domingo, diciembre 29, 2019

El Miedo del Portero al Penalti | Peter Handke (1970)

El viernes 13 de diciembre de este año, compré El Miedo del Portero al Penalti en la sucursal Gandhi de Madero. Me disponía a llevarme de regalo de cumpleaños Los Desesperados* y Do Androids Dream of Electric Sheep? (i. e., Blade Runner)**, cuando pasé por la sección de novedades y lo vi. 

La portada y el título eran muy sugerentes —sobre todo si, como yo, no eres de esas personas que creen que el futbol es un deporte en el que 22 idiotas persiguen un balón.

Luego, cuando leí la sinopsis, la trama de la novela me pareció interesante. 

Mientras inspeccionaba la solapa del libro –¡por si fuera poco!– decía que Wim Wenders llevó esta obra al cine.  

No me decidía entre éste y otro libro de Luis Muñoz Oliveira –también estaba en la sección de novedades–, pero, al final, lo escogí.

Lo escogí al final por tres razones: ya había leído Bloody MaryLas Buenas Costumbres, según el mismo Luis Muñozes una re-escritura de Bloody Mary–, no conocía a Peter Handke y, además, Peter Handke fue uno de los ganadores del Nobel de Literatura



Josef Bloch es el protagonista de esta novela.

La trama se desarrolla a partir del despido de Bloch.
Una mañana llega a su trabajo y ahí le dicen que ya no es requerido. 

Desde ese momento, todas las actividades que realiza cotidianamente las vive de un modo despersonalizado, como si las estuviera observando a través de la mirada de un espectador. 

Bloch se comporta como un esquizofrénico que acaba de sufrir un brote psicótico y que viaja de un lugar a otro, huyendo de sí mismo, pero sin estar consciente de que está huyendo de sí mismo. 

Bloch recorre algunos lugares, se olvida de su esposa y de su hijo y conoce a algunas personas en circunstancias extrañas, pero no es capaz de distinguir la realidad ni la gravedad de las cosas que le ocurren, aun cuando se involucra en un asesinato, aun cuando se pelea con algunos maleantes, aun cuando tiene un encuentro sexual con la taquillera de un cine y aun cuando es testigo de la desaparición de un niño y luego ve flotar su cadáver en una ciénaga.

Lo único que lo mantiene atado a la realidad, son los recuerdos que lo asaltan repentinamente y que lo llevan a relacionar algunos de sus momentos de lucidez (en el presente), con su antigua vida como portero de un equipo de futbol. 

De un modo irónico, su vida actual es comparable, más o menos, a las últimas líneas de la novela, que describen una escena de un partido de futbol al que Bloch asiste: el árbitro marca un penalti, el delantero se prepara a cobrar el penalti, el portero no se decide si adivinar a dónde pateará el balón o si espera hasta el último instante y, finalmente, cuando el delantero patea el balón, el balón llega a las manos del portero. 

La narrativa de Handke es muy singular. Hay que leer varias veces la misma página –e incluso el mismo párrafo– para no perderse. La novela no está dividida en capítulos y los párrafos saltan abruptamente de un tema a otro. La hilación de los eventos que conforman la historia es difícil de seguir. 

Creo que es una novela que debe leerse varias veces para ser apreciada en su justo valor. 
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*Como me gustó One Hit Wonder y vi el documental de Café Tacuba en National Geographic y Joselo habló de ella, me dio curiosidad leerla y tenía algunas semanas buscándola. 
**Ni siquiera he visto la película de Ridley Scott.

martes, diciembre 24, 2019

24 de Diciembre


Mientras espero a que el agua hierva para verterla en una de mis tazas preferidas –la de los Melvins que tiene impreso un cuervo– y luego depositar en ella la bolsita de té –hibiscus y ruibarbo– y dejarla reposar allí alrededor de cinco minutos, tomo un cuchillo del escurridor de los trastes y a continuación me lo llevo a la mesa como si fuera un arma letal y lo meto con cuidado en el frasco de mermelada de frambuesa y después lo saco cautelosamente para no derramar la mermelada y luego lo paso por encima del hot cake casi al mismo tiempo que mi estómago gruñe.

Casi es el mediodía, pero estoy despierto desde las cuatro de la mañana. Normalmente me despierto a esa hora porque el hambre es insoportable –desde que me realizaron una cirugía, todas mis vísceras chirrían y siento un vacío doloroso en los intestinos cuando han transcurrido varias horas de ayuno–, pero en esta ocasión, además del hambre, me desperté porque tenía una pesadilla.

En la pesadilla, era de noche y estaba solo en un bosque, alrededor de una fogata. Una niña caminaba en círculos entre los árboles, arrastrando una muñeca y acercándose cada vez más a mí. Cuando la niña estaba a unos metros de mí, la muñeca que arrastraba se convertía en Eso y entonces ambos hablaban al mismo tiempo con una voz burlona y sepulcral y me miraban a los ojos y me decían "Tú eres tu peor temor", como si se tratara de una sentencia a muerte. 

No debería leer tanto a Stephen King. Tal vez he leído más de sesenta libros suyos. Aún me hace reír cuando alguien quiere señalarme que tal o cual película está basada en una novela o relato de él, asumiendo que lo más probable es que no lo sé. 

En cuanto desperté de la pesadilla, medio atolondrado y asustado todavía, me puse a escribir sobre ella en una libreta. Me gusta analizar por qué sueño lo que sueño. Generalmente encuentro una explicación. Estoy convencido de que no existe mejor intérprete de sueños que uno mismo. Sólo uno es capaz de entender por qué sueña lo que sueña. Sólo uno sabe cuáles son sus peores frustraciones, sus peores perversiones y sus peores debilidades. 

En esta ocasión, creo que la pesadilla se debió a que yo mismo evito convertirme en quien podría llegar a ser, por temor a renunciar a la comodidad de escribir tonterías que nadie lee. 

Luego de escribir, quise a volver a dormirme, pero fue imposible. 

Terminé poniéndome los audífonos y escuchando la Sonata No. 14 de Beethoven.

Hace unas semanas, mi esposa y yo fuimos a ver un documental de Anton Corbijn sobre Depeche Mode y luego me puse a escuchar algunos de sus álbumes y en la versión digital de uno de ellos descubrí una versión de esta canción. Desde entonces, estoy convencido de que debo conocer a Martin L. Gore en persona. Me encantaría decirle que admiro su talento para transmitirle su melancolía y su euforia a millones de desconocidos a través de la música. 
Luego, me gustaría hablar con él y descubrir cuál es el precio que debe pagar por ese talento. Imagino que es un alma torturada. 

Mientras estoy a punto de darle una mordida al hot cake, el aroma que despide me hace pensar en la casa de mis papás. Algunos fines de semana, mi mamá solía preparar hot cakes para el desayuno. El aroma era tan intenso que llegaba a mi habitación y me hacía levantarme con un apetito voraz. 

Eran otros tiempos: jamás sentía este terrible vacío que me despierta a las cuatro de la mañana. 

Luego reparo en que es 24 de diciembre y trato de no pensar en que definitivamente la mejor cena navideña para mí sería una en la que pudiera quedarme solo en la casa y en la que no me viera comprometido a fingir que, de algún modo retorcido, a pesar de que no profeso abiertamente ninguna creencia, en el fondo espero la inmortalidad y sí creo en Jesús y que, además, celebro su nacimiento... y que incluso me la paso contando en secreto los días que faltan para que llegue la Navidad.

Respeto las creencias de todos –aunque, generalmente, los más creyentes son los más necios, los más pecadores y los más intolerantes–, pero no soporto que, ni por un segundo, se me confunda con alguien que puede vivir creyendo ciegamente que todo lo que vemos –e incluso lo que no vemos– y que todo lo que existe –e incluso todo lo que está por existir– y que todo lo que somos –sin importar la voluntad y los sacrificios que uno haya realizado para conseguirlo– fue creado y determinado previamente por un ser del que todo mundo habla pero que realmente nunca nadie ha visto... a menos que se trate de una alucinación promovida por la fe, por la esquizofrenia o por la estimulación de los lóbulos temporales con el casco de Dios

Mi Navidad ideal sería quedarme en la casa y descansar de todas las cosas que normalmente no puedo evitar el resto del año. Conversar con la gente y pretender que me interesa convencerla de algo en lo que soy experto, o darle una cátedra de los temas que me apasionan, no son mi mayor ambición. Tampoco soy muy bueno para interesarme en cualquier tema, o para fingir que cualquier tema me interesa. Frecuentemente me agota prestarle atención a la gente, y no se debe necesariamente a que me aburra lo que dicen sino a que me cuesta trabajo prestarle atención a una sola cosa por mucho tiempo. 

Por desgracia, estas incapacidades pueden terminar por convencer a la gente de que soy un individuo al que todo le da lo mismo y que está en paz con todo mundo. Éste es uno de los peores conflictos con los que vivo a diario. Una cosa es que no quiera crear controversia y otra cosa es que todo me dé lo mismo y que esté a gusto con todo lo que me pasa. Una cosa es que me guste mi trabajo y otra cosa es que esté de acuerdo en realizar todas las cosas que mi trabajo demanda. Una cosa es que no me queje de lo que hago y otra cosa es que no me moleste nada. 

La cena navideña representa más complicaciones que cualquier otra cosa para mí. 

Normalmente, me resulta imposible convivir y tomar la palabra en cualquier reunión y termino sentado en la mesa como un maniquí que intenta sonreír y mantenerse despierto. 

Trato de recordar alguna cena navideña y me sorprende no tener recuerdos exactos de ninguna. Recuerdo algunas cosas, pero no estoy tan seguro de que hayan ocurrido como las recuerdo y de que hayan ocurrido en los años que creo que ocurrieron. Mañana escribiré sobre este tema. Ya casi es hora de disfrazarme de persona. 

Lo que sí recuerdo es que en mi vida adulta, jamás he podido vivir una Navidad a mi manera. 

No soy adepto de desvelarme viendo cualquier cosa en la televisión. Tampoco me gusta transcurrir mientras la familia se reúne y da la hora de la cena, como si estuviera tan aburrido que ya no sé qué más hacer para sepultar el aburrimiento que me carcome y olvidar que existo. 

Tampoco soy admirador de las comidas exóticas, elegantes y excesivamente condimentadas que caracterizan a los platillos que se sirven frecuentemente en la cena navideña. Soy un hombre de paladar simple que apenas puede comer dos o tres cosas desde hace casi cinco años – y que puede padecer un dolor estomacal más de una semana, si se atreve a comer alguna cosa que a la mayoría de la gente le resulta (escabrosamente) "sabrosa"–, y preferiría cenar las mismas cosas simples que ceno cualquier otro día del año.

No es tan fácil quedar exento de la cena navideña.

Lo único que sí he pensado en los últimos días es en que sólo falta una semana para que la década de los noventa quede, oficialmente, treinta años atrás. 

No me gusta pensar que así como yo veía a los adultos de la década de los sesenta cuando era un adolescente, así deben de verme los adolescentes de hoy. 

Me cuesta aceptar que ahora yo soy como esos adultos que consideraba viejos y decadentes, cuando yo era adolescente.  

Por fortuna, la tetera suena. 
El agua está hirviendo: es hora del té. 

sábado, diciembre 14, 2019

Seis formas de morir en Texas | Marina Perezagua (2019)


Cuando leí la sinopsis de este libro –publicado en México, en septiembre del 2019–, hace más o menos dos meses en la sucursal de Gandhi de Francisco I Madero, me interesó tanto en la novela –incluso Salman Rushdie, recomendaba a la autora– que terminé comprándolo.

Después de leerlo, debo decir que no cumplió con mis expectativas y que la sinopsis resultó mejor que la trama. 

La historia se desarrolla alrededor de tres vidas ligadas a un corazón que fue traficado en el mercado negro de órganos de China –la autora cita alrededor de 30 artículos relacionados con la persecución de personas y con el tráfico de órganos en el comunismo chino, con los trámites legales que deben cumplirse para que se lleve a cabo el trasplante de un órgano en países de primer mundo como Canadá, con la farmacodinamia de las sustancias que se emplean en las inyecciones letales, con los protocolos que deben seguirse en las prisiones cuando alguien ha sido condenado a muerte y con la vida en prisión de un condenado a muerte–, pero no me gustó la forma en la que la narró. 

Me atrevo a decir que el 90% del libro –277 páginas, divididas en 5 partes, exceptuando la bibliografía– son cartas. No tengo nada en contra de que los autores usen cartas o extractos del diario de algún personaje de sus novelas para contar una historia y aumentar la cantidad de páginas de su obra y así dar la impresión de que escriben cientos de palabras*, pero en el caso de Seis formas de morir en Texas fue un recurso que me pareció redundante... y, a ratos, aburrido. 

Tantas cartas –escritas por un personaje cuya única preparación académica la recibió a través de los libros a los que tuvo acceso en prisión– me aturdieron.

También me parecieron una trampa y me hicieron dudar de la seguridad de la autora en su propia obra para explotar los argumentos de la trama y para contar su historia. 

En ellas hay metáforas, analogías y reflexiones que difícilmente podrían ocurrírsele –según yo– a una persona cuyo único contacto con el conocimiento son los libros que pudo leer en prisión. (¿Es creíble que una persona que perdió la vista desde los seis años y que nunca ha acudido a la escuela -de hecho, aprendió a escribir y a leer en prisión–, emplee, por ejemplo, una analogía sobre la ecolocalización de los delfines para explicar que los ciegos no tropiezan todo el tiempo con lo que está a su paso?) 

Ni siquiera el lenguaje de las cartas me pareció consistente: o era muy académico y formal, o muy cursi y pueril. 

La novela tiene varios elementos que pudieron haberla convertido en una de las mejores novelas del año: la espiritualidad y la codicia que conviven en un país oriental cuya cultura difícilmente guarda relación con nosotros, la relación amor-odio entre una adolescente adoptada con problemas de drogodependencia y su padre biológico, las cifras estratosféricas en el mercado negro del tráfico de órganos, los conflictos de un individuo que profesa una religión que sobrepone la verdad, la benevolencia y la tolerancia a toda necesidad humana, los detalles clínicos de la extracción y del trasplante de un órgano, la apreciación de la vida en una prisión, un atroz asesinato... pero estos elementos fueron relegados a una serie de cartas entre tres personas. 

Estas tres personas –Robyn, el padre de Robyn y Xinzàng– se encuentran cuando una de ellas va a dar a la prisión por un asesinato y es condenada a muerte.

Las vidas de los protagonistas se relacionan con el corazón de un individuo al que le fue extraído ilegalmente el órgano en una prisión y con la obsesión de su nieto por recuperarlo y por devolverle el shen a su abuelo para que éste pueda descansar en paz. 

Más allá de la enorme cantidad de cartas que constituyen la novela, el final –exceptuando uno o dos capítulos previos en los que el narrador lo justifica– es lo mejor (y no porque sea el final de la novela, sino porque es realmente la mejor parte escrita de toda la trama.) 

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*Es un recurso tan común en la literatura que me lleva a pensar que tal vez el autor de una novela que recientemente ganó un concurso (y que emplea este recurso en esa novela), aún no había terminado de escribir la obra ganadora cuando le dijeron que sería el ganador de ese concurso. 

viernes, diciembre 13, 2019

13 de Diciembre de 1993


Me gustaría saber exactamente qué hice el 13 de diciembre de 1993, pero lo único que sé con seguridad es que ese mes fueron las últimas vacaciones navideñas que pasé en la secundaria, que un hermano de mi abuela vino desde Estados Unidos a pasar la Navidad con nosotros y que, exactamente dos días después de mi cumpleaños, las selecciones de México y de Alemania jugaron un partido amistoso eEl Estadio Azteca que les sirvió como preparación para La Copa del Mundo de 1994.

Quisiera estar seguro de que uno de los últimos días de clases de ese año hubo una kermés en la escuela, que sorprendentemente el director (que se peinaba como Hitler y que usaba un bigote como el de Hitler y que decían que castigaba severamente a los estudiantes revoltosos) permitió que todos los alumnos lleváramos ropa de civil a ese evento (el uniforme escolar era horrible –parecíamos reclusos–, pero la mayoría nos vestimos como niños en ropa de adultos) y que la canción más escuchada durante ese evento fue una de Vanilla Ice (o una de New Kids On The Block), pero lo más probable es que esté mezclando recuerdos de otros años. 



Me gustaría decir que escuchaba a Nirvana desde el primer año de secundaria –mis primeros días en la secundaria coincidieron con el lanzamiento de Nevermind–, que tenía algunas semanas escuchando In Utero –su lanzamiento ocurrió el 24 de septiembre de 1993 y el acceso a la música entonces era mucho más complicado que hoy–, que ya había escuchado All Apologies varias veces por la radio –el lanzamiento de este sencillo ocurrió el 6 de diciembre de 1993, pero yo sólo escuchaba una estación de radio que pasaba música pop en español– y que, obviamente, estaba enterado de que esa noche de lunes Nirvana tocaría en el Pier 48 de Seattle y que desde la mañana de ese día –independientemente de si tuve clases, o no– me la pasé pensando en ese concierto.

Me gustaría decir que sabía que MTV había planeado que Pearl Jam compartiera escenario con Nirvana y que Eddie Vedder se había enfermado y que entonces Kurt Cobain había accedido a que su banda tocara más tiempo del estipulado y que antes de ellos subirían al escenario una banda de rap (o de hip hop) y las Breeders.

También me gustaría decir que sabía que el evento sería grabado por MTV en su totalidad y que esperaba con ansías la Navidad porque MTV lo transmitiría ese día.


Quisiera decir que entonces ya sabía que Kurt Cobain y Dylan Carlson eran amigos y que incluso Cobain lo había citado en la letra de In Bloom y que los dos habían visto a un dealer unas horas antes del concierto a unas cuadras del Pier 48.

Quisiera no mentir cuando escribo que ya sabía que Kurt Cobain le había regalado a su dealer un pase para el backstage mientras se disponía a abandonar el automóvil en el que habían realizado la transacción y que miraba desde la ventanilla del asiento del copiloto a las decenas de admiradores que se dirigían al muelle a escuchar a su banda y que se sentía incómodo y que odiaba su status de estrella de rock.

Sin embargo, ni el mismo Tom Hansen sospechaba que publicaría una novela autobiográfica más o menos diez años más tarde y que en ella escribiría unos cuantos párrafos sobre estos detalles... ni mucho menos sospechaba que su adicción a los opiáceos lo mantendría alrededor de nueve meses en un hospital, a punto de perder una pierna, y que esa experiencia le serviría de inspiración para escribir American Junkie.

Yo nada más era un adolescente que había asistido sólo a un concierto en toda su vida –a uno de los últimos conciertos de Michael Jackson en El Estadio Azteca en los meses previos–, que desde entonces escuchaba exclusivamente casi todos los días Dangerous en un walkman Aiwa de regreso de la secundaria a la casa de sus papás, que no sabía de la existencia de MTV (además, no teníamos televisión por cable) y que iba a cumplir trece años en una semana. 


La única verdad es que hasta 1995 –más o menos en los meses previos al primer año de la muerte de Kurt Cobain– escuché algunas canciones del concierto Live & Loud de Nirvana del 13 de diciembre de 1993 y que fue grabado por MTV.

Un compañero de la preparatoria me prestó un cassette que había comprado en El Chopo y que traía algunas canciones del Live & Loud y del Unplugged In New York

Ya había escuchado el Unplugged, así que sólo me enfocaba en el lado B de ese cassette.
Incluía algunas canciones que ya conocía –para entonces, además del Unplugged, ya tenía Nevermind e In Utero– y lo escuchaba todos los días. 

Si no recuerdo mal, la primera canción de ese cassette era Drain You y le seguían BreedServe The Servants –era diferente a la versión de estudio porque Cobain cambiaba "father" por "sister" en el verso, y lo recuerdo bien porque esa parte del cassette de mi compañero tenía un silencio de unos cuantos segundos después de ese verso–, Rape Me, Heart-shaped Box, Scentless ApprenticeLithium The End Of The Show, que era una improvisación de ruido después de una versión poco afortunada de Endless, Nameless y que culminaba con feedback de la Stratocaster de Cobain confundiéndose con los gritos del público y con él mismo agradeciéndole y deseándole buenas noches al público. 



Cuando se cumplió un año de la muerte de Kurt Cobain, ya había televisión por cable en la casa de mis papás y MTV iba a pasar un especial de Nirvana –¡de todo el tiempo que habíamos tenido MTV, jamás lo habían transmitido!– y, obviamente, quería verlo.

Por desgracia, la fecha de su aniversario luctuoso coincidió con las vacaciones de Semana Santa y mis papás tenían otros planes: se  habían puesto de acuerdo con unos amigos suyos para salir a algún lugar a nadar, precisamente el día que MTV transmitiría ese programa. 

No pude convencer a mis papás de que me dejaran quedarme en la casa, ni los logré convencer de lo importante que desde entonces ya eran Nirvana y Kurt Cobain para mí. 

Recuerdo haber estado molesto y frustrado, sentado en el asiento trasero del automóvil de mi papá, escuchando el lado B de ese cassette en el walkman Aiwa e imaginando cómo habría sido ese programa especial de Nirvana y cómo habría sido ese concierto Live & Loud



Finalmente pude ver ese especial de MTV hasta el tercer semestre de la licenciatura –¡exactamente en abril de 1999!–, porque un compañero lo tenía en VHS y me lo prestó. 

Apenas en septiembre del 2013 –¡cuando se cumplieron veinte años del lanzamiento de In Utero!– salieron a la venta el DVD y una edición especial del álbum con un disco compacto que tienen el concierto completo. 

Obviamente, tengo los dos (curiosamente, el DVD lo he visto pocas veces). 

Hoy este concierto cumple veintiséis años y, mientras escucho The End Of The Show, me pregunto en quién me habría convertido de haber conocido a Nirvana desde la secundaria... o de haberme quedado ese sábado de abril de 1995 en la casa de mis papás y de haber podido ver el especial de MTV y el Live & Loud por televisión. 



Live And Loud

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Miércoles 22 de diciembre de 1993.
Estadio Azteca.
Alineación: Jorge Campos, Jorge Rodríguez, Juan de Dios Ramírez Perales, Ignacio Ambriz, Ramón Ramírez (Guadalupe Castañeda, 79'), Marcelino Bernal, Alberto García-Aspe (Benjamín Galindo, 46'), Joaquín del Olmo, David Patiño (Miguel Herrera, 46'), Luis Roberto Alves, Luis García.

Archivos del Futbol Mexicano: Partidos Amistosos contra Alemania

domingo, diciembre 01, 2019

¿Quién es Carlos Salcido?


Carlos Salcido nació el 2 de abril de 1980 en Ocotlán, Jalisco.

Según Wikipedia, antes de incursionar en el futbol, Salcido trató de entrar a Estados Unidos como inmigrante en varias ocasiones y trabajó como limpiador de camiones y como obrero en una fábrica de vidrio.

En un partido con sus amigos, lo observó el Director Técnico del Club Deportivo Oro y lo invitó a formar parte del equipo. Salcido sólo aceptó jugar cuando le ofrecieron $1, 000 MXN semanales. 

Antes de afianzarse con la titularidad como lateral izquierdo de la Selección Nacional que dirigía Ricardo La Volpe en vísperas de La Copa del Mundo de Alemania 2006, fue campeón en la "Primera A" con los Gallos de Aguascalientes (Invierno 2000), jugó con el Club Deportivo Tapatío (en dos periodos) y de allí saltó a las fuerzas básicas del Guadalajara.



Bajo la dirección de Óscar Ruggeri debutó sin éxito en Primera División con el Guadalajara (2001), regresó una temporada al Club Deportivo Tapatío (2002) y volvió al Guadalajara (Apertura 2003) y finalmente consiguió la titularidad.

Durante el año 2005, disputó La Liga y La Copa Libertadores con el Guadalajara– y el proceso eliminatorio de clasificación al Mundial 2006 y La Copa Confederaciones 2005 con la Selección Nacional y se convirtió en el jugador profesional con más minutos jugados en todo el mundo.

Después del Mundial de Alemania 2006, jugó en el PSV Eindhoven y se convirtió en el segundo futbolista mexicano –sólo detrás de Rafael Márquez–, mejor pagado y más pretendido en Europa. En Holanda, ganó dos veces la Eredivisie (2006-2007 y 2007-2008) y una vez la Supercopa (2008). 



En el 2010, llegó al Fullham Football Club y allí fue titular indiscutible e incluso apareció en dos ocasiones en el equipo ideal de la Premier League. Supuestamente, dejó el equipo por problemas personales relacionados con dos robos en la casa en la que vivía en Londres.  

En el Torneo Apertura 2011 regresó al futbol mexicano a jugar con Tigres de la UANL y fue campeón de Liga (Apertura 2011) y de Copa (2014).  

Entre ambos torneos, disputó Los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y ganó la Medalla de Oro como refuerzo mayor de edad de la Selección Olímpica que dirigía Luis Fernando Tena

Bajo la dirección de Matías Almeyda regresó al Guadalajara en el Apertura 2014 –¡la transacción alcanzó los 12 millones de dólares!– y fue campeón de Liga (2017), de Copa (2015 y 2017) y de Supercopa (2015-2016). 

Supuestamente tenía planeado retirarse con el Guadalajara, pero el Director Técnico José Saturnino Cardozo* lo relegó a la banca y tuvo que aplazar su retiro y emigrar al Veracruz**.



Su periodo como jugador del Veracruz estuvo caracterizado por problemas de descenso y por adeudo de pagos del dueño del equipo a todos los trabajadores del club. 

El 23 de noviembre del 2019, Carlos Salcido disputó con el Veracruz su último partido como futbolista profesional en El Estadio Akron contra el Guadalajara.

A lo largo de su trayectoria, se desempeñó como defensa central, como lateral izquierdo y como volante defensivo.

Con la Selección Nacional, jugó tres Copas del Mundo (Alemania 2006, Sudáfrica 2010 Brasil 2014), dos ediciones de La Copa Confederaciones (2005 y 2013) y tres ediciones de La Copa Oro Concacaf (2005, 2007 y 2011.)  

Nunca olvidaré aquella anotación suya en Hánnover contra la selección argentina, ni las olimpiadas en las que fue capitán y en las que le ganaron la Medalla de Oro a la selección de Brasil en Wembley.

No sé qué opinión tengan otros aficionados sobre este jugador, pero yo creo que su carrera merecía otro final.



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*Irónicamente, el paraguayo llegó al equipo teniendo un récord de casi un año sin ganar un partido como Director Técnico. Tras quedar eliminado de La Liguillasu permanencia en el Guadalajara no superó el año. No ganó un solo torneo y perdió todos los clásicos contra el América y fue eliminado en La Copa por los Pumas de la UNAM.

**En sus últimos días con el Veracruz, Salcido fue el portavoz de sus compañeros de equipo en un comunicado de prensa al finalizar un partido que se habían negado a jugar contra Tigres de la UANL para protestar sobre su situación económica, y, unos días después, fue señalado por Fidel Kuri –el dueño de ese equipo, acusado de no pagarles a los trabajadores de toda la institución, ¡por más de seis meses!– como un jugador que "ya iba de salida", ante la condescendencia de los miembros de la Federación Mexicana de Futbol.

Información consultada en Wikipedia.