viernes, agosto 14, 2020

Una hora ininterrumpida


Es el último viernes de las vacaciones administrativas de la universidad y me he determinado a escribir en este blog durante una hora ininterrumpida. Conforme enciendo la Mac y todos los programas que empleo frecuentemente se cargan, reparo en todos los distractores que frecuentemente están presentes cada vez que me siento frente a la computadora y me propongo escribir. 

El reloj de la computadora dice que faltan cuatro minutos para las siete de la noche. Hago una pausa y tomo la botella de Heineken que tengo a un lado del mouse, colocada en un posavasos que compré en alguna Feria del Libro o en algún museo. 

El posavasos tiene un dibujo en colores rojo y blanco en el que se ve un rostro que se parece al de Jimi Hendrix. El dibujo me hace pensar en su Fender Stratocaster blanca, adaptada para zurdos. Inmediatamente pienso en Woodstock. Cuando pude ver un video de ese festival, lo que más me impresionó fue su interpretación del himno de Estados Unidos y la forma en que apaleó contra el suelo su guitarra en repetidas ocasiones, antes de prenderle fuego. 

El dibujo también me hace pensar que probablemente “Vodoo Child” es la primera canción de Hendrix que escuché. Tal vez ocurrió un domingo en el que mi papá se sentó en la sala a leer el periódico antes de desayunar, mientras sonaba su tocadiscos. Creo que yo debí de tener alrededor de cinco años y que el sonido wah wah de los primeros acordes de la guitarra en esa canción debió de parecerme hipnótico, extraño y enigmático. (Me daría demasiado crédito si dijera que la palabra “psicodélico”, ya formaba parte de mi vocabulario). 

Estas ideas me hacen pensar que hasta hace un par de años, mi papá todavía tenía en su casa el acetato que debió de poner en su tocadiscos aquel domingo. Tenía una colección de acetatos –casi todos de rock–, pero no tenía ningún álbum de Hendrix, sino un acetato con varios éxitos de músicos contemporáneos de Hendrix. Hace como dos años se lo pedí prestado y lo escuché unas cuantas veces, pero sorprendentemente no reparé en todas estas cosas que acabo de escribir. 

Debajo del rostro del músico de Seattle hay una frase atribuida a él: “el conocimiento habla y la sabiduría escucha”. No analizo la frase. Sólo tengo la expectativa del sabor de la cerveza y pienso en “Vodoo Child”, en “Purple Haze”, en “Foxey Lady”, en “Manic Depression”  y en “Love or Confusion”. 

También pienso en que Hendrix murió ahogado en su propio vómito, inesperadamente, un 18 de septiembre de 1971, cuando su carrera, según los expertos, se encontraba en franco declive. Y también pienso en que cuando compré mi primera guitarra eléctrica zurda –una Aze de color negro y con golpeador blanco que conseguí en alguna tienda de Bolívar, en un paquete que incluía un tahalí negro y un amplificador genérico GA-15–, una de las primeras canciones que aprendí a tocar fue “Purple Haze”.  

Le doy un sorbo a la Heineken y trato de explicarme por qué no he podido escribir nada satisfactorio durante cuatro semanas... o mucho más. (Tal vez desde abril, cuando comenzó la cuarentena para mí). Conforme el alcohol recorre mi garganta y todas las moléculas que asociamos con el placer estallan en mi cerebro y me acomodo en la silla, me sumerjo en los instrumentos de la Sinfonía No. 5 en C Menor de Ludwig van Beethoven que he estado escuchando desde que comencé a escribir esta entrada. 

No sé por qué el ir y venir de la violencia y de la calma que me transmite la música, me hace sentir nostalgia y pensar selectivamente en cómo era mi vida en el 2012 –más o menos cuando debí de comprar esa guitarra eléctrica de gama baja–, cuando internet no era tan elemental como ahora y cuando las redes sociales no estaban presentes en todas partes y no tenían tanta influencia como ahora. 

Creo que en esa época podía sentarme a escribir frente a la Sony VAIO –era la única computadora que tenía entonces y la acababa de comprar– y que podía escribir un relato de principio a fin con relativa facilidad, independientemente de las estupideces que podía escribir de principio a fin

Creo que en el 2012, mis principales problemas al escribir eran que el posgrado me absorbía y que bebía alcohol excesivamente para distraerme y para lidiar con el estrés. Aunque podría asumirse que mi vida como estudiante de doctorado la viví en el paraíso porque nunca me quejé de nada, los últimos dos años fueron una pesadilla. Desarrollé dermatitis psicosomática (algunos oportunistas de nuestros días en cuarentena la han llamado “alergia emocional”), tabaquismo (me fumaba alrededor de cuatro cajetillas, sólo contando los fines de semana) y cierto nivel de alcoholismo (al menos bebía los fines de semana y lo hacía hasta perder el conocimiento). 

Creo que todo “lo literario” que escribía en el 2012 –me tomaré la libertad de llamarlo así, para distinguirlo de los textos científicos o de divulgación de la ciencia que escribo como parte de mi trabajo académico–, siempre y cuando mis actividades del posgrado me dejaran un espacio libre, era más estúpido y más pretencioso que lo que escribo regularmente. 

Estaba desesperado, pero lo que escribía no parece escrito por alguien desesperado sino por alguien que no estaba acostumbrado a escribir. Aunque francamente no creía requerir de la opinión de nadie sobre lo que escribía –ya había tomado dos o tres talleres de creación literaria y consideraba haber obtenido suficiente retroalimentación de otros sujetos interesados en la escritura como yo– y escribía porque desde niño tengo la necesidad de escribir, es evidente que tanto el ritmo como el estilo de escritura que había adquirido antes de ingresar al posgrado, los fui perdiendo cuando ingresé al posgrado.

El posgrado demandó toda mi concentración y perdí el hábito de escribir. Durante esos dos últimos años de pesadilla, de angustia y de estrés innecesarios (ya tenía más publicaciones como primer autor que las que exigía el reglamento del posgrado como requisito para realizar el examen de grado y sin embargo, aun cuando estaba dispuesto a vivir de mis ahorros para tener más publicaciones, mi lugar en el laboratorio parecía ser el de un estudiante de licenciatura que estaba “a prueba” y que hacía el mínimo esfuerzo), me emborraché cada fin de semana, cada día de asueto y cada periodo vacacional disponibles.

En todas las estupideces que escribí en esos meses llenos de una nube de éter, la desesperación ni siquiera quedó reflejada de algún modo elocuente. Es claro que para mí aplica lo que Élmer Mendoza –y supongo que varios escritores más– dice en una de las novelas que estoy leyendo: un individuo alcohólico es la mitad de la persona que podría llegar a ser. (¿Hasta dónde habría podido llegar Bukowski?) 

En el 2012, tenía la costumbre de fumar y de beber para “matar tiempo”; ahora, como ya no fumo –en mayo, cumplí cuatro años sin fumar– y como sólo ocasionalmente me tomo una cerveza o un whisky, “mato tiempo” en redes sociales. 

Puedo “matar tiempo” mientras como para abolir las náuseas del ayuno, mientras tomo un descanso para asimilar la información que he consultado para dar una clase, mientras reflexiono y releo algo que acabo de escribir y el resultado me decepciona... 

Me cuesta mucho trabajo quedar satisfecho con lo que escribo; si la primera oración que escribí, no me gusta –lo cual ocurre prácticamente cada vez que comienzo a escribir un párrafo–, no puedo avanzar.

Al final, la decepción me lleva a abortar la escritura y a procrastinar.

Yo sé que, más que procrastinar, en realidad abandono lo que estaba escribiendo porque lo que he escrito no me ha dejado satisfecho, pero, de todas formas, me frustra.

Termino revisando mis redes sociales y engañándome y diciéndome que me interesa alguna publicación controversial de algún personaje controversial. 

A veces escribir es una tortura y un círculo vicioso: tengo tiempo y tengo una idea, comienzo a escribir, leo lo que escribí, me decepciona lo que escribí, corrijo lo que escribí, leo de nuevo lo que escribí, vuelvo a sentirme frustrado...

Esta experiencia la describe estupendamente Luis Muñoz Oliveira: escribir es corregir incansablemente lo que has escrito.

Como siempre tengo la expectativa de que no quedaré satisfecho, independientemente de lo que escriba, no escribo, aun cuando tenga tiempo. 

Además de que pueden ser una salida fácil a la frustración, a veces reviso mis redes sociales aunque no haya comenzado a escribir. Aunque he pasado momentos muy desagradables en twitter y en Facebook porque me he enfrentado con sujetos obtusos , es sorprendente la facilidad con la que me distraigo en redes sociales, cuando estoy escribiendo. 

En parte, reviso mis redes sociales y me distraigo en ellas porque, como ya lo mencioné, es una salida fácil a la frustración, cuando apenas he escrito un párrafo de cualquier estupidez que acostumbro escribir y cuando me basta releer lo que he escrito para aborrecerlo con todo mi corazón (y para aborrecerme con toda mi alma) y entonces comienzo a pensar cómo puedo escribirlo mejor (también aborrezco el método al que he bautizado con el nombre de “Xavier del Asco”: escribir lo que se te ocurra, tal y como se te va ocurriendo, sin realizar ningún análisis sobre lo que escribes, y esperar a que tus amigos influyentes digan que eres “escritor” y a que los incautos “ávidos lectores” crean que eres un escritor y entonces compren tus novelas que cuestan casi lo mismo que los libros de Mallarmé, para que luego alguna plataforma importante de streaming compre los derechos de tu novela y la adapte a una serie) y termino abandonando lo que estaba determinado a escribir y así erradico la frustración y la decepción. 

En parte, también reviso mis redes sociales porque parezco un gato que se distrae fácilmente... o porque los tres gatos de la casa son demandantes y me piden alimentarlos o hacerles caso cuando me levanto de la cama por la madrugada para ponerme a escribir en el aislamiento y en el silencio más contundentes que puedo encontrar en mi casa.  

Escucho por enésima ocasión esta composición de Beethoven y pienso en la versión que Martin L. Gore hizo a otra de sus composiciones (¿Sonata para piano No. 14?) y miro nuevamente el reloj de la computadora: son las ocho y cinco. 

Después de tanto enredo, mi conclusión es que no he podido escribir en los últimos seis meses porque he estado ocupado en otras actividades que demandan mi escritura académica y formal. Creo que otros factores se suman a esta incapacidad –además de la disponibilidad para concentrarme en la escritura de un texto literario, además de la frustración y de la insatisfacción– y que están relacionados con dos estados mentales mutuamente excluyentes: o tienes tiempo para escribir, pero no tienes ideas, o tienes ideas para escribir, pero no tienes tiempo. 

A diferencia de hace casi diez años, ahora sí me afecta la sospecha de que ni siquiera las personas a las que conocí en algún taller literario me leen.

Creo que estamos tan absorbidos por el poder de las redes sociales y que las redes sociales han revelado quiénes somos realmente. Creo que frecuentemente leemos a desconocidos sólo porque les atribuimos cualidades que valoramos o porque son muy famosos en redes sociales o porque fortalecen nuestras creencias. Esto me lleva a pensar en un constructo de los teóricos cognitivos de la motivación y de la emoción. Este constructo tiene como propósito explicar por qué hacemos lo que hacemos y por qué nos atribuimos habilidades que quizá no nos caracterizan en realidad y que, en última instancia, nos ayudan a lidiar con nuestras miserias y a sentirnos funcionales en la sociedad y satisfechos con nosotros mismos (y con quienes nosotros mismos creemos que somos en sociedad), cometiendo, al menos, uno de estos errores: sobrestimar todos nuestros logros y atribuírnoslos exclusivamente a nosotros mismos y atribuir todos nuestros fracasos a eventos que quedan fuera de nuestro alcance, maximizando nuestros logros y minimizando nuestros fracasos (error de atribución fundamental), o subestimar los logros de los demás y atribuírselos a la ayuda que recibieron de otros (error actor-observador). 

Independientemente de todo lo que he escrito, he logrado escribir durante una hora ininterrumpida mientras he escuchado a Beethoven, y sin embargo no puedo despojarme de este sentimiento: detesto haber perdido el hábito y el ritmo que tenía para escribir. 

domingo, agosto 09, 2020

Sing Backwards And Weep | Mark Lanegan (2020)

 

Es el viernes 26 de junio de 1992. En Gotemburgo, la selección danesa de futbol disputará la final de la Eurocopa contra la selección alemana. Mientras tanto, en Roskilde, en uno de los festivales daneses de música más importantes, los Screaming Trees compartirán el escenario principal con Nirvana y con Pearl Jam.

“I Nearly Lost You” aún no pone en la órbita del “sonido Seattle” a la banda de Ellensburgh, pero, al cabo de unos meses, en parte gracias al éxito de Singles –la película de Cameron Crowe que contará con cameos de Chris Cornell y de Eddie Vedder, entre otras estrellas de la escena musical de Seattle, y que incluirá a esta canción en el soundtrack–, en parte gracias a que MTV rotará constantemente el video de la canción en su programación y en parte gracias al apoyo que recibirán de Kurt Cobain, los Screaming Trees saldrán del relativo anonimato en el que han estado desde mediados de los ochenta, cuando los hermanos Conner formaron la banda. Sweet Oblivion, su sexto álbum de estudio, es el primero que graban con una disquera trasnacional. Debido al inusitado éxito que tendrán, Epic Records –la sucursal de Sony con quien grabaron Sweet Oblivion– les extenderá su contrato por al menos un álbum más. 

Pero estamos en el verano de 1992. La película de Cameron Crowe que explotará el interés del público en las bandas de Seattle y que contará con las actuaciones estelares de Bridget Fonda y de Matt Dillon, todavía no ha sido estrenada en el cine. La banda sonora de Singles es apenas un proyecto en vías de consolidarse y nadie ha considerado la participación de los Screaming Trees**. 

Antes de volar a Europa, los hermanos Gary Lee Conner (guitarra) y Van Conner (bajo), Barrett Martin (batería) y Mark Lanegan (cantante), terminaron de grabar Sweet Oblivion en Nueva York, con Don Fleming (como productor) y con John Agnello (como ingeniero de sonido); Andy Wallace –el famoso ingeniero de sonido que ha trabajado con R. E. M. y que mezclará “All Apologies”, “Heart-shaped Box” y “Pennyroyal Tea” en el (último) álbum de estudio que Nirvana comenzará a grabar en febrero de 1993 en los Pachyderm Studios en Minnesota–, mezclará algunas canciones. 

Por primera vez en su historia, desde que los Screaming Trees grabaron su álbum debut en 1985, Gary Lee Conner le permitió a Mark Lanegan formar parte del proceso creativo de la composición de las canciones. Lanegan no sólo se sintió involucrado, por primera vez, con las canciones que canta, sino que además está convencido de que Sweet Oblivion será el mejor álbum que podrán componer juntos como banda. 

En menos de un añoSweet Oblivion venderá alrededor de 300, 000 copias sólo en Estados Unidos, obtendrá una certificación de platino y se convertirá en el único álbum que los acercará al “estrellato” del que gozan sus coterráneos. 

Conforme el álbum vaya consolidándose y atrayendo seguidores en Europa y en Estados Unidos, Lanegan lidiará con su alcoholismo, paulatinamente sustituirá el alcohol con los opiáceos, amenazará a Gary Lee Conner varias veces con abandonar a la banda, comenzará a trabajar en algunas canciones de su segundo álbum solista (apenas en 1990, Sub Pop lanzó a la venta su primer álbum solista –The Winding Sheet– y, en 1993, tendrá una gran influencia en el MTV Unplugged In New York de Nirvana), pero sus adicciones le harán perder el control y lo pondrán al borde de la muerte.
    

Debido a la inusitada aparición de la selección danesa de futbol en la final de la Eurocopa, los organizadores de Roskilde modificaron los horarios del festival. A la hora del partido de futbol entre las selecciones de Dinamarca y de Alemania, en lugar de escuchar música en vivo, los asistentes podrán ver el partido de futbol en pantallas gigantes que estarán colocadas en puntos estratégicos del festival. 

Los Screaming Trees tocarán por la tarde en el escenario principal, antes de que se dispute la final de la Eurocopa '92, pero la mánager de Screaming Trees le dice a Lanegan que Cobain quiere hablar urgentemente con él, que vaya a verlo a su camerino. Apenas da un paso dentro del camerino, tiene un mal presentimiento. Ve a Cobain tumbado en un sillón y cubierto con una manta, lidiando con el síndrome de abstinencia y recibiendo una inyección intravenosa de metadona. Cobain le dice que quiere que los Screaming Trees cierren el festival, que toquen por la noche, después de Nirvana; que la gente tiene que darse cuenta de lo geniales que son. Lanegan arguye en vano que está seguro de que los 50, 000 asistentes a Roskilde se sentirán decepcionados –Nirvana y Pearl Jam son las bandas más populares del momento– y que nadie se quedará a escuchar a Screaming Trees por la noche.

Cobain insiste: el público tiene que darse cuenta de lo geniales que son los Screaming Trees, tal y como a él mismo le ocurrió, muchos años antes de que Nirvana se volviera la banda más famosa en el mundo, cuando le pedía insistentemente a su amigo Dylan Carlson que invitara a Mark Lanegan a un concierto de Nirvana en Olympia y que le presentara a Mark Lanegan; le dice a Lanegan que está loco, que ellos no pueden rechazar esa oportunidad y que la gente los amará. 

Cuando la banda de Ellensburg sale esa noche al escenario principal, comienzan con “Shadows Of The Season” –la canción que abre Sweet Oblivion– y el micrófono de Lanegan no funciona. Un miembro del staff entra al escenario e intenta arreglar el problema, pero después de diez canciones, la situación no mejora y Lanegan desahoga su frustración con los monitores. Mientras la banda sigue tocando, varios miembros del staff lo rodean en el escenario y tratan de detenerlo.

Dieciocho años más tarde, en el Capítulo 8 de Sing Backwards And Weep, Lanegan se recuerda como un impertinente que había estado bebiendo todo el día con Mike McCready y con Van Conner, y describe este suceso*** como una parodia de las persecuciones entre Tom y Jerry: cada vez que él intentaba destruir los monitores, el staff se acercaba a él y él se ponía en guardia, preparado para recibirlos como un boxeador. 

La parodia de Tom y Jerry continúa en el escenario principal de Roskilde, mientras el resto de la banda destroza sus instrumentos para dar por concluida su actuación. Gary Lee y Barrett Martin abandonan el escenario. Los furiosos miembros del staff se alistan para inmovilizar a Mark Lanegan.

Krist Novoselic –el bajista de Nirvana– ha estado al pendiente de la situación a un costado del escenario. Cuando el staff se lanza en contra de Lanegan, él y Van Conner intervienen e impiden que Lanegan reciba una paliza. Debido a los destrozos ocasionados por Lanegan, los Screaming Trees serán vetados de todos los conciertos veraniegos que tenían agendados en Europa. 

Unas semanas más tarde, Nirvana encabezará el Reading Festival y Kurt Cobain abogará por los Screaming Trees: si los organizadores no aceptan de vuelta a los Screaming Trees, Nirvana no encabezará el Reading Festival. El staff del Reading Festival será el mismo staff de Roskilde. Los organizadores aceptarán la condición de Cobain, pero Lanegan tendrá que mantener un bajo perfil. 

Mark Lanegan –quien, además de haber sido cantante de los Screaming Trees (1984-2000) y de haber publicado unos cuantos libros de canciones y de poemas, ha colaborado con artistas como PJ Harvey, Duff McKagan, Josh Homme, Layne Staley, Kurt Cobain y Duke Garwood, entre otros–, refiere este tipo de anécdotas, a lo largo de 43 Capítulos, en Sing Backwards And Weep, su primer libro autobiográfico. 

El título del libro hace referencia a “Fix”, una de las canciones de la carrera solista de Lanegan, y no es un título aleatorio, no es un accidente, sino una advertencia de lo que el lector encontrará en las casi 400 páginas que lo conforman: estrellas de rock enganchadas a la heroína, peligrosos encuentros con narcotraficantes dispuestos a asesinar a sus deudores, un largo recuento de muertes por sobredosis, estrellas de rock como Nick Cave buscando drogas en departamentos de bajo perfil en Washington, Mike Starr en abstinencia y dispuesto a asesinar a Lanegan por unos gramos de heroína, Layne Staley paranoico y convencido de que su cuerpo está lleno de hormigas que quieren conquistar el mundo, búsquedas infernales de heroína –con síndrome de abstinencia y con Josh Homme como guardaespaldas– en barrios violentos, peleas con Liam Gallagher en los pasillos de festivales de música... 

Después de más de tres décadas de consumo de opiáceos, es probable que el contenido del libro no quede exento de la fragilidad de la memoria del autor. Hasta en este sentido, el mensaje de Sing Backwards And Weep es contundente: las drogas, al principio, te llevan al paraíso; al final, te abren la puerta del infierno.

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*Debido a la guerra de los Balcanes, la FIFA había expulsado a selección yugoslava de futbol de toda competencia internacional y, a última hora, la selección danesa había ocupado su lugar en la Eurocopa '92. 

**Mientras grababan el álbum, Michael Goldstein –el mánager de Pearl Jam– se hospedaba en un hotel de Nueva York. Bob Pfeifer –el mánager de los Screaming Trees– tuvo que obligar a Mark Lanegan a ir a ese hotel a entregarle personalmente un cassette con esta canción, pues Sony pensaba dejarlos fuera de la banda sonora. Irónicamente, a pesar del éxito de la película y de la banda sonora (y a pesar del éxito de la canción en la banda sonora), los Screaming Trees, a diferencia de Pearl Jam, Soundgarden y Mudhoney, bandas que también fueron incluidas en la banda sonora, nunca recibieron un cheque por las regalías.

***Este video, gracias a que Kim White, la mánager de la banda, grabó el concierto con una cámara de video, está disponible en You Tube.