Uno de mis hermanos es músico. Tal vez se debe a que, cuando éramos niños, mis papás nos llevaban al teatro con frecuencia y a que, en una ocasión, después de ver Kumán, nos encontramos a Cristal y Acero en un restaurante cercano al teatro.
Esta banda de heavy metal había musicalizó la ópera rock del alienígena que vivía en la selva, y mi hermano –tenía entre cuatro y cinco años de edad, o menos– quedó impresionado.
En el restaurante, los músicos se sentaron a unas mesas de nuestra mesa y él se les quedó mirando. Vestían playeras sin manga y pantalones de mezclilla rotos; traían melenas de león y sus brazos estaban llenos de tatuajes (entonces los tatuajes no eran una tendencia: incluso no eran tan comunes en las estrellas de rock) y sus rostros eran un enigma detrás de las gafas de sol.
El sábado, él me invitó al Festival Vive Latino.
Tiene una banda -toca en muchos lugares- pero en esta ocasión tocó la batería con Los Licuadoras y tocó el bajo con Jessy Bulbo.
Tenía algunos boletos extra y vales para comida y bebidas.
Su novia pudo entrar con una cámara para tomar videos y fotografías.
Uno de nuestros conocidos ingresó al festival con otra clase de cosas.
Siempre trae algo encima. Creo que nunca lo he visto sobrio en ningún concierto.
Es una persona hilarante y divertida.
Una vez estuvo dispuesto a dejarse arrastrar por la corriente de un río, sólo para impedir que un cigarrillo se le mojara.
Mientras intentaba cruzar de una orilla a la otra, el agua fue cubriéndole poco a poco todo el cuerpo.
Cuando el agua le llegó a las rodillas, se sacó el carrujo de una bolsa de los pantalones y se lo puso en los labios.
Todo iba bien hasta que el agua le llegó al cuello.
Tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para mantener el carrujo en la superficie, como si fuera el tubo de un snorkel.
Contuvo la respiración brevemente y alguien le dio la mano desde la otra orilla, para sacarlo del río.
Escuchamos a Monocordio en el Escenario Verde, y anduvimos caminando de un escenario a otro sin quedarnos demasiado tiempo escuchando a otras bandas.
Cuando iban a dar las seis de la tarde, nos fuimos al Escenario Rojo.
No faltaba mucho tiempo para que Gustavo Cerati tocara allí.
Todos con los que fui al festival querían escuchar al argentino.
Acaba de sacar un álbum que se llama Ahí Vamos.
Yo no conozco realmente su música.
En todo caso, me resulta un poco aversiva.
Mi otro hermano va a la preparatoria y escucha mucho a Gustavo Cerati -sólo Bocanada y Siempre Es Hoy-, y ya me tiene un poco harto, así que yo no tenía mucho interés en escucharlo.
Sin embargo, a esa hora no había ningún otro artista que me interesara y como no quería regresarme solo a la casa y tener que pagar yo solo el taxi, me quedé allí con los demás.
Antes de Gustavo Cerati, salió a Alex Lora a tocar en ese escenario.
Empezó a llover.
Nunca me ha gustado El Tri, pero debo reconocer que su espectáculo fue muy divertido.
(Tal vez me dio esa impresión porque no me he sentido bien.
Hay una mujer que me interesa.
Estuvimos saliendo un tiempo, pero ella volvió con su ex.
Todas las canciones cursis de El Tri me hicieron echarla de menos).
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Sabe cómo hacer que su público participe, coree sus canciones y se ría de sus chistes.
Es un malhablado muy divertido.
Cuando dejó de llover, el escenario se quedó a oscuras aproximadamente media hora.
Finalmente salió Cerati, y el sonido fue impecable.
Me pareció muy largo el concierto.
No podía ignorar a las mujeres que gritaban como histéricas, cuando cantaba Puente.
Tocó Té para Tres y Bajan, -dos covers de Luis Alberto Spinetta, uno de los máximos exponentes del rock argentino-, pero no recuerdo nada.
Creí que tocaría algún éxito de Soda Stereo, pero aparentemente tiene tantos admiradores que no lo necesita.
Gustavo Cerati, 5 de Mayo del 2007
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¿POR QUÉ?
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