lunes, enero 22, 2018

Recuerdos de la enfermedad


No he dejado de toser desde ayer por la noche. 

Los ataques son tan fuertes que ya hasta me duele la espalda. 

Siempre he sido muy enfermizo y debilucho.

Me gustaría ser como las personas que se enferman poco y que aun cuando se enferman no tienen que interrumpir sus actividades diarias. 

Las envidio totalmente. 

He pasado muchos días en convalecencia.  

Tengo recuerdos brumosos de varias noches de la infancia, ardiendo en fiebre y alucinando, debido a los efectos de algún antipirético -sufría de amigdalitis, constantemente-, mientras mi mamá me consolaba.

También recuerdo haber tenido en múltiples ocasiones unas horribles náuseas y haberlas soportado en el asiento trasero del automóvil de mi papá, mientras volvíamos de un restaurante a la casa porque la comida me había caído mal. 

El trayecto de regreso a la casa era eterno. 



Cuando estaba en la secundaria, un simple resfriado me hacía permanecer en cama toda una semana. 

Tomaba una clase en un aula enorme y muy fría que tenía muchas ventanas y puertas que casi siempre estaban abiertas de par en par. 

La clase duraba tres -¿o cuatro?- largas y tediosas horas.

La profesora nos dictaba a toda velocidad, unas normas de comportamiento que supuestamente nos iban a servir para ser mejores personas cuando creciéramos.

Era un taller de dibujo técnico industrial, pero parecía un taller de taquigrafía. 

Teníamos que escribir esas normas a su ritmo, en un block de papel milimétrico.
Además, teníamos que hacerlo con la mayor limpieza posible. 

Encorvado sobre el restirador, con escurrimiento nasal y los ojos llorosos, trataba de pasar a toda prisa la pluma estilográfica Staedtler de .3 mm a través de los huecos de las letras de las plantillas, para escribir esas normas sin cometer errores.

Como soy zurdo, tenía que hacerlo con mucho cuidado para no manchar accidentalmente el papel milimétrico con mi mano mientras la desplazaba de la izquierda a la derecha, conforme iba escribiendo.

La tinta china es muy escandalosa y no se seca pronto. 

Casi nunca le daba mantenimiento a la pluma estilográfica y, justo cuando estaba a la mitad de un dictado, podía taparse y la tinta china dejaba de salir.

Mientras la profesora continuaba dictándonos y yo tenía escurrimiento nasal, tenía que llevarme la pluma estilográfica a los labios y chuparle la punta para que la tinta volviera a salir.

El amargo sabor de la tinta se me quedaba en la boca.
Imaginaba que así debía de saber el veneno. 

Los ojos me escocían y odiaba no poder largarme del aula y sacar un pañuelo y sonarme la nariz, para respirar normalmente. 



Por si fuera poco, tengo una especie de rinitis alérgica estacional. 

De un momento a otro, empiezo a tener los síntomas de un resfriado, exceptuando la fiebre. Casi siempre esto coincide con la cercanía de la primavera o del invierno.

Al cabo de unos minutos, el escurrimiento nasal es excesivo, no paro de estornudar, tengo los ojos llorosos y me siento muy cansado y con el cuerpo cortado.

La loratadina suele mitigar los síntomas. 

Cuando hay mucha contaminación en la ciudad, también comienzo a estornudar y a tener escurrimiento nasal aparatosamente.

Debo tomar loratadina y ponerme un cubrebocas para salir a la calle.

El fin de semana, mi esposa quería probar los helados de Ice Cream Nation.
Alguien se los había recomendado o los había visto por internet.

La heladería está junto a Los Bisquets Obregón de la Colonia Roma

Me sentía bien y no me puse cubrebocas ni tomé loratadina. 

Cuando llegamos a la heladería, estaba ordenando un tipo calvo y con lentes de sol.
Su rostro me resultó familiar, pero no recordé de dónde lo conocía. 

Lo acompañaba una adolescente a la que le estaba diciendo que "era muy cagada y natural, como su mamá."

Cuando se dio cuenta que yo lo veía insistentemente, me saludó. 

Entonces recordé de dónde lo conocía.



Hace muchos años, él tenía un programa de televisión.

El programa salía los lunes por la noche en el Canal 5

Yo lo veía porque a esa hora regresaba a la casa.

Era profesor de asignatura en la Ibero y daba clase de las 18:00 a las 21:00hrs.

No me molestaba el horario

Ya había sido profesor adjunto en la Facultad de Psicología de la UNAM, pero nunca había tenido a un grupo de estudiantes completamente bajo mi cargo

Preparaba mis presentaciones en Power Point con videos y fotografías ilustrativas, pero nunca las podía utilizar. 

No tenía computadora personal, pero podía pedir una en la universidad. 
Tenía que apartarla personalmente ese mismo día de la clase, al menos a las 5 de la tarde.

Tampoco tenía un proyector y siempre me prestaban los proyectores más defectuosos -tal vez porque me veían muy joven, creían que daba lo mismo- y entonces terminaba dando mis clases de memoria y en el pizarrón.

Ahora que lo pienso mejor, esa clase debió de ser una tortura para los estudiantes. 

No era experto en el curso que impartía, ni me fascinaba.

Le dedicaba toda una semana a la preparación de una sola clase, pero de todas formas cada lunes me sentía un charlatán, tratando de convencer a los estudiantes de la importancia de los temas que cubría el programa de estudio, exponiendo temas que no me apasionaban y que no conocía a fondo.

Volvía a la casa, deprimido y frustrado, y me sentaba en la sala a ver televisión. 

La sección que más me entretenía de ese programa era una en la que el tipo calvo se hacía pasar por millonario. Recibía cartas de hombres solitarios y patéticos.
Ellos le exponían unos casos absurdos, pidiéndole ayuda.
El millonario leía las cartas y le daba un sorbo a una copa de vino.

Luego decía 
"Que lo hagan ellas" 

y aparecían unas mujeres en diminutos trajes de baño y resolvían la situación.



Siempre me había parecido un tipo pesado y un malísimo comediante, pero me cayó bien en Ice Cream Nation

Mi esposa pidió un helado con leche de almendras y crema de cacahuate. 

De un momento a otro, me sentí mal. 

Empecé a estornudar y se me pusieron llorosos los ojos.

Como toda la semana había tenido esos síntomas, no les quise dar importancia.

Caminamos hacia la calle de Guanajuato

(Una vez recorrimos casi diez kilómetros sin descanso, desde Plaza Universidad hasta el Centro SCOP, y el malestar desapareció en algún momento). 

Luego volvimos a la Avenida Álvaro Obregón y seguimos hasta Nuevo León.

Recorrimos Nuevo León hasta El Parque España

Cuando llegamos al Plaza Condesa, ya me sentía mucho peor. 

Seguimos caminando hasta Tamaulipas y Fernando Montes de Oca, en busca de un local donde venden shawarma y falafel

Tenía hambre y allí preparan una salsa agridulce de mango que me gusta. 

Estaba cerrado. 

Caminamos otro rato hasta Alfonso Reyes y Saltillo.

La congestión nasal desapareció. 


(1/11/2017; 17: 16)
Cuando volvimos al departamento, me sentía normal.

Me bebí una León y retomé la lectura de una novela de Ishiguro.  

La novela estaba escrita de un modo muy original -el mismo autor dijo en una entrevista que la escribió para renovarse, porque estaba cansado de que lo categorizaran como escritor de novelas impecables-, y nunca se sabía si lo que se relataba estaba por suceder o si ya había sucedido. 

El protagonista era un prestigioso músico que llegaba de visita a un pequeño pueblo de Europa, como invitado a un magno evento que organizaban todos los habitantes respetables. 

Su estadía en el pueblo, le permitía involucrarse con sus habitantes y conocerlos realmente.

Estaba por llegar al final de un capítulo, cuando sentí comezón en las fosas nasales y empecé a estornudar escandalosamente.

Me tomé la loratadina, y esperé una hora. 

No surtió efecto.

Por la noche, me sentía con el cuerpo cortado y me tomé un Theraflu.

Quince minutos más tarde, me sentí peor.

El domingo desperté acatarrado y con fiebre.

Hoy me quedé en el departamento, esperando reponerme.
Pero me siento mucho peor que ayer.


lunes, enero 15, 2018

No es tan divertido como parece


Lola era más chica que yo. 

Nos conocimos en una clase de inglés. Tanto ella como yo éramos alumnos avanzados y la profesora quería prepararnos para que participáramos en un concurso de intercambio académico. 

La primera vez que la vi, Lola llegó al salón de clases, se sentó junto a mí y la profesora nos puso a trabajar juntos.  

Al principio, no le di mucha importancia a su aspecto. 

Medio noté que era blanca y muy delgada.

Como ella tenía el cabello largo y lacio y además usaba lentes, se veía como John Lennon en la época de Abbey Road



Nos pusimos a trabajar en una actividad del libro de inglés.

En el ejercicio, se suponía que yo buscaba trabajo en una oficina -aunque la actividad más bien se parecía a uno de los horribles interrogatorios que hacen en las aduanas de los aeropuertos de Estados Unidos- y ella me entrevistaba.

La pronunciación de su inglés era estupenda (y eso me gustó mucho), pero ella hablaba con una voz muy temblorosa.

Yo decidí darle mi número telefónico verdadero. 

Tenía la impresión de que ella se sentía atraída por mí y sólo quería comprobarlo. 

A lo largo de la actividad, Lola no pudo sostenerme la mirada.
Era tan tímida que parecía que en cualquier momento se desmayaría

Cuando llegó mi turno para entrevistarla, ella se sonrojó y tardó mucho en responder cada una de las preguntas. Corrigió la mayoría de ellas, como si estuviera buscando mi aprobación.

(Supongo que ella en verdad creía que yo ya no era un adolescente cualquiera). 



Tan sólo unos días más tarde, una chica misteriosa comenzó a llamarme por teléfono, casi tres veces por semana. 

La primera vez que hablamos, yo veía por televisión una sesión que Nirvana dio en los estudios MTV de Nueva York en enero de 1992. 

Casi nunca transmitían esa sesión completa, y me molestó mucho que Lola me interrumpiera precisamente en ese momento, pero de todas formas hablamos durante casi una hora por teléfono.

Aun cuando la chica misteriosa se rehusó a darme su nombre, fue obvio que se trataba de ella.

Algo que sí me dijo por teléfono fue que le gustaban Los Cranberries y que era admiradora de Dolores O' Riordan

Me contó muchas cosas de la banda irlandesa de rock e incluso prometió que, eventualmente, me prestaría sus álbumes favoritos.

Cuando estuve plenamente convencido de que Lola era la chica misteriosa que me llamaba por teléfono, decidí buscarla en la escuela. 

Quería conocerla en persona porque me había simpatizado. 

Además, ella había confesado que se sentía interesada en mí y yo tuve la loca idea de seguirle el juego y considerar la posibilidad de que comenzáramos a salir y de que ella terminara siendo mi novia. 



Una mañana faltó el profesor de la segunda clase, y salí del aula. 

Ella estaba sola.
Almorzaba, junto a una de las canchas de basquetbol.

Me acerqué y le dije que estaba seguro que ella era la chica misteriosa que me hablaba por teléfono.

Por supuesto que ella se hizo la desentendida, pero se ruborizó. 

En unos días, ya nos hablábamos en persona.
Entonces me dijo que tenía novio.
Se conocían desde la secundaria.

Fue muy extraño, pues la única razón por la que Lola había comenzado a llamarme por teléfono era porque estaba interesada en mí y sin embargo no quería terminar con su novio. 

También era incómodo, porque algunas veces, mientras ella me llamaba por teléfono desde su casa, su novio llegaba de visita y teníamos que colgar.  



Solíamos escaparnos de algunas clases y platicar.

Una vez le dije que ya me había cansado de la situación, que también me interesaba salir con ella y que no quería seguir pretendiendo que todo estaba bien así. 

Le dije que no volvería a hablarle hasta que dejara a su novio.

Entonces ella me besó. 

Estábamos en el auditorio de la escuela. 
Uno de mis amigos iba a actuar como Poseidón en una obra de teatro y yo había invitado a Lola para que me acompañara. 

Toda la tarde había estado lloviendo y Lola y yo habíamos pasado mucho tiempo juntos. 
Yo no podía dejar de ver su cabellera húmeda, ni dejar de pensar que en verdad ella se parecía mucho a John Lennon. 

Lola estaba comiéndose unos Ruffles, o alguna comida chatarra. 

De repente, en la penumbra del auditorio, noté que sus pupilas se dilataban detrás de los cristales empañados de sus lentes.

Ella tomó una de mis manos y sus ojos adoptaron una actitud salvaje, como si estuvieran poseídos por un embrujo y todo formara parte de un ritual, y entonces puso sus labios alrededor de los míos. 


Su lengua se movía de un lado a otro.
Yo estaba estupefacto.
Mientras detectaba el sabor de los Ruffles en mi paladar y Lola mantenía los párpados cerrados, yo sólo pensaba en que jamás se me había ocurrido que ella podría besar con tanta pasión.

Siempre la había visto más como una chica culta que como una mujer pasional. 

Hace más de 20 años vi a Lola por última vez.

Yo acababa de entrar a la Universidad y un día se me ocurrió ir a visitarla a mi antigua escuela.

Ella estaba en el último año de la prepa y, tontamente, durante todo el trayecto supuse que le daría gusto verme.

Pero Lola fue cortante. Se veía muy angustiada. 
Tal vez esperaba que su novio apareciera en cualquier momento. 

Me molestó tanto su actitud que le mentí y le dije que no había ido a la escuela a verla a ella, sino que había quedado con alguien más, y me largué de allí. 
Jamás volví a buscarla.

Quisiera saber si se convirtió en la profesora de inglés que quería ser y cómo se siente hoy.  


'Cause It's Not, Not What It Seems