BORRADOR
Ya perdí la cuenta, ya no sé cuántos días llevo así, sin dormir, revisando enfermizamente el correo-e, teniendo taquicardia cada vez que me llega una notificación al teléfono, repasando mentalmente, en segundos que parecen eones, cómo me sentí en la entrevista de hoy, cómo me sentí en la entrevista de hace un año y cómo me sentí en la entrevista de hace dos años.
Preguntándome por qué todo ha cambiado, y, sin embargo, está igual. O peor. Para mí.
Ya perdí la cuenta, ya no sé cuántas veces he salido a correr haciendo el máximo esfuerzo, enfocándome en correr y correr y correr, lo más rápido posible, tanto como me lo permitan mis músculos, hasta quedar exhausto y no tener fuerzas, hasta ya no ser capaz de analizar nada, hasta ser primario, hasta ser emocional o hasta ser racional, hasta no ser capaz de hacer otra cosa más que repetirme a mí mismo Ya ganaste dos veces, dos concursos similares a éste, y tampoco tener fuerzas para pensar en que ésta puede ser la primera vez que pierda, en que siempre existe la posibilidad de perder cuando compito por algo, en que no tengo ni corazón ni cabeza para buscar, mañana o pasado mañana, o este mes, o cuando sea que reciba malas noticias en el peor escenario hipotético que ha elaborado mi mente, un empleo en lo que sea.
En fin, reviso el teléfono por enésima ocasión en lo que va del día (y en lo que va de las últimas dos o tres semanas), pero la taquicardia nada más fue un desperdicio de energía, una activación sin sentido de mi amígdala y de mi sistema simpático, una liberación burda de adrenalina y de cortisol.
La amenaza resultó ser una falsa alarma, una serie de notificaciones irrelevantes...
«KAVAK: cotiza tu auto inmediatamente...»
«Elon Musk acaba de subir una foto a X...»
«Paty López acaba de publicar un video en TikTok...»
... pero me da un poco de paz.
La tormenta o angustia o tsunami o ansiedad, o como quiera que lo llames, después de estar fastidiándome casi cada segundo de las últimas semanas, me ha dado tregua.
Temporalmente.
Pero ya conozco la historia. Esto que acabo de hacer –revisar las notificaciones en mi teléfono–, sólo me ha dado un respiro, el tiempo suficiente para descansar, para asimilar que (por el momento) no he recibido malas noticias, que las malas noticias no llegarán justamente en estos segundos.
Ya conozco la historia. Este periodo será muy breve: apenas unos minutos, apenas veinte o treinta segundos. Así he estado desde los últimos días de enero, cuando fue publicada la convocatoria, y hoy. Esto no es vida. Ningún cerebro está capacitado para mantenerse en estado de alerta las 24 horas del día. Una rata no puede sobrevivir más de dos semanas bajo estrés continuo.
Ya conozco la historia. Sé que en cuanto guarde el teléfono, volveré a darle vuelta a la pregunta recurrente: ¿y si pierdo...?
Sé que intentaré consolarme con el mantra que me he repetido las últimas semanas:
«No deberías pasar por esta tortura cada año, ya tienes más de diez años en este negocio, nunca has hecho el mínimo esfuerzo, allí están las pruebas a la vista de todos...»
(Aunque sé que, no necesariamente, a alguien, a parte de mí, le interesará consultar las pruebas.)
Me siento frente al televisor, y lo enciendo.
Tengo vértigo. Me doy cuenta de que sólo veo la tele cuando no quiero pensar, cuando quiero huir de la realidad, cuando la realidad me abruma. (Al menos, a diferencia de cuando todo esto comenzó –cuando decidí involucrarme en este negocio–, ya no recurro a ningún agente químico que nuble mis pensamientos. Es una de las tantas cosas que he aprendido.)
En la pantalla, Jessica Jones está a punto de tener un ataque de pánico y repite su propio mantra...
«Birch Street, Higgins Drive, Cobalt Lane...»
... y cierro los párpados, pero los abro de inmediato, también ya conozco esta historia: no quiero ponerme paranoico ni angustiarme, ni sentirme ansioso; tampoco quiero tener taquicardias, tampoco quiero sentir cómo el cortisol anega todas mis arterias y le da martillazos a mi corazón y luego golpea mi cerebro y me hace tener la sensación de que no he dormido en varios días, pero que estoy en una especie de trinchera en un fuego cruzado y que debo mantenerme alerta.
Tampoco quiero tener más pensamientos negativos, y tampoco quiero pensar en cosas que ya pasaron, que, quiera o no, forman parte de mi vida, que, en retrospectiva debí enfrentar de otra manera. Pero no puedo evitarlo.
A Krysten Ritter, o como sea que se llame en la realidad, antes de ser la protagonista de la serie de Marvel, la conocí en otra serie de televisión, cuando, para variar, tampoco estaba pasándola muy bien.
Entonces estaba en los últimos meses del doctorado y ya tenía cuatro publicaciones como primer autor (no es un logro menor; lo común es tener sólo una publicación como primer autor, o estar en vías de tenerla), y ya tenía varios años de experiencia docente (en universidades públicas y privadas), y tenía planes para hacer el posdoc en Los Ángeles con un súper investigador que estudia la narcolepsia en modelos animales y en veteranos de guerra... Y, sin embargo, todo se cayó, y odiaba mi existencia, y me la pasaba muy mal.
A diario convivía con personas tóxicas –egocéntricas, narcisistas–, que podrían convertirse en personajes de las novelas de Jeff Lindsay o de los relatos de Del James, y que minimizaban mi trabajo para “motivarme”...
«Sólo sigues instrucciones...»
«Lo que deberías estar haciendo es preparar café...»
... o para saciar su necesidad de poder, para sentir que tenían control sobre todas las cosas.
Entonces, cuando la conocí, Jessica Jones no era Jessica Jones, sino Jane Margolis –la novia de Jesse Pinkman–, y Mr. White ya estaba harto de ella y de Pinkman y una vez los descubrió tumbados en una cama, ellos dos estaban bajo los efectos de la heroína, y ella comenzó a ahogarse con su propio vómito y Mr. White decidió colocarla boca arriba y dejarla morir por broncoaspiración.
En la pantalla, el mantra de Jessica Jones surte efecto, pero yo ya no puedo dejar de pensar en el pasado.
Recuerdo, otra vez, esos últimos meses en el doctorado, cuando conocí a Jane Margolis y no me perdía un solo capítulo de Breaking Bad, cuando tenía que nublar mis pensamientos con alguna sustancia nociva para soportar el estrés, cuando siempre estaba a la espera de otras malas noticias en un correo-e...
«Hello! Hello!
¿Qué carajos tienes en la cabeza...?
¡Más de una puta vez te he dicho que no sólo soy PhD...!»
Y recuerdo cómo me sentí entonces, al leer ese correo-e relacionado con mi cuarto paper como primer autor –¡estaba en el doctorado!, ¿cuántos estudiantes de doctorado publican cuatro papers como primeros autores?–, y me odio a mí mismo por carecer de perspectiva entonces, y sé (aunque parezca una obviedad) que esa época ya quedó atrás, en que, pase lo que pase, por más horrible que sea mi presente, jamás volveré a dejar que se repita una situación similar. No sólo ya no huyo de la realidad con agentes químicos que nublen mis pensamientos y que me pongan una venda en los ojos. También he aprendido una que otra cosa de la vida.
Pero también reconozco que siempre he vivido al límite, que siempre he lidiado con periodos de estrés extremo, que siempre he tenido que tomar mis precauciones, que me he acostumbrado a la mala vida.
Y que, sin embargo, como dice esa horrenda canción de Héroes del Silencio que odio tanto y que no puedo sacar de mi cabeza justo en este momento...
«Siempre es la misma función, el mismo espectador
El mismo teatro en el que tantas veces actuó...»
... que no importa mucho lo que haga. Que esta tortura de cada año es mi mito de Sísifo, que no basta con ser bueno en lo que uno hace, que no basta con tener evidencia comprobable de que uno es bueno en lo que hace, que lo que en verdad importa es (casi siempre) tan subjetivo y tan egoísta y tan malévolo que resulta absurdo, frustrante y doloroso.
Hace tantas semanas que no he dormido bien, hace tantas semanas que he estado dándole vueltas a la pregunta recurrente, hace tantas semanas que he estado lamentando no tener más opciones, hace tantas semanas que he estado lamentándome por no tener el empleo de mis sueños (y por no tener resuelta mi vida económica), hace tantas semanas que no he dormido bien, hace tantas semanas que he estado quejándome porque...
Quisiera cerrar los párpados y descubrirme en un mundo paralelo, en uno en el que todo este drama insoportable sea sólo ficción –una serie de televisión, la adaptación al cine de una novela... Pero no: esta es la realidad. Y seguirá siendo la realidad de cada año, si no busco un camino diferente (otra vez).