martes, septiembre 05, 2023

Tengo fotofobia, déjame en paz

Es 14 de agosto. Es lunes. Y pasé una muy mala noche. 

Ya no recuerdo si anoche o si otra noche fue cuando tuve 'una discusión' con un fulano en Facebook, un tipo que tiene una edad mental de preescolar, un tipo que es famoso en redes sociales –¡Tengo varios miles de seguidores!, me escribió y dio por zanjada 'la discusión', como si, eso, tener miles de seguidores en redes sociales, fuera mi máxima meta en la vida– porque sube fotografías de Kurt Cobain y plagia todo lo que lee sobre el líder de Nirvana en libros y en entrevistas, y lo comparte en sus redes sociales como si él fuera el autor intelectual de esos temas. Si le preguntas por sus fuentes, se encabrona, trata de ridiculizarte, te dice 'para que te eduques' o 'tú puedes buscar la fuente', y es algo que, simplemente, no tolero. Tal vez se debe a mi profesión, o tal vez no, pero, para mí, el conocimiento no debe ser un secreto, debes facilitarle a la gente el acceso al conocimiento, ya sea sobre temas especializados en neurociencias o ya sea sobre cultura pop.

Ya no recuerdo si anoche o si otra noche tuve esta discusión, o si, como me ocurre dos de cada tres noches, en lugar de estar pensando en que ese tipo es exactamente la clase de fan que Cobain corría de sus conciertos, cuando Nirvana era la banda más famosa del mundo, estuve pensando en la incertidumbre de mi futuro, y si, por eso, no pude conciliar el sueño. 

Estoy aturdido. Siento que un boxeador me tiró un uppercut

Miro el reloj en la mesita de noche. Ya van a dar las seis de la mañana, y tengo la impresión de que no he pegado los párpados en toda la noche. Ya siento que mi día será difícil, que estaré menos ágil mentalmente que de costumbre, que me dolerá la cabeza, que andaré como zombie por la universidad, que me dolerán las extremidades como si hubiera corrido toda la noche sin descanso. Tengo seminario a las diez de la mañana, creo que la expositora de hoy nos hablará sobre un proyecto que parece un proyecto de Jacobo Grinberg, y debo levantarme ya. 

Apenas pongo un pie en el suelo, me siento extrañamente angustiado. No sé por qué. Estoy paranoico.

Enciendo mi teléfono celular. 

Al cabo de unos instantes, recibo decenas de notificaciones de WhatsApp. Parece que alguien ha estado buscándome con insistencia. Me pregunto qué pasa, quién, o quiénes, ha(n) querido comunicarse conmigo a esta hora, insistentemente. Estoy un poco paranoico. Casi nadie me manda mensajes por Whats, nunca nadie satura mi Whats con mensajes, excepto si se tratan de malas noticias. 

Tengo un vago recuerdo de las malas noticias que he recibido en el año por WhatsApp –la muerte del último de mis abuelos, el accidente que sufrieron mi cuñada y mi suegro, el conductor impertinente que se estrelló contra un poste de luz, el concurso de oposición que ya no fue publicado, la gatita de mis papás que enfermó repentinamente y que murió...–, y es imposible no pensar en que, en esta ocasión, no será distinto.

Comienzo a pensar en todas las posibilidades que hay. Me pregunto si, de algún modo, la mala noche que pasé y la forma en que me siento, son un presagio de lo que voy a descubrir en cuanto revise mi teléfono.

Tomo el teléfono. 

Tengo alrededor de treinta mensajes de WhatsApp. 

Alguien, a quien no conozco, me ha agregado a un chat. La fotografía del perfil del chat es de un colega que hace mucho tiempo que no veo pero que conocí hace como quince años, cuando estaba en el doctorado y asistíamos, cada año, a los congresos, a los diplomados y a los coloquios de la Sociedad Mexicana de Medicina del Sueño. A ese colega, luego, cuando estaba en el posdoc, lo traté más cercanamente. Entonces, él era profesor visitante en el Departamento al que yo estaba adscrito. Al final del posdoc, cuando él tenía una plaza de Profesor Asociado, fuimos juntos a comer algunas veces, otras veces él me invitó a dar algunas pláticas sobre marihuanas endógenas y mecanismos cerebrales del sueño a sus grupos.

También recuerdo una vez que llegué a la universidad con lentes de sol –como siempre lo hago; las gafas de sol y yo tenemos una relación simbiótica– y que me lo encontré en un pasillo y que él me preguntó ¿Dónde perdiste la playa?, y él sólo intentaba ser cordial, no lo dijo para fastidiarme, simplemente, él era de otra generación diferente a la mía, una generación en la que, quizá, sólo los Beatles o los Stones usaban gafas de sol, pero me cayó muy mal, y le sonreí pero le dije Tengo fotofobia, déjame en paz, aunque eso no era cierto, aunque, simplemente, me gusta usar gafas de sol, pero, entonces, estaba recuperándome de una cirugía, no había cumplido ni un mes de haber pasado por el quirófano, y todo me daba náuseas, tenía ataques de ansiedad constantemente, no podía comer más que dos o tres cosas, y era más intolerante que de costumbre. 

Estoy más paranoico que al principio del día, más paranoico que cualquier otro lunes, no sé de qué se tratan esos mensajes de WhatsApp, no sé de qué se trata ese chat, pero estoy seguro de que son MALAS NOTICIAS, y odio este lunes, no me gusta sentirme así, pero la verdad es que, quién sabe por qué, desde hace varios años, me siento así todos los lunes, no encuentro mi lugar en el mundo, quisiera ser libre y vivir libre y decentemente haciendo lo que me gusta hacer, sin estar cazando trabajos temporales, sin tener que empezar de cero, una y otra vez, nunca más. 

Sólo leo dos o tres mensajes del chat en WhatsApp, y me entero que mi colega murió por la noche, tal vez cuando yo daba vueltas en la cama, repasando en mi mente ese conflicto sin sentido con el tipo 'que vive su sueño en redes sociales' –el emisario de las fotografías de Kurt Cobain–, o cuando, tal vez, estaba torturándome, pensando en que, como me ocurre cada dos de tres noches, debo darle un giro de 180º a mi vida, en que nunca voy a tener el trabajo de mis sueños en la academia, en que debo dejar la carrera, en que debo bajarme del barco.

En el último de los dos o tres mensajes que leo, me entero de que mi colega tenía varios meses pasando por quimioterapias, y me pregunto cuándo lo vi por última vez –¿en el 2019...?, ¿en el funeral de ese otro colega que él y yo teníamos en común...?–, y ya no quiero pensar en nada más. 

Trato de tomar perspectiva de mis problemas: no tengo ningún problema, todo es una invención de mi mente. Pero no dejo de pensar en aquella vez en la que él me preguntó ¿Dónde perdiste la playa?, y en que debí quedarme callado y no decirle Tengo fotofobia, déjame en paz.