sábado, agosto 27, 2011

Nunca me ha gustado bailar, pero una vez fui chambelán



Desde niño, supe que no me gustaba bailar. Veía los videos de Michael Jackson y me impresionaba su manera de bailar, pero desde un principio supe que esa actividad no era para mí. Odiaba participar en los bailables de la primaria, pero no tenía otra opción. Aunque resultaba evidente que no tenía talento para el baile, cada vez que había algún festival en la escuela, mis maestras insistían en hacerme participar. Lo único que me emocionaba del asunto era que me pusieran de pareja con alguna de las niñas que me gustaba, pero nunca tuve suerte.


Cuando cumplí 14 años, sólo escuchaba garage punk y trataba de tocar la guitarra. Todavía salía algunas veces a pasear con mis papás, y no hacía nada extraordinario. Tampoco traía el cabello demasiado largo, ni me la pasaba comportándome como un rebelde, pero era obvio que seguía odiando bailar. Jamás bailaba con nadie en las fiestas familiares ni salía con nadie a bailar por las noches a ningún sitio. Sin embargo, tenía una prima de la misma edad que yo y que era todo lo opuesto a mí. Ella estaba enloquecida por la idea de tener una fiesta de XV años.


Mi mamá me pidió que fuera el chambelán de mi prima y se sorprendió porque me rehusé a hacerlo. No sólo odiaba bailar, sino que una fiesta de XV años me parecía de lo más patético. A pesar de todo, una tarde aparecieron en la casa mi abuelo, mi prima y otros muchachos, listos para comenzar a ensayar el vals. Le pregunté a mi mamá qué diablos estaba ocurriendo y por qué me obligaba a hacer algo que no quería hacer, pero subestimó mi opinión. Mi abuelo incluso me pidió que me cortara el cabello.

Fueron unas semanas tediosas y largas que detesté por completo. Todos llegaban a la casa a ensayar a la misma hora y yo sólo me ponía de mal humor, a hacer algo que no quería hacer y a tratar de entender por qué mi mamá no había respetado mi decisión de no ser chambelán. Lo más ridículo de todo era que con frecuencia me llamaban la atención porque no podía bailar bien.


Finalmente llegó el día más esperado para la quinceañera. Ella se veía radiante, como si toda su vida hubiera esperado ese momento. Yo tuve que peinarme, ponerme un smoking y unos horribles zapatos de señor. Me sentía un farsante. ¿Cómo alguien que escuchaba garage punk y que toda su vida había aborrecido bailar, podía terminar siendo un chambelán, en algo de lo más convencional?

Quería ponerme una máscara para que nadie me reconociera. Cerré los párpados, suspiré profundamente, y el espectáculo comenzó.


Cuando la pesadilla parecía haber terminado, los invitados pidieron que volviéramos a bailar. Cerré los párpados otra vez y repetí la rutina por segunda ocasión.

Para empeorar la situación, había varios fotógrafos, e incluso alguien que filmaba cada detalle del vals, así que todo ese espectáculo quedaría registrado. Por fortuna, mi prima tuvo un instante de lucidez al cumplir la mayoría de edad, el asunto le pareció de lo más patético, y destruyó todo vestigio de su fiesta de XV años.

Hasta la fecha, sigo sin entender por qué me obligaron a ser un chambelán.
Ya no soy un adolescente y sin embargo sigo sin tener ganas de bailar.

miércoles, agosto 24, 2011

Tienes que dejar de escuchar música punk






Apenas eran las cuatro de la tarde, pero ya había hecho todas las cosas que me gustaba hacer cuando ella no estaba en casa. Afuera llovía y la música sonaba a todo volumen en el departamento. Comencé a escuchar un zumbido. Aunque me sentía fatigado y tenía mucho sueño, encendí un cigarrillo y me senté junto a la ventana. Sentí náuseas.

A través de la ventana, vi a algunos carros patinar en el asfalto y a algunas personas que corrían para refugiarse de la lluvia. La música continuaba sonando muy fuerte en el departamento. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, y me puse sombrío. 

"He escuchado demasiada música punk", pensé. Apagué el cigarrillo en un cenicero atestado de colillas y fui a orinar, tambaleándome. Era mi último día de vacaciones y no había comido nada, pero ya me había bebido casi cuatro litros de alcohol. 

Al volver a la sala, encendí otro cigarrillo. Después me asomé por la ventana de nuevo. La lluvia había amainado. Abrí la ventana, y tomé aire. Me sentí estúpidamente ebrio, apagué la música de inmediato y corrí al baño. El zumbido no cesaba en mis oídos. 

Me arrodillé junto al water y sentí en la garganta una ráfaga caliente de ácidos gástricos. Procuré vomitar, pero no pude. 

Ella llegó a la casa justo cuando yo empezaba a hiperventilar.