viernes, mayo 25, 2007

Detrás de la tormenta



Hace nueve meses, perdí un EP de Hassassin. También perdí la cabeza.

Ese día me desperté muy cansado de mi vida. Serían las diez o las once de la  mañana cuando abrí los párpados. Quería desaparecer. Estaba harto. 

Durante casi un año, desde que Lulú me dejó y se fue a vivir a Canadá con un junkie de Minnesota que buscaba opiáceos gratis en otros horizontes, no había hecho otra cosa más que refugiarme en la música, en los libros y en las cosas que escribía. También me había intoxicado de programas de fut. No había manera de evitarlo. Hacía unos meses había terminado el mundial del 2006 y las sedes alemanas eran fabulosas –Gelsenkirchen, Dortmund, Leipzig, Stuttgart, Fráncfort, Berlín, Hamburgo, Hanóver, Kaiserslautern, Núremberg, Colonia, Múnich– y la selección mexicana había generado altas expectativas por su desempeño en la Copa Confederaciones del 2005. 

Al final, la selección había sido eliminada en octavos, en un gran juego contra los argentinos, acumulando eliminaciones en octavos desde el mundial de 1994. 


Desde hacía un año fumaba mucho, comía mal y me acostaba a las tres o cuatro de la madrugada. 

Ese día me levanté de la cama, leí lo que había escrito la noche anterior –unos cuantos relatos irrelevantes– y luego bajé a la cocina a buscar comida. Me preparé un sándwich de pechuga de pavo con queso manchego, con mayonesa y con lechuga, le di unas mordidas, subí a mi recámara, puse un demo de Los Silencios Incómodos en el Aiwa, me tumbé en un sillón, y odié mi vida.

A eso de las seis de la tarde, llegaron a la casa algunos amigos de DR, uno de mis hermanos. Por la noche, Nos Llamamos –la banda en la que DR toca la batería– iban a tocar en El Foro Alicia. 

DR me preguntó si quería acompañarlos. Me dijo que también tocarían Yokozuna y Hassassin, y que Los Silencios Incómodos presentarían Hasta ahora todo va bien, su primer álbum de estudio.

Le dije que sí. Los Silencios me latían. Los había escuchado otras veces en vivo. Tenían influencias de la música que me gustaba. (Sobre todo de Sonic Youth, de Scratch Acid y de Love Battery.) El demo que MH –el bajista de Nos Llamamos– me había pasado unas semanas atrás también sonaba bien, aunque traía dos o tres pistas de Hasta Ahora Todo Va Bien –el álbum que Los Silencios presentarían por la noche en El Alicia– que, en cierta forma, estaban contaminadas por la voz de un poeta extranjero que recitaba unos poemas suyos, en un extraño acento español, mientras Los Silencios aporreaban sus instrumentos e inundaban los poemas con feedback.
               

Nos tomamos unas cervezas en la casa y luego salimos al Alicia. 

Durante el trayecto, me la pasé hablando con MH en el asiento trasero del Jetta. Le dije que no me había latido tanto que el poeta extranjero metiera su voz en algunas canciones de Los Silencios. Él me dijo que sabía que, más o menos, ese había sido el acuerdo al que habían llegado con Nacho Alicia, quien les había grabado el disco, o algo así.  

MH también me contó algunas cosas sobre una mujer que, aparentemente, iba a convertirse en mánager de Nos Llamamos. Yo había tenido una experiencia desagradable con ella y no me caía bien, y él sabía cómo había estado todo ese asunto. Le dije que lo pensaran mejor, pero él intentó ser optimista y me dijo que ella tampoco le caía bien a David Byrne, o algo así. No le entendí. 

Circulábamos por Fray Servando, a la altura de la Delegación Venustiano Carranza. Encendí un Camel y le di una larga chupada. Comenzaba a llover. MH continuaba contándome algunas cosas de su potencial mánager, y la situación me estaba dando mala espina. Ya no estaba tan convencido de que hubiera sido una buena idea acompañarlos al Alicia. MH estaba seguro de que esa mujer también iría al Foro Alicia, y yo, definitivamente, no tenía muchas ganas de verla. No quería tirarle mala onda, otra vez.  

Sin embargo, además de que odiaba mi vida, ese día se cumplían tres semanas desde que mi gato Sócrates había huido de la casa. Era un felino majestuoso y salvaje. Lo echaba mucho de menos. En un par de años, se había convertido en un gran compañero. No quería pensar en él y ponerme nostálgico y acabar sintiéndome frustrado y del carajo, preguntándome por qué se había largado y si estaba en un lugar mejor, si continuaba vivo. Necesitaba distraerme.  

En fin, llegamos al Alicia. 

DR, MH, BA –el guitarrista de Nos Llamamos– y las novias de cada uno de ellos se bajaron del auto y de inmediato sacaron sus instrumentos y los metieron al Alicia. Me bajé del Jetta y me quedé solo debajo de una de las cornisas de las accesorias aledañas, fumándome un cigarrillo y guareciéndome de la lluvia. Vi a una chica que llamó mi atención. Tenía una cabellera afro espectacular. 

Justo cuando me debatía entre acercarme a ella o resignarme a no hacer nada, DR regresó a donde yo estaba y me hizo acompañarlo para pasar con él al foro, obviamente, sin pagar mi entrada. Esa era una de las ventajas de ir con la banda. 

La otra ventaja es que había un cartón de XX Lagger gratis. 

Nos tomamos unas cervezas y platicamos sobre Paul McCartney y John Lennon –MH era insoportablemente quisquilloso al respecto–, hasta que la gente de pronto ya había ingresado al foro. 

Luego Hassassin salió a tocar. Nunca los había escuchado, pero me gustó su música. Sonaban “rasposos”, como a nü metal sin sintetizadores ni gaitas. Ya estaba medio ebrio cuando terminaron de tocar, y decidí bajar a la entrada del Alicia y comprarme su EP –cometí el error de guardarlo debajo de una axila, en lugar de pedirle a alguien de Nos Llamamos que me lo guardara– y después subí y fui al baño. Cuando salí del baño, tal vez ya había perdido el EP de Hassassin y no lo había notado (me di cuenta hasta mucho más tarde, cuando nos subíamos al Jetta, de vuelta a la casa), y me fui a parar frente al escenario. Nos Llamamos estaban enchufando sus instrumentos. 

Abrieron con “Línea” y la gente comenzó a mover las cabezas y yo me compré una XX Lagger y me la llevé a los labios. Sentí el chispazo del alcohol recorrer mis vísceras, y me dispuse a fumarme otro Camel, cuando mi mundo se estremeció: la desconocida de la cabellera afro espectacular estaba a unos metros de mí. 

Tengo muchos prejuicios respecto a acercarme a mujeres desconocidas. No quiero que piensen que soy un hombrecillo de mierda, un acosador que le tira la onda a todo lo que se mueve, y estoy casi totalmente seguro de que, para la mayoría de las mujeres, debe de ser horrible cuando un desconocido las aborda en cualquier lugar. También estoy casi seguro de que ellas se sienten acosadas. 

Pensé en todas estas cosas, sopesando los pros y los contras, y miré varias veces a la chica de cabellera afro, antes de decidirme a hablarle.

Me bebí otras dos o tres cervezas. Cuando estaba más desfrontalizado, sonaba “Monstrua” y entonces la chica de la cabellera afro y yo cruzamos miradas. Nos sonreímos. Tuve la corazonada de que ella quería que le hablara, de que acabaría pasando algo entre los dos. 

Me acerqué a ella, y pensé en cómo abordarla, en qué le diría para no sonar tan estúpido y tan pretencioso. Esperé a que terminara la canción, allí, junto a ella, creyendo que de pronto aparecería una idea genial y que le diría esa idea genial y que así rompería el hielo, pero no se me ocurrió nada. 

Estaba a punto de abandonar todo, de volver a comprarme otra cerveza, cuando –contra todo pronóstico– ella se acercó a mí y me sonrió. Traía un cigarrillo en los labios y me pidió un encendedor. Le encendí el cigarrillo y empezamos a hablar. Me dijo que a su hermana le gustaban Los Silencios, y que conocía al baterista. Le dije que yo tenía un demo de Los Silencios y que mi hermano era el baterista de Nos Llamamos y que conocía a Los Silencios. Ella creyó que le estaba tomando el pelo. Insistí en que Nos Llamamos ensayaban en mi casa, en que conocía sus canciones, en que había llegado con ellos al Alicia, en que ni siquiera había pagado mi entrada. Le di muchos detalles que ya no recuerdo. Ella dijo “Está bien; parece que no quieres apantallarme”, y nos reímos. “Por cierto, me llamo Nayeli”, agregó. Le dije mi nombre y volvimos a fumar. 

Nos quedamos en silencio mientras sonaba “Rompevientos” (mi canción favorita de Nos Llamamos) y le pregunté si podía invitarle una cerveza y ella dijo que sí. 


Le di un sorbo a mi cerveza y luego tuve que ir al baño de nuevo –ignoro si todavía traía bajo la axila el EP de Hassassin– y le pedí a Nayeli que me sostuviera la cerveza por favor. Al regresar junto a Nayeli, Los Silencios Incómodos estaban preparándose para tocar. Seguimos conversando, probablemente le volví a decir que mi hermano tocaba la batería en Nos Llamamos –probablemente ella bromeó conmigo y volvió a decirme que no me creía, que le estaba tomando el pelo– y que ya había escuchado Hasta Ahora Todo Va Bien, y ella me confesó que a su hermana le gustaba el baterista de Los Silencios.  

Sonaban los primeros acordes de “Detrás de la Tormenta” (mi canción favorita de Los Silencios), cuando nos encontrábamos más desinhibidos, y pasó lo que ambos sabíamos que iba a pasar desde que nos bebimos la primera XX Lagger y desde que nos fumamos los primeros Camel. 

Ella se tuvo que marchar antes de que tocaran Los Nena. Le pregunté si nos veríamos en otra ocasión, me dijo que sí y me dio su número telefónico. Lo anotó con una pluma en la palma de mi mano izquierda. La pluma, comandada por su mano derecha, se posó sobre mi palma como un tatuaje de hierro incandescente.

Al cabo de un mes, la llamé. Salimos algunas veces. Fuimos al CNA, fuimos al Centro Histórico, fuimos al Claustro, fuimos a Galerías Coapa, nos llamamos por teléfono muchas veces, pero hoy todo se acabó.

Hubo momentos agradables, pero en general nunca nos acoplamos. Conocerla fue un placer, pero tratarla fue un infierno. Más o menos. 

1 comentario:

Viridiana G. dijo...

(What becomes in those cases?)

I still feel something strong. Even when HE's too old for me. Even when HE's too different from me. Isn't too clear that I do love HIM? I do care about HIM. And I hope, I hope...

(Until now. . . I continue hoping)

(I hate the english)

Kiss and hug

Ciaoooo