Todas las mañanas me encontraba a Inés. Ella llegaba en un camión que hacía una parada detrás de la escuela, junto a unas bancas de concreto en medio de un césped.
Cuando ella llegaba y me veía -a veces se hacía la desentendida-, me saludaba calurosamente y nos sentábamos a platicar. Odiaba tomar clases, o estaba muy aburrida.
Inés siempre me preguntaba qué libro estaba leyendo. Rara vez se trataba de algo relacionado con la escuela, y a ella le gustaba que yo le contara de qué trataba lo que estaba leyendo. Estábamos en los primeros semestres de la carrera y ninguna materia me había atraído lo suficiente.
Una de esas mañanas, el tiempo estaba muy agradable. Debió de ser primavera. Tal vez abril, o mayo. Hacía mucho sol y un viento refrescante. Algunos aspersores estaban encendidos sobre el césped y la brisa era como la del mar.
Después de saludarnos, Inés y yo nos sentamos. Ella sonrió -tenía una dentadura asombrosa- y movió la cabeza. Su cabellera estaba húmeda y despidió una fragancia enloquecedora. Ella se mordió los labios coquetamente y me dijo "Cuéntame...", y me quedé mudo.
Usaba una blusa escotada -tenía un busto enorme- y, por un momento, me perdí en el abismo de sus pechos.
Jamás había visto a Inés con un interés romántico, pero, desde ese momento, no pude apartarla de mi mente. Estuve más de un semestre, tratándola. Le escribía cartas y la buscaba en mis ratos libres, y, a la menor oportunidad, le decía que me gustaba.
En verdad me gustaba, pero ella nunca me tomó en serio.
Supuestamente había sufrido demasiado por los hombres -incluso había intentado suicidarse, o algo así-, y creía que yo también la haría sufrir.
Esa mañana agradable yo estaba leyendo Por los caminos de Swann.
Cuando logré volver a la realidad -era imposible ignorar los pezones de Inés-, le conté la trama y le dije que Odette de Crécy y ella parecían la misma persona.
Inés se mostró interesada, y me pidió prestado el libro.
Hace más de un año que no la veo -me llamó por teléfono una vez, mucho después de haber terminado la licenciatura, y nos vimos para comer y fuimos al cine- y jamás mencionó nada del libro.
Fue una cita extraña.
En la comida, me dijo que le gustaría que nos viéramos más a menudo, y constantemente insinuó que podría enamorarse de mí.
De la nada, me contó que sus vicios eran el alcohol, el tabaco y el sexo.
En el cine se soltó la cabellera -la sujetaba con una diadema- y me miró por unos segundos y luego me dijo al oído que me daría una sorpresa.
La verdad ella sólo estaba desconsolada porque su antigua pareja la había terminado.
No estoy seguro si alguna vez leyó el libro -y descubrió que realmente sí se parecía a Odette, y me odió por compararla con ella-, o si simplemente nunca tuvo interés en leerlo y sólo era un pretexto para que yo tuviera que llamarla por teléfono y pedírselo.
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