domingo, diciembre 24, 2006

Misteriosas caminatas a lo largo del desierto de Arizona



A veces quisiera creer en los nahuales.

A veces quisiera creer que existe una especie de tercer ojo, o un nivel de consciencia en el que no importa el mundo tal y como lo conocemos.

A veces me gusta pensar que cuando recibo un fuerte golpe en la cabeza, ese tercer ojo se abre y que entonces puedo acceder brevemente a otro nivel de consciencia. 

A veces me gusta pensar que durante algunos segundos, puedo escucharme a mí mismo desde mis vísceras y que al mismo tiempo yazco en el fondo de una piscina y que todos los sonidos provienen del exterior.

A veces me pregunto si todos mis sentidos son líquidos y si Carlos Castaneda envejeció drásticamente en una conferencia en Ciudad Universitaria mientras hablaba de los viejos tiempos en los que se columpiaba de los árboles o se transformaba en cuervo y huía de las brujas que querían acabar con él.

A veces me pregunto si en realidad todos los niños sabíamos qué clase de adultos seríamos cuando creciéramos y si los ángeles nos pusieron un dedo entre los labios para que guardáramos silencio y si la marca que nos dejó ese contacto entre la nariz y los labios es un vestigio de ese acuerdo. 

A veces me emociona la llegada de la Navidad y me pongo a pensar en estas cosas.

jueves, noviembre 23, 2006

Un electricista hallaría tu cadáver



Courtney le pidió a Erlandson que los filmara mientras los dos salían de la ducha. 


Kurt se sintió incómodo, pero le siguió la corriente: se puso una bata y comenzó a afeitarse y a imitar a Chris Cornell, mientras su esposa le suplicaba que se dejara el bigote por unos días.

Cuando Erlandson apagó la cámara de video, Kurt dejó de cantar.
Su semblante cambió súbitamente, como en la toma que cierra el video con el que MTV catapultó a su banda al estrellato.  

Arrojó el rastrillo contra el lavabo, salió del baño y encendió un cigarrillo. 

Mientras su esposa y Erlandson bromeaban, le dio una chupada al cigarrillo y los miró. Se preguntó cómo había llegado a aceptarlo. Nunca había estado de acuerdo con que el ex de su esposa conviviera con ellos, hasta el punto en el que pudiera filmarlos en la intimidad. 

Sin embargo era algo común. 

Ella le preguntó cuánto dinero podían gastar esa noche.


Él guardó silenci
o y dejó escapar el humo del cigarrillo por la nariz.


En los últimos meses había pensado seriamente en alejarse de las drogas y de los escenarios y en darse un tiempo para comenzar a trabajar en su carrera solista. 

Anhelaba ser como Neil Young

Su esposa no ayudaba mucho. 
Su presencia estaba ligada a las drogas y a los reflectores. 
  
Necesitaba alejarse de ella.  

Courtney lo había presionado para que no renunciara a que su banda encabezara Lollapalooza.

Courtney había esparcido el rumor de su intento de suicidio en Roma. 

Courtney lo había denunciado ante la policía, cuando él le había expuesto sus planes de alejarse de la música.

La policía le había confiscado todas sus armas de fuego y lo había culpado de violencia doméstica.

La prensa y sus admiradores creían que él era un drogadicto y un suicida.

Su compañía disquera sólo quería que grabara otro álbum de estudio lo más pronto posible.  

Estaba harto de hacer lo que todos esperaban que hiciera.


Estrujó el cigarrillo contra un cenicero atestado de colillas y les dijo a Erlandson y a su esposa que se quedaría el resto de la tarde encerrado, pensando en su futuro. 

Les pidió que lo dejaran solo. 

Tres meses más tarde –el viernes 8 de abril de 1994–, un electricista que su esposa había contratado para que instalara un sistema de seguridad en su casa de Lake Washington, encontraría su cadáver en el invernadero. 

Su cuerpo estaba en tal estado de descomposición que los forenses calcularon que tenía tres días muerto.

El sábado, la policía de Seattle declararía que se había tratado de un suicidio y cerraría el caso. 


La Señorita Cat Power


Todas los días, uno de mis hermanos -acaba de entrar a la preparatoria y tiene casi 10 años menos que yo- escucha The Greatest o You Are Free.

Son álbumes sensacionales -en uno de ellos colaboran Eddie Vedder y Dave Grohl-, pero la frecuencia con la que los escucho involuntariamente, está provocando que ya no soporte la música de Cat Power.

Los amigos de mi hermano vienen ocasionalmente los fines de semana a la casa y escuchan a Cat Power todo el día. En verdad les gusta. Uno de ellos tiene el setlist que Cat Power arrojó al público en un concierto que ofreció en el DF en septiembre, y me dijo que ella se quejaba constantemente del sonido en el Antiguo Edificio Nacional Nafinsa y que abandonaba constantemente el escenario.




A mi hermano le molestó mucho esa actitud, pero eso no hizo que él dejara de escuchar su música.  

Ya me sé de memoria todas las canciones de esos álbumes. 
Estoy en un periodo desagradable -recién graduado, desempleado, apático- y temo que me costará mucho trabajo escuchar a Cat Power sin prejuicios. 

Pero algún día, espero cambiar de parecer. 

martes, octubre 24, 2006

Conocí a Jenny Bombo en un concierto de Sonic Youth


Prácticamente toda la licenciatura escuché a Sonic Youth –desde los primeros días de la carrera, cuando compré mi primer cassette de Confusion Is Sex en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras, hasta los últimos semestres, cuando iba a tomar alguna clase al Instituto de Fisiología Celular y escuchaba A Thousand Leaves y Murray Street–, pero no recuerdo cuándo me enteré que la banda neoyorquina de noise rock vendría por primera vez a la Ciudad de México. 

Lo que sí recuerdo es que unas semanas antes del concierto, finalmente, después de estar varios años –incluyendo vacaciones, una que otra Navidad y uno que otro Año Nuevo– trabajando en mi tesis de licenciatura (aunque no te paguen ni tengas aguinaldo, prestaciones y cosas así, ¡es un trabajo!), había hecho mi examen de grado. Con mi título universitario –licenciado en psicología por la UNAM– acababa de ingresar al selecto grupo de los tres integrantes de mi numerosa familia en terminar una licenciatura. En otras circunstancias, el concierto de Sonic Youth en El Circo Volador debió ser la mejor noticia que pude haber recibido y debió ser un gran acontecimiento para celebrar mi titulación, pero no fue (exactamente) así.

No quería dedicarme el resto de mi vida a realizar investigación básica en psicología experimental, poniendo a prueba sofisticados protocolos en cajas de Skinner (para evaluar subitizing y estimación temporal), ni terminar en un consultorio dando terapia o en una empresa aplicando pruebas psicométricas, y aún no me había hecho a la idea de que Raquel ya estuviera saliendo con alguien más. 

Todo había cambiado abruptamente en los días en los que había estado realizando los trámites para el examen de grado –sospecho que, para entonces, ella ya tenía al menos un mes saliendo con Tony, y que, simplemente, nunca se atrevió a decírmelo–, y era obvio que su relación no se trataba de una relación pasajera; más bien, yo no quería aceptarlo. En diciembre –más o menos el día de mi cumpleaños–, los dos se irían a vivir a la playa, y en febrero –precisamente cuando me encontrara tratando de disfrutar mi primer curso de psicología como profesor de asignatura en la universidad privada más conocida de Santa Fe– ya se habrían casado (a escondidas, con sus amigos de la playa como invitados) y ella estaría esperando un bebé suyo. 

La música de Sonic Youth no había sido el soundtrack de nuestra relación, ni nada similar, pero Raquel me había regalado algunos de sus álbumes –Goo, Experimental Jet Set, Trash And No Star, A Thousand Leaves Screaming Fields Of Sonic Love– o me había acompañado a comprar otros más –Confusion Is SexDaydream Nation, Sister, Dirty NYC Ghosts & Flowers– al Mix Up (de Perisur, de Cuicuilco o de Plaza Universidad), o al Tianguis del Chopo, y era inevitable escucharlos sin pensar en ella. 

Como ya dije, no recuerdo cuándo me enteré del concierto, pero estoy seguro de que debió de ser con varios meses de anticipación y que debí de haber dado por hecho que los dos iríamos juntos al concierto y que entonces debió de tomarme por sorpresa que Raquel tuviera otros planes: que ella, que Tony y que los amigos de Tony, irían por su cuenta (y el 21 de octubre del 2004, llegarían tardísimo al Circo Volador y acabarían sentados en las butacas, escuchando el concierto como si se tratara de un concierto de la Orquesta Filarmónica de la UNAM.) 


Invité a mi hermano al concierto (a él también le gusta Sonic Youth, y es el baterista en Nos Llamamos) y traté de olvidar el asunto, pero toda la música que escuchaba me hacía pensar en Raquel y entonces quería llamarla por teléfono y convencerla de ir al concierto conmigo. 

Para resistirme a la tentación de buscarla, tuve que concentrarme en recordar cómo era mi vida antes de conocerla, cuando estaba en la prepa y acababa de salir a la venta Washing Machine y me reunía algunas veces en la casa de Núñez con su banda (de perdedores) de punk –se suponía que yo tocaría la guitarra con ellos– y, después de escuchar cómo estropeaban “Sappy” o “About A Girl” o “Aneurysm” por enésima ocasión –un tipo alto y enloquecido por Marilyn Manson y que parecía adicto al crack, tocaba la batería; Núñez, con su indumentaria punk rocker que incluía su corte de pelo estilo Dave Grohl 1990, con todo y algunos mechones teñidos de rubio, su vieja playera de Trompe Le Monde, sus jeans raídos y sucios y sus Vans color vino, tocaba el bajo; y el primo de Núñez, sin ninguna seña muy particular, excepto su desafinada voz, tocaba una vieja Flying V–, los acompañaba a la sala, que estaba llena de vinilos de The Doors y de pósters de El Rey Lagarto, y nos sentábamos frente al televisor a ver MTV. 

Casi siempre allí estaba Pamela –la hermana menor de Núñez, que seguramente se llamaba así porque su papá era fan de Jim Morrison– y casi siempre me sentaba junto a ella y los dos nos poníamos a platicar sobre música; y una tarde en la que Ruth Infarinato anunció el primer sencillo de ese álbum –“Little Trouble Girl”–, Pamela y yo lo vimos juntos por primera vez y no nos gustó para nada la atmósfera extraterrestre y mortecina, como de psiquiátrico, del video, y nos extrañó que Kim Deal apareciera sentada en un sillón con Kim Gordon, y luego, después de compartir impresiones, durante algunos segundos –¡nos habíamos quedado solos en la sala!–, guardamos silencio y nos miramos y ella se acarició tímidamente su cabellera teñida de azul metálico y se mordió los labios un poco y suspiró y sentí la tibieza de su respiración y estuvimos a punto de besarnos, pero, justo en ese instante, volvieron a la sala Núñez, el primo de Núñez y el fanático de Manson, y ya no pasó nada entre Pamela y yo y durante muchos días estuve pensando en invitarla a salir a algún lugar, pero su hermano y yo nos pelearíamos en una fiesta unas semanas más tarde (¡él decía que los Pixies estaban sobrevalorados!) y jamás volvería a ir a su casa.

Me preguntaba qué sería de Pamela –la última vez que supe de ella, supuestamente vivía en Tijuana y era madre soltera de una niña de tres años– y pensé en buscarla, pero lo analicé mejor y la idea me pareció estúpida, y opté por tomar las cosas con entusiasmo e imaginar que podría conocer en el concierto (o en cualquier lugar inesperado) a otra mujer que fuera mucho más afín a mí que Pamela y que Raquel, y que ya tendríamos la oportunidad de asistir a algún concierto juntos y que probablemente fumaríamos algunas drogas que nos gustaran y que nos emborracharíamos y que nos miraríamos a los ojos tal y como nos habíamos mirado Pamela y yo en aquella sala llena de memorabilia de Jim Morrison –o tal y como lo hacían los protagonistas del video de “Dirty Boots”, mientras Sonic Youth tocaba–, y que compartiríamos gustos musicales y que hablaríamos de Thurston Moore y de Lee Ranaldo aporreando sus Jazzmaster contra un par de amplificadores Marshall, o de Steve Shelley y de Kim Gordon acompañándolos con el compás del hi hat o con las líneas del bajo en algún trance musical incendiado por el feedback

Al terminar de reparar en estos distantes recuerdos con Pamela y con Ruth Infarinato, o cuando acababa la canción o el álbum que estuviera escuchando, y la pausa de silencio entre una canción y otra, o entre un álbum y otro, parecía durar un siglo, dejaba de divagar y pensaba en que jamás lograría olvidar a Raquel.

Todo me remontaba a ella: incluso la copia de Sonic Nurse –el álbum de estudio más reciente de Sonic Youth que los traería de gira a México y que solía escuchar en los días previos al concierto–, me lo había regalado Tony. (Independientemente de que él tuviera una relación con Raquel, o de que aparentara ser un buen tipo conmigo –precisamente porque sabía que Raquel y yo habíamos tenido una relación de casi cinco años y precisamente porque quizá ella le había pedido que fuera amable conmigo–, me caía bien.) 

La banda de Nueva York estaba de gira por Estados Unidos y vendría a México después de tocar en Misuri y en Carolina del Norte. Sonic Nurse era un álbum un poco diferente a sus primeros álbumes. Tenía pocas canciones ruidosas –al estilo de “Kill Your Idols”, “White Cross” y “Silver Rocket”–, tenía unas cuantas canciones con improvisaciones atmosféricas –como “I Love Her All The Time”, “The Sprawl”, “Schizophrenia” y “The Diamond Sea”– y tenía algunas canciones con cierto aire de rebeldía política –como “'Cross The Breeze”, “Pacific Coast Highway” y “Youth Against Fascism”–, pero tenía, sobre todo, un sonido “más limpio”, con estructuras de canciones más convencionales, y, según la revista de rock que leía una y otra vez en esos días, además Sonic Nurse formaba parte de una trilogía sobre la Ciudad de Nueva York, completada por Murray Street y por NYC Ghosts & Flowers. Las canciones que más me gustaban eran “Pattern Recognition”, “Dripping Dream”, “Stones”, “Dude Ranch Nurse”, “New Hampshire”, “Paper Cup Exit” y “I Love You Golden Blue”. (¡Casi todas!)

Algunas tardes también veía el VHS de The Year That Punk BrokeCuando quería volver a sentirme aturdido por la ausencia de Raquel, ponía el disco tributo a Los Carpenters y escuchaba “Superstar”, que, invariablemente, me llevaba a recordar la primera pelea que tuvimos. Recordaba cada segundo de esa pelea y pensaba que en ese momento debimos dar por concluida nuestra relación para siempre –en ese momento descubrí algo que odié de Raquel–, pero nos reconciliamos y después hubo más peleas –cada vez más terribles– y más reconciliaciones –cada vez más vergonzosas–, y estuvimos así hasta que ella, afortunadamente, conoció a Tony y se enamoró de él. 


Llegó el día del concierto y mi hermano y yo llegamos temprano al Circo Volador. Había tan poca gente, formada en una pequeña fila que avanzaba rápidamente, que creí que el concierto había sido cancelado a última hora y que nos encontrábamos en un evento distinto. También habían algunos vendedores ambulantes con playeras y con tazas del concierto. Entramos al Circo y nos compramos unas cervezas. Era un jueves, y ya había treinta o cuarenta personas frente al escenario y nos sentamos en el suelo, lo más cerca que pudimos del escenario. No sabíamos que Las Ultrasónicas abrirían el concierto, pero nos enteramos mientras nos tomábamos las cervezas y escuchábamos conversaciones de desconocidos. Al poco rato, después de dos o tres cervezas, tuve que ir al baño y allí me encontré 
a unos fans de Sonic Youth. Estaban borrachos y fumaban mota. Uno de ellos estaba tan feliz que parecía que la felicidad le reventaría los globos oculares, y hablaba apasionadamente de cada uno de los productores de cada uno de los álbumes de Sonic Youth. El otro sujeto estaba más tranquilo –quizá estaba embotado por el consumo de tantos enervantes–, y hablaba sobre la época underground de Sonic Youth, antes de que firmaran contrato con DGC, y de cómo habían sido una pieza clave para que Nirvana dejara SubPop y también firmara contrato con DGC. 

Los tipos se escuchaban como los amigos de Tony. No los conocía muy bien. Sólo habíamos coincidido en algunas fiestas, pero esas fiestas me habían bastado para saber tres cosas de ellos: que tenían vidas más fáciles que la mía, que no sabían nada de mí y que no les interesaba saber nada de mí. Vivíamos en mundos totalmente distintos. Mientras yo tenía que ahorrar dinero para comprar un par de boletos baratos y asistir a uno que otro concierto, ellos siempre estaban en las primeras filas de todos los conciertos. 

(Ellos también fumaban mota y se emborrachaban y asistían a conciertos de rock bajo el influjo de las drogas y les gustaba platicar sobre esas experiencias.)

Tuve la corazonada de que, si me quedaba más de lo necesario en el baño, tendría la mala suerte de encontrármelos allí –era lo que menos deseaba que ocurriera–, así que me apresuré y regresé a donde estaba mi hermano. 

                                               
Poco a poco se fue llenando El Circo Volador. Alrededor de las ocho de la noche y después de haberme tomado varias cervezas, salieron al escenario Las Ultrasónicas y mi hermano y yo nos pusimos de pie. El olor de la marihuana quemada, y de un sinfín de cigarrillos, era sofocante, y hacía mucho calor. No sé quién invitaría a Las Ultrasónicas a abrir el concierto –tal vez Kim Gordon–, pero la audiencia estaba impaciente por escuchar a Sonic Youth y las recibió con abucheos y con mentadas de madre y les arrojó varios vasos de cerveza. La cantante devolvió algunos insultos, y se prepararon para tocar.    

Al fondo del escenario vi a la baterista sentarse detrás de las tarolas y del bombo, medio acomodar uno de los platillos y juguetear con las baquetas. Me dio la impresión de que estaba un poco nerviosa (¡imagínate abrir el primer concierto de Sonic Youth en México!), pero, al cabo de un par de canciones, en las cuales la audiencia más o menos se tranquilizó, ya se veía concentrada y le pegaba con mucho ímpetu a las tarolas. Le pregunté a mi hermano si la conocía y me dijo que era Jenny Bombo. Jenny también hacía los coros en algunas canciones y, entre una canción y otra, se daba tiempo para darle jalones a un inhalador de los que usan los asmáticos. 

Tanto alcohol consumido me puso optimista y me hizo perder el juicio y se me ocurrió que tal vez no sería tan difícil conocer a Jenny Bombo. Creí que tal vez mi hermano la había visto en alguno de los bares en los que había tocado y que podía presentármela. Mientras sonaba un coro que decía “vente en mi boca”, esa posibilidad me pareció fabulosa.

Entonces le pregunté a mi hermano si él conocía a Jenny Bombo y me dijo que Nos Llamamos ya había tocado en algunos lugares con Las Ultrasónicas –que incluso ellas los habían querido “novatear”–, pero que no la había tratado de manera muy personal.

Después de unos veinte o treinta minutos de insultos y de abucheos, ellas se despidieron con “I Wanna Be Your Dog” –el cover de Iggy Pop que Sonic Youth toca en Confusion Is Sex– y se bajaron del escenario. 

Le di otro sorbo a otra cerveza y probablemente volví al baño y en el camino probablemente continué sintiéndome optimista ante la posibilidad de conocer a Jenny Bombo en persona y probablemente ni siquiera reparé en el hecho de que, después de varias semanas, no había pensado un solo segundo en Raquel. 


Como a las nueve de la noche, las luces de El Circo Volador se apagaron y el público enloqueció y Kim Gordon salió al escenario y luego la siguieron Lee Ranaldo y Thurston Moore; después, aparecieron Jim O' Rourke –los acompañaba como tercer guitarrista o como bajista de apoyo– y Steve Shelley. 

Sonic Youth saludó al público y de inmediato tocaron “I Love You Golden Blue” y “Pattern Recognition” –según la misma revista que leía una y otra vez en esos días, esta canción está inspirada en la novela de ciencia ficción de William Gibson, publicada apenas en el 2003– y continuaron con cuatro o cinco canciones de Sonic Nurse, antes de tocar “100%”. Luego tocaron más canciones de otros álbumes –“Eric's Trip”, “Mote”, “Kool Thing”– y dejaron el escenario, y volvieron para tocar Teenage Riot” y “Brother James” en el primer encore de la noche, y luego volvieron a dejar el escenario y regresaron una vez más para cerrar con “Schizophrenia” y con una larga improvisación de feedback –Thurston y Lee dejaron sus guitarras Jazzmaster conectadas, junto a un par de amplificadores– después de “Expressway To Your Skull”Kim Gordon tal vez tenía algún problema de salud, pues estuvo desapareciendo del escenario entre una canción y otra. 

El concierto duró casi una hora y media. Hubiera querido escuchar “Wish Fulfillment”, “I Love Her All The Time” y “Sunday”

Cuando las luces ya estaban encendidas y la mayoría de la gente ya había abandonado El Circo Volador, mi hermano y yo seguíamos allí –tal vez platicábamos sobre las impresiones del concierto, o sólo esperábamos a que no hubiera tanta gente a la salida–, y Lee Ranaldo y Thurston Moore de pronto regresaron al escenario y se pusieron a guardar sus pedales en cajas y a recoger y a enrollar sus cables, y mi hermano y yo nos miramos –tal vez no se nos había ocurrido que hicieran eso al final de sus conciertos– y, al menos a mí, me pareció que esa acción tan simple (y libre de falsas pretensiones) reflejaba el espíritu “do it by yourself” que no sólo influenció a tantas y tantas bandas de principios de los noventa, sino que convirtió a Sonic Youth en una de las primeras bandas que firmó con una compañía discográfica trasnacional sin renunciar a la libertad de hacer lo que les diera la gana.

A principios de noviembre, Nos Llamamos y Las Ultrasónicas tocaron en El Alicia, y allí volví a ver a Jenny Bombo. Era un evento de Halloween y llovía y yo me fumaba un cigarrillo mientras ella se bajaba de un taxi, vestida como La Mujer Maravilla. La acompañaba un hombre que la ayudó a sacar algunas piezas de la batería de la cajuela del taxi.

Jenny y el hombre se quedaron a unos metros de mí y se pusieron a fumar. Cuando se acabaron sus cigarrillos, él se marchó en el taxi y ella se quedó unos segundos sola, y me gustaría decir que me acerqué y que me presenté y que le dije que la había visto en el concierto de Sonic Youth, pero temí parecer un idiota y sólo me concentré en escuchar los latidos de mi corazón acelerado y sólo la vi de la misma forma en la que veía a la chica que me gustaba en la secundaria cuando me la encontraba en el patio de la escuela y no me atrevía a hablarle –¡no me moví de mi lugar!–, y escribí todo esto.* 



*    *     *     *

*Jenny Bombo encontró este relato y lo leyó y lo comentó y me preguntó si podía compartirlo en sus redes sociales, y le dije que sí y no dejo de preguntarme cuántas cosas habrían cambiado (en este relato), si yo le hubiera hablado aquella noche de Halloween.
 

¿Puedes vivir de la escritura?


Debería irme a dormir, pero salgo al balcón a fumarme un cigarrillo.

He estado intentando escribir toda la madrugada. Faltan pocos minutos para que den las 5 de la mañana, y no he podido terminar un solo párrafo. 

Aún no me adapto a escribir en un blog. No tengo claro cuál es el propósito de tenerlo, ni qué quiero escribir en él. He visitado otros blogs y he notado que muchos visitantes dejan cualquier comentario sólo para que les devuelvan la visita. 

He notado que muchos bloggers presumen cosas que evidentemente no son. 
Algunos dicen ser trotamundos -aunque sólo son burgueses que viven en la playa con el dinero de sus papás-, o drogadictos -que en realidad sólo han fumado marihuana un par de veces- o que toda su vida han escrito, pero que todo lo escriben con faltas de ortografía. 

Nunca he soportado a la gente que se cree auténtica y especial, y que lo único que hace es que nadie crea en la autenticidad. Los veo como unos ladrones. Siento que me quitan el aire. 


Yo escribo desde niño. También jugaba y veía caricaturas, como cualquier otro niño, pero disfrutaba escribir historias. Leía muchos cuentos y eso estimulaba mi imaginación. 

Recuerdo estar escribiendo en mi recámara -incluso antes de entrar a la primaria-, sentado en la alfombra, mientras mis papás dormían y todo estaba silencioso en el departamento y yo sentía cómo fluían las ideas en mi cerebro. 

También recuerdo haber sentido que una idea me perseguía varios días y que no me dejaba en paz. Recuerdo que mientras mis compañeros de la primaria me contaban sobre los juguetes que sus papás les habían comprado, yo sólo pensaba cómo plasmar esa idea en un texto y cómo lograba sentirme aliviado cuando lo conseguía. 

Estoy exhausto. No he comido desde la tarde de ayer.

Cuando comencé a escribir este blog, estaba convencido de transcribir en él algunos de mis textos más personales. Ahora no estoy tan seguro. Creo que improvisaré, que simplemente escribiré lo que se me vaya ocurriendo mientras estoy frente a la computadora. 

De todas formas, haga lo que haga, tampoco estoy tan seguro de que alguien -aparte de mí- lea este blog. 

(¿Qué sentido tiene escribir, para leerte tú mismo?)


Durante los últimos 5 años he leído exclusivamente textos científicos, tuve una relación absorbente y todo lo que escribí es un asco. Sólo escribía sobre cosas como las zarigüeyas que fingen su muerte para evitar a los predadores, o como las tortugas que muerden a los tiburones para evitar que las molesten. 

Hoy tengo la mente prácticamente en blanco. 

Mis textos personales sólo los he leído para algunas personas después de beber alcohol, o en algún taller de creación literaria, y en realidad no me interesa completamente la opinión de nadie, ni compartir lo que escribo, pero tengo un dilema. 

En verdad aborrezco a la gente que escribe horrible -sobre cuestiones irrelevantes y de los modos más ordinarios posibles- y que, sin embargo, puede vivir de escribir. Al mismo tiempo que los aborrezco, me gustaría vivir de escribir. 

Yo escribo porque me gusta -creo que es lo único que en verdad me apasiona; puedo hacerlo y disfrutarlo incluso en las condiciones más adversas-, pero eso no significa que sea autocomplaciente. Casi nunca me satisface lo que escribo. En un minuto puede gustarme, y al siguiente puedo odiarlo -y puede hacerme sentir avergonzado- con todo mi corazón. 

Después de todas estas divagaciones, creo que mi blog más bien será como un diario. 

miércoles, octubre 11, 2006

Nenúfar



Era el viernes 25 de agosto del 2006. El Volkswagen del guitarrista estaba descompuesto y mi hermano conducía el Jetta rojo de mi papá. 

En el camino hacia El Foro Alicia, comenzó a llover y cometí el error de preguntarle al bajista, si prefería a John Lennon o a Paul McCartney. Yo no sabía que él era admirador de McCartney y no me esperaba que ése fuera uno de sus temas predilectos. Se la pasó hablando de él casi todo el recorrido. 

La conversación se puso un poco rara, pero terminé contándole que estaba impartiendo un curso de Psicología Experimental –era mi primer grupo como profesor de asignatura– y él me pidió que le hablara a mis alumnos de su banda. 

Al cabo de unos cuarenta minutos, llegamos al Foro Alicia.
Faltaban alrededor de dos horas para que comenzara el concierto –Los Silencios Incómodos presentaban su álbum–, pero ya había algunas personas esperando a que abrieran las puertas.

Estuve allí afuera, resguardándome de la lluvia debajo de una cornisa, fumando y conversando con las novias y con los amigos de los integrantes de la banda.

Cuando finalmente se abrieron las puertas del foro, la lluvia ya había parado. 

El bajista salió por mí a la calle y me hizo pasar gratis –de algo sirvió haber escuchado sus disertaciones acerca de Paul McCartney– y entonces me compré un par de cervezas con el dinero de mi admisión. 

El olor de la calle mojada me había puesto de buen humor y quise emborracharme y divertirme. 
A última hora –como casi siempre ocurría cada vez que la banda tocaba en algún lugar y me invitaban a acompañarlos–, había estado a punto de quedarme en la casa.  

El foro se llenó rápidamente. 

Salió la primera banda al escenario y me senté a escucharlos en el suelo, lejos de todas las personas que conocía, a unos metros de los baños. 

(La banda se llamaba Hassassin, su música me gustó, compré su EP, lo perdí en algún momento en los baños y jamás volví a escucharlos.)

Mientras el alcohol surtía sus efectos en mí, encendí un cigarrillo.

Nos Llamamos subió al escenario y una mujer se acercó a mí.
Más o menos distinguí que era morena, un poco más baja que yo y que llevaba jeans, suéter rojo y blusa verde.
Ella me sonrío y me pidió fuego
Usaba brackets. Ya que desde la secundaria me he sentido atraído por las chicas con brackets, divagué con sus brackets

Le encendí el cigarrillo. Mientras lo hacía, me quedé observándola e intenté recrear el sonido de su voz y capturar los rasgos de su rostro. En mi estado, su voz había sonado espectral y etérea a la vez. 

Conforme ella le daba una chupada al cigarrillo, me enfoqué en su rostro y recordé que la había visto afuera del foro y que me había parecido atractiva. 

Ella me dio las gracias y se marchó y la perdí de vista. 

Cuando acabaron de tocar Nos Llamamos, me di cuenta de que ella también estaba sentada en el suelo, cerca de mí. En mi estado, tuve el presentimiento de que ocurriría algo entre los dos y seguí bebiendo. 

En algún momento, quise encender otro cigarrillo.
Busqué el encendedor en todos los bolsillos de mis pantalones y no lo encontré. 

El alcohol me había soltado la lengua –no lo habría hecho bajo ninguna otra circunstancia– y me levanté de mi lugar y me dirigí hacia donde estaba la chica de brackets

Le dije que me había dado mala suerte, porque, al encenderle el cigarrillo, había perdido el encendedor.

Ella me miró sorprendida y me dijo que ella no tenía el encendedor. 

Le dije que le creía y me fui a pedir otra cerveza. 

En el camino hacia la barra, encontré mi encendedor. 

Todo el tiempo había estado en la bolsa de mi camisa. 

Me sentí estúpido y compré dos cervezas. 
Volví al lugar donde estaba la chica y le ofrecí una disculpa y una cerveza. 

Le dije que mi hermano tocaba en Nos Llamamos y ella se mostró interesada en hablar. También le dije que ya había escuchado el disco que esa noche presentaban Los Silencios Incómodos. Ella me dijo que su hermana –hasta ese momento me percaté de que todo el tiempo habían estado juntas– había tenido algún romance con uno de los integrantes de esa banda. 

Nos levantamos y nos acercamos al escenario. 
Encendimos otro par de cigarrillos y bebimos en silencio.

Creo que ella me preguntó a qué me dedicaba y que yo le solté el mismo discurso que le había dicho al bajista en el Jetta rojo, mientras nos dirigíamos al foro. 
Creo que luego me sentí especialmente atraído a ella y que le dije que su cabello olía a nenúfares, y creo que ella sonrió y que me preguntó qué eran los nenúfares. 

Le dije que no importaba y acaricié su cabellera lentamente. Ella parecía nerviosa, pero no dejaba de sonreír y de mirarme. Nos besamos cuando sonaba Detrás de la tormenta.

Todo parecía ir por buen camino, pero me dijo que esa noche celebraba su cumpleaños dieciocho. En ese momento no me importó, pero desde entonces me siento fatal. 



Entrevista de Nos Llamamos en El Sol de Tijuana...

Por Aura Ballesteros Pacheco, para 'El Sol de Tijuana':

Les dicen Nos Llamamos. Tienen un demo casero grabado en el 2004 –cuando recién formaron la banda–, pero es precisamente ahora cuando Aarón Bautista (guitarra/voz), Héctor Melgarejo (bajo/voz) y Damián Pérez (batería/ corno francés), se encuentran grabando su primer EP ó LP. Todavía no lo deciden, pero lo cierto es que dicho material está siendo producido por Martin Thulin de Los Fancy Free.

A paso lento pero sin prisa, esta banda está acaparando cada vez más la atención de quienes han tenido la oportunidad de escucharlos o verlos tocar en vivo; si bien es cierto, su actitud posee una genialidad que hace embonar perfectamente lo que tocan con lo que son.

Tres músicos defeños, a quienes tal parece no preocuparles que el público los identifique a través de sus físicos.

En sus contestaciones reflejan una pasión absoluta por hacer música sin pretensiones.
Nos Llamamos platica a EL SOL DE TIJUANA la forma en que poco a poco se fue concretando este proyecto:

¿Desde cuándo se conocen?
Aarón: “Nos conocimos hace siete años en la prepa y éramos un trío de holgazanes que tocaban la guitarra. Después, aventuras y desventuras, glorias y sinsabores; un buen día –cinco años después, en el 2004– nos llamamos para crear el concepto de Nos Llamamos, aunque Héctor insiste con que nos conocimos en el zoológico dentro de alguna jaula. Te advertimos: no se puede tomar tan en serio a unos cínicos.”

¿Cuánto tiempo absorbe la música en sus vidas?
Aarón: “Ocupa el segundo lugar, después de la comida.”
Héctor: “Escucho todo el día música, y no hago nada más.”
Damián: “Poco, pero es lo único que hago.”

¿Cuál sería la definición perfecta para su música?
Aarón: “La suma y la resta de lo que nos dejamos y no nos dejamos hacer.”
Héctor: “Ideas e inquietudes que tenemos tratando de acomodarse a un fin.”
Damián: “Los tres formamos una banda, no somos músicos y hacemos música.”

¿Hay alguna canción en particular que todos prefieran por alguna razón en especial?
Nos Llamamos: “Rompevientos, porque es una canción muy viva, ¡salió rete lista la condenada!

Platíquenme algo sobre sus antecedentes musicales.
Aarón: “He oído música desde que tengo memoria, como muchos.”
Héctor: “Yo también; tocaba la guitarra, ¡cómo la extraño!”
Damián: “Soy mejor bailarín que músico, pero toco la batería.”

¿Influencias que repercuten en su música?
Aarón: “El contexto es igual al pretexto…”
Héctor: “Cosas como la gripe y la tos repercuten definitivamente en lo que hacemos.”
Damián: “Me gusta el ruido.”

¿A qué grado les retroalimenta una tocada?
“Tocar en vivo es todo, por eso existe Nos Llamamos. No se puede tomar tan en serio a unos cínicos, pero el cinismo puede ser serio.”

sábado, septiembre 09, 2006

La maldición de tus brackets


Te conocí en un mal momento. Cuando mi gato huyó de la casa. Los dos teníamos un gran vínculo. Todo el día estábamos juntos. Por las mañanas, él entraba en la recámara para despertarme. Por las tardes, él se echaba en la cama mientras yo leía. Por las noches, él me acompañaba mientras yo escribía. Sé que no volverá y aún no lo supero. Lo echo mucho de menos. 

Te conocí en un mal momento. 

Desde hace dos años no me relaciono con ninguna mujer. Mi última relación fue un desastre. Ella y yo estábamos t
odo el día juntos. La harté y ella conoció a otra persona y se fue con él y se casó con él y ahora está esperando un hijo suyo. No dejo de repetirme que debí ser yo quien terminara con esa relación, que yo debí dar el primer paso. 

Te conocí en un mal momento. Lo único que he hecho todo el año es ver futbol. Aún no me repongo de la derrota contra la selección de Argentina. No puedo sacarme de la cabeza el gol de Rafael Márquez. 
No puedo sacarme de la cabeza el gol de Maxi Rodríguez


Hace unas horas tocaron Nos Llamamos y Los Silencios Incómodos. El Foro Alicia estaba a reventar. En cuanto llegué, encendí un cigarrillo, me compré un par de cervezas y me las bebí rápidamente. Me sentía tan solo que necesitaba emborracharme pronto. No se me ocurrió otra manera de evadir la realidad.

Cuando fumaba y esperaba que no ocurriera nada, apareciste de la nada, te acercaste y me pediste mi encendedor. Te lo presté. No quise darle importancia al asunto. Encenderías el cigarrillo y jamás volvería a verte. Le di un sorbo a mi cerveza, me devolviste el encendedor y desapareciste de mi vista.

Continué bebiendo, compré otro par de cervezas, escuché un par de canciones de Hassassin, y luego quise encender otro cigarrillo pero no encontré el encendedor. Lo primero que pensé fue que te habías quedado con él y te busqué por todas partes. Mi sistema necesitaba nicotina, urgentemente. 

Cuando te encontré, en la pared más cercana a los baños del Alicia, sentada en el suelo, mi corazón se alegró: podría fumarme pronto un Camel más. Te miré y alzaste la vista. Me sonreíste, te sonreí. Antes de decirte cualquier cosa, antes de preguntarte si tenías mi encendedor, te pregunté por qué te habías quedado con él. Te exigí que me lo devolvieras. Te pareció divertido y te dije que necesitaba fumar urgentemente, y no mentía; realmente mi sistema necesitaba nicotina, urgentemente. 

Te conocí en un mal momento. En verdad estaba desesperado. Necesitaba fumar urgentemente. Me juraste que me habías entregado el encendedor y me ofreciste tu propio cigarrillo para encender el mío. Estaba un poco ebrio y, por primera vez en toda la noche, reparé en tus ojos, en tu cabellera, en tu sonrisa, en tus labios, en tu rostro, y me pareciste hermosa. Había algo salvaje e irreverente en ti. Tu voz era como un cuchillo cortando el aire. 

Te vi como a una de mis groupies de la universidad, como a una de esas chicas de veintitantos años a las que les imparto un curso de psicología experimental y que me encuentran interesante –un animal exótico que sabe todas las cosas que ellas creen que quieren saber– y que me mandan mensajitos de amor a escondidas, con sus números telefónicos, esperando que las llamé y que las invite a salir a algún lugar.

Al pasarme tu cigarrillo para encender el mío, nuestras manos se tocaron brevemente. El contacto fue una descarga eléctrica que recorrió mis vísceras y que hizo estallar a mi cerebro. Encendí el cigarrillo y le di una calada. Le di otro sorbo a la cerveza. El alcohol y la nicotina me pusieron feliz. Te dije Gracias al oído. Todavía no salía ninguna banda al escenario, pero había mucho ruido. Me sonreíste otra vez.

Al estar tan cerca de ti, aspiré un aroma que manaba de ti. Olía muy bien. No supe distinguir si provenía de tu cabellera o de tu piel, pero me enloqueció. Me quedé mirándote. 

Tú sonreías en la penumbra de esa atmósfera enrarecida y llena de humo de tabaco y de marihuana quemada. Parecía que estabas esperando que te propusiera algo. 

Te conté algo que te hizo reír y entonces vi que usabas brackets. 
No pude evitar sentirme atraído por la maldición de tus bracketsDesde la secundaria había querido besar a una chica con bracketsTenía la sospecha de que besaban mejor que las demás chicas, y tuve la corazonada de que finalmente descubriría si era cierto. 

Para disimular la excitación que se había apoderado de mí, te invité una cerveza y me dijiste que sí. Mientras caminábamos hacia la barra, no podía dejar de preguntarme cómo besarías. Era una idea que capturaba toda mi atención. Y volteé a verte y volviste a sonreírme y volví a mirar tus fabulosos brackets
Resplandecían como una maldición. Parecía que estabas leyéndome la mente.


Te alargué la XX Lagger y te dije que conocía al baterista de Nos Llamamos y no me creíste. Ya no insistí. Caminamos hacia el escenario y nos quedamos a unos metros del escenario. Los Silencios Incómodos ya estaban tocando. Te conté que mi hermano era amigo de los músicos y tampoco me creíste. 
Te dije que ya había escuchado un demo del disco que Los Silencios presentaban esa noche y tampoco me creíste. Ya no insistí. 


Sonaba “Detrás de la Tormenta”, cuando nos besamos. Tus labios eran tan suaves que era difícil comprender la violencia de tus besos. La vehemencia de tus besos me hizo perder la razón. Me sentí como un vampiro que no había salido de su ataúd en siglos y que estaba colmando su sed. Confirmé que besabas como imaginaba que besaba una chica con brackets

Tomamos un receso y nos quedamos en silencio hasta que acabó la canción. Estaba sumamente agitado. No creía lo que acababa de pasar. Era inaudito. Nunca había besado a ninguna desconocida el mismo día que la había conocido. 

Luego saqué otro cigarrillo y encontré mi encendedor en una de las bolsas de mi camisa y me sentí estúpido y los dos nos reímos. Te ofrecí un Camel, lo aceptaste, lo tomaste, te lo encendí y luego encendí el mío, y, sin más, mientras me echabas el humo en la cara, me dijiste tu edad.

Me rompiste el corazón. Tenías la misma edad que mis groupies de la universidad. Me sentí ventajoso y miserable. Luego me diste tu número telefónico. Mientras escribo estas líneas, no estoy muy seguro de volverte a buscar. Te conocí en un mal momento. 

Sócrates huyó de la casa hace unos meses. Aún no lo supero. Mi ex se casó y pronto será mamá. Aún no entiendo por qué no fui yo quien terminó esa relación horrible. Habría sido lo mejor para todos. Mi ex y yo nos habríamos ahorrado varios meses de humillaciones. Me habría ahorrado varias escenas de celos y me habría ahorrado que me dijera que no sabía que hacía conmigo, que yo no era ni guapo ni gracioso ni millonario.  

Te conocí en un mal momento. Todavía lamento la derrota de la selección de La Volpe en Leipzig. Pudimos hacer historia. Todavía me rehuso a asimilar que el verdadero nivel del futbol mexicano son los octavos de final de un mundial.

Te conocí en un mal momento. 





sábado, agosto 26, 2006

Cabellera afro(disíaca)



Ella llegó de pronto. Me pidió fuego. 
Mientras le encendía el cigarrillo, apenas volteé a mirarla. 

Ella me dio las gracias y se marchó. 

La reconocí. La había visto afuera, antes de entrar al Foro Alicia. 
Me pareció bonita y extremadamente joven, como las estudiantes a las que les doy clases en la universidad. Tal vez de diecinueve o de veinte. 

Pasó un buen rato. Quise encender otro Camel y no encontré mi encendedor. Estaba un poco ebrio y asumí que ella se había quedado con mi encendedor. La busqué y al cabo de unos segundos la encontré y le pregunté si tenía mi encendedor y ella me dijo que no. Me le quedé mirando y me sentí atrapado por su cabellera afro(disíaca), por sus ojos y por sus pestañas (de Lucía Méndez) y por sus labios de durazno. Me sonrió, abrió la boca apenas unos cuantos centímetros, y me sentí cautivado por sus brackets. Siempre he tenido debilidad por las mujeres con brackets. 

Quién sabe de qué platicamos y quién sabe cómo encendí mi Camel, pero el punto es que nos pusimos a platicar y que me fumé un cigarrillo. Miré mi reloj en una pausa para ir a comprar unas cervezas. Iban a dar las diez de la noche. Casi era hora. Ya iban a tocar Los Silencios Incómodos. Era la presentación de su primer álbum. Hasta ahora todo va bien.

Me dijo que acababa de cumplir 19 años, y me rompió el corazón. 

No pude dejar de pensar en que tengo veintiséis años. Me sentí miserable, como si tuviera casi diez años más que ella. Me pregunté por qué no podíamos tener la misma edad. Me pregunté si estaba exagerando. Me pregunté si la diferencia de edades no era realmente tan abismal como me parecía.

Conforme transcurrían los segundos, Nayeli me parecía más atractiva pero no podía sacarme de la cabeza la diferencia de edades. Sin embargo, su conversación no reflejaba que hubiera gran diferencia entre los dos. Estábamos más o menos en la misma frecuencia.

A ella le gustaba el surf –su banda favorita eran Los Santísimos Snórkels– y se mostró muy interesada en saber por qué yo prefería el garage punkDespués de bebernos un par de cervezas y de fumarnos unos cuantos Camel, pasó lo inevitable.

Sentí cierta ansiedad en sus labios, me dio la impresión de que ella no quería detenerse, pero sonó su teléfono celular y aproveché la interrupción para separarme de ella. Sus besos habían sido una locura. Sentía que me ardían los labios como si le hubiera dado una mordida al picante con más capsaicina en la faz de la tierra, excepto que no era una sensación desagradable. También se sentía como una cortada de papel. Como una breve descarga eléctrica.

Otra vez me sentí miserable; también, culpable y abusivo. Siempre había creído que los hombres de mi edad que hacían esa clase de cosas –besarse con mujeres mucho más jóvenes–, lo hacían por inseguridad. Y que eran patéticos.  

Nayeli tuvo que marcharse –su papá la había llamado por teléfono y ya estaba esperándolas a ella y a su hermana, que andaba por ahí charlando con el baterista de Los Silencios, afuera del Alicia– y, sin que yo se lo pidiera, me dio su número telefónico. Lo anotó con una pluma en la palma de mi mano izquierda. Sus dedos también los sentí como una cortada de papel. 

Mientras ella anotaba el número con una pluma y estimulaba mis corpúsculos de Krause, no podía dejar de observar su fabulosa cabellera afro(disíaca) y de divagar, de imaginarme qué se sentiría hundir mis dedos en ella. También me dio su ID de messenger, por si acaso.

Me dijo que esperaba que yo la llamara pronto, para que nos pusiéramos de acuerdo y nos viéramos otra vez.

Ya pasó más de un mes desde entonces. Son las cinco y media de la tarde. Es 26 de agosto del 2006, y estoy pensando en llamarla por teléfono. Tal vez no debería tomarme la vida tan en serio. Tal vez exagero. O tal vez no.