viernes, agosto 27, 2010

Lorena Herrera esperaba su Frapuccino



Este mes ha sido uno de los más estresantes que he vivido. Apenas el miércoles 28 de abril fue mi examen de candidatura*. Todo resultó mejor de lo que lo esperaba y lo aprobé en mi primera oportunidad. 

Además de estar en el posgrado y de tomar clases de posgrado y de leer artículos sobre mi proyecto de posgrado y de correr experimentos de mi proyecto de posgrado y de analizar los datos de mi proyecto de posgrado, doy clases de licenciatura en la Facultad de Psicología y asisto al menos dos veces por semana a los seminarios del grupo de investigación en el que estoy.

Durante este mes, también tuve varios ensayos para mi examen de candidatura en el laboratorio y con otros grupos académicos (UAM-Iztapalapa, Facultad de Psicología de la UNAM), y también tuve que dedicarle muchas horas a los inagotables trámites burocráticos que realicé para acordar una fecha de examen con todos los sinodales –me llevó varios días colectar sus firmas, porque no todos están en la Ciudad Universitaria ni en la Ciudad de México y tuve que desplazarme a sus sitios de trabajo, entre clases, seminarios y experimentos– y para apartar el auditorio Octavio Rivero Serrano

En los momentos más difíciles –cuando me apaleaban en alguno de los ensayos y acababa dándome cuenta de que no sé nada–, casi lo único que me mantenía con sobreviviendo era el mundial de futbol. Faltan menos de dos meses para que comience. Imaginaba que cuando acabara esta tortura, podría relajarme y disfrutar de una cerveza y de un cigarrillo mientras veía el debut de la Selección Nacional en Johannesburgo.  

Conforme la fecha del examen más se acercaba y conforme más ensayaba mi presentación –en estos exámenes los sinodales evalúan qué tanto sabes de tu proyecto y cuáles son los avances experimentales que tienes–, me sentía más ignorante y más ansioso. Sólo quería olvidarme de todos los demás compromisos que tengo y enfocarme exclusivamente en la preparación de mi examen de candidatura. 



Mi examen de candidatura fue al mediodía. 


Lo primero que hice ese día fue sentarme en el comedor y encender un cigarrillo.
Eran las cinco de la mañana. Mi esposa estaba en el funeral de su abuela y yo me sentía tenso y cansado. Toda la noche me la había pasado en vela, pensando en el examen. 
Además de todo, me sentía mal por mi esposa. Me sentía egoísta por no haberla acompañado al funeral. Ella es una gran mujer, quería mucho a su abuelita, y siempre ha estado conmigo en los buenos y en los malos momentos. 

Se suponía que me había quedado en el departamento para estudiar y para descansar, pero estaba tan estresado que la información que había estudiado a última hora ya no la había comprendido y tampoco había podido dormir. 

Mientras fumaba, pensaba que al menos todo estaba a punto de terminar. 

Se me ocurrió que los sinodales podían reprobarme y que entonces tendría que volver a prepararme para el siguiente año y volver a pasar por todo el estrés del último mes.

En ese caso, además, si reprobaba de nuevo, podrían expulsarme del posgrado. 

Empezaba a imaginar cuán estresado estaría en esa situación y empezaba a recordar algunos casos de alumnos que habían reprobado en su segunda oportunidad de candidatura y empezaba a sentirme más tenso, cuando me di cuenta de que ya me había acabado el cigarrillo. 



A principios de febrero, fue mi primer ensayo del examen de candidatura en el laboratorio. 
Expuse mi proyecto de investigación en el seminario de los lunes por la mañana. Aún faltaban dos meses para el examen y mi tutor estaba de excelente humor. Tanto él como mis compañeros más avanzados fueron condescendientes conmigo.

Ese día incluso suspendió el maratónico seminario de avances que tenemos todos los lunes –puede extenderse desde la hora de la comida hasta las ocho o nueve de la noche– y nos invitó a comer a todos sus estudiantes y a sus investigadoras asociadas. 

Nos llevó a un lugar que se llama El Rincón de La Lechuza.

Mientras llegaba la comida a la mesa, nos dijo que iba a ese lugar muy seguido cuando era estudiante de posgrado. También nos platicó algunas cosas chuscas que le pasaron en Estados Unidos cuando era posdoc. 

Se me ocurrió contarle que Eric Kandel me había preguntado algo trivial en mi primer congreso de la SfN en Chicago, y él me dijo que eso podría ser una señal para que me dedicara de lleno a las neurociencias. 


Fundación UNAM
La comida tardaba más de lo esperado y mi tutor continuó contándonos anécdotas. 

Nos dijo que cuando era posdoc tuvo muchos problemas para publicar y que estaba muy preocupado porque no estaba seguro de que lo quisieran contratar por un año más en el laboratorio donde hacía la estancia posdoctoral. 

Nos dijo que René Drucker, su tutor de posgrado, había ido a visitarlo algunas veces a Estados Unidos y que él estaba desconcertado porque, en lugar de darle consejos o de decirle cosas reconfortantes respecto a su futuro académico, sólo le pedía que lo invitara a comer a lugares costosos.  

(Cuando volvió del posdoc, obtuvo el laboratorio en el que realizo mi investigación doctoral y desde entonces ha titulado a una treintena de estudiantes de licenciatura y de posgrado y ha publicado más de cien artículos.)

Finalmente le aceptaron un paper cuando menos lo esperaba y quiso celebrarlo a lo grande.
Fue a un centro comercial a comprar algo para beber. Nunca le había gustado el vino chileno, pero quiso darle una segunda oportunidad. 

Mientras estaba frente a los estantes de vino y no se decidía por una botella de vino, pensó:


“Si Dios en verdad existe y en verdad quiere que yo tome vino, me dará una señal.”  

En ese momento se le acercó una edecán muy atractiva y le ofreció un vino español. Él lo
 probó y le gustó. (No lo dijo, pero tal vez en ese momento creyó en Dios. Suele decir que uno sólo cree en Dios cuando está en las trincheras.)

Luego nos contó de algunos posdocs que conoció.  

Nos habló de un japonés que se puso muy mal en una cena de Navidad, después de darle un sorbo a un vaso que nadie le había dicho que contenía cerveza. 

Nos habló de un croata que le había hablado maravillas de la carne de búfalo y que lo invitó en alguna ocasión a comer hamburguesas de carne de búfalo. 

Apenas llegaron al lugar donde las vendían y se bajaron del automóvil, el croata le dijo que no era necesario que los dos fueran a hacer el pedido, que él solo entraría a hacer el pedido y que lo esperara en el auto con su esposa. Luego le preguntó si podía prestarle unos dólares para pagar las hamburguesas porque no llevaba efectivo. 

Mi tutor accedió y el croata se metió al restaurante.
En eso, la esposa del croata se bajó del automóvil y le preguntó a mi tutor qué había pasado.
Mi tutor le dijo lo que había pasado y la esposa se alarmó y le dijo que su esposo tenía problemas de adicción a las apuestas y que probablemente se había ido al casino. 

Los dos se metieron al restaurante a buscar al croata y no lo encontraron. 
Mi tutor se quedó con las ganas de probar la carne de búfalo y el croata nunca volvió ni al restaurante ni a su casa.  

En ese momento llegó la comida. 
Mi tutor jamás ha vuelto a contar anécdotas de esta clase. 



Conforme se acercaba la fecha de mi examen de candidatura y yo continuaba exponiendo mi proyecto de investigación en los seminarios de los lunes en el laboratorio, las preguntas –y el humor de mi tutor– se fueron haciendo más difíciles.

Hubo un periodo en el que exponía al menos una vez a la semana. Ya estaba harto.
Salía de esas presentaciones sintiéndome más ignorante, estúpido e inseguro. 

Cuando iba a otros grupos académicos, el resultado era el mismo. 


Una vez en la UAM Iztapalapa, una posdoc me hizo una pregunta en la que yo nunca había reparado. La pregunta era tan elemental que me hizo sentir bobo. Nunca se me había ocurrido. 

Si todo esto no era suficientemente estresante, un día antes del examen tuve que darme tiempo para comprar bocadillos y bebidas para los sinodales. 

Saliendo del laboratorio, tuve que ir a Universum por una última firma de Drucker.
También aproveché para dejarle un recordatorio del examen –es un hombre tan ocupado que nunca pude verlo personalmente, en ninguno de los trámites burocráticos que tuve que realizar–, pues fue el presidente de mi examen de candidatura y su presencia era indispensable.

De regreso a la casa, tuve que tomar el Metro Universidad y estuvo detenido como media hora. 
Después tuve que pasar a algunas tiendas más o menos excéntricas a comprar los bocadillos y las bebidas y tuve que llevármelas en transporte público y procurar que no se dañaran. 

Cuando llegué a la casa, guardé en el refrigerador todo lo que había comprado y traté de ponerme a estudiar, pero mi cabeza no daba para más. 


Tomada del muro de Facebook de Miryam Domínguez

Después de fumarme ese cigarrillo en ayunas, me metí a bañar. 

Me vi en el espejo. Estaba muy demacrado. Parecía que iba al paredón de fusilamiento y que no había dormido en varios días. 

Desayuné automáticamente. Ni siquiera recuerdo qué desayuné. 

Volví a fumarme otro cigarrillo y salí del departamento rumbo a la Facultad de Medicina, cargando mi mochila con mi laptop y todos los bocadillos y bebidas que había comprado para los sinodales de mi examen de candidatura.

Sólo deseaba que el asunto terminara de una buena vez.

Llegué al laboratorio una media hora antes del examen y de inmediato comencé a prepararlo todo: laptop, proyector, cables, señalador, pluma, actas de examen, café, bocadillos, agua...

Hice como diez viajes del laboratorio al auditorio Octavio Rivero Serrano, y viceversa. 

Todos los sinodales llegaron al mediodía, excepto René Drucker, que era el presidente.

Apenas llegó Drucker, todos guardaron silencio y comenzó el examen. 



Estaba muy nervioso.
No quería reprobar.

No dejaba de pensar que, si reprobaba el examen de candidatura, no sólo tendría que prepararme para el año siguiente y que pasaría otra vez por todo el estrés que había vivido en los últimos meses, sino que, además, podrían expulsarme del posgrado. 

(Durante todo el tiempo que me preparé para el examen, jamás consideré que mi primera oportunidad fuera una oportunidad de ensayo para reprobarlo.)

Mientras los sinodales se acomodaban en las butacas del auditorio Octavio Rivero Serrano, me acordé de la situación que había vivido uno de mis compañeros del laboratorio. 

Él había reprobado recientemente su examen de candidatura en su primera oportunidad y sólo le quedaba una última oportunidad para aprobarlo. Yo no quería estar en su lugar. 

¿Cómo sería el estrés que estaría viviendo en esa situación hipotética, si apenas había podido lidiar durante un mes con el examen...?, ¿cómo lidiaría con mi última oportunidad...?

Además, ¿cómo lo tomaría nuestro tutor...? ¿En qué clase de infierno podría convertirse el laboratorio...?

Comenzó el examen. Casi desde el principio de mi exposición, los sinodales me interrumpieron para cuestionarme. 

La mayoría quedó satisfecha con mis respuestas y con los datos que había generado hasta entonces –tenía dos años en el posgrado, pero ya tenía dos publicaciones como colaborador y suficientes datos para comenzar a escribir un manuscrito como primer autor–, pero algunos de ellos comenzaron a hacerme preguntas extrañas.

René Drucker les pidió que no se pasaran de listos. 

En fin, aprobé el examen de candidatura y descansé. 

Después de recabar las firmas de los sinodales y de recoger los víveres que les había comprado, volví al laboratorio a darle la noticia a mi tutor. 

Él me dijo que estaba seguro que yo iba a aprobar y me felicitó. 
Me dijo que él sabía en quién confiar. 

Le pedí que me dejara irme a mi casa –a algunos compañeros, si querían, les había dado la oportunidad de ausentarse del laboratorio toda una semana, con tal de que aprobaran el examen–, y me dijo que estaba bien.

Cuando llegué al departamento, me quedé dormido y desperté hasta la noche. 

Tomada de Foursquare

Unos días más tarde, mi tutor me invitó a almorzar al Starbucks de Miguel Ángel de Quevedo

En el camino, mientras él conducía su automóvil, trataba de convencerme de hacer una estancia en algún laboratorio de Estados Unidos –el problema principal era que yo pensaba que no me alcanzaría el dinero para mantenerme allá y para además pagar la renta del departamento en el que vivía y cubrir los gastos de aquí– y ocasionalmente me preguntaba cosas de mi familia. 

Se comportó amablemente y me hizo sentir casi como su colega.

Me costó trabajo asimilar que era el mismo investigador estricto que enfurecía cuando alguno de los compañeros del laboratorio no tenía datos que mostrar en los seminarios de avances, o cuando, por las mañanas, sólo estábamos dos o tres personas en el laboratorio.

Me agradó que se tomara ese tiempo para hablar conmigo en un ambiente no académico. 

Cuando llegamos al Starbucks –fue la primera vez que puse un pie en un Starbucks–, vimos a Lorena Herrera ordenar un Frapuccino

Era imposible no mirarla. 
Llevaba leggins, un top y zapatillas deportivas.
A pesar de que una ballerina sujetaba y alborotaba su cabellera teñida de rubio, tenía un peinado que parecía de salón de belleza.

Mi tutor y yo nos miramos durante algunos segundos, sin decir nada, mientras ella ordenaba. 
Creo que él no sabía quién era Lorena Herrera.

Luego nos sentamos en una mesa y él me contó muchas cosas de su vida como estudiante y como posdoc en Estados Unidos

Yo quería prestarle toda mi atención, pero estaba en otro lugar. 

Durante varias semanas había anhelado tanto que pasara el estrés del examen de candidatura que en ese momento no quería pensar en mi futuro académico; sólo quería disfrutar haber aprobado el examen y beberme unas cervezas y fumar y escribir y esperar la llegada del mundial de Sudáfrica.

Ahora he reflexionado sobre varias cosas. 

¿Sólo rindo al máximo, cuando estoy estresado?
¿Estoy dispuesto a sacrificar, poco a poco, todas las pequeñas cosas que siempre me han gustado y que no tienen ninguna relación con la academia, a cambio de ser científico, dedicarme de lleno a ello y quizá nunca obtener el reconocimiento que me gustaría?
¿En realidad soy listo, o sólo le he hecho creer a la gente que lo soy?
¿En realidad tengo vocación para la ciencia?

No me gustaría ser científico de medio tiempo, pero tampoco he sido feliz cuando he tenido que abandonar por completo las actividades no académicas que siempre he disfrutado, para involucrarme de lleno en mi proyecto de investigación. 

Todos los días tengo presente el encuentro con Eric Kandel.

El Universal
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*¡No vas a creerlo, pero tener un Doctorado (que sea PNPC) no sólo debes tomar clases, hacer tareas y exámenes, como en la escuelitaTampoco vas a creerlo, pero, para que te den una beca, ¡no sólo tienes que solicitarla y ya!