domingo, mayo 03, 2020

With Teeth de NIN



Faltan 15 minutos para las 8 de la noche, las náuseas del ayuno me están matando, pero no son tan intensas como mis emociones. 

He tenido algunas reuniones académicas a lo largo de esta semana y todo el día he estado tratando de ignorar las cosas que debo hacer para que unos experimentos no se suspendan en el bioterio de la UAM-Xochimilco.

También he estado tratando de ignorar estas voces que me cuestionan cuáles serán las secuelas de la cuarentena en mi trabajo y en mi salud y cuál será el riesgo de contraer el COVID-19 si salgo a la Ciudad de México. 

Prefiero concentrarme en el hecho de que With Teeth cumple 15 años hoy y prefiero recrear todos mis recuerdos significativos relacionados con este álbum

Debí de comprar el álbum en la tercera o cuarta semana de mayo del 2005 y seguramente de lunes a viernes escuchaba el programa de Reactor 105 que comenzaba a las 9 ó 10 de la mañana. No recuerdo el nombre del programa, pero tenía como locutores a Rulo –aún no lo había tratado en persona y aún no me caía mal–, a un sujeto al que le apodaban “el insopor” y a dos chicos que probablemente tenían mi edad. Creo que la chica se llamaba “Yatziri”.

Estoy seguro de que compré el disco compacto en el Mix Up de Plaza Universidad y que me lo dieron con una gigantesca playera negra que aún conservo. 

A principios de mayo, había acabado el primer curso que impartí como profesor de asignatura y debí de estar esperando que me renovaran mi contrato en la Ibero. Mi examen de grado de la licenciatura había sido apenas en octubre del 2004 y en enero del 2005 había empezado el curso de Motivación y Emoción en el Departamento de Psicología. Como no tenía suficiente experiencia como docente, el curso debió de ser sumamente aburrido. Cuando les pedí retroalimentación a los alumnos, en general me dijeron que parecía que tenía memoria fotográfica y que tal vez debí emplear estrategias de enseñanza más didácticas. Aunque siempre preparé mis clases en Power Point, nunca pude encender el proyector que me prestaban en la universidad y tuve que limitarme a hablar, con mi poca experiencia, de los constructos de los teóricos cognitivos de esos procesos psicológicos con base en los ejemplos que se me iban ocurriendo cuando preparaba las clases. 

No tenía computadora personal y me prestaban una vieja computadora en un taller de la universidad. Tampoco 
– en la Ibero 

También recuerdo haber comprado un boleto para el concierto de NIN en El Palacio de los Deportes. Compré.

sábado, mayo 02, 2020

Temporada de Huracanes | Fernanda Melchor (2017)

Hace más de dos años, encontré una nota sobre esta novela en algún portal de internet. Decía que la autora es una de las voces más importantes de la narrativa mexicana actual, y que Temporada de Huracanes –su segunda novela publicada*–, se convertiría en una de las novelas más aclamadas por la crítica especializada. 

En un lapso de tres o cuatro meses, leí varias reseñas que la nominaban a ser “la novela mexicana” de ese año, y que también pronosticaban que podría ganar varios premios nacionales e internacionales. (Mientras escribo estas líneas, ha ganado el premio Anna Seghers y es finalista del International Booker Prize.) 

Busqué el libro en las sucursales de Gandhi de Francisco I. Madero de El Centro Histórico de la Ciudad de México y de Town Square Metepec, pero estaba agotado y tuve que dejarlo en “mi lista de deseos” durante algunos meses.

Mientras tanto, compré Aquí no es Miami. Y me gustó. La narrativa y la atmósfera en la que suceden cada uno de los relatos, me dejaron muy impresionado, y lo leí de principio a fin en unos cuantos días. En ese libro, que aborda el nacimiento y el desarrollo del narcotráfico en Veracruz, a principios de la década de 1990, la habilidad de Fernanda Melchor para fusionar el periodismo y la literatura, en una especie de crónica, para contar historias que fluctúan entre el terror de la realidad y el terror de la ficción, es muy contundente. Es una escritora fabulosa y muy talentosa. 

También me agradaron otros tres detalles de Aquí no es Miami: que la autora no hubiera recurrido a lugares comunes –de esos ganchos al hígado que usan muchos escritores y que lucran burdamente con los sentimientos (y con la ingenuidad) del lector–, que no hubiera empleado trucos literarios para inflar la cantidad de páginas de sus relatos –de esos que te hacen ganar concursos de novela, con una obra que es similar, en cuanto a calidad y cantidad, a tu diario de la adolescencia– y que, aun en el contexto del narcotráfico, sus relatos tuvieran tanta diversidad literaria. 

Leer Aquí no es Miami aumentó las expectativas que ya tenía sobre Temporada de Huracanes


Durante la pandemia del Covid-19, algunas editoriales dieron acceso gratuito a los primeros capítulos de algunas novelas de sus catálogos, y así pude leer algunas páginas de esta novela en internet, antes de tener el libro físico en mis manos. Lo poco que pude leer, me desconcertó.  

No entendí si la novela se trataba de una historia de terror cuyos protagonistas eran un grupo de niños en un pueblo olvidado por el mundo, o si se trataba de una historia de los usos y costumbres de los habitantes de un pueblo ficticio que había sido invadido por el narcotráfico. 

A pesar del desconcierto que me causó la lectura de algunos capítulos de Temporada de Huracanes, tras casi dos años de espera (antes de la contingencia sanitaria de la pandemia del Covid-19, también transcurrieron una huelga en la universidad, un par de trimestres con varias horas de clase frente a grupo, unas largas vacaciones, una Navidad, un Año Nuevo y una Semana Santa), finalmente encontré un ejemplar de la novela en la sucursal de Gandhi de Town Square Metepec, y lo compré, pero, por una razón u otra –¿muchas clases en línea, mucho trabajo burocrático, algunos viajes a Querétaro y a la Ciudad de México...?–, no tuve tiempo para leerla, inmediatamente. 


Cuando, pude comenzar mi lectura, las primeras páginas me “atraparon” a tal punto que la leí en una semana. (Precisamente, mientras escribo estas líneas, acabé de leerla.)

Temporada de Huracanes, de acuerdo con algún conocido de la autora, originalmente se llamaría Domingo Siete (supuestamente, el editor le sugirió a la autora modificar el título) y tiene 222 páginas, y ya forma parte de las novelas “más intensas” que he leído. (Tal vez será una de mis lecturas más recurrentes, cuando me decepcionen las cosas que escribo –algo que, para bien o para mal, es muy frecuente– y cuando reflexione sobre lo lejos que me encuentro de ingresar a un círculo literario –a la mafia literaria mexicana, que usa trucos publicitarios burdos que conmueven a los lectores, ávidos de cultura pero poco críticos–, o de obtener retroalimentación sobre lo que escribo.)

Además de la velocidad y la fluidez de la narrativa –el lenguaje está tan bien trabajado, que cada vez que comenzaba un capítulo, no podía dejar de leerlo hasta que llegaba al final–, me impresionó la manera, magistral, sutil y apenas perceptible, en la que Fernanda Melchor introdujo en la trama a cada uno de los personajes y cómo los fue relacionando entre ellos y confiriéndoles protagonismo. (A diferencia de otras novelas que he leído, y que escribieron “las vacas sagradas” de la literatura mexicana, no encontré un solo detalle que estuviera de más, en cada uno de “los mundos literarios” de los protagonistas.) 

Hay tantos elementos destacables en Temporada de Huracanes que lo mejor es invitar a la gente a leerla, a que averigüe por ella misma de qué se trata y por qué ha generado tantas reacciones positivas entre los expertos. (¡Incluso en Wikipedia hay un sitio dedicado a esta novela!)

*    *    *    *

*Supuestamente, antes de su primera novela publicada en una editorial trasnacional, Fernanda Melchor publicó otra novela en una editorial underground, y no le gusta hablar mucho de ella, porque la avergüenza. 

Aquí hay una nota sobre los premios que ha ganado: Global UNAM

viernes, mayo 01, 2020

The Winding Sheet de Mark Lanegan


Poco antes de que Internet fuera una excentricidad –y mucho antes de que imagináramos que se convertiría en uno de los servicios básicos de la civilización y que nos facilitaría la vida durante una pandemia–, por la época en que Lars Ulrich se quejaba de que Napster atentaba contra los derechos de autor –¿cómo es que el catálogo de Metallica terminó en Spotify?–, compré un cassette en El Chopo que supuestamente traía canciones inéditas de Nirvana

Exceptuando una canción que sonaba remotamente a Nirvana y en la que parecía que Kurt Cobain hacía los coros, el cassette era un desperdicio. Traía canciones que cualquiera que no se considerara “admirador de ocasión”, ya habría escuchado. 

La canción relataba una historia en la que un hombre le advertía a una mujer que la llevaría al infierno –“a la oscuridad de abajo”– y que ella lograría que “las cosas fueran mejores por cierto tiempo”, mientras algún narcótico hervía en su sangre y surtía efecto. 

Cantaba un hombre de voz grave y rasposa. 

La música sonaba vagamente al Unplugged In New York, pero era más elaborada que cualquier canción de Nirvana. También sonaba a la música de finales de los setenta. 

Varios años después –probablemente cuando Reservoir Books publicó los diarios de Kurt Cobain, supe que ese hombre de voz rasposa era Mark Lanegan y que había sido el cantante de los Screaming Trees.



En la época en la que Mark Lanegan colaboraba con Queens of the Stone Agesupe que Cobain no sólo había colaborado con los coros en “Down In The Dark”, sino que también había tocado la guitarra en “Where Did You Sleep Last Night?” y que ambas canciones aparecían en The Winding Sheet, el álbum debut de la carrera solista de Lanegan.

Cuando salió a la venta With The Lights Out –y entonces ya había escuchado “Long Gone Day”, su colaboración con Layne Staley en el álbum de Mad Season–, me enteré de que Lanegan y Cobain incluso habían formado una banda alrededor de 1992, a la que llamaron The Jury con Krist Novoselic en el bajo y con Mark Pickerel en la batería– y que fracasó porque ninguno de los dos se había atrevido a imponerle su punto de vista al otro. 

(“Ain't It A Shame” y “They Hung Him On A Cross” fueron grabadas en esa temporada.)  

Cuando se cumplieron 25 años del lanzamiento del Unplugged In New York, leí una entrevista en la que Dave Grohl aseguraba que Kurt Cobain quería que ese álbum acústico sonara a The Winding Sheet. 

(Como prueba de la admiración de Cobain hacia Lanegan, Nirvana grabó su propia versión de la canción de LedbellyIrónicamente, Lanegan nunca ha sido tan famoso como Cobain y ni siquiera ha gozado del mismo estilo de vida que sus contemporáneos –en algún momento, incluso fue un homeless–, pero esta canción quedó registrada como uno de los momentos más emblemáticos de los conciertos Unplugged de MTV*.)



Escuché The Winding Sheet en la época en que mi salud me obligó a dejar de beber alcohol, a dejar de fumar, a cambiar mi dieta y a adherirme a tratamientos médicos que no dieron resultado. 

Me sentía miserable –cuando “me sentía bien”, tenía náuseas y ataques de ansiedad que me impedían permanecer encerrado en un lugar más de una hora– y terminé en el quirófano –rechacé la laparoscopía y me abrieron en canal, y la recuperación fue tardada y dolorosa– y este álbum me acompañó en el proceso de la enfermedad y en la recuperación de la cirugía. (Éste y otros álbumes suyos son muy importantes para mí, pero esos asuntos los reservo para mis textos personales.)

No esperes a que Mark Lanegan muera y a que un periodista de rock te invite a escuchar su música. Puedes comenzar a escucharlo hoy, cuando The Winding Sheet cumple 30 años. 

Apuesto que, de haber muerto en las mismas circunstancias que otros músicos de su generación –también era amigo de Layne Staley, e incluso intentó convencerlo de ingresar a un centro de rehabilitación, poco antes de su muerte–, los periodistas de rock lo compararían con Jim Morrison.


_________________


*En una entrevista que dio a Rolling Stone en estas semanas, para hablar de “Sing Backwards And Weep”–sus memorias, recientemente publicadas– les dijo que nadie le creía cuando les decía que Kurt Cobain lo admiraba y que incluso le había insistido a Dylan Carlson –un amigo en común de los dos– que lo convenciera para que asistiera a un concierto de Nirvana en la Biblioteca Pública de Ellensburg –mucho antes del éxito de Nevermind, y que los presentara.)