jueves, diciembre 13, 2007

Dicen que en las neurociencias no hay espacio para el amor





Tenemos más de media hora recorriendo el desierto. Salimos del DF a las 7 de la mañana. Supuestamente estamos a menos de media hora de Nuevo León. El sol ya se está ocultando detrás de las montañas. Estoy poniéndome ansioso. Necesito salir a estirar las piernas. Estoy sudando copiosamente y presiento que mi rostro está cubierto de acné. 

Vamos a un congreso sobre medicina del sueño. Todos estamos hartos del recorrido. Sólo hicimos una parada para desayunar, apenas saliendo de la ciudad. Nadie habla. Hay una tensión insoportable en la camioneta, y el ambiente es muy diferente a la forma en que todos se comunican en los seminarios de cada lunes. Sospecho que este silencio es más real que la convivencia que he visto en los tres meses que tengo en el laboratorio. 


Somos once personas dentro de la Ichi Van que rentó mi futuro tutor de doctorado.
Yo estoy sentado en la parte trasera de la camioneta, en un lugar que he estado cambiando por turnos con un alumno que, al igual que yo, está preparándose para ingresar al doctorado en la próxima convocatoria. Es un lugar incómodo, y resulta imposible permanecer en él más de una hora. 

De repente, el tedio me hizo quedarme dormido, y acabo de despertar. Soñaba que alguien ponía  Hanging On The Telephone y que sonaba mi teléfono celular -estoy estrenándolo, porque mi futuro tutor de doctorado insistió en que adquiriera uno para que pudiera localizarme a cualquier hora-, mientras unas compañeras -que se la han pasado contándome que han asistido a más de seis congresos sobre medicina del sueño en su estancia en el laboratorio-, conversan sobre los huicholes. Sospecho que ellas consumen alucinógenos y no sólo alcohol y marihuana, como me han presumido.   


En el sueño, una ex novia me llama por teléfono. Está muy interesada en saber qué he hecho desde que dejamos de salir y yo simplemente no me siento cómodo para hablar con ella. Además, la señal es pobre y casi no la escucho. Me incomoda su llamada y le cuelgo cuanto antes. Tengo casi seis meses saliendo con una chica que es perfecta y hemos estado hablando sobre la posibilidad de vivir juntos. El único problema es que sus papás creen que no soy un buen partido para ella -no tengo auto y no me visto de traje y zapatos como los novios de sus otras hijas- y no está segura de que la dejen vivir en unión libre conmigo. 

Ésta es la primera ocasión, desde que salimos, que dejaré de verla por una semana. La echo de menos. Preferiría estar con ella en cualquier otra parte. 


En cuanto le cuelgo el teléfono a mi ex, la esposa de mi futuro tutor de doctorado -quien nos ha acompañado a este viaje con su hija, para aprovechar la cercanía con Texas e ir de compras a MacAllen- me pregunta si todo está bien y le respondo que sí, y de inmediato me cuenta lo difícil que es separarse de la novia para asistir a congresos. Mi tutor le lanza una mirada poco amistosa y le dice que en las neurociencias no hay espacio para el amor. Su mujer me mira asombrada y exclama "¡Tienes síndrome de Cushing!"

Decido dejar las cosas como están y contarles sobre Clem Burke, Debbie Harry y el CBGB mientras suena la batería en The Tide Is High, pero los dos me ignoran. Mi futuro tutor dice que esa clase de información es información basura. 

Me despabilo y miro algunos cactus y el Cerro de La Silla a lo lejos, a través de la ventana, para distraerme. En verdad extraño a mi novia, y me preocupa y me molesta más de lo que quiero admitir la forma en que sus papás me ven. Ni siquiera la dejan salir por las noches conmigo y a sus hermanas las dejan volver a la casa hasta el día siguiente, siempre y cuando vayan con sus respectivos novios. 


A todas las reuniones familiares a las que la he acompañado, su papá, sus tíos y los novios de sus hermanas se la pasan hablando de automóviles. Es infernal. Nunca falta quién me pregunte cuándo voy a comprarme el mío.  

La extraño.  


ÉSTE ES UN EXTRACTO, UN BORRADOR, DE UN LIBRO QUE PUBLICARÉ ALGÚN DÍA.

No hay comentarios.: