miércoles, octubre 11, 2006

Nenúfar



Era el viernes 25 de agosto del 2006. El Volkswagen del guitarrista estaba descompuesto y mi hermano conducía el Jetta rojo de mi papá. 

En el camino hacia El Foro Alicia, comenzó a llover y cometí el error de preguntarle al bajista, si prefería a John Lennon o a Paul McCartney. Yo no sabía que él era admirador de McCartney y no me esperaba que ése fuera uno de sus temas predilectos. Se la pasó hablando de él casi todo el recorrido. 

La conversación se puso un poco rara, pero terminé contándole que estaba impartiendo un curso de Psicología Experimental –era mi primer grupo como profesor de asignatura– y él me pidió que le hablara a mis alumnos de su banda. 

Al cabo de unos cuarenta minutos, llegamos al Foro Alicia.
Faltaban alrededor de dos horas para que comenzara el concierto –Los Silencios Incómodos presentaban su álbum–, pero ya había algunas personas esperando a que abrieran las puertas.

Estuve allí afuera, resguardándome de la lluvia debajo de una cornisa, fumando y conversando con las novias y con los amigos de los integrantes de la banda.

Cuando finalmente se abrieron las puertas del foro, la lluvia ya había parado. 

El bajista salió por mí a la calle y me hizo pasar gratis –de algo sirvió haber escuchado sus disertaciones acerca de Paul McCartney– y entonces me compré un par de cervezas con el dinero de mi admisión. 

El olor de la calle mojada me había puesto de buen humor y quise emborracharme y divertirme. 
A última hora –como casi siempre ocurría cada vez que la banda tocaba en algún lugar y me invitaban a acompañarlos–, había estado a punto de quedarme en la casa.  

El foro se llenó rápidamente. 

Salió la primera banda al escenario y me senté a escucharlos en el suelo, lejos de todas las personas que conocía, a unos metros de los baños. 

(La banda se llamaba Hassassin, su música me gustó, compré su EP, lo perdí en algún momento en los baños y jamás volví a escucharlos.)

Mientras el alcohol surtía sus efectos en mí, encendí un cigarrillo.

Nos Llamamos subió al escenario y una mujer se acercó a mí.
Más o menos distinguí que era morena, un poco más baja que yo y que llevaba jeans, suéter rojo y blusa verde.
Ella me sonrío y me pidió fuego
Usaba brackets. Ya que desde la secundaria me he sentido atraído por las chicas con brackets, divagué con sus brackets

Le encendí el cigarrillo. Mientras lo hacía, me quedé observándola e intenté recrear el sonido de su voz y capturar los rasgos de su rostro. En mi estado, su voz había sonado espectral y etérea a la vez. 

Conforme ella le daba una chupada al cigarrillo, me enfoqué en su rostro y recordé que la había visto afuera del foro y que me había parecido atractiva. 

Ella me dio las gracias y se marchó y la perdí de vista. 

Cuando acabaron de tocar Nos Llamamos, me di cuenta de que ella también estaba sentada en el suelo, cerca de mí. En mi estado, tuve el presentimiento de que ocurriría algo entre los dos y seguí bebiendo. 

En algún momento, quise encender otro cigarrillo.
Busqué el encendedor en todos los bolsillos de mis pantalones y no lo encontré. 

El alcohol me había soltado la lengua –no lo habría hecho bajo ninguna otra circunstancia– y me levanté de mi lugar y me dirigí hacia donde estaba la chica de brackets

Le dije que me había dado mala suerte, porque, al encenderle el cigarrillo, había perdido el encendedor.

Ella me miró sorprendida y me dijo que ella no tenía el encendedor. 

Le dije que le creía y me fui a pedir otra cerveza. 

En el camino hacia la barra, encontré mi encendedor. 

Todo el tiempo había estado en la bolsa de mi camisa. 

Me sentí estúpido y compré dos cervezas. 
Volví al lugar donde estaba la chica y le ofrecí una disculpa y una cerveza. 

Le dije que mi hermano tocaba en Nos Llamamos y ella se mostró interesada en hablar. También le dije que ya había escuchado el disco que esa noche presentaban Los Silencios Incómodos. Ella me dijo que su hermana –hasta ese momento me percaté de que todo el tiempo habían estado juntas– había tenido algún romance con uno de los integrantes de esa banda. 

Nos levantamos y nos acercamos al escenario. 
Encendimos otro par de cigarrillos y bebimos en silencio.

Creo que ella me preguntó a qué me dedicaba y que yo le solté el mismo discurso que le había dicho al bajista en el Jetta rojo, mientras nos dirigíamos al foro. 
Creo que luego me sentí especialmente atraído a ella y que le dije que su cabello olía a nenúfares, y creo que ella sonrió y que me preguntó qué eran los nenúfares. 

Le dije que no importaba y acaricié su cabellera lentamente. Ella parecía nerviosa, pero no dejaba de sonreír y de mirarme. Nos besamos cuando sonaba Detrás de la tormenta.

Todo parecía ir por buen camino, pero me dijo que esa noche celebraba su cumpleaños dieciocho. En ese momento no me importó, pero desde entonces me siento fatal. 



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