viernes, abril 30, 2010

Esta semana fue mi examen de candidatura


Este mes ha sido uno de los más estresantes que he vivido. Apenas el miércoles pasado fue mi examen de candidatura. Este examen ocurre cuando estás a la mitad del posgrado. Hay dos oportunidades para hacerlo. Si no apruebas la primera vez, tienes una última oportunidad al siguiente año de tu primera oportunidad; si repruebas en tu segunda oportunidad, te expulsan del posgrado. 

Al inicio del semestre en el que te toca realizar tu examen de candidatura, tienes que proponerle a la coordinación de tu posgrado un comité con seis expertos en tu tema. 
El propósito del comité es evaluar tus conocimientos sobre tu proyecto de investigación. Preparas una presentación y ellos te evalúan como si se tratara de un examen profesional a puerta cerrada. Tienes que demostrarles que dominas tu tema, que conoces los antecedentes de tu proyecto de investigación y que has generado suficientes datos preliminares y que sabes cuáles herramientas estadísticas son las apropiadas para analizarlos y cómo interpretarlos.

En mi caso, todo resultó mucho mejor de lo que esperaba y aprobé el examen de candidatura en mi primera oportunidad. (Aun me falta publicar al menos un artículo como primer autor en una revista internacional avalada por el CONACyT, escribir la tesis y hacer mi examen de grado, pero esa será otra historia.)

Además de estar en el posgrado y de tomar clases de posgrado y de leer artículos sobre mi proyecto y de correr experimentos de mi proyecto y de analizar los datos de mi proyecto, doy clases de licenciatura en la Facultad de Psicología dos días por semana y tengo seminarios del grupo de investigación en el que estoy al menos tres veces por semana.

Durante este mes, también tuve varios ensayos para mi examen en el laboratorio y con otros grupos académicos (UAM-IztapalapaFacultad de Psicología de la UNAM), y también tuve que dedicarle muchas horas a los inagotables trámites burocráticos que realicé. 

Me llevó varios días agendar una fecha de examen en la que todos los sinodales coincidieran. Luego tuve que colectar sus firmas. Ya que algunos de ellos no están en la Ciudad Universitaria ni en la Ciudad de México, tuve que desplazarme a sus sitios de trabajo entre clases, seminarios y experimentos.

Una vez que tuve todos estos detalles claros, tuve que solicitar, con suficiente anticipación, el auditorio Octavio Rivero Serranoa la Jefatura del Departamento de Fisiología. 

En los momentos más difíciles de este mes –cuando los asistentes a alguno de los ensayos me apaleaban y me hacían sentir insignificante–, casi lo único que impedía que me rindiera –además, obviamente, del grado académico que obtendré cuando me titule y de la carrera académica que puedo desarrollar a partir de ese momento– era pensar en el mundial de futbol. Es una tontería, pero faltan menos de dos meses para que comience. 

Sabía que, cuando acabara esta tortura, podría relajarme y disfrutar de una cerveza y de un cigarrillo mientras veía el debut de la Selección Nacional en Johannesburgo.  

Conforme la fecha del examen se acercaba y conforme más ensayaba mi presentación, me sentía más ignorante y más ansioso. 

Sólo quería olvidarme de todos los demás compromisos que tengo y enfocarme exclusivamente en la preparación de mi examen de candidatura. 



Mi examen de candidatura fue al mediodía. 


Lo primero que hice el miércoles pasado fue sentarme en el comedor del departamento y encender un cigarrillo. Eran las cinco de la mañana. Me sentía tenso y cansado. Toda la noche me la había pasado en vela, pensando en el examen. 

Mi esposa estaba en el funeral de su abuelita. También me sentía mal por ella. 
Me sentía egoísta por no haberla acompañado al funeral. Ella es una gran mujer, quería mucho a su abuelita, y siempre ha estado conmigo en los buenos y en los malos momentos. 

Se suponía que me había quedado en el departamento para estudiar y para descansar, pero estaba tan estresado que la información que estudié a última hora ya no la comprendí en absoluto y tampoco pude dormir. 

Mientras fumaba, pensaba que al menos la tortura estaba por terminar. 

Mientras miraba las volutas de humo elevarse hacia el techo, pensé que reprobar el examen era una posibilidad y que entonces tendría una segunda oportunidad para hacerlo y que entonces tendría que volver a prepararme para el siguiente año y que entonces tendría que volver a pasar por todo el estrés del último mes.

No podía dejar de pensar que, si reprobaba esta primera vez y que si luego reprobaba una segunda vez, me expulsarían del posgrado. 

Empezaba a imaginar lo estresado que estaría en esa situación hipotética y empezaba a recordar algunos casos de alumnos que han reprobado dos veces sus exámenes de candidatura, cuando me di cuenta de que ya me había acabado el cigarrillo. 



A principios de febrero, fue mi primer ensayo del examen de candidatura en el laboratorio. 
Expuse mi proyecto de investigación en el seminario de los lunes por la mañana. Aún faltaban dos meses para el examen y mi tutor estaba de excelente humor. Tanto él como mis compañeros más avanzados fueron condescendientes conmigo.

Ese día incluso mi tutor suspendió el seminario de avances que tenemos todos los lunes –comienza a la hora de la comida y puede extenderse hasta las ocho o nueve de la noche– y nos invitó a comer a todos los integrantes del laboratorio. 

Nos llevó a un lugar que se llama El Rincón de La Lechuza.

Mientras llegaba la comida a la mesa, nos dijo que iba a ese lugar muy seguido cuando era estudiante de posgrado. También nos platicó algunas cosas que le pasaron en Estados Unidos cuando era posdoc. 

Se me ocurrió contarle que Eric Kandel me preguntó algo trivial en mi primer congreso de la SfN en Chicago, y él, después de dudar de la veracidad de mi anécdota, me dijo que eso podría ser una señal para que me dedicara por completo a las neurociencias. 

Ya le había contado que me gusta escribir y que he tomado varios talleres de creación literaria. Nunca me lo ha dicho explícitamente, pero sí ha insinuado que no le parece muy apropiado que ocupe mi tiempo en estas actividades.  

Fundación UNAM
La comida tardaba más de lo esperado y mi tutor continuó contándonos anécdotas. 

Nos dijo que cuando era posdoc tuvo muchos problemas para publicar y que estaba muy preocupado porque no estaba seguro de que lo quisieran contratar por un año más en el laboratorio donde hacía su estancia posdoctoral. 

También nos dijo que René Drucker, su tutor de posgrado (mi “abuelo académico”), había ido a visitarlo algunas veces a Estados Unidos y que él estaba desconcertado porque, en lugar de darle consejos o de decirle cosas reconfortantes respecto a su futuro académico, sólo le pedía que lo invitara a comer a lugares costosos.  

(Cuando volvió del posdoc, obtuvo el laboratorio en el que realizo mi investigación doctoral y desde entonces ha titulado a una treintena de estudiantes de licenciatura y de posgrado y ha publicado más de cincuenta artículos en revistas internacionales.)

Finalmente le aceptaron un paper cuando menos lo esperaba y quiso celebrarlo a lo grande y entonces fue a un centro comercial a comprar algo para beber. Según él, no había tenido una buena experiencia con el vino, pero quiso darle una segunda oportunidad. 

Mientras estaba frente a los estantes de vino y no se decidía por una botella, pensó lo siguiente:


“Si Dios en verdad existe y en verdad quiere que yo tome vino, me dará una señal.”  

En ese momento se le acercó una edecán y le ofreció un vino español. Él
 lo probó y le gustó, y así fue como le dio una segunda oportunidad al vino. (Tal vez, cuando acabó de degustar el vino español, creyó en Dios. Él suele decir que uno sólo cree en Dios cuando está en las trincheras.)

Luego nos contó algunas anécdotas de algunos personajes que conoció en el posdoctorado.  

Nos habló de un japonés que se puso muy mal en una cena de Navidad –alguien le quiso hacer una broma y le dio cerveza y le dijo que era otra cosa–, después de darle un sorbo a la cerveza.
Según mi tutor, nunca antes había visto a nadie que sufriera de ese modo los estragos de la ausencia de la alcohol deshidrogenasa. 

También nos habló de un yugoslavo que le había hablado maravillas de la carne de búfalo y que lo invitó en alguna ocasión a comer hamburguesas de carne de búfalo a su casa. 

Un día fue a su casa y allí estuvieron platicando un rato los dos. Luego se subieron al Jeep del yugoslavo y se fueron al lugar donde vendían la carne de búfalo.
Además de ellos dos, los acompañó la esposa del yugoslavo.

Cuando llegaron al lugar y ellos dos se bajaron del Jeep, el yugoslavo se le acercó misteriosamente y le dijo que no era necesario que los dos entraran a comprar la carne de búfalo. Le dijo que él solo entraría al lugar y le pidió que lo esperara en el Jeep con su esposa. También le preguntó si podía prestarle unos dólares para pagar la carne porque no llevaba efectivo. 

Mi tutor accedió y el yugoslavo se metió al lugar en el que vendían la carne de búfalo.
En eso, la esposa se bajó del Jeep y le preguntó a mi tutor qué había pasado.
Mi tutor le dijo lo que había pasado y la esposa se alarmó y le dijo que su esposo tenía problemas de adicción a las apuestas y que probablemente se había ido al casino. 

Los dos se metieron al lugar a buscar al esposo y no lo encontraron. 
Alguien les dijo que había salido por otra puerta. 

Mi tutor se quedó con las ganas de probar la carne de búfalo. Según él, el yugoslavo perdió su trabajo y perdió su casa y su mujer le pidió el divorcio –aparentemente ya habían tenido problemas por la adicción de su esposo a las apuestas– y él nunca lo volvió a ver.  

En ese momento llegó la comida. 



Conforme se acercaba la fecha de mi examen de candidatura y yo continuaba exponiendo mi proyecto de investigación en los seminarios de los lunes en el laboratorio, las preguntas –y el humor de mi tutor– se fueron haciendo más difíciles.

Hubo un periodo en el que exponía al menos una vez a la semana. Ya estaba harto.
Salía de esas presentaciones sintiéndome más ignorante, más estúpido y más inseguro. 

Cuando iba a otros grupos académicos, el resultado era el mismo. 


Una vez en la UAM Iztapalapa, una posdoc me hizo una pregunta en la que yo nunca había reparado. La pregunta era tan elemental para mi proyecto que me hizo sentir idiota. 

Aunque todo esto ya era suficientemente estresante, un día antes del examen tuve que darme tiempo para comprar bocadillos y bebidas para los sinodales. 

Saliendo del laboratorio, tuve que ir a Universum por una última firma de Drucker.
Él sería el presidente de mi comité de examen de candidatura. 

También aproveché para dejarle un recordatorio del examen. Es un hombre tan ocupado que nunca pude verlo personalmente, en ninguno de los trámites burocráticos que tuve que realizar. Como iba a ser el presidente de mi examen de candidatura, su presencia era indispensable.

De regreso a la casa, tuve que tomar el Metro Universidad y estuvo detenido como media hora entre esa estación y la estación de Copilco

Cuando finalmente avanzó y llegué a la estación Etiopía, tuve que pasar a una pastelería de El Globo a comprar los bocadillos y las bebidas que les ofrecería a mis sinodales y después tuve que llevármelas en transporte público y procurar que no se dañaran. 

Cuando llegué a la casa, guardé en el refrigerador todo lo que había comprado y traté de ponerme a estudiar, pero mi cabeza no daba para más. 


Tomada del muro de Facebook de Miryam Domínguez

Después de fumarme ese cigarrillo en ayunas a las cinco de la mañana del miércoles pasado, me metí a bañar. 

Me vi en el espejo. Me veía muy demacrado. Parecía que estaba en la lista de condenados a ir al paredón de fusilamiento y que no había dormido en varios días. 

Desayuné sin prestarle atención a los alimentos. 

Luego, volví a fumarme otro cigarrillo, me hice tonto algunas horas procurando leer artículos a última hora y salí del departamento rumbo a la Facultad de Medicina, cargando mi mochila con mi laptop y cargando todos los bocadillos y bebidas que había comprado para los sinodales.

Me sentía muy alterado. Sólo deseaba que el asunto terminara ya. 

Llegué al laboratorio como a las once y media. 
El recorrido no lo recuerdo. Fue como un sueño. 

Seguramente me bajé en la estación Copilco y de ahí caminé hasta la Facultad de Medicina y tuve que esperar el ascensor. Normalmente no lo hago, porque siempre hay mucha gente esperándolo, pero como el laboratorio está en el sexto piso del Edificio A y yo llevaba muchas cosas, probablemente lo tomé.

Cuando entré al laboratorio, de inmediato comencé a prepararlo todo: laptop, proyector, cables, señalador, pluma, actas de examen, café, bocadillos, agua...

Hice como diez viajes del laboratorio al auditorio Octavio Rivero Serrano, y viceversa. 

Todos los sinodales llegaron alrededor del mediodía, excepto René Drucker, que era el presidente. Se veían relajados y platicaban de cosas personales. 

Apenas llegó Drucker, todos guardaron silencio y comenzó el examen. 



Estaba muy nervioso.

No quería reprobar.

No dejaba de pensar que, si reprobaba el examen de candidatura, no sólo tendría que prepararme para el año siguiente y que pasaría otra vez por todo el estrés que había vivido en los últimos meses, sino que, además, podrían expulsarme del posgrado. 

(Durante todo el tiempo que me preparé para el examen, jamás consideré que mi primera oportunidad fuera una oportunidad de ensayo para reprobarlo.)

Mientras los sinodales se acomodaban en las butacas del auditorio, me acordé de la situación que había vivido uno de mis compañeros del laboratorio. 

Él había reprobado recientemente su examen de candidatura en su primera oportunidad y sólo le quedaba una última oportunidad para aprobarlo. Yo no quería estar en su lugar. 

Varias preguntas asaltaron mi cabeza. 

¿Cómo sería el estrés que estaría viviendo en esa situación hipotética, si apenas había podido lidiar durante un mes con el examen...?, ¿cómo lidiaría con mi última oportunidad...?

Además, ¿cómo lo tomaría nuestro tutor...? ¿En qué clase de infierno podría convertirse el laboratorio...?

Empecé a hablar. 
Casi desde el principio de mi exposición, los sinodales me interrumpieron para cuestionarme. 

La mayoría de los sinodales quedaron satisfechos con mis respuestas y con los datos que he generado –¿ya mencioné que tengo dos años en el posgrado, pero que ya tengo dos publicaciones como colaborador y que ya tengo suficientes datos para comenzar a escribir un manuscrito como primer autor?–, pero algunos de ellos comenzaron a hacerme preguntas extrañas.

René Drucker les dijo que ya había contestado lo que me habían preguntado y les pidió que no se pasaran de listos. 

Después de mi presentación tuve que salir del auditorio para que el comité deliberara. 
Alguno de los miembros del comité me llamó y volví al auditorio. 

Después de escuchar el veredicto unánime del comité y de sentirme libre de presiones y de descansar finalmente de tanta tensión, y después de recabar las firmas de los sinodales y de recoger los bocadillos y las bebidas que habían sobrado, volví al laboratorio a darle la noticia a mi tutor. 

Él me dijo que estaba seguro de que yo iba a aprobar y me felicitó. 
Me dijo que él sabía en quién confiar. 

Me sentía exhausto. Se me cerraban los párpados de cansancio. 

Le pedí a mi tutor que me dejara irme a mi casa –a algunos compañeros del laboratorio que estaban en la misma situación que yo, incluso les dio la oportunidad de ausentarse del laboratorio toda una semana, con tal de que aprobaran el examen–, y me dijo que estaba bien.

Cuando llegué al departamento, me quedé dormido y desperté hasta la noche.

Hoy me siento menos cansado y ahora sólo espero a que comience el mundial.  

miércoles, abril 28, 2010

Ya no tengo los nervios destrozados


Finalmente, hoy fue mi examen de candidatura.

Todo el mes prácticamente la pasé muy mal. Hasta desarrollé una especie de dermatitis psicosomática y tuve los nervios destrozados. 

Creo que cuando le cuento a alguien de mi familia -o algún conocido de mi familia- que estoy cursando un posgrado, jamás se imagina todo el estrés que involucra. 
No se trata sólo de sentarse a tomar una clase y de leer unos cuantos libros, como en la licenciatura. Todos los cursos son impartidos por expertos que tienen trabajando en el tema que exponen más de diez años. Todos los libros están en inglés y son muy especializados; para entenderlos, casi siempre, hay que conocer aspectos básicos que te toma comprender casi toda una licenciatura. 

La parte experimental es divertida -incluye cirugías, manipulación de animales, administración de fármacos, realización de técnicas de biología molecular-, pero absorbente.

A veces, los experimentos no resultan como esperabas o simplemente las técnicas no salen. Además de todo, hay que saber estadística para analizar los datos. 

Es horrible el estrés, y uno tiene que vivir con él a diario, casi todas las horas. Sobre todo si tienes un tutor exigente que no te deja tiempo libre más que para dormir y sobre todo si tienes un examen de candidatura.  

En los seminarios del laboratorio, expuse decenas de veces mi proyecto. 
La presión fue brutal en algún momento. Salía destrozado de los seminarios, sintiéndome un idiota. Apenas me enfocaba en aprender más sobre un tema en particular, cuando mis compañeros de laboratorio ya me estaban haciendo pedazos en otro seminario. Cada día que exponían me hacían ver que tenía muchas más deficiencias de las que creía. 

Temía no sólo exhibir mi ignorancia en el examen, sino hacer el ridículo. 

Siempre cabe la posibilidad de no recordar un dato preciso en el momento más inoportuno, pero además, a nivel personal, siempre me ha perseguido la costumbre de cometer un error en momentos clave -por ejemplo, cuando no entré al Doctorado en Psicología, o cuando me rechazaron en mi primer intento por ingresar al Doctorado en Ciencias Biomédicas-, y el examen no era la excepción. 

Ayer por la noche estuve ansioso, tratando de leer más, pero ya estaba saturado de información y simplemente me acosté en la cama, deseando que pasara ya todo el asunto del examen. No pude dormir bien. Tuve pesadillas. 

Lo que más me preocupaba era no aprobar, porque estaba seguro de que se me haría muy pesado tener que presentar el examen dentro de un año, sin oportunidad para fallar, por segunda -y última- vez.

Hoy, antes de irme al examen, me quedé solo en la casa. 
Chinaski estaba en el funeral de su abuela, y ni siquiera pude acompañarla. 

El examen era al mediodía.
Desayuné algo que no me supo a nada y después me senté en la sala, a fumarme un cigarrillo -aunque tenía colitis- y me lo acabé. 
Después me fumé otro, y luego otro. 

Estaba sumamente ansioso y no podía evitar ponerme a pensar en todas las ocasiones que había fallado en momentos clave. Cuando casi me acabé la cajetilla de cigarrillos, me pregunté si realmente necesitaba esa clase de ansiedad en mi vida. 

Es mejor que no tener emociones fuertes jamás. 

En el examen me fue bien y lo aprobé. Estaban todos los integrantes del comité. 
René Drucker fue el primero en preguntar y pareció satisfecho con mis respuestas.

En general, al comité le gustó que además de dominar mi proyecto, tuviera suficientes datos y que me faltara poco tiempo para escribir un manuscrito con los resultados.

Al primero que vi después del examen fue a mi tutor, y él me preguntó cómo me había ido.
Le dije que había aprobado y él me felicitó y me dijo que sabía en quién podía confiar. 
Le pregunté si podía irme a mi casa porque no había dormido -ya no le pareció tan agradable- pero de todas formas me dijo que estaba bien. 

Estuve tan presionado que no había pensado que falta un mes para que comience el mundial de Sudáfrica 2010

Ahora sí ya puedo disfrutar.