sábado, diciembre 29, 2007

Jamás he comprendido a Nietzsche


Es alrededor de la medianoche, y recuerdo algo sin ninguna razón en particular.

Recuerdo que hace más o menos diez años, en una noche como ésta, yo leía El AnticristoLo recuerdo porque había huelga en la UNAM, y yo no hacía otra cosa más que leer. 

Recuerdo que unos días antes de la cena de Navidad, acompañé a mi mamá a casa de la abuela y que vi el libro entre sus cosas. 
Nietzsche estaba entre Alfonso Reyes y Conny Méndez

Recuerdo que esa tarde, mi abuela tenía el cabello desarreglado -creo que todo el día se la había pasado haciendo limpieza en su casa- y los ojos llorosos. Se veía triste. 
Mi abuelo tenía poco más de un año muerto, y ésa sería la segunda Navidad que pasaríamos sin él.  

Recuerdo que empecé a estornudar -había mucho polvo volando por la habitación- y a sentir calambres en el estómago. Lo recuerdo porque en esos días yo casi no comía, pero fumaba -eran sólo cinco o diez cigarrillos a la semana- y bebía a escondidas el whisky de mi papá. 


Recuerdo que mi abuela y mi mamá se pusieron a platicar. Mi mamá le contó a mi abuela lo que tenía planeado cocinar para la cena de Navidad. 
Lo recuerdo porque ella preparó lomo de cerdo al horno con ensalada rusa, y porque en la casa terminamos comiendo los residuos de la cena de Navidad durante más de dos semanas. Nadie fue a la casa -la familia de mi mamá y la familia de mi papá nunca se llevaron bien- y sobró mucha comida.

Recuerdo muchas cosas sin ninguna razón en particular porque he bebido cerveza toda la tarde. Además, estoy borracho de nostalgia. 

Tengo la impresión de que la nostalgia fluye en mi sangre, igual que el alcohol que he bebido.
Tengo la impresión de que la nostalgia es una especie de masaje en mis piernas, después de haber caminado mucho tiempo.
Tengo la impresión de que la nostalgia me ha quitado una pesada carga de los hombros, y que yo podría hacer cualquier cosa o simplemente quedarme dormido. 

Al igual que mi abuela aquella tarde en la que me prestó El Anticristo, yo he estado limpiando mi habitación todo el día. Hay mucho polvo, flotando por todas partes.
El polvo me provoca pequeñas descargas de alergia -estornudo-, y, automáticamente, siento calambres en el estómago y recuerdo el sabor del whisky de mi papá. 

Jamás he comprendido a Nietzsche. 


Todos reposan en esta casa, pero yo no puedo reposar. 
El alcohol y la nostalgia me mantienen en un estado de excitación insoportable. 

Hace unos días cumplí 27 años y pienso que mi corazón se está convirtiendo en una farmacia, y también pienso que he hecho muchas cosas en contra de mi voluntad. 
Fue absurdo -aunque no lo lamento del todo- ir a La Casa de Los Azulejos a pretender que era altruista y que me interesaba unirme al EZLN

(Hace casi diez años de eso, también.)

Fue tan absurdo como los políticos que vi esta mañana en las noticias, defendiendo vehementemente La Ley Contra Los Fumadores.

(Estoy seguro que todos ellos tienen automóvil propio, al igual que sus esposas, amantes e hijos. ¿Acaso los automóviles no contaminan igual, o peor, que los químicos que contienen los cigarrillos?) 

Tal vez hay más automovilistas que fumadores en la ciudad.

Si van a prohibirnos fumar en espacios cerrados, lo justo es que también prohiban que la gente ponga música a todo volumen. Así como algunos detestan el olor del cigarrillo, yo detesto estar en mi casa, intentando concentrarme con el ruido que provoca la música de mis vecinos.

(Lo peor es que mis vecinos -y la mayoría de la gente- tienen pésimos gustos musicales.)

Estoy seguro de que disminuirán considerablemente las muertes por enfisema pulmonar, pero que habrá un brote de sordera aguda en la población.

Apuesto a que mañana -o, más bien, al rato- no sólo tendré una terrible resaca, sino que también lamentaré todo lo que acabo de escribir. 

Me fumaré otro cigarrillo y trataré de conciliar el sueño. 

jueves, diciembre 20, 2007

Bienvenido al club de los 27


Hoy cumplo 27 años.

Siempre creí que ya tendría clarísimo de qué viviría a esta edad.

Apenas voy a ingresar al doctorado y soy profesor en la universidad, pero lo que hago no me alcanza para nada. Pagan algo simbólico por impartir clases, a menos que seas profesor de tiempo completo definitivo. 

Tengo poco más de tres meses en el laboratorio donde pienso estudiar el doctorado. Me entusiasma conocer el campo de las neurociencias. 

He estado corriendo experimentos por la madrugada y, aunque los resultados obtenidos no fueron un gran hallazgo, la experiencia de estar solo en el laboratorio, trabajando, fue muy gratificante. 

Hoy estoy de malhumor, quisiera que nadie me hablara. 
No he podido escribir nada que me satisfaga. 
No tengo el mismo tiempo libre que antes. 

A veces envidio la ociosidad.

A veces odio que la vida tenga sentido en el mundo y no en una hoja de papel. 

Quisiera dormir todo el día. 


jueves, diciembre 13, 2007

Dicen que en las neurociencias no hay espacio para el amor





Tenemos más de media hora recorriendo el desierto. Salimos del DF a las 7 de la mañana. Supuestamente estamos a menos de media hora de Nuevo León. El sol ya se está ocultando detrás de las montañas. Estoy poniéndome ansioso. Necesito salir a estirar las piernas. Estoy sudando copiosamente y presiento que mi rostro está cubierto de acné. 

Vamos a un congreso sobre medicina del sueño. Todos estamos hartos del recorrido. Sólo hicimos una parada para desayunar, apenas saliendo de la ciudad. Nadie habla. Hay una tensión insoportable en la camioneta, y el ambiente es muy diferente a la forma en que todos se comunican en los seminarios de cada lunes. Sospecho que este silencio es más real que la convivencia que he visto en los tres meses que tengo en el laboratorio. 


Somos once personas dentro de la Ichi Van que rentó mi futuro tutor de doctorado.
Yo estoy sentado en la parte trasera de la camioneta, en un lugar que he estado cambiando por turnos con un alumno que, al igual que yo, está preparándose para ingresar al doctorado en la próxima convocatoria. Es un lugar incómodo, y resulta imposible permanecer en él más de una hora. 

De repente, el tedio me hizo quedarme dormido, y acabo de despertar. Soñaba que alguien ponía  Hanging On The Telephone y que sonaba mi teléfono celular -estoy estrenándolo, porque mi futuro tutor de doctorado insistió en que adquiriera uno para que pudiera localizarme a cualquier hora-, mientras unas compañeras -que se la han pasado contándome que han asistido a más de seis congresos sobre medicina del sueño en su estancia en el laboratorio-, conversan sobre los huicholes. Sospecho que ellas consumen alucinógenos y no sólo alcohol y marihuana, como me han presumido.   


En el sueño, una ex novia me llama por teléfono. Está muy interesada en saber qué he hecho desde que dejamos de salir y yo simplemente no me siento cómodo para hablar con ella. Además, la señal es pobre y casi no la escucho. Me incomoda su llamada y le cuelgo cuanto antes. Tengo casi seis meses saliendo con una chica que es perfecta y hemos estado hablando sobre la posibilidad de vivir juntos. El único problema es que sus papás creen que no soy un buen partido para ella -no tengo auto y no me visto de traje y zapatos como los novios de sus otras hijas- y no está segura de que la dejen vivir en unión libre conmigo. 

Ésta es la primera ocasión, desde que salimos, que dejaré de verla por una semana. La echo de menos. Preferiría estar con ella en cualquier otra parte. 


En cuanto le cuelgo el teléfono a mi ex, la esposa de mi futuro tutor de doctorado -quien nos ha acompañado a este viaje con su hija, para aprovechar la cercanía con Texas e ir de compras a MacAllen- me pregunta si todo está bien y le respondo que sí, y de inmediato me cuenta lo difícil que es separarse de la novia para asistir a congresos. Mi tutor le lanza una mirada poco amistosa y le dice que en las neurociencias no hay espacio para el amor. Su mujer me mira asombrada y exclama "¡Tienes síndrome de Cushing!"

Decido dejar las cosas como están y contarles sobre Clem Burke, Debbie Harry y el CBGB mientras suena la batería en The Tide Is High, pero los dos me ignoran. Mi futuro tutor dice que esa clase de información es información basura. 

Me despabilo y miro algunos cactus y el Cerro de La Silla a lo lejos, a través de la ventana, para distraerme. En verdad extraño a mi novia, y me preocupa y me molesta más de lo que quiero admitir la forma en que sus papás me ven. Ni siquiera la dejan salir por las noches conmigo y a sus hermanas las dejan volver a la casa hasta el día siguiente, siempre y cuando vayan con sus respectivos novios. 


A todas las reuniones familiares a las que la he acompañado, su papá, sus tíos y los novios de sus hermanas se la pasan hablando de automóviles. Es infernal. Nunca falta quién me pregunte cuándo voy a comprarme el mío.  

La extraño.  


ÉSTE ES UN EXTRACTO, UN BORRADOR, DE UN LIBRO QUE PUBLICARÉ ALGÚN DÍA.

lunes, diciembre 03, 2007

Clorotrimeton (4 mg)


Son las 13: 57, y mis fosas nasales escurren mucosidades.
Todo me resulta insoportable -las voces de mis compañeros en el laboratorio, los chillidos de las ratas, las bromas de mi tutor, el teléfono que no deja de sonar-, y siento que estoy en ebullición.

Tengo mucha hambre y ansío un cigarrillo.

El año está terminando y no puedo dejar de sentirme nostálgico. 
Este año fue fantástico, pero la alergia me impide disfrutar el momento. 
La vida es insoportable a ratos. 

La vida debería consistir en tomar el sol, después de haber comido algo sabroso, o después de haber leído un libro estupendo, o después de haber amado plenamente a tu pareja. 

La alergia me impide pensar en otras actividades. 
La posibilidad de tomar el sol es muy lejana. 

Son las 14: 03 y los ojos me lagrimean. También siento como si los músculos y el estómago estuvieran enfermos. 

Mis dedos recorren las teclas de la laptop y se adormecen.
Quisiera estar tomando el sol.

Éste ha sido el mejor año de mi vida, y no puedo disfrutarlo. 
Me gustaría dejar de lagrimear y que mis músculos no estuvieran tensos y que mi estómago no fuera una liga a punto de reventar. 

Quisiera devorar un trozo de pizza y beber una malteada de vainilla, mientras tomo el sol junto al mar. 

A las 14: 07, estoy sentado frente al escritorio de un laboratorio de Cannabinoides en la Facultad de Medicina de la UNAM. 

Tengo menos de seis meses aquí -aún no soy estudiante de posgrado- y ya me he quedado varias madrugadas a correr experimentos.  Tengo la esperanza de que el doctorado sea la actividad más gratificante que haya realizado jamás. 


El teléfono sigue sonando y no puedo dejar de escucharlo como un niño malcriado que sólo quiere llamar la atención de su mamá.

Todas las cosas vivientes alrededor de mí, son molestas, pero en particular es molesto tener que levantarme a contestar el teléfono cuando intento concentrarme.

Aunque en realidad, sólo estoy concentrado en escribir tonterías en este blog.

Las mujeres alrededor de mí cuchichean y yo las percibo con la alergia como respiraciones tibias que le dan vida a la enfermedad. 

Si cierro los párpados, me imagino que estoy tomando el sol y que el ying y el yang atraviesan mis oídos con susurros de cristales rotos, y que el sonido de los cristales interrumpe mi concentración de la misma manera que lo hace el repiquetear del teléfono.

Los cristales rotos suenan a papel de china, desgarrado por unas tijeras oxidadas.

La alergia cede temporalmente, pero las voces continúan resonando en mi cabeza.
El teléfono sigue sonando, y creo que debo ser yo quien lo conteste. 

La alergia regresa y me hace pensar que la literatura es una mujer voluble que puede hacerte enojar a cualquier hora y que puede hacerte más feliz de lo que piensas, cuando menos lo esperas.

Tal vez sea la última vez del año que escribo en este blog -que está lleno de tonterías que leo en retrospectiva y que reviso una y otra vez-, pero ahora sólo sé que debo tomar 4 miligramos de clorotrimeton.