cabellera era idéntica a la de Ricky Martin y brillaba bajo la luz del sol del mediodía y era agitada por el viento mientras ella caminaba. También le llegaba a los hombros. 

Ella llevaba puesto el uniforme deportivo de la escuela: pants azules, playera blanca y chamarra azul. También llevaba unos tennis azules Adidas.

La playera blanca era tan ajustada que resaltaba su busto. 

También traía unas arracadas enormes, como las que usaba Ricky Martin en la telenovela que a veces veíamos mi mamá y yo. 




La seguí con la mirada, cautivado por la ligereza de sus pasos y por la forma en la que su cabellera parecía flotar a su alrededor como una aura. 

En algún momento, nuestras miradas se cruzaron. 
Ella sonrió y me di cuenta de que usaba brackets

Nunca antes me había fijado en ninguna chica que usara frenillos, pero ella me pareció tan perfecta y tan atractiva que no pude dejar de pensar en ella. 

Varias noches estuve recordando su sonrisa y varias noches se me ocurrió que sus frenillos le conferían el poder de besar mejor que cualquiera otra chica en el mundo. 

Al poco tiempo, me acerqué a ella en un receso y le pregunté su nombre. 

Ella sonrió de nuevo, me permitió volver a ver sus fantásticos frenillos, y con una de las manos, de un modo terriblemente natural, se pasó la cabellera por detrás de una oreja, dejando al descubierto una de las enormes arracadas que usaba. 

Sentí que el corazón casi se me salía por la garganta y que el tiempo se detenía.

Me dijo que se llamaba Araceli.  

Logré reponerme y fingir que me encontraba tranquilo. 

A partir de entonces, hablamos en otros recesos. 
Siempre era yo quien la buscaba y a ella no parecía molestarle. 

Ella les pedía a sus amigas que la dejaran sola y entonces los dos caminábamos alrededor del patio, hasta que terminaba el receso. No recuerdo sobre qué hablábamos. 

Tampoco sé por qué ella era tan amable conmigo. 

Era obvio que yo le hablaba porque ella me gustaba –tal vez incluso se lo dije desde el principio– y ella me había dicho que tenía novio. Y también me había dicho que su novio era mayor que los dos, que él estaba en la preparatoria y que a veces iba a verla a la salida de la escuela. 

No sé cuál era mi propósito al hablarle, pues nunca la invité a ningún lugar ni le propuse mi amistad incondicionalmente, ni mucho menos consideré posible que nos hiciéramos novios. 

A pesar de todo lo absurdo que parecía la situación, a diario me sorprendía pensando en ella, a todas horas.

Casi todas las cosas que veía o que escuchaba, las asociaba con ella: Ricky Martin en la televisión, la canción más cursi que sonaba por la radio, un desconocido que traía puestos un par de tennis Adidas en la calle...


Cuando le dije que su cabellera era como la de Ricky Martin, se rió. Bromeó y me dijo ella prefería a Jon Secada. Fue una coincidencia tal vez predecible. La canción más popular de ese cantante me hacía pensar en ella. 

Volví a decirle que me gustaba y que pensaba mucho en ella. Entonces se puso un poco seria y me dijo que no olvidara que ella tenía novio. 

Me volvió a decir que su novio era mayor que los dos, que estudiaba el último año de la preparatoria y que a veces iba a verla a la salida de la escuela y que la llevaba a su casa. 
Nunca lo vi a la salida de la escuela y llegué a sospechar que no existía. 

Independientemente de que él existiera o no, mientras ella hablaba de él, no parecía estar profundamente enamorada, y, sin embargo, me sentía tan poca cosa que consideraba imposible que ella se fijara en mí y que dejara a su novio. 

Aun cuando me había obsesionado con descubrir si los frenillos le habían conferido un poder que le permitiera besar mejor que cualquiera otra chica del mundo, no hice nada para convencerla de que tal vez podríamos relacionarnos de un modo más cercano. 

Durante casi todo un año esperé a que ella y su novio se dejaran de ver, pero cuando salimos de la secundaria creo ellos seguían juntos. 

En algún momento, conocí a la hermana menor de una de sus amigas y dejé de hablar con Araceli. 

Últimamente me he encontrado con algunas personas de esa época (en internet), pero jamás he vuelto a saber de ella. A veces escucho accidentalmente a Jon Secada, o recuerdo a Ricky Martin y a Lorenzo Lamas, y me pregunto qué ha sido de su vida y si las chicas que usan brackets besan mejor que cualquier otra mujer. 

martes, junio 23, 2009

Una vez tocaron Nos Llamamos y Candy en un feo bar de Santa Úrsula


Llovía intensamente, y la gente corría en la calle, en busca de refugio. Tuve la impresión de que las llantas de los automóviles patinaban en el asfalto y de que emitían el mismo sonido que emite el unicel cuando alguien lo rompe. 

La música sonaba a todo volumen, adentro del Jetta rojo de mi papá. Rasheed, un amigo de la banda que siempre los acompañaba a todas partes y que había sido el baterista en algún periodo, puso en el estéreo un disco de David BowieCuando sonaba Rebel, Rebel se sintió inspirado y empezó a decir tonterías que me parecieron de lo más graciosas. Él y yo habíamos bebido y fumado poco antes de salir a la calle, y todo nos parecía hilarante. 


Estábamos a unas cuadras del Estadio Azteca. Íbamos a un bar en donde tocarían Nos Llamamos y Candy. Yo nunca había escuchado a Candy, pero Rasheed me había dicho que su música no sonaba muy distinta a la de otras bandas de garage, pero que tenían un bajista fenomenal, y yo tenía curiosidad por confirmarlo.

El bar era el enorme patio de una casa, y el ambiente parecía más el de una tardeada que el de un bar con música en vivo. Había chavitos no mayores a veinte años y que se veían más interesados en bailar y beber tequila que en escuchar música en vivo. Todo ese ambiente me decepcionó. 

Estuvimos sin hacer nada realmente, alrededor de una hora, hasta que llegó Candy. De inmediato, noté que a ellos también los había decepcionado el lugar. Eran sólo dos hombres y una mujer. Mientras ellos acomodaban sus instrumentos, vi a la mujer acomodar un Fender Bass Precision y supe a qué se había referido Rasheed cuando me había dicho que tenían un bajista fenomenal. 


Cuando Valentina se puso el bajo eléctrico -y probablemente cuando comenzó a tocar las primeras líneas de Butterfly- me pregunté por qué nunca me había interesado tener una novia así, una novia que tocara en una banda. Por alguna razón pensé que sería sensacional conocerla y sin embargo no hice ningún intento por acercarme a ella. Me dio la impresión de que tal vez el guitarrista era su pareja, y no quise incomodar a nadie.

Cuando salimos del bar, Candy y Nos Llamamos se pusieron a platicar. Me subí al Jetta rojo de mi papá y allí los esperé con Rasheed. Después de un rato, los de Candy subieron a un Jetta blanco y Nos Llamamos volvieron al auto. Estaban sumamente molestos porque Candy había exigido más dinero que ellos, para pagarle a su mánager

A la distancia, vi a Valentina. Ella estaba sentada en el asiento del copiloto, y me pareció que hacía una cara que significaba que todos le habíamos caído mal. Tal vez sólo estaba decepcionada del lugar. 




***
ÉSTE ES UN EXTRACTO (UN BORRADOR) DE UN LIBRO QUE PUBLICARÉ ALGÚN DÍA.

jueves, marzo 26, 2009

Los recuerdos son torbellinos de luz



La frecuencia convierte lo bello en algo horrible
También detiene los sonidos y los deja inmersos en el aire
Los deja en la naturaleza, estancados como las ramas de un árbol añoso

Puedes quedarte sordo sin perder la capacidad de escuchar
Puedes enamorarte sin llegar a conocer al amor de tu vida
Puedes aprovechar los malos hábitos de la gente para conseguir algo bueno

Pero no puedes escribir si no tienes al menos un minuto de paz

Las ideas pueden estar ahí, deslumbrándote como torbellinos de luz en la calle
Pero tu memoria puede estar perdida entre los resplandores de cosas sin importancia 

miércoles, febrero 25, 2009

¿Se avergonzaba de su nombre...?



Finalmente, después de haber estado planeando casi todo un año cómo acercarme a ella, me decidí a hablarle en los primeros meses de 1996. 

Ella era de cuarto año y siempre estaba en una mesa de ping pong con unos melenudos que jugaban futbol americano los viernes y que los otros días sólo fumaban tabaco empedernidamente.

Los melenudos parecían mucho más grandes que la mayoría de los estudiantes. 
Algunos de mis compañeros decían que los melenudos eran fósiles y que "mantenían bajo control" a los estudiantes, cuando las autoridades de la escuela se los pedían. 

Yo no creía en estos rumores, pero estaba convencido de que ella tenía un romance con uno de los melenudos y no quería meterme en líos. 

Siempre que la veía sentada en esa mesa de ping pong, junto a las canchas de basquetbol, ella se fumaba un cigarrillo y se ponía a leer.


En ese año, todos mis conocidos hablaban de Garbage.
Tenía poco tiempo que su álbum debut había salido a la venta.

Me gustaba el video de Only Happy When It Rains, pero aún no asimilaba que Butch Vig hubiera pasado de producir Siamese Dream y Nevermind a tocar la batería en una banda que empleaba loops

Los sencillos de ese álbum no me gustaban tanto como para comprarlo, así que me limitaba a ver sus videos por MTV

Todo cambió cuando vi el video de Queer

El formato del video, las tomas de las cámaras, la presencia de Shirley Manson seduciendo a un hombre que parece no tener la intención de salir del clóset, el repetitivo riff de la guitarra, el repetitivo beat de la batería y del sintetizador y la letra de la canción, me llamaron la atención.

Mientras veía a Shirley arrastrar al hombre del video y creía que se trataba de mí, me di cuenta de que la chica de la prepa que me gustaba, se vestía como Shirley. 

Al igual que Shirley, la chica de la prepa era de tez blanca, se pintaba los labios de negro y su cabellera también tenía un tono entre castaño y rojo. Creo que tenía algunos mechones rosas o morados. 

También se pintaba sombras alrededor de los ojos.

El maquillaje que usaba la hacía verse sofisticada y un poco mayor. 


El día que le hablé, había estado pensando en lo mucho que se parecía a Shirley Manson.

Por alguna razón, ella estaba sola en la mesa de ping pong. 
Tal vez los melenudos habían ido a traficar drogas a una de las calles aledañas a la escuela. 
Tal vez ese día tuvieron que ir a otra preparatoria a confrontar a los estudiantes. 

Me quedé de pie a unos metros de la mesa. 
Me cercioré de que los melenudos no estuvieran por ahí.
Me puse a pensar qué le diría y me acerqué a ella.

Ella le dio una chupada a su cigarrillo y dejó escapar el humo por la boca. 
Nos miramos brevemente. Cerró su libro. 
Leía Big Sur, o eso me pareció. 

No tenía experiencia hablando con mujeres y fui muy directo. 
La saludé y, sin más preámbulos, le dije que me gustaba. 

Sorprendentemente, ella no se molestó y me invitó a sentarme a su lado. 
Le pregunté si podíamos conocernos y ella me dijo que estaba bien.

("Soy de mente abierta... pero me gusta alguien más... y tengo meses esperando que me haga caso...")

Su voz sonó sobre actuada. 
Iba de un tono funesto a un tono amistoso y de un tono grave a un tono agudo. 

Ella me contó algunas hazañas del jugador de futbol americano que le gustaba –era un pelirrojo con frenillos y pecas que siempre llevaba un jérsey de los acereros de Pittsburgh–, y la interrumpí. 

Se me ocurrió preguntarle si le gustaba Garbage.
Enfureció. 

Me dijo que todo mundo le decía que se parecía a Shirley Manson y que ya estaba harta. 

(Resultaba imposible no compararla con ella.) 


Cambié de tema y le pregunté su nombre. 

Bajó la voz y me dijo su nombre casi en un murmullo, como si no quisiera que lo escuchara.
(¿Se avergonzaba de su nombre...?)

No lo entendí. 
(Tal vez dijo Alexa... o Teresa... 
No quise verme como un tonto y no le pregunté de nuevo.)

Durante unos minutos, ella siguió contándome otras cosas irrelevantes del melenudo.

Mientras tanto, me fijé en sus uñas. 
Las tenía pintadas con un barniz negro que se estaba cayendo. 
No sé por qué me inquietó esa imagen ni por qué me hizo preguntarme –en un buen sentido– qué clase de mujer sería ella para no darle importancia al barniz de sus uñas. ¿Tenía cosas más importantes en qué pensar, que en el barniz de sus uñas...?)

Luego, se levantó de la mesa de ping pong y me dijo que tenía que ir a clase. 

Creo que nunca le dije mi nombre, ni ella me lo preguntó.

Unas semanas después, ella empezó a andar con uno de los amigos de los melenudos.

Él no tenía, precisamente, aspecto de jugador de futbol americano –incluso parecía ser el bufón de los melenudos– y ella no se veía, precisamente, muy feliz a su lado. 
Tal vez creyó que así le daría celos al melenudo pelirrojo. Tal vez su novio contaba buenos chistes y tenía un gran corazón. 

Aunque nos vimos de frente varias veces y coincidimos en algún concierto en Ciudad Universitaria, jamás volvimos a hablarnos.

Hace unos minutos, mientras me decidía entre leer un artículo y preparar una clase, se me ocurrió salirme a caminar un rato por Las Islas y me fumé un cigarrillo y me puse a escuchar Queer y todos estos recuerdos llegaron a mi cabeza. 

Ahora no puedo dejar de preguntarme cómo se ve ahora la chica de la prepa y que habrá sido de su vida.  


sábado, enero 31, 2009

Martina encarnada en otro cuerpo



Son las 11:15 de un sábado
Nos Llamamos tocarán esta noche
Con los rockstars de Fenómeno Fuzz

Me siento abandonado
En El Café del Segundo Piso
Cuando la música rompe el hielo
Y te veo como una caricia de vapor

Eres sólo una mujer bailando en este inframundo adolescente
Pero tus ojos de éter me alcoholizan
Y destellan como una droga a la que no me puedo resistir

Ascie11nde como la bruma de la memoria después de

Las luces del café enturbian el olvido
Y Martina ha tomado posesión de otro cuerpo
Ella danza al ritmo de mi desolación
Y su cabellera de sol flota en la atmósfera 
Y sus ojos reverdecen como un arma secreta
Y su cuerpo se arrastra entre la música
Y aparece en mi memoria como la bruma de una borrachera

***
ÉSTE ES UN EXTRACTO (UN BORRADOR) DE UN LIBRO QUE PUBLICARÉ ALGÚN DÍA. 

miércoles, enero 28, 2009

¿Es culpa de los alumnos, o del doctorado?


Las horas pasan y los minutos estallan en mi cabeza.
El curso escolar comienza el próximo martes. Daré clase los martes y los miércoles de 10 a 12, y no me decido a prepararla. No tengo ganas ni entusiasmo. 

Desde hace tres años, imparto clases en la Facultad de Psicología. Al principio, lo disfrutaba muchísimo; ahora, no tanto. Casi todos los alumnos son perezosos y exigentes. Raras veces hay alguien que esté realmente interesado en aprender lo que yo enseño. Casi todos quieren terminar en un trabajo aplicando pruebas psicométricas para ganar mucho dinero, o imaginan que tendrán un bonito consultorio y que serán terapeutas y que saldrán por radio y televisión dando su opinión acerca de algún asesino serial. 



Sin embargo, creo que no disfruto tanto la docencia como antes, por culpa del doctorado. No por culpa de los estudiantes. Es absorbente -mi tutor raras veces reconoce mi dedicación-, y no me da tiempo para nada más. Casi casi debo pedir permiso para impartir mis clases. 

Raras veces puedo preparar mis clases de la manera en que solía hacerlo. Tengo otros compañeros de laboratorio que no tienen otra actividad más que estar en el laboratorio, y, a diferencia de mí, nunca tienen datos. 

No debería darle importancia a ciertas cosas, como cada vez que mi hermano me presenta a sus amigos y les dice "él es psicólogo, y está casado", porque en realidad no soy sólo eso. Pero aquí estoy, procastinando, pasando el tiempo en este blog, juntando palabras casi aleatoriamente. 

martes, enero 27, 2009

Spray de campos de lavanda



Camino despacio a través de la estancia

Me extravío en los confines del aromatizante ambiental Glade 

Los campos de lavanda salpican mis fosas nasales como lluvia de verano en forma de spray 
Los campos de lavanda se precipitan en mi bulbo olfatorio como una cascada de recuerdos
Los campos de lavanda  neutralizan el escandaloso olor de la yerba chamuscada

Su perfume me tranquiliza y me parece que voy avanzando entre nubes de espuma de mar
Siento que estoy en el interior de una cálida salmuera sonoamortiguada
Y no me importa nada más que mi capacidad para recordar cosas que nunca fueron

Mientras me sumerjo en la nostalgia efímera de todas las tardes
Pienso que la experiencia siempre involucra cierto nivel de paranoia
Y comienzo a preocuparme por las personas que puedan sorprenderme así

Odiaría si mis vecinos sospecharan que no se trata de que me guste mantener limpio el departamento 
Odiaría si mi familia supiera que necesito desconectarme de la realidad para soportar mi existencia 

Ellos no comprenderían nada




Cuando estoy paranoico, no puedo dejar de pensarte

Te encuentro en los rincones de mi memoria
Con tu suave cabellera rizada y tus ojos de sándalo
Emergiendo de las cosas irrelevantes que me obsesionan 

Avanzo muy despacio hacia la cama
Y me acuesto y me coloco los audífonos


Enciendo el ipod y cierro los párpados

Pienso que la almohada está hecha de cabellos
Y que los cabellos formaron parte de tu suave cabellera rizada
Y que soy un adolescente y que he vuelto a mi habitación
Después de un día cualquiera en la secundaria

Cuánto me gustaría volver a verte tal y como eras
Aunque fuera sólo durante un segundo



Quisiera contemplar tu mirada de leche de almendras
Y tu misteriosa dentadura llena de brackets
Y tu sonrisa fulminante que latía como una herida tibia
Y tus labios hinchados como un durazno a punto de madurar

Quisiera verte debajo del sol del mediodía

Todo transcurre en lentitud dentro de mi cabeza
Mientras intento recordarte exactamente como eras
Y el aromatizante ambiental Glade me remonta a tu rostro lleno de acné
Y vislumbro tu cuerpo en el patio de la escuela, desplazándose como un asteroide

Los audífonos a veces se incrustan como pájaros en las ramas de mi cabeza de árbol
Y hacen nidos de pájaros y me molestan como una piedra en los ojos
Y tengo que volver a cerrar los párpados para admirar la nostalgia dentro de mí