martes, mayo 29, 2007

Das Gemeingefühl



Algunos trozos de pellet están esparcidos en la caja habitación
El gazapo está adormecido en el inframundo de la anestesia 
Los guantes estériles y el peculiar aroma del látex me sensibilizan


No siento mucha libertad en las manos

Pero tengo que aprender a realizar cirugía estereotáxica


La muerte puede surgir de inmediato

Y sin embargo no puedo dejar de pensar en ti
Estoy obsesionado contigo
Y me enferma tu ausencia
Yo era feliz sin hacer nada 


Mis compañeras miden la conducta de las crías de conejo

Utilizan un paradigma de condicionamiento olfativo
Hay algunas crías suspendidas en una enorme pesa
Tienen los párpados y los canales auditivos cerrados
Tienen unos pequeños tatuajes en las orejas


En este recinto también hay un crióstato

Ya me han dicho que pronto aprenderé a usarlo


Mis compañeras sonríen y no dejan de parlotear

Están seguras de que tardaré varias sesiones en aprender
Tengo las manos tan entorpecidas por el ocio


Las compañeras están alrededor de la mesa de disección

Cuchichean como grillos murmurando en la noche


Me recuerdo en la dulce quietud del mediodía 

Reposando en los jardines de Ciudad Universitaria
Cuando todos los días parecían días de asueto
Y yo sólo disfrutaba mi ociosidad solemnemente
Éramos como reptiles tomando el sol


Una de mis compañeras pone una canción que yo escuchaba

En aquellos tiempos tan lejanos
Algunas canciones son como antiguas amantes
Las odio y las echo de menos
Pero no puedo dejar de escucharlas 
Y tampoco puedo dejar de torturarme

viernes, mayo 25, 2007

Detrás de la tormenta



Hace nueve meses, perdí un EP de Hassassin. También perdí la cabeza.

Ese día me desperté muy cansado de mi vida. Serían las diez o las once de la  mañana cuando abrí los párpados. Quería desaparecer. Estaba harto. 

Durante casi un año, desde que Lulú me dejó y se fue a vivir a Canadá con un junkie de Minnesota que buscaba opiáceos gratis en otros horizontes, no había hecho otra cosa más que refugiarme en la música, en los libros y en las cosas que escribía. También me había intoxicado de programas de fut. No había manera de evitarlo. Hacía unos meses había terminado el mundial del 2006 y las sedes alemanas eran fabulosas –Gelsenkirchen, Dortmund, Leipzig, Stuttgart, Fráncfort, Berlín, Hamburgo, Hanóver, Kaiserslautern, Núremberg, Colonia, Múnich– y la selección mexicana había generado altas expectativas por su desempeño en la Copa Confederaciones del 2005. 

Al final, la selección había sido eliminada en octavos, en un gran juego contra los argentinos, acumulando eliminaciones en octavos desde el mundial de 1994. 


Desde hacía un año fumaba mucho, comía mal y me acostaba a las tres o cuatro de la madrugada. 

Ese día me levanté de la cama, leí lo que había escrito la noche anterior –unos cuantos relatos irrelevantes– y luego bajé a la cocina a buscar comida. Me preparé un sándwich de pechuga de pavo con queso manchego, con mayonesa y con lechuga, le di unas mordidas, subí a mi recámara, puse un demo de Los Silencios Incómodos en el Aiwa, me tumbé en un sillón, y odié mi vida.

A eso de las seis de la tarde, llegaron a la casa algunos amigos de DR, uno de mis hermanos. Por la noche, Nos Llamamos –la banda en la que DR toca la batería– iban a tocar en El Foro Alicia. 

DR me preguntó si quería acompañarlos. Me dijo que también tocarían Yokozuna y Hassassin, y que Los Silencios Incómodos presentarían Hasta ahora todo va bien, su primer álbum de estudio.

Le dije que sí. Los Silencios me latían. Los había escuchado otras veces en vivo. Tenían influencias de la música que me gustaba. (Sobre todo de Sonic Youth, de Scratch Acid y de Love Battery.) El demo que MH –el bajista de Nos Llamamos– me había pasado unas semanas atrás también sonaba bien, aunque traía dos o tres pistas de Hasta Ahora Todo Va Bien –el álbum que Los Silencios presentarían por la noche en El Alicia– que, en cierta forma, estaban contaminadas por la voz de un poeta extranjero que recitaba unos poemas suyos, en un extraño acento español, mientras Los Silencios aporreaban sus instrumentos e inundaban los poemas con feedback.
               

Nos tomamos unas cervezas en la casa y luego salimos al Alicia. 

Durante el trayecto, me la pasé hablando con MH en el asiento trasero del Jetta. Le dije que no me había latido tanto que el poeta extranjero metiera su voz en algunas canciones de Los Silencios. Él me dijo que sabía que, más o menos, ese había sido el acuerdo al que habían llegado con Nacho Alicia, quien les había grabado el disco, o algo así.  

MH también me contó algunas cosas sobre una mujer que, aparentemente, iba a convertirse en mánager de Nos Llamamos. Yo había tenido una experiencia desagradable con ella y no me caía bien, y él sabía cómo había estado todo ese asunto. Le dije que lo pensaran mejor, pero él intentó ser optimista y me dijo que ella tampoco le caía bien a David Byrne, o algo así. No le entendí. 

Circulábamos por Fray Servando, a la altura de la Delegación Venustiano Carranza. Encendí un Camel y le di una larga chupada. Comenzaba a llover. MH continuaba contándome algunas cosas de su potencial mánager, y la situación me estaba dando mala espina. Ya no estaba tan convencido de que hubiera sido una buena idea acompañarlos al Alicia. MH estaba seguro de que esa mujer también iría al Foro Alicia, y yo, definitivamente, no tenía muchas ganas de verla. No quería tirarle mala onda, otra vez.  

Sin embargo, además de que odiaba mi vida, ese día se cumplían tres semanas desde que mi gato Sócrates había huido de la casa. Era un felino majestuoso y salvaje. Lo echaba mucho de menos. En un par de años, se había convertido en un gran compañero. No quería pensar en él y ponerme nostálgico y acabar sintiéndome frustrado y del carajo, preguntándome por qué se había largado y si estaba en un lugar mejor, si continuaba vivo. Necesitaba distraerme.  

En fin, llegamos al Alicia. 

DR, MH, BA –el guitarrista de Nos Llamamos– y las novias de cada uno de ellos se bajaron del auto y de inmediato sacaron sus instrumentos y los metieron al Alicia. Me bajé del Jetta y me quedé solo debajo de una de las cornisas de las accesorias aledañas, fumándome un cigarrillo y guareciéndome de la lluvia. Vi a una chica que llamó mi atención. Tenía una cabellera afro espectacular. 

Justo cuando me debatía entre acercarme a ella o resignarme a no hacer nada, DR regresó a donde yo estaba y me hizo acompañarlo para pasar con él al foro, obviamente, sin pagar mi entrada. Esa era una de las ventajas de ir con la banda. 

La otra ventaja es que había un cartón de XX Lagger gratis. 

Nos tomamos unas cervezas y platicamos sobre Paul McCartney y John Lennon –MH era insoportablemente quisquilloso al respecto–, hasta que la gente de pronto ya había ingresado al foro. 

Luego Hassassin salió a tocar. Nunca los había escuchado, pero me gustó su música. Sonaban “rasposos”, como a nü metal sin sintetizadores ni gaitas. Ya estaba medio ebrio cuando terminaron de tocar, y decidí bajar a la entrada del Alicia y comprarme su EP –cometí el error de guardarlo debajo de una axila, en lugar de pedirle a alguien de Nos Llamamos que me lo guardara– y después subí y fui al baño. Cuando salí del baño, tal vez ya había perdido el EP de Hassassin y no lo había notado (me di cuenta hasta mucho más tarde, cuando nos subíamos al Jetta, de vuelta a la casa), y me fui a parar frente al escenario. Nos Llamamos estaban enchufando sus instrumentos. 

Abrieron con “Línea” y la gente comenzó a mover las cabezas y yo me compré una XX Lagger y me la llevé a los labios. Sentí el chispazo del alcohol recorrer mis vísceras, y me dispuse a fumarme otro Camel, cuando mi mundo se estremeció: la desconocida de la cabellera afro espectacular estaba a unos metros de mí. 

Tengo muchos prejuicios respecto a acercarme a mujeres desconocidas. No quiero que piensen que soy un hombrecillo de mierda, un acosador que le tira la onda a todo lo que se mueve, y estoy casi totalmente seguro de que, para la mayoría de las mujeres, debe de ser horrible cuando un desconocido las aborda en cualquier lugar. También estoy casi seguro de que ellas se sienten acosadas. 

Pensé en todas estas cosas, sopesando los pros y los contras, y miré varias veces a la chica de cabellera afro, antes de decidirme a hablarle.

Me bebí otras dos o tres cervezas. Cuando estaba más desfrontalizado, sonaba “Monstrua” y entonces la chica de la cabellera afro y yo cruzamos miradas. Nos sonreímos. Tuve la corazonada de que ella quería que le hablara, de que acabaría pasando algo entre los dos. 

Me acerqué a ella, y pensé en cómo abordarla, en qué le diría para no sonar tan estúpido y tan pretencioso. Esperé a que terminara la canción, allí, junto a ella, creyendo que de pronto aparecería una idea genial y que le diría esa idea genial y que así rompería el hielo, pero no se me ocurrió nada. 

Estaba a punto de abandonar todo, de volver a comprarme otra cerveza, cuando –contra todo pronóstico– ella se acercó a mí y me sonrió. Traía un cigarrillo en los labios y me pidió un encendedor. Le encendí el cigarrillo y empezamos a hablar. Me dijo que a su hermana le gustaban Los Silencios, y que conocía al baterista. Le dije que yo tenía un demo de Los Silencios y que mi hermano era el baterista de Nos Llamamos y que conocía a Los Silencios. Ella creyó que le estaba tomando el pelo. Insistí en que Nos Llamamos ensayaban en mi casa, en que conocía sus canciones, en que había llegado con ellos al Alicia, en que ni siquiera había pagado mi entrada. Le di muchos detalles que ya no recuerdo. Ella dijo “Está bien; parece que no quieres apantallarme”, y nos reímos. “Por cierto, me llamo Nayeli”, agregó. Le dije mi nombre y volvimos a fumar. 

Nos quedamos en silencio mientras sonaba “Rompevientos” (mi canción favorita de Nos Llamamos) y le pregunté si podía invitarle una cerveza y ella dijo que sí. 


Le di un sorbo a mi cerveza y luego tuve que ir al baño de nuevo –ignoro si todavía traía bajo la axila el EP de Hassassin– y le pedí a Nayeli que me sostuviera la cerveza por favor. Al regresar junto a Nayeli, Los Silencios Incómodos estaban preparándose para tocar. Seguimos conversando, probablemente le volví a decir que mi hermano tocaba la batería en Nos Llamamos –probablemente ella bromeó conmigo y volvió a decirme que no me creía, que le estaba tomando el pelo– y que ya había escuchado Hasta Ahora Todo Va Bien, y ella me confesó que a su hermana le gustaba el baterista de Los Silencios.  

Sonaban los primeros acordes de “Detrás de la Tormenta” (mi canción favorita de Los Silencios), cuando nos encontrábamos más desinhibidos, y pasó lo que ambos sabíamos que iba a pasar desde que nos bebimos la primera XX Lagger y desde que nos fumamos los primeros Camel. 

Ella se tuvo que marchar antes de que tocaran Los Nena. Le pregunté si nos veríamos en otra ocasión, me dijo que sí y me dio su número telefónico. Lo anotó con una pluma en la palma de mi mano izquierda. La pluma, comandada por su mano derecha, se posó sobre mi palma como un tatuaje de hierro incandescente.

Al cabo de un mes, la llamé. Salimos algunas veces. Fuimos al CNA, fuimos al Centro Histórico, fuimos al Claustro, fuimos a Galerías Coapa, nos llamamos por teléfono muchas veces, pero hoy todo se acabó.

Hubo momentos agradables, pero en general nunca nos acoplamos. Conocerla fue un placer, pero tratarla fue un infierno. Más o menos. 

viernes, mayo 18, 2007

¿Por qué otra vez estoy pensando en ti?


El motor del Astra emitía un sonido extraño -sonaba como a un estertor-, pero Adela me dijo que acababan de darle mantenimiento en el taller mecánico y me garantizó que no fallaría en la carretera. 

Avanzábamos por la autopista México-Puebla a buen ritmo, mientras la tarde caía. 

Además de Adela y yo -que íbamos en el asiento del piloto y del copiloto, respectivamente-, dos amigas suyas iban en el asiento trasero del automóvil, tomándose de las manos y lanzándose miradas seductoras.

Según Adela, eran unas chicas del trabajo que no le simpatizaban, pero les debía un favor.

Desde el asiento, las miré por encima del hombro y me pregunté qué clase de favor sería ése. 

Las chicas eran totalmente opuestas -como un campañol y una mantis religiosa-, y no parecían del tipo de amistades que Adela solía tener. 

Una de ellas era obesa y tenía el cabello casi a ras, teñido de un color rosa brillante; y su cara era como la de un bulldogSu voz era muy grave -sonaba como la de Enrique Rocha- y sus manos eran ásperas como las de un hombre acostumbrado a realizar trabajos rudos, o al menos así me pareció cuando Adela me la presentó en su departamento y le estreché la mano para saludarla. 

Ella estaba roncando y creí ver que le escurría un hilito de saliva por las comisuras de los labios. Tenía la ceja derecha alzada y el ceño fruncido. Imaginé una pipa alrededor de sus labios y me pareció que guardaba un asombroso parecido con Popeye.


La otra chica era muy delgada y traía el cabello hasta los hombros.
Irónicamente, se parecía a Olivia, la novia de Popeye. 
Su voz era apenas un murmullo agudo que escapaba de sus diminutos labios, esporádicamente. Se veía frágil y cariñosa. 
Me sorprendí pensado cómo serían sus besos. 

Algo que me intrigaba respecto a Olivia era que sólo le había hablado a la chica que se parecía a Popeye. 

Hasta ese momento no había logrado descifrar si se trataba de una excesiva timidez suya, si la chica de cabellos rosas era muy dominante y le prohibía hablar con alguien más, o si simplemente ella no quería hablar con nadie.   

Cuando Adela me llamó por teléfono esa mañana para invitarme a Puebla, no mencionó a las chicas. Al presentármelas en su departamento sólo me dijo que tenían muchas ganas de escuchar a Nos Llamamos y que les gustaba el indie-rock.

Acepté su invitación porque me sentía triste. 

La chica con la que había estado saliendo durante más de dos meses, había regresado con su ex. Quería distraerme y evitar pasarme todo el fin de semana pensando en ella. 

Llegamos a Decibel a las 10 de la noche. 

En la puerta había un anuncio que decía:


PRÓXIMO SÁBADO: LOS DYNAMITE
COVER: $120

Sólo me gustaba una canción de esa banda.

Verlos anunciados allí fue una coincidencia de lo menos oportuna que me hizo recordar inmediatamente a Anahí.

Se me crisparon los nervios, y me sentí miserable. 



Anahí y yo nos conocimos en un concierto de Nos Llamamos en el Foro Alicia.

Yo estaba fumando y ella quería encender un cigarrillo. Ella apareció de la nada, me pidió prestado el encendedor y se lo presté. 

Al poco rato, me puse ebrio y me dispuse a encender otro cigarrillo, pero no encontré el encendedor por ninguna parte y creí que ella se lo había quedado. 

La busqué por todo el foro -me puso de pésimo humor no encontrar el maldito encendedor- y cuando la hallé, le reclamé.

Esa noche yo traía puestos unos tácticos que casi nunca usaba y resultó que yo sólo había guardado el encendedor en una de las tantas bolsas de esos pantalones, y entonces Anahí y yo nos carcajeamos y comenzamos a platicar y seguimos bebiendo.

Justamente cuando sonaba Katatonic, Anahí y yo nos besamos. 



Adela y las chicas entraron a Decibel delante de mí.

Por primera vez en todo el trayecto desde la Ciudad de México, Olivia me sonrió. 
Popeye se dio cuenta y me lanzó una mirada de pocos amigos que acentuó sus facciones caninas.

Hasta ese momento me di cuenta que Olivia tenía un lunar en la mejilla izquierda, igual que Anahí.

Malditas coincidencias. 

Mi corazón latió deprisa, y me sentí aun más miserable. 

Anahí era casi diez años menor que yo, pero no se comportaba como una chica de su edad. 
Sólo salíamos de vez en cuando -una o dos veces por semana-, pero ella quería que fuéramos novios. Según ella, no había conocido a un tipo tan respetuoso como yo, no entendía qué demonios había visto yo en ella y quería descubrir hasta dónde podía llegar la relación. 

Me volvía loco. 
Parecía una chica inocente, pero era todo lo contrario.
Me hacía pensar en las chicas que salían con personas mayores mientras sus amigas todavía jugaban a las muñecas.




Adela, las chicas y yo nos acercamos a la barra y pedimos algo para beber.

Olivia se decepcionó porque no había Bailey's, y entonces yo le ofrecí una Indio y le dije que era la bebida que tomaba la gente a la que le gustaba el indie-rock, tratando de hacerme el gracioso.

Ella aceptó, y mi intento por hacerme el gracioso, surtió efecto. 
Volvió a sonreírme.
Su novia gruñó. 

Cuando le alcancé la botella, nuestras manos se rozaron fugazmente y para mí fue como una descarga eléctrica. 
Imaginé cómo se sentiría esa delgada mano, entrelazada con la mía. 

Además de Nos Llamamos, también tocarían esa noche Los Silencios Incómodos.

Eché un vistazo alrededor. 
No había mucha gente en el lugar, pero era un lugar agradable. 
Mucho mejor que Caribe Bar, Viva Villa Bar, o sitios de ese estilo en los que había escuchado a ambas bandas. 

Cuando sonaba Detrás de la Tormenta, volví a sentirme miserable. 

Toda la música que escuchaba estaba ligada a Anahí. 

Una vez le presté el disco de Los Silencios Incómodos y le dije que esa canción era la que más me gustaba. Ella ya los había escuchado en vivo porque a su hermana le gustaba el baterista -e incluso habían salido un par de veces, o algo así-, pero no me creyó cuando le dije que yo conocía a la banda y que había escuchado el disco unas semanas antes de que saliera a la venta. Tampoco me creyó cuando le dije que mi hermano era el baterista de Nos Llamamos, hasta que le presté el disco y le mostré algunas fotografías. 


Me lamenté por haberme tomado tan en serio la diferencia de edades entre Anahí y yo, y por no haber dejado que la relación simplemente fluyera, como ella quería. 

Siempre había creído que era una estupidez apreciar lo que tienes cuando ya no lo tienes, pero, allí, acodado en la barra de Decibel, llegué a la conclusión de que me sentía así. 

Odiaba que Anahí hubiera vuelto con su ex, pero odiaba más lo que yo había perdido. 

Mientras sonaba El Ansia, recordé todas las veces que Anahí me había llamado por teléfono para conversar durante horas; recordé todas las cartas que ella me había escrito y también todas las invitaciones que me había hecho y que yo había rechazado. 



No podía sacármela de la cabeza.

Levanté la vista y vislumbré a las amigas de Adela.
Ellas estaban besándose, junto a los baños, o eso parecía.
Recordé cuando Anahí me decía que yo no sabía besar. 

Era una chica salvaje, y jamás supe si lo decía en serio, o sólo para molestarme. 

Adela me sacó de mis pensamientos, apareció junto a mí en la barra, y me ofreció otra cerveza. 

Empezó a decirme que las chicas del trabajo le habían pasado los datos de un dealer que tenía una mercancía buenísima y me preguntó si quería salir a fumar con ella, antes de que tocaran Nos Llamamos.  

Supuse que ése era el favor que les debía a las chicas e imaginé que fumar no era lo más adecuado para mí en ese momento, pero le dije que sí.

Afuera hacía mucho frío y nos costó trabajo encontrar un lugar solitario en el estacionamiento. 

Miré mi reloj. Era casi la medianoche, pero aún había muchas personas en la calle. 
Decibel estaba en una pequeña plaza comercial y todavía había algunas personas saliendo de los locales. 

El olor de la marihuana quemada me hizo recordar las historias que me había contado Anahí de las veces que había fumado yerba -todas estaban ligadas al sexo, o a fiestas en las que había perdido el conocimiento-, y también me hizo recordar las ocasiones en las que yo mismo había leído sus cartas bajo los efectos de esa droga.

Había sido tan divertido leer lo que ella pensaba de mí. 

Cuando Adela me pasó el cigarrillo, sólo le di una fumada y no contuve mucho tiempo el humo en los pulmones.

Estaba convencido de que tendría un mal viaje, si me intoxicaba demasiado. 



La droga le pegó muy rápido a Adela y ella se puso a llorar. 

Me dijo que se había peleado con su novio.

Había sido obvio.
Durante casi todo el trayecto en la autopista, ella se la había pasado contestándole el teléfono celular y discutiendo con él.

Me dijo que era un malnacido, pero que lo extrañaba mucho. 

Tenían un mes sin verse, y se habían peleado porque lo había descubierto en la cama con una de sus mejores amigas. 

Me miró, y se limpió las lágrimas del rostro con el dorso de la mano. 
Quise consolarla, pero yo también me sentía fatal y no lo hice.
Estaba seguro que si lo hacía, me pondría a llorar. 

Sus pupilas parecían los fanales de un gato y me quedé absorto mirándolas. 
Luego, me fijé en sus pecas y me parecieron muy atractivas. 
Se veían como pequeños puntos de melancolía, esparcidos en los pliegues de sus mejillas. 

Adela nunca me había interesado como mujer -ni siquiera había fantaseado con el sabor de sus besos-, pero de repente ya estábamos besándonos.

Fue como un beso de adolescentes ebrios. 

Volvimos a Decibel, y la chica con cara de bulldog estaba de lo más amistosa. 

Obviamente había bebido mucho y el alcohol ya se le había subido a la cabeza.

Me puso una de sus ásperas manos en un hombro -era más fuerte de lo que había calculado-, me dijo que le había gustado a su novia y me propuso besar a su novia mientras ella nos veía. 

Su mirada me inspiró desconfianza.

La droga me había puesto un poco paranoico -sólo el nivel usual de paranoia- y me hizo imaginar que las chicas sólo estaban burlándose de mí, o algo así.

Qué tal si todo era un artilugio para que la chica con cara de bulldog tuviera un pretexto para darme un puñetazo.

Cerré los párpados y de inmediato recordé el sabor a cerveza de los labios de Adela.
También recordé su rostro constelado de pecas en la penumbra del estacionamiento y lo triste que ella se veía. 

Probablemente me tardé mucho tiempo en responder, porque, cuando abrí los párpados, la chica con cara de bulldog ya había retirado su mano áspera de mi hombro y se marchaba.

Dijo algo entre dientes, y me sentí estúpido. 

A intervalos había estado observando a Olivia desde el asiento del copiloto.
Ella dormitaba y sus diminutos labios de caricatura parecían iluminados por una luz ecuménica y me habían hecho fantasear con el sabor de sus besos.

Nos Llamamos salió al escenario y vi que Adela estaba conversando con uno de los chicos que acompañaba a la banda -supuse que también terminaría besándose con él- y entonces me volví a acercar a la barra y pedí otra cerveza.



El regreso a la Ciudad de México fue horrible. 

Las chicas discutían en el asiento trasero del Astra -aparentemente, Olivia había besado a un desconocido en Decibel, y a su novia, después de todo, no le había gustado la experiencia de observarlos- y Adela no dejaba de lamentarse.

Parecía frénetica y al borde de la histeria.
Tomaba con fuerza el volante del automóvil -tenía crispados los puños-, y decía que era la mujer más estúpida en el universo y me miraba de reojo de vez en cuando y me suplicaba que no le comentara nada de lo que había pasado a su novio. 

Yo sólo pensaba que un beso era algo infantil comparado con lo que le había hecho su novio, pero también pensaba que quizá Adela creía que un beso era mucho más íntimo que el sexo.

Sabía que ella leía mucho a Bukowski y era altamente probable que pensara igual que él. 

Adela me decía que besarnos había sido un grave error y que tampoco debía haber besado al chico que afinaba las guitarras de Nos Llamamos.

Encendí un cigarrillo y miré mi reloj, para desperezarme.
Estaba quedándome dormido. 

Eran casi las 2 de la mañana. 

El cigarrillo me supo mal, y lo apagué. 

Estaba tan ebrio que me sorprendí pensando en la aliestesia -ese término acuñado por Cabanac en la década de los 70's y que se emplea en Psicología para definir el cambio de percepción de un sabor agradable en uno desagradable- y, por enésima ocasión, recordé a Anahí.

Una vez fue a una de mis clases en la Universidad.

Mientras les hablaba a los alumnos del "efecto cocktail de la fiesta" -cuando eres capaz de escuchar a alguien que menciona tu nombre, o algo que te importa a nivel muy personal, en el bullicio de una fiesta-, Anahí estaba quedándose dormida.

Los párpados, cerrándose y abriéndose, alrededor de sus ojos color almendra, la hacían verse como un Furby

Luego, al salir de esa clase, ella me dijo que yo era un profesor de lo más aburrido y entonces discutimos.

Le dije que ella estudiaba Derecho y que jamás entendería esos temas que yo explicaba en mis clases de Sensopercepción. 

Se largó y, la siguiente vez que nos vimos, me entregó una carta muy emotiva. 

Encendí la radio.

Sonaba Bar Tacuba.

Aun cuando había escuchado esa canción cientos de veces, jamás le había prestado atención a la letra. 
(Y me he preguntado, ¿por qué otra vez estoy pensando en ti?)

No lo toleré más, y sentí cómo los ojos se me llenaban de lágrimas.

Comencé a sollozar y abrí la ventanilla del Astra para disimular mi aflicción.  

***
ÉSTE ES UN EXTRACTO (UN BORRADOR) DE UN LIBRO QUE PUBLICARÉ ALGÚN DÍA. 

lunes, mayo 14, 2007

Saga Mama à Vive Latino 2007



Uno de mis hermanos es músico. Tal vez se debe a que, cuando éramos niños, mis papás nos llevaban al teatro con frecuencia y a que, en una ocasión, después de ver Kumán, nos encontramos a Cristal y Acero en un restaurante cercano al teatro. 

Esta banda de heavy metal había musicalizó la ópera rock del alienígena que vivía en la selva, y mi hermano –tenía entre cuatro y cinco años de edad, o menos– quedó impresionado.

En el restaurante, los músicos se sentaron a unas mesas de nuestra mesa y él se les quedó mirando. Vestían playeras sin manga y pantalones de mezclilla rotos; traían melenas de león y sus brazos estaban llenos de tatuajes (entonces los tatuajes no eran una tendencia: incluso no eran tan comunes en las estrellas de rock) y sus rostros eran un enigma detrás de las gafas de sol. 


El sábado, él me invitó al Festival Vive Latino

Tiene una banda -toca en muchos lugares- pero en esta ocasión tocó la batería con Los Licuadoras y tocó el bajo con Jessy Bulbo.

Tenía algunos boletos extra y vales para comida y bebidas.

Su novia pudo entrar con una cámara para tomar videos y fotografías. 

Uno de nuestros conocidos ingresó al festival con otra clase de cosas. 


Siempre trae algo encima. Creo que nunca lo he visto sobrio en ningún concierto. 

Es una persona hilarante y divertida. 

Una vez estuvo dispuesto a dejarse arrastrar por la corriente de un río, sólo para impedir que un cigarrillo se le mojara. 

Mientras intentaba cruzar de una orilla a la otra, el agua fue cubriéndole poco a poco todo el cuerpo. 

Cuando el agua le llegó a las rodillas, se sacó el carrujo de una bolsa de los pantalones y se lo puso en los labios. 

Todo iba bien hasta que el agua le llegó al cuello. 


Tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para mantener el carrujo en la superficie, como si fuera el tubo de un snorkel


Contuvo la respiración brevemente y alguien le dio la mano desde la otra orilla, para sacarlo del río. 


Escuchamos a Monocordio en el Escenario Verde, y anduvimos caminando de un escenario a otro sin quedarnos demasiado tiempo escuchando a otras bandas. 

Cuando iban a dar las seis de la tarde, nos fuimos al Escenario Rojo.

No faltaba mucho tiempo para que Gustavo Cerati tocara allí. 

Todos con los que fui al festival querían escuchar al argentino. 

Acaba de sacar un álbum que se llama Ahí Vamos.

Yo no conozco realmente su música. 
En todo caso, me resulta un poco aversiva. 


Mi otro hermano va a la preparatoria y escucha mucho a Gustavo Cerati -sólo Bocanada y Siempre Es Hoy-, y ya me tiene un poco harto, así que yo no tenía mucho interés en escucharlo. 

Sin embargo, a esa hora no había ningún otro artista que me interesara y como no quería regresarme solo a la casa y tener que pagar yo solo el taxi, me quedé allí con los demás.

Antes de Gustavo Cerati, salió a Alex Lora a tocar en ese escenario.

Empezó a llover. 

Nunca me ha gustado El Tri, pero debo reconocer que su espectáculo fue muy divertido. 

(Tal vez me dio esa impresión porque no me he sentido bien. 
Hay una mujer que me interesa. 
Estuvimos saliendo un tiempo, pero ella volvió con su ex.
Todas las canciones cursis de El Tri me hicieron echarla de menos).  

De Wilson net - Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org
Alex Lora tiene muchos años en este negocio. 
Sabe cómo hacer que su público participe, coree sus canciones y se ría de sus chistes.
Es un malhablado muy divertido. 

Cuando dejó de llover, el escenario se quedó a oscuras aproximadamente media hora. 

Finalmente salió Cerati, y el sonido fue impecable.
Me pareció muy largo el concierto.
No podía ignorar a las mujeres que gritaban como histéricas, cuando cantaba Puente

Tocó Té para Tres Bajan, -dos covers de Luis Alberto Spinetta, uno de los máximos exponentes del rock argentino-, pero no recuerdo nada. 

Creí que tocaría algún éxito de Soda Stereo, pero aparentemente tiene tantos admiradores que no lo necesita. 

Gustavo Cerati, 5 de Mayo del 2007

sábado, mayo 12, 2007

Mi corazón está tenso, como una cuerda a punto de romperse


Esta noche es como la niebla, y dicen que la niebla avanza con pequeños pasos de gato. 

Yo tuve un gato -mi primer gato- y, obviamente, él avanzaba como la niebla. 

Cuando él se fue de la casa, me sentí más triste que nunca en mi vida. 

Cuando un gato se va de tu casa, es una especie de muerte, pero es peor que la muerte.

Nunca dejarás de sospechar que él sigue con vida, que sólo está perdido.

Las mamás lloran cuando sus hijos se van de la casa, pero siempre cabe la posibilidad de que ellos las visiten una vez al mes. 

Cuando una mujer termina contigo, siempre cabe la posibilidad de que la llames por teléfono para escuchar su voz y colgar.

Cuando un gato se va de tu vida, es una especie de desapego, pero es peor que el desapego. 

Nunca sabrás si él está con alguien mejor que tú, o si sólo está muerto.
Siempre cabrá la posibilidad de que esté con una persona que lo maltrata. 

Seis meses después de que Sócrates se fue de la casa, acepté que nunca volvería a verlo. 
Sin embargo, continúo recordándolo. Todavía lo echo mucho de menos. 
Solía llamarlo Gatorata, porque sus ojos tomaban un matiz rojo -como los ojos de las ratas- cuando todo estaba a oscuras.  
Él solía despertarme todas las mañanas, puntualmente, y rascaba la puerta de mi recámara y yo lo dejaba entrar y se echaba junto a la ventana hasta que me levantaba de la cama. 
Yo admiraba su majestuosidad y paciencia desde la cama, mientras el sol bañaba su pelaje. 


Ahora soy un ordinario, y a mi vida le da sentido la ausencia de Sócrates. 
Soy consciente de que tarde o temprano buscaré a una mujer para olvidarlo, o para tolerar su pérdida. 

Algunas veces camino por la calle y me detengo en cualquier sitio y tengo unos enormes deseos de llorar.

Nadie piensa en mí. Nadie se pregunta qué estoy haciendo justo ahora. 

Algunas veces sucumbo ante la crisis y supongo que me haría feliz encontrar a una mujer y que ella pensara en mí, pero en realidad estoy convencido de que todos estos pensamientos mecánicos, no se irán jamás. 

Y sin embargo, creo que todos estos pensamientos desaparecen cuando logro quedarme dormido (porque logro quedarme dormido.) 
Logro quedarme dormido a pesar de tener todos los músculos -sobre todo, el corazón- tensos, rígidos y cansados, como una cuerda a punto de romperse.
Logro quedarme dormido, aun cuando mis sueños son recurrentes y angustiosos.

Siempre sueño que veo morir a Sócrates, atropellado por un horripilante camión de pasajeros, mientras él y yo cruzamos siempre la misma calle, siguiendo frenéticamente el aroma de una mujer que estoy a punto de conocer. 

domingo, mayo 06, 2007

Touring The Angel en El Foro Sol



Hace un año fue una tarde nublada y fría -un poco extraña para tratarse de primavera-, y lo recuerdo claramente porque escuché en vivo a Depeche Mode

Tenía alrededor de medio año de haberme reencontrado con un viejo amigo de la primaria. Habíamos estado viéndonos con frecuencia, y salíamos a jugar futbol con sus amigos. Jugábamos en un campo empastado, a orillas de El Bosque de Chapultepec

Se lo tomaban muy en serio. Llevaban uniformes originales y zapatos de futbol de marca, y también unas porterías de tamaño profesional -con todo y redes- que parecían mandadas a construir a propósito. 


Yo sólo impartía clases de licenciatura en la Ibero y no tenía suficiente dinero para comprar nada de eso -en esa escuela pagan por honorarios y una sola vez al semestre- y creo que hasta iba a jugar con unas zapatillas deportivas comunes y corrientes, pero la pasaba muy bien. 

Un domingo, en su auto, mientras íbamos a jugar futbol, mi amigo me dijo que se había enterado que Depeche Mode tocaría en El Foro Sol y me preguntó si quería ir. 

Aunque no me gusta mucho esa banda, ni la música electrónica en general, le dije que sí. Tenía mucho tiempo que no salía a ningún concierto, tal vez desde que NIN tocó en El Palacio de Los Deportes en la gira de With Teeth


Yo tenía mucho tiempo libre -prácticamente mi vida giraba en torno al mundial de Alemania 2006, que estaba por comenzar- y llegué muy temprano al Foro Sol. 

Ya había mucha gente y caminé en busca de mi asiento. Los lugares que teníamos estaban en las gradas y el escenario quedaba muy lejos, y me decepcionaron.

Mi amigo llegaría directamente de su trabajo, así que estuve esperándolo un rato y me tomé un par de cervezas. 


Hacía casi un año que no tenía novia ni nada semejante, y tenía muchas ganas de volver a involucrarme con otra mujer, pero también tenía muchos problemas para relacionarme con la gente. 

Me daba flojera iniciar cualquier clase de relación. Odiaba los preámbulos. 

No pude dejar de ver a las parejas que iban llegando a sentarse cerca de mí, y tampoco podía dejar de pensar por qué no había hecho nada para estar en esa situación.

Siempre me había parecido que la música de Depeche Mode era para disfrutar en compañía de una pareja.


Estaba un poco ebrio, cuando mi amigo llegó. Lo acompañaba un primo suyo. Nos saludamos y me di cuenta que no nos caíamos bien. Su presencia me hizo sentir incómodo. 

Ellos también empezaron a beber y se pusieron a platicar.

El alcohol surtió efecto y me hizo sentir solo, patético y embustero. 
Nunca me ha gustado asistir a un concierto, si no conozco bien a la banda que toca. Yo sólo conocía los hits de Depeche Mode, identificaba algunas canciones de Violator, de Ultra y de Exciter y había escuchado varias veces Playing The Angel. También me gustaban mucho algunos de sus videos, pero no me consideraba un verdadero admirador de su música. 

Ni siquiera tenía el pretexto de estar allí, porque a mi novia le gustaba la banda. 

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El cielo estaba nublado y era evidente que no tardaría mucho en llover. 

Ya estábamos ebrios cuando David Gahan y compañía salieron al escenario. 
Llovía intensamente y, a pesar de ello, el público estaba feliz. La banda abrió con A Pain That I'm Used To

Recuerdo vagamente que conforme nos poníamos más ebrios, el primo de mi amigo y yo dejábamos de tratarnos con incomodidad -creo que hasta me invitó varias cervezas- y que sin embargo la música me ponía cada vez más y más melancólico. 

Mi ebriedad era patética. Lo único que me entusiasmaba era la cercanía del mundial de futbol y no podía disfrutar plenamente del concierto porque deseaba desesperadamente involucrarme con otra mujer, pero no hacía nada para cambiar la situación.

También recuerdo que pensaba escribir una reseña del concierto en este blog y que anotaba cada una de las canciones que Depeche tocaba para tener el setlist y ponerlo en la entrada, pero al poco tiempo abandoné la idea porque había varias canciones que no conocía. 

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Mientras David Gahan movía las manos en lo alto y el público lo imitaba, mientras sonaba Suffer Well y yo me sentía solo, patético y embustero y me preguntaba cuándo diablos volvería a involucrarme con otra mujer, prácticamente cualquier mujer que pasaba junto a mí me parecía la mujer más hermosa del universo.  

Cuando Martin Gore tocó Home, no pude evitar lamentarme por no tener a nadie a quien pudiera tomar de la mano y mirar a los ojos en ese momento.

Envidié a los hombres que estaban en El Foro Sol con sus parejas, pero también reconocí que no me gustaba mucho socializar. 

De repente mi amigo y su primo estaban tan ebrios que empezaron a platicar conmigo. Mi amigo dijo que era de lo más complicado encontrar mujeres solas en un concierto como ése, y yo le dije que no estaba de acuerdo. Me alargó su cerveza, le di un sorbo y empecé a señalarle varias mujeres solas -o que al menos parecían solas- y entonces su primo me secundó. 

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El primo dijo que sólo era cuestión de encontrar a una mujer sola y que después las demás mujeres solas comenzarían a aparecer como lucecitas, y nos reímos. 

En mi ebriedad, recordé que en algunos pueblos creen que las lucecitas que supuestamente flotan encima de los lagos por las noches, son las almas de personas que murieron ahogadas y que no quieren ser olvidadas.  

Volví tambaleándome a la casa. Apenas puse un pie en la cama, me quedé dormido.