sábado, diciembre 29, 2007

Jamás he comprendido a Nietzsche


Es alrededor de la medianoche, y recuerdo algo sin ninguna razón en particular.

Recuerdo que hace más o menos diez años, en una noche como ésta, yo leía El AnticristoLo recuerdo porque había huelga en la UNAM, y yo no hacía otra cosa más que leer. 

Recuerdo que unos días antes de la cena de Navidad, acompañé a mi mamá a casa de la abuela y que vi el libro entre sus cosas. 
Nietzsche estaba entre Alfonso Reyes y Conny Méndez

Recuerdo que esa tarde, mi abuela tenía el cabello desarreglado -creo que todo el día se la había pasado haciendo limpieza en su casa- y los ojos llorosos. Se veía triste. 
Mi abuelo tenía poco más de un año muerto, y ésa sería la segunda Navidad que pasaríamos sin él.  

Recuerdo que empecé a estornudar -había mucho polvo volando por la habitación- y a sentir calambres en el estómago. Lo recuerdo porque en esos días yo casi no comía, pero fumaba -eran sólo cinco o diez cigarrillos a la semana- y bebía a escondidas el whisky de mi papá. 


Recuerdo que mi abuela y mi mamá se pusieron a platicar. Mi mamá le contó a mi abuela lo que tenía planeado cocinar para la cena de Navidad. 
Lo recuerdo porque ella preparó lomo de cerdo al horno con ensalada rusa, y porque en la casa terminamos comiendo los residuos de la cena de Navidad durante más de dos semanas. Nadie fue a la casa -la familia de mi mamá y la familia de mi papá nunca se llevaron bien- y sobró mucha comida.

Recuerdo muchas cosas sin ninguna razón en particular porque he bebido cerveza toda la tarde. Además, estoy borracho de nostalgia. 

Tengo la impresión de que la nostalgia fluye en mi sangre, igual que el alcohol que he bebido.
Tengo la impresión de que la nostalgia es una especie de masaje en mis piernas, después de haber caminado mucho tiempo.
Tengo la impresión de que la nostalgia me ha quitado una pesada carga de los hombros, y que yo podría hacer cualquier cosa o simplemente quedarme dormido. 

Al igual que mi abuela aquella tarde en la que me prestó El Anticristo, yo he estado limpiando mi habitación todo el día. Hay mucho polvo, flotando por todas partes.
El polvo me provoca pequeñas descargas de alergia -estornudo-, y, automáticamente, siento calambres en el estómago y recuerdo el sabor del whisky de mi papá. 

Jamás he comprendido a Nietzsche. 


Todos reposan en esta casa, pero yo no puedo reposar. 
El alcohol y la nostalgia me mantienen en un estado de excitación insoportable. 

Hace unos días cumplí 27 años y pienso que mi corazón se está convirtiendo en una farmacia, y también pienso que he hecho muchas cosas en contra de mi voluntad. 
Fue absurdo -aunque no lo lamento del todo- ir a La Casa de Los Azulejos a pretender que era altruista y que me interesaba unirme al EZLN

(Hace casi diez años de eso, también.)

Fue tan absurdo como los políticos que vi esta mañana en las noticias, defendiendo vehementemente La Ley Contra Los Fumadores.

(Estoy seguro que todos ellos tienen automóvil propio, al igual que sus esposas, amantes e hijos. ¿Acaso los automóviles no contaminan igual, o peor, que los químicos que contienen los cigarrillos?) 

Tal vez hay más automovilistas que fumadores en la ciudad.

Si van a prohibirnos fumar en espacios cerrados, lo justo es que también prohiban que la gente ponga música a todo volumen. Así como algunos detestan el olor del cigarrillo, yo detesto estar en mi casa, intentando concentrarme con el ruido que provoca la música de mis vecinos.

(Lo peor es que mis vecinos -y la mayoría de la gente- tienen pésimos gustos musicales.)

Estoy seguro de que disminuirán considerablemente las muertes por enfisema pulmonar, pero que habrá un brote de sordera aguda en la población.

Apuesto a que mañana -o, más bien, al rato- no sólo tendré una terrible resaca, sino que también lamentaré todo lo que acabo de escribir. 

Me fumaré otro cigarrillo y trataré de conciliar el sueño. 

jueves, diciembre 20, 2007

Bienvenido al club de los 27


Hoy cumplo 27 años.

Siempre creí que ya tendría clarísimo de qué viviría a esta edad.

Apenas voy a ingresar al doctorado y soy profesor en la universidad, pero lo que hago no me alcanza para nada. Pagan algo simbólico por impartir clases, a menos que seas profesor de tiempo completo definitivo. 

Tengo poco más de tres meses en el laboratorio donde pienso estudiar el doctorado. Me entusiasma conocer el campo de las neurociencias. 

He estado corriendo experimentos por la madrugada y, aunque los resultados obtenidos no fueron un gran hallazgo, la experiencia de estar solo en el laboratorio, trabajando, fue muy gratificante. 

Hoy estoy de malhumor, quisiera que nadie me hablara. 
No he podido escribir nada que me satisfaga. 
No tengo el mismo tiempo libre que antes. 

A veces envidio la ociosidad.

A veces odio que la vida tenga sentido en el mundo y no en una hoja de papel. 

Quisiera dormir todo el día. 


jueves, diciembre 13, 2007

Dicen que en las neurociencias no hay espacio para el amor





Tenemos más de media hora recorriendo el desierto. Salimos del DF a las 7 de la mañana. Supuestamente estamos a menos de media hora de Nuevo León. El sol ya se está ocultando detrás de las montañas. Estoy poniéndome ansioso. Necesito salir a estirar las piernas. Estoy sudando copiosamente y presiento que mi rostro está cubierto de acné. 

Vamos a un congreso sobre medicina del sueño. Todos estamos hartos del recorrido. Sólo hicimos una parada para desayunar, apenas saliendo de la ciudad. Nadie habla. Hay una tensión insoportable en la camioneta, y el ambiente es muy diferente a la forma en que todos se comunican en los seminarios de cada lunes. Sospecho que este silencio es más real que la convivencia que he visto en los tres meses que tengo en el laboratorio. 


Somos once personas dentro de la Ichi Van que rentó mi futuro tutor de doctorado.
Yo estoy sentado en la parte trasera de la camioneta, en un lugar que he estado cambiando por turnos con un alumno que, al igual que yo, está preparándose para ingresar al doctorado en la próxima convocatoria. Es un lugar incómodo, y resulta imposible permanecer en él más de una hora. 

De repente, el tedio me hizo quedarme dormido, y acabo de despertar. Soñaba que alguien ponía  Hanging On The Telephone y que sonaba mi teléfono celular -estoy estrenándolo, porque mi futuro tutor de doctorado insistió en que adquiriera uno para que pudiera localizarme a cualquier hora-, mientras unas compañeras -que se la han pasado contándome que han asistido a más de seis congresos sobre medicina del sueño en su estancia en el laboratorio-, conversan sobre los huicholes. Sospecho que ellas consumen alucinógenos y no sólo alcohol y marihuana, como me han presumido.   


En el sueño, una ex novia me llama por teléfono. Está muy interesada en saber qué he hecho desde que dejamos de salir y yo simplemente no me siento cómodo para hablar con ella. Además, la señal es pobre y casi no la escucho. Me incomoda su llamada y le cuelgo cuanto antes. Tengo casi seis meses saliendo con una chica que es perfecta y hemos estado hablando sobre la posibilidad de vivir juntos. El único problema es que sus papás creen que no soy un buen partido para ella -no tengo auto y no me visto de traje y zapatos como los novios de sus otras hijas- y no está segura de que la dejen vivir en unión libre conmigo. 

Ésta es la primera ocasión, desde que salimos, que dejaré de verla por una semana. La echo de menos. Preferiría estar con ella en cualquier otra parte. 


En cuanto le cuelgo el teléfono a mi ex, la esposa de mi futuro tutor de doctorado -quien nos ha acompañado a este viaje con su hija, para aprovechar la cercanía con Texas e ir de compras a MacAllen- me pregunta si todo está bien y le respondo que sí, y de inmediato me cuenta lo difícil que es separarse de la novia para asistir a congresos. Mi tutor le lanza una mirada poco amistosa y le dice que en las neurociencias no hay espacio para el amor. Su mujer me mira asombrada y exclama "¡Tienes síndrome de Cushing!"

Decido dejar las cosas como están y contarles sobre Clem Burke, Debbie Harry y el CBGB mientras suena la batería en The Tide Is High, pero los dos me ignoran. Mi futuro tutor dice que esa clase de información es información basura. 

Me despabilo y miro algunos cactus y el Cerro de La Silla a lo lejos, a través de la ventana, para distraerme. En verdad extraño a mi novia, y me preocupa y me molesta más de lo que quiero admitir la forma en que sus papás me ven. Ni siquiera la dejan salir por las noches conmigo y a sus hermanas las dejan volver a la casa hasta el día siguiente, siempre y cuando vayan con sus respectivos novios. 


A todas las reuniones familiares a las que la he acompañado, su papá, sus tíos y los novios de sus hermanas se la pasan hablando de automóviles. Es infernal. Nunca falta quién me pregunte cuándo voy a comprarme el mío.  

La extraño.  


ÉSTE ES UN EXTRACTO, UN BORRADOR, DE UN LIBRO QUE PUBLICARÉ ALGÚN DÍA.

lunes, diciembre 03, 2007

Clorotrimeton (4 mg)


Son las 13: 57, y mis fosas nasales escurren mucosidades.
Todo me resulta insoportable -las voces de mis compañeros en el laboratorio, los chillidos de las ratas, las bromas de mi tutor, el teléfono que no deja de sonar-, y siento que estoy en ebullición.

Tengo mucha hambre y ansío un cigarrillo.

El año está terminando y no puedo dejar de sentirme nostálgico. 
Este año fue fantástico, pero la alergia me impide disfrutar el momento. 
La vida es insoportable a ratos. 

La vida debería consistir en tomar el sol, después de haber comido algo sabroso, o después de haber leído un libro estupendo, o después de haber amado plenamente a tu pareja. 

La alergia me impide pensar en otras actividades. 
La posibilidad de tomar el sol es muy lejana. 

Son las 14: 03 y los ojos me lagrimean. También siento como si los músculos y el estómago estuvieran enfermos. 

Mis dedos recorren las teclas de la laptop y se adormecen.
Quisiera estar tomando el sol.

Éste ha sido el mejor año de mi vida, y no puedo disfrutarlo. 
Me gustaría dejar de lagrimear y que mis músculos no estuvieran tensos y que mi estómago no fuera una liga a punto de reventar. 

Quisiera devorar un trozo de pizza y beber una malteada de vainilla, mientras tomo el sol junto al mar. 

A las 14: 07, estoy sentado frente al escritorio de un laboratorio de Cannabinoides en la Facultad de Medicina de la UNAM. 

Tengo menos de seis meses aquí -aún no soy estudiante de posgrado- y ya me he quedado varias madrugadas a correr experimentos.  Tengo la esperanza de que el doctorado sea la actividad más gratificante que haya realizado jamás. 


El teléfono sigue sonando y no puedo dejar de escucharlo como un niño malcriado que sólo quiere llamar la atención de su mamá.

Todas las cosas vivientes alrededor de mí, son molestas, pero en particular es molesto tener que levantarme a contestar el teléfono cuando intento concentrarme.

Aunque en realidad, sólo estoy concentrado en escribir tonterías en este blog.

Las mujeres alrededor de mí cuchichean y yo las percibo con la alergia como respiraciones tibias que le dan vida a la enfermedad. 

Si cierro los párpados, me imagino que estoy tomando el sol y que el ying y el yang atraviesan mis oídos con susurros de cristales rotos, y que el sonido de los cristales interrumpe mi concentración de la misma manera que lo hace el repiquetear del teléfono.

Los cristales rotos suenan a papel de china, desgarrado por unas tijeras oxidadas.

La alergia cede temporalmente, pero las voces continúan resonando en mi cabeza.
El teléfono sigue sonando, y creo que debo ser yo quien lo conteste. 

La alergia regresa y me hace pensar que la literatura es una mujer voluble que puede hacerte enojar a cualquier hora y que puede hacerte más feliz de lo que piensas, cuando menos lo esperas.

Tal vez sea la última vez del año que escribo en este blog -que está lleno de tonterías que leo en retrospectiva y que reviso una y otra vez-, pero ahora sólo sé que debo tomar 4 miligramos de clorotrimeton.

lunes, octubre 01, 2007

Su voz flotaba en la estancia como una nube sónica


Mientras la mortuoria voz de Layne Staley flotaba en la estancia como una nube sónica, yo estaba enfocado en mis preocupaciones. Las sentía latir dentro de mi cabeza como una masa cartilaginosa que se expandía lentamente a través de mi cerebro y que saldría a la superficie por las cuencas de mis ojos. 

Faltaba menos de una semana para mi examen profesional de licenciatura y mi futuro académico era incierto. 

Mi tesis abordaba el estudio de un polémico tema de cognición animal –¿las aves cuentan estímulosen lugar de estimar el tiempo que transcurre entre ellos, cuando es relevante para su supervivencia?– y el trabajo experimental me había tomado casi ¡cuatro años! –ingresé al laboratorio de mi tutor tres semestres antes de terminar la carrera– y, aun teniendo un promedio que me podía dar acceso a alguna beca, no tenía ninguna clase de apoyo económico. Todo lo que había hecho, lo había hecho por un interés genuino.

Mi compromiso había sido tan alto que no sólo había corrido experimentos en días feriados –incluso Navidad y Año Nuevo–, perdiéndome eventos únicos que en otra época no habría en el análisis de los datos, en la discusión de los resultados, en la exposición de los datos en coloquios y congresos, en algunas clases como profesor adjunto, tanto en días hábiles como en vacaciones y días feriados  y, sin embargo, mi tutor sólo me había ofrecido seguir siendo mi tutor... de posgrado.  

El paradigma de condicionamiento operante que había empleado en mis experimentos, forzaba a los animales a aprender a contar el número de respuestas requeridas por alimento.
La implicación funcional de los datos era complicada.

Quería continuar realizando investigación, pero no con ese tema. 

Aunque los antecedentes eran claros, no sabía cómo planteárselo.

Cuando tenía más de dos años con el proyecto y los avances eran de más del 70%, él decidió "tomar" la parte experimental en la que yo había estado trabajando y"pasársela" a su tesis doctoral, y sugirió que yo comenzara con otro proyecto desde cero.

Los convencí a él y a otra compañera del laboratorio para que ella y yo pudiéramos titularnos con el proyecto de ella –yo también había estado trabajando en ese proyecto– y así evité quedarme otros meses como pasante. 

Creía que esa decisión –romper nuestra relación laboral– acarrearía muchas desventajas.
La principal sería que perdería todos los contactos que tenía en la facultad y que tendría que empezar en otra institución desde cero. Trabajaba en el laboratorio del Director de la facultad y mi asesor de tesis era Jefe de Área. Las puertas que se abrirían si me quedaba allí, parecían ser muchas. 

Sospechaba que mi asesor de tesis podría tomarse el asunto a nivel personal y ver mi falta de interés en su línea de investigación como una traición y que sería más difícil dar clases en la facultad y obtener una plaza en un futuro cercano.

En los últimos tres años me había enfocado a su línea de investigación y no conocía a muchos investigadores de otras facultades o institutos. Tampoco había buscado dónde podría dar clases. Temía tener que buscar un empleo "de psicólogo convencional" temporalmente, para tener mis propios ingresos, mientras me establecía en otro laboratorio. 

La situación me atribulaba.


Pero, además, había terminado una relación sentimental de varios años.
  
Había sido mi primera relación realmente significativa y la ruptura era muy reciente y el sentimiento de pérdida influía mucho en mi estado de ánimo.  

La situación era mala y difícil para mí. Ella y yo nos seguíamos viendo –teníamos al mismo asesor de tesis–, ella había retomado una relación con un ex y el ex era patético y siempre que nos veíamos él estaba presente.

Él iba a recogerla a la escuela y se comportaba de una manera tan hipócrita y tan políticamente correcta que me resultaba insoportable.

Era un llorón. Era un emo adelantado a su época. 

Cuando ella y yo salíamos, él la chantajeaba. Le decía que me secuestraría y que me torturaría para hacerme sentir el sufrimiento que yo le hacía sentir.

Otras veces siempre aparecía "causalmente", como el tipo más galante y maduro, cuando ella y yo teníamos problemas.

(Supongo que ella lo mantenía al tanto de nuestra relación.)

Su actitud me causaba repulsión.

Aunque ella ya no me interesaba como mujer, cada vez que él iba a recogerla a la escuela, se burlaba de mí, sin que ella se diera cuenta. 
Decenas de veces me sentí impotente, furioso y frustrado, como cuando un desconocido te provoca y luego huye.

Una vez perdí el control y estuve a punto de pelearme con él.

Los odiaba a los dos por igual.

Reparaba en todas estas cosas, mientras sonaba la última canción de Above.  


Meaghan Li, This Is Your Brain On Drugs.

Esa noche, una amiga me había invitado a su departamento.

Me había hablado mucho de los efectos de un anéstesico que había estado consumiendo desde hacía un mes.

Uno de sus conocidos había conseguido un frasco y ella quería que celebráramos la cercanía de mi examen profesional. 

Yo tenía mucha curiosidad por experimentar. 

Mi amiga me había hablado de los efectos.
Según ella, la droga te hacía entrar en un estado de trance y de relajación que te permitía recordar pasajes de tu infancia. 

Conforme la anestesia invadía mi torrente sanguíneo, me determiné a recordar pasajes de mi infancia; sin embargo, cuando cerraba los párpados, sólo podía pensar en mi situación académica, en mi ex y en su pareja.   

Ocurrió algo extraño: mis preocupaciones parecían muchísimo más graves de lo que eran y sin embargo no me importaban en absoluto.

Tenía la impresión de que las contemplaba con lujo de detalle en alguno de los resquicios de mi mente, desde una burbuja sonoamortiguada, desde la perspectiva de otra persona, como un espectador que flotaba en la estancia, igual que la voz de Layne Staley. 

Logré enfocarme en pasajes de mi infancia y olvidé todos mis problemas. 

Me invadió un sentimiento de dicha y una idea se apoderó de todos mis pensamientos: todo lo que me rodeaba era una falsedad y todo lo que me angustiaba era artificial.

Me sentía una persona distinta a la que soy realmente –ajena a los prejuicios y a las necesidades que agobian a todo el mundo– y tuve la impresión de que ese lugar era el lugar ideal y que podía permanecer así el resto de su vida. 

Creo que entiendo el poder de los opiáceos.

***
ÉSTE ES UN EXTRACTO (UN BORRADOR) DE UN LIBRO QUE PUBLICARÉ ALGÚN DÍA. DERECHOS RESERVADOS.

viernes, agosto 24, 2007

Amantes Kafkianos




24/8/07
9: 29 
A punto de dormir, atado a una pared, mirando el techo, recordando. Los sueños son animales alados y chillones, zancudos que se insertan en la garganta. Me muero porque te imagino, y mi imaginación arde en fiebre por dejar de imaginarte.
Cuando la música se desvanece y te vas quedando sordo. Cuando la sordera es más que la suposición de lo que pasaría en un bosque donde nadie pudiera escuchar nada. Me muero porque te imagino, y mi imaginación arde en fiebre por dejar de imaginarte. La canción se ha fugado y la intensidad del silencio muerde las entrañas.
Son las 23:44. Los grillos ululan al fondo de la noche. Yo pienso en que has pedido una casa de campaña para irte lejos, y ¿a quién?
Estás en la habitación de un hotel de mala muerte. Recuerdas pasajes de varias novelas que son muchas y a la vez, ninguna. Nombres, nombres, nombres. Asesinos en serie. Debates por TV acerca de la conveniencia de hacer investigación intrusiva con personas non gratas. Las clases, las clases... Los alumnos en otra dimensión. ¿Acaso tienes que llegar a contar chistes?
El sueño se nutre de cansancio. Son las 4:44. La música zumba al fondo de las cosas, en el caos del insomnio. Dormir, querer dormir. 

Holcomb, Kansas


La lengua está seca, comiendo milímetro a milímetro cada uno de los poros gustativos, como una víbora que danza al compás del hambre, ejecutando maniobras caníbales y circenses. Hace frío. Tengo sueño, nuevamente. Algunos jóvenes llenos de energía, se acercan. Se posan en el suelo de adoquín. Son palomas en celo que regurgitan saliva y otros fluídos. Se alejan, pero sus voces permanecen.
* * *
La fatiga comienza a manifestarse en mi pulso lento, zigzagueante, ávido de sueño, ávido de morir en una hoja de papel, crucificado con tinta azul de una Bic cualquiera. Mi escritura es un movimiento telúrico y violento, como una niña enfadada mostrando los dientes. Mi escritura añora su infancia, cuando las palabras no tenían más que un sentido utilitario.
* * *
A veces, miro mis extremidades inferiores y siento nostalgia de un lugar cálido. Recuerdo, porque me tiemblan las piernas generalmente, cuán cómodo resultaba estar en cualquier parte, siempre y cuando mi mamá se encargara de procurarme. A lo lejos, las voces de los adultos se difuminaban y luego se confundían con las cercanas volutas del humo de los cigarrillos y con los primeros pasos de mis sueños infantiles. Párpados y canales auditivos abiertos desde niño, pero ningún carácter de organismo altricial, así que siestas (por la mañana, al mediodía, al atardecer, por la noche) y siestas. Con el paso del tiempo, aprendí a dormir sólo a ciertas horas. El mundo tiene un ritmo circadiano y su propio zeitgeber: el dinero.
* * *
Ahora: voces de niños retumban en la estancia. Oscurece... pero, repentinamente, como un resultado que nadie pronosticó, surge un rayo de sol que escupe su luz sobre una pared anaranjada. 'Y vivirás en mis pupilas como un rayo de sol sobre una lentejuela...' ¿O viviré? ¡Qué hambre!
* * *
Otro cigarro y nuevamente miraré la hora, esperando que falte menos tiempo para volver a verte. Se aproxima el momento y mi cuerpo se estremece, sacudido por la descarga de electricidad que fosforece dentro de tus ojos, sacudido por el baile imperceptible de tu melena en vaivenes de alegría (¿olanes del Alba?), tu melena que estaba flirteando con la atmósfera la última vez que la vi.

viernes, agosto 03, 2007

En la TV sólo importan el físico y el periodismo serio




Intento leer Oficio de Tinieblas, mientras la chica llega a ponerse de cuclillas frente a nosotros. Nos había citado a las 6 de la tarde en la librería Rosario Castellanos. Faltan 20 minutos para las 7. 

La chica es bajita y tiene el cabello despeinado y teñido de rubio cenizo -parece que ha estado corriendo todo el día-, y se lo pasa obsesivamente por detrás de las orejas. 

El sudor le perla la frente, y se ve preocupada.

Chinaski nos presenta. 


La chica es una amiga suya -la conoció en la preparatoria- y estudia la Licenciatura en Comunicación en El Claustro, y le pidió que fuéramos a participar como público en un programa de televisión que graban para Telehit y que sale al aire los sábados al mediodía y que repiten los martes a las 23:00. 


La chica mira mi libro -hace una mueca de desaprobación- y me dice que el programa tratará sobre la falta de lectores en México, y que lo conduce Gabriela Warkentin; y nos advierte que debemos comportarnos como si fuéramos estudiantes de El Claustro. Quiero decirle que no entiendo a qué diablos se refiere, pero miro a Chinaski y prefiero guardar silencio.
 



Nos levantamos de las bancas de concreto y seguimos a la chica.

Parece que no hay clientes -personas "reales"- en la librería. 


La sala de lectura está rodeada de sillas y hay cuatro enormes lámparas alrededor de las sillas y un montón de cables, cámaras y micrófonos. Más de una decena de personas caminan frenéticamente de un lado a otro, y dos terceras partes de las sillas están ocupadas por "público". 


Un tipo de la producción -trae el cabello a ras, usa lentes de aumento, y viste una camisa a cuadros y un pantalón Dockers- se acerca a una de las sillas situadas en la primera fila y observa con una mirada discriminativa a un muchacho del público. Tras pensarlo unos segundos, le pregunta, con una voz excesivamente dulce y fingida, si se puede cambiar de lugar. 


El muchacho del público le dice que el sí es estudiante de El Claustro, pero de todos modos accede y se cambia de lugar a una de las sillas de la última fila. Es obvio que lo cambiaron de lugar, por su aspecto. Tiene el cabello largo y una barba desaliñada, y viste jeans deslavados y trae un paliacate en la cabeza y una playera con el rostro del Che Guevara.


El mismo tipo le pide a una mujer caucásica, alta y esbelta -de muy buen ver- que ocupe el lugar que ha dejado vacío el muchacho del paliacate. 


Me siento incómodo. No sé cómo reaccionaría si me hicieran lo mismo, pero también nos sentaron en una de las últimas filas, muy lejos de los primeros planos.  




Después de media hora llegan Gabriela Warkentin, Katia D'Artigues y un tal Miguel Ángel a la librería. También llegan un par de estudiantes de la Universidad Iberoamericana -la chica estudia Comunicación, y el chico estudia Economía-, y otro sujeto de aspecto irreverente con jeans deslavados, peinado desordenado -al estilo de Los Strokes-, playera rosa con un mensaje provocativo en inglés -la leyenda dice algo así como "Me caga todo"- y unos Vans sucios y viejos. Está lleno de tatuajes y se hace llamar Warache, o eso dice alguien sentado junto a nosotros.   

Warache se acerca a la mujer caucásica, alta y esbelta que está sentada en primera fila, y, de la nada, le dice "Los hombres sólo hablamos de mujeres", y se carcajea. La mujer de buen ver se sonroja y se muerde los labios. 


"¡El yugi-oh puede crear adicción!", exclama Warache, ahora burlándose frente a otros muchachos del público que todo el tiempo han permanecido jugando en sus PSP. Yo sólo pienso que este sujeto tiene mucha confianza en sí mismo. Seguramente sus papás lo querían más de lo que merecía. 

Quince minutos antes de las 8, todos han tomado sus lugares y comienza el programa.


Katia D'Artigues y Miguel Ángel dirigen la discusión hacia un debate entre el periodismo "verdadero" -que ellos mismos practican- y el periodismo "improvisado"-que bloggers, como Warache, llevan a la práctica-, y, principalmente, Miguel Ángel expresa su malestar. Él se siente profundamente ofendido porque cualquier persona ejerce el periodismo en estos tiempos. 




Katia toma la palabra y cita a varios autores -parece una enciclopedia viviente-, para defender su punto, y lo hace con un tono de voz muy peculiar que me hace pensar en la voz que dejan varias botellas de whisky.

Ella insiste en que debería existir una institución encargada de verificar la veracidad de la información que usan los bloggers y Miguel Ángel la apoya. 

Warache se pone intenso y lanza un discurso que dice más o menos:


"Si la función del periodismo es anunciar... independientemente de que se anuncien hechos verdaderos... y todos tenemos derecho a anunciar... lejos de ser veraces... o sea, si no importa la verdad, sino el hecho de informar... ¿por qué el lema de la Ibero es 'La Verdad Nos Hará Libres'... y entonces por qué imparten una carrera de Comunicación?" 


El público estalla en carcajadas. 


Antes de perder el control, Gabriela Warkentin manda el programa a una pausa.
Ella y el resto de la mesa de discusión, le echan miradas de odio a Warache. 
A mí ya me cayó bien. 

Warache saca una cámara portátil, la enciende, comienza a filmar con ella al público y se acerca hasta donde estoy y me dice:


"¿Verdad que quieres hacer una pregunta?"  


Yo no sé por qué, pero le contesto:


"Sí, claro".


Al regresar de la pausa, sin embargo, no ocurre nada. 


viernes, julio 13, 2007

Café A M



Estamos en un café 
El té Chai con destellos de frappé destila su espumoso aroma
Ella está frente a mí escribiendo algo 
Sus letras se imprimen en mi imaginación 
Alrededor suena música de Michael Jackson 


Ella sacude su vaso y deja de escribir mientras una mujer se acerca 
Acaso se trata de la dueña del café 
La mujer viste Zara, y tal vez Oysho
Nos pregunta "¿Se les ofrece algo más, o están bien?" 

Yo escribo lo que me viene a la mente, y me siento aturdido por el alquitrán 
Me hallo en un estado de somnolencia continuo 
Luego miro a los automóviles junto al balcón, sobre la calle de Madero
Me enfoco en los cláxones y en el lento fluir de las llantas en el asfalto
Parece que los autos son un ejército de hormigas en rebelión
Luego miro  a varias personas caminando sobre las aceras empedradas



Ella enciende un cigarrillo y me arroja el humo en la nariz


viernes, junio 29, 2007

Jamás me devolvió un libro de Proust




Todas las mañanas me encontraba a Inés. Ella llegaba en un camión que hacía una parada detrás de la escuela, junto a unas bancas de concreto en medio de un césped. 
Cuando ella llegaba y me veía -a veces se hacía la desentendida-, me saludaba calurosamente y nos sentábamos a platicar. Odiaba tomar clases, o estaba muy aburrida. 

Inés siempre me preguntaba qué libro estaba leyendo. Rara vez se trataba de algo relacionado con la escuela, y a ella le gustaba que yo le contara de qué trataba lo que estaba leyendo. Estábamos en los primeros semestres de la carrera y ninguna materia me había atraído lo suficiente. 

Una de esas mañanas, el tiempo estaba muy agradable. Debió de ser primavera. Tal vez abril, o mayo. Hacía mucho sol y un viento refrescante. Algunos aspersores estaban encendidos sobre el césped y la brisa era como la del mar. 

Después de saludarnos, Inés y yo nos sentamos. Ella sonrió -tenía una dentadura asombrosa- y movió la cabeza. Su cabellera estaba húmeda y despidió una fragancia enloquecedora. Ella se mordió los labios coquetamente y me dijo "Cuéntame...", y me quedé mudo. 

Usaba una blusa escotada -tenía un busto enorme- y, por un momento, me perdí en el abismo de sus pechos.


Jamás había visto a Inés con un interés romántico, pero, desde ese momento, no pude apartarla de mi mente. Estuve más de un semestre, tratándola. Le escribía cartas y la buscaba en mis ratos libres, y, a la menor oportunidad, le decía que me gustaba. 

En verdad me gustaba, pero ella nunca me tomó en serio. 
Supuestamente había sufrido demasiado por los hombres -incluso había intentado suicidarse, o algo así-, y creía que yo también la haría sufrir.
Esa mañana agradable yo estaba leyendo Por los caminos de Swann
Cuando logré volver a la realidad -era imposible ignorar los pezones de Inés-, le conté la trama y le dije que Odette de Crécy y ella parecían la misma persona.     

Inés se mostró interesada, y me pidió prestado el libro. 

Hace más de un año que no la veo -me llamó por teléfono una vez, mucho después de haber terminado la licenciatura, y nos vimos para comer y fuimos al cine- y jamás mencionó nada del libro. 


Fue una cita extraña. 

En la comida, me dijo que le gustaría que nos viéramos más a menudo, y constantemente insinuó que podría enamorarse de mí. 
De la nada, me contó que sus vicios eran el alcohol, el tabaco y el sexo. 

En el cine se soltó la cabellera -la sujetaba con una diadema- y me miró por unos segundos y luego me dijo al oído que me daría una sorpresa. 
La verdad ella sólo estaba desconsolada porque su antigua pareja la había terminado. 

No estoy seguro si alguna vez leyó el libro -y descubrió que realmente sí se parecía a Odette, y me odió por compararla con ella-, o si simplemente nunca tuvo interés en leerlo y sólo era un pretexto para que yo tuviera que llamarla por teléfono y pedírselo.  

Lo más probable es que ella ni siquiera recuerde que le presté un libro. 


Yo también corro experimentos a la una de la mañana



Tuvieron que pasar más de dos años para que comenzara realmente a buscar dónde estudiar un posgrado. Terminé decepcionado de la licenciatura y no quería saber nada más de la línea de investigación que estudié para escribir mi tesis y para hacer mi examen profesional. 

Después de entrevistarme con varios investigadores de la Facultad de Psicología, del Instituto de Investigaciones Biomédicas y del Instituto de Neurobiología, me decidí por el laboratorio de cannabinoides de la Facultad de Medicina

Tengo más o menos un mes en el laboratorio. 

Actualmente no tengo un proyecto -la convocatoria para ingresar al Doctorado en Ciencias Biomédicas es publicada dos veces al año y la más cercana en la que puedo participar será en enero-, pero estoy familiarizándome con el ritmo de trabajo del laboratorio.

Los lunes tenemos un seminario al estilo de un Journal Club por la mañana y un seminario de avances por la tarde. El seminario de avances empieza a la hora de la comida y regularmente acaba a las 8 de la noche. 

Normalmente los estudiantes están en el laboratorio desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche. 

Como en todos los lugares de trabajo, hay excepciones. 

Algunos estudiantes -sobre todo, los alumnos de posgrado- llegan antes y otros -sobre todo, los alumnos de licenciatura- se van más temprano. 




Esta semana he aprendido a entrenar a ratas en una prueba conductual que se llama Laberinto de Barnes

El laberinto es una mesa circular de color blanco que cuenta con 64 agujeros a lo largo de su circunferencia. Sólo uno de los agujeros cuenta con una cámara secreta, debajo de la mesa, en la que puede refugiarse la rata.  

Encima del laberinto hay una bocina que produce un ruido blanco y un foco que ilumina la mesa con una luz blanca. Es importante que en cada ensayo el escenario sea idéntico, así que por eso, en el recinto donde está el laberinto, siempre hay objetos -como cuadros, lámparas y el experimentador- que permanecen en el mismo sitio. 

Al colocarlas en el centro del laberinto (una rata a la vez), los animales huyen de la mesa y del ruido blanco -tanto la luz como el ruido les resultan aversivos- y, para conseguirlo, buscan entre los 64 agujeros cuál de ellos tiene la cámara secreta de escape.

En los primeros ensayos las ratas encuentran aleatoriamente el agujero de escape, pero, conforme avanza el entrenamiento, pueden aprender una estrategia -espacial o serial- y resolver la tarea rápidamente.

La estrategia espacial es la misma que usamos los humanos cuando nos ubicamos, precisamente, con base en claves espaciales -como un edificio, una calle o, incluso, la posición del sol-, para llegar a una dirección. 



Supuestamente hay estudios de resonancia magnética funcional en los que se muestra que los taxistas neoyorquinos tienen muy desarrollada esta estrategia y que su ejecución depende de una región cerebral que se conoce como hipocampo.    

La estrategia serial corresponde a un tipo de aprendizaje que se conoce como procedimental, y es semejante a la estrategia que utilizamos cuando conducimos un automóvil (sin pensar en todos los movimientos que debemos llevar a cabo para acelerar, frenar o dar una vuelta) o cuando cocinamos una receta que nos sabemos de memoria (sin reparar en los ingredientes y en las cantidades necesarias de cada ingrediente que la conforma). 

Debido a que podemos platicar -o hacer otras cosas- mientras conducimos o mientras cocinamos, se considera que este tipo de aprendizaje es más automático que el aprendizaje que subyace a la estrategia espacial.

Los investigadores en el área coinciden en que el aprendizaje de procedimiento depende de la actividad de los ganglios basales, o núcleos de la base. 

Estos núcleos son muy importantes porque incluyen neuronas que son responsables de la conducta motora y que, justamente, se dañan en el Parkinson.   



Hoy, viernes, me toca evaluar si los animales a los que he estado entrenando toda la semana, desarrollaron una estrategia espacial o una estrategia serial para resolver el Laberinto de Barnes. 

La prueba es a la una de la mañana.  

El propósito de estos experimentos es determinar si la variación circádica de los receptores a marihuana influye en estos tipos de aprendizaje. 

Supuestamente por la mañana los animales emplean más la estrategia espacial y por la noche emplean más la estrategia serial, y lo que se quiere averiguar con este experimento es si estos patrones de respuesta dependen de la expresión de los receptores a marihuana. 

Es importante señalar que los roedores son animales nocturnos y que tienen su fase de reposo por la mañana y su fase de actividad por la noche.

  
Me estoy quedando dormido.

He estado casi todo el día en el laboratorio. 

Hoy vine por la mañana, volví a comer y a dormir un rato a la casa y regresé al laboratorio a las 9 de la noche. 

A esta hora, sólo estoy yo.

Entre sueños he pensado en la gente que está disfrutando su viernes de una manera muy diferente a la mía.

(¿Cuántos estarán consumiendo drogas -o vomitándolas-, o experimentando los flashbacks diez años después de haber probado psilocibina, mientras yo estoy aquí, a punto de evaluar una prueba conductual?)

Entre sueños también he pensado que dedicarse a la investigación no es fácil.

No sólo tienes que trabajar por la madrugada. 
También tienes que trabajar en vacaciones, en días feriados y en fines de semana.
No siempre tienes sueldo ni seguro médico ni aguinaldo. 

La investigación no es una actividad para cualquier persona, y sin embargo la gente suele minimizarla y pensar que hacer ciencia sólo consiste en diseñar sofisticados dispositivos que mejoren la calidad de entretenimiento de las masas.  

(Pero, bueno, si la mayoría de la gente piensa que lo máximo es tener dinero para comprar un buen automóvil, o tener hijos, ¿qué podemos esperar?) 



Acabo de leer un paper.

O se supone que eso hice. 

Se trataba de un estudio con ratones knock out para una proteína del hipocampo.
Aparentemente estos animales transgénicos tardaban más tiempo que los controles para encontrar la plataforma en el laberinto de Morris.

Mientras intentaba comprender las implicaciones de los resultados, no podía sacarme de la cabeza una canción de Bowie.


(Looking for water


En vez de concentrarme en el paper, de repente ya estaba pensando en que Kurt Cobain decía que la música era más importante que las letras.

Y luego recordé cuando aprendí a tocar por primera vez una canción de Nirvana en la guitarra.  

(Looking for water)

No estoy seguro cuál fue. 

(Probablemente fue Come as you are)

Me distraigo fácilmente.


Faltan cinco minutos para la una de la mañana.

Tengo ganas de fumarme un cigarrillo, pero creo que el aroma del tabaco estropearía el experimento que voy a correr.

Tengo muchas ideas que me gustaría escribir en el blog.

Me siento muy emocionado, como un niño que está solo en casa y que puede hacer todas las travesuras que se le ocurran.

Me gustaría que Chinaski estuviera aquí y que me dejara explicarle de qué trata el experimento que voy a correr.

Estoy muy emocionado, pero también tengo sueño y me caería bien platicar con ella para no quedarme dormido. 

Me gustaría decirle que odio cuando algunos miembros de nuestras familias desacreditan la investigación sin haber puesto jamás un pie en un laboratorio. 


Involucra una serie de sacrificios que ni siquiera podrían imaginarse. 

Pero Chinaski sólo está en mi cabeza.