viernes, mayo 18, 2007

¿Por qué otra vez estoy pensando en ti?


El motor del Astra emitía un sonido extraño -sonaba como a un estertor-, pero Adela me dijo que acababan de darle mantenimiento en el taller mecánico y me garantizó que no fallaría en la carretera. 

Avanzábamos por la autopista México-Puebla a buen ritmo, mientras la tarde caía. 

Además de Adela y yo -que íbamos en el asiento del piloto y del copiloto, respectivamente-, dos amigas suyas iban en el asiento trasero del automóvil, tomándose de las manos y lanzándose miradas seductoras.

Según Adela, eran unas chicas del trabajo que no le simpatizaban, pero les debía un favor.

Desde el asiento, las miré por encima del hombro y me pregunté qué clase de favor sería ése. 

Las chicas eran totalmente opuestas -como un campañol y una mantis religiosa-, y no parecían del tipo de amistades que Adela solía tener. 

Una de ellas era obesa y tenía el cabello casi a ras, teñido de un color rosa brillante; y su cara era como la de un bulldogSu voz era muy grave -sonaba como la de Enrique Rocha- y sus manos eran ásperas como las de un hombre acostumbrado a realizar trabajos rudos, o al menos así me pareció cuando Adela me la presentó en su departamento y le estreché la mano para saludarla. 

Ella estaba roncando y creí ver que le escurría un hilito de saliva por las comisuras de los labios. Tenía la ceja derecha alzada y el ceño fruncido. Imaginé una pipa alrededor de sus labios y me pareció que guardaba un asombroso parecido con Popeye.


La otra chica era muy delgada y traía el cabello hasta los hombros.
Irónicamente, se parecía a Olivia, la novia de Popeye. 
Su voz era apenas un murmullo agudo que escapaba de sus diminutos labios, esporádicamente. Se veía frágil y cariñosa. 
Me sorprendí pensado cómo serían sus besos. 

Algo que me intrigaba respecto a Olivia era que sólo le había hablado a la chica que se parecía a Popeye. 

Hasta ese momento no había logrado descifrar si se trataba de una excesiva timidez suya, si la chica de cabellos rosas era muy dominante y le prohibía hablar con alguien más, o si simplemente ella no quería hablar con nadie.   

Cuando Adela me llamó por teléfono esa mañana para invitarme a Puebla, no mencionó a las chicas. Al presentármelas en su departamento sólo me dijo que tenían muchas ganas de escuchar a Nos Llamamos y que les gustaba el indie-rock.

Acepté su invitación porque me sentía triste. 

La chica con la que había estado saliendo durante más de dos meses, había regresado con su ex. Quería distraerme y evitar pasarme todo el fin de semana pensando en ella. 

Llegamos a Decibel a las 10 de la noche. 

En la puerta había un anuncio que decía:


PRÓXIMO SÁBADO: LOS DYNAMITE
COVER: $120

Sólo me gustaba una canción de esa banda.

Verlos anunciados allí fue una coincidencia de lo menos oportuna que me hizo recordar inmediatamente a Anahí.

Se me crisparon los nervios, y me sentí miserable. 



Anahí y yo nos conocimos en un concierto de Nos Llamamos en el Foro Alicia.

Yo estaba fumando y ella quería encender un cigarrillo. Ella apareció de la nada, me pidió prestado el encendedor y se lo presté. 

Al poco rato, me puse ebrio y me dispuse a encender otro cigarrillo, pero no encontré el encendedor por ninguna parte y creí que ella se lo había quedado. 

La busqué por todo el foro -me puso de pésimo humor no encontrar el maldito encendedor- y cuando la hallé, le reclamé.

Esa noche yo traía puestos unos tácticos que casi nunca usaba y resultó que yo sólo había guardado el encendedor en una de las tantas bolsas de esos pantalones, y entonces Anahí y yo nos carcajeamos y comenzamos a platicar y seguimos bebiendo.

Justamente cuando sonaba Katatonic, Anahí y yo nos besamos. 



Adela y las chicas entraron a Decibel delante de mí.

Por primera vez en todo el trayecto desde la Ciudad de México, Olivia me sonrió. 
Popeye se dio cuenta y me lanzó una mirada de pocos amigos que acentuó sus facciones caninas.

Hasta ese momento me di cuenta que Olivia tenía un lunar en la mejilla izquierda, igual que Anahí.

Malditas coincidencias. 

Mi corazón latió deprisa, y me sentí aun más miserable. 

Anahí era casi diez años menor que yo, pero no se comportaba como una chica de su edad. 
Sólo salíamos de vez en cuando -una o dos veces por semana-, pero ella quería que fuéramos novios. Según ella, no había conocido a un tipo tan respetuoso como yo, no entendía qué demonios había visto yo en ella y quería descubrir hasta dónde podía llegar la relación. 

Me volvía loco. 
Parecía una chica inocente, pero era todo lo contrario.
Me hacía pensar en las chicas que salían con personas mayores mientras sus amigas todavía jugaban a las muñecas.




Adela, las chicas y yo nos acercamos a la barra y pedimos algo para beber.

Olivia se decepcionó porque no había Bailey's, y entonces yo le ofrecí una Indio y le dije que era la bebida que tomaba la gente a la que le gustaba el indie-rock, tratando de hacerme el gracioso.

Ella aceptó, y mi intento por hacerme el gracioso, surtió efecto. 
Volvió a sonreírme.
Su novia gruñó. 

Cuando le alcancé la botella, nuestras manos se rozaron fugazmente y para mí fue como una descarga eléctrica. 
Imaginé cómo se sentiría esa delgada mano, entrelazada con la mía. 

Además de Nos Llamamos, también tocarían esa noche Los Silencios Incómodos.

Eché un vistazo alrededor. 
No había mucha gente en el lugar, pero era un lugar agradable. 
Mucho mejor que Caribe Bar, Viva Villa Bar, o sitios de ese estilo en los que había escuchado a ambas bandas. 

Cuando sonaba Detrás de la Tormenta, volví a sentirme miserable. 

Toda la música que escuchaba estaba ligada a Anahí. 

Una vez le presté el disco de Los Silencios Incómodos y le dije que esa canción era la que más me gustaba. Ella ya los había escuchado en vivo porque a su hermana le gustaba el baterista -e incluso habían salido un par de veces, o algo así-, pero no me creyó cuando le dije que yo conocía a la banda y que había escuchado el disco unas semanas antes de que saliera a la venta. Tampoco me creyó cuando le dije que mi hermano era el baterista de Nos Llamamos, hasta que le presté el disco y le mostré algunas fotografías. 


Me lamenté por haberme tomado tan en serio la diferencia de edades entre Anahí y yo, y por no haber dejado que la relación simplemente fluyera, como ella quería. 

Siempre había creído que era una estupidez apreciar lo que tienes cuando ya no lo tienes, pero, allí, acodado en la barra de Decibel, llegué a la conclusión de que me sentía así. 

Odiaba que Anahí hubiera vuelto con su ex, pero odiaba más lo que yo había perdido. 

Mientras sonaba El Ansia, recordé todas las veces que Anahí me había llamado por teléfono para conversar durante horas; recordé todas las cartas que ella me había escrito y también todas las invitaciones que me había hecho y que yo había rechazado. 



No podía sacármela de la cabeza.

Levanté la vista y vislumbré a las amigas de Adela.
Ellas estaban besándose, junto a los baños, o eso parecía.
Recordé cuando Anahí me decía que yo no sabía besar. 

Era una chica salvaje, y jamás supe si lo decía en serio, o sólo para molestarme. 

Adela me sacó de mis pensamientos, apareció junto a mí en la barra, y me ofreció otra cerveza. 

Empezó a decirme que las chicas del trabajo le habían pasado los datos de un dealer que tenía una mercancía buenísima y me preguntó si quería salir a fumar con ella, antes de que tocaran Nos Llamamos.  

Supuse que ése era el favor que les debía a las chicas e imaginé que fumar no era lo más adecuado para mí en ese momento, pero le dije que sí.

Afuera hacía mucho frío y nos costó trabajo encontrar un lugar solitario en el estacionamiento. 

Miré mi reloj. Era casi la medianoche, pero aún había muchas personas en la calle. 
Decibel estaba en una pequeña plaza comercial y todavía había algunas personas saliendo de los locales. 

El olor de la marihuana quemada me hizo recordar las historias que me había contado Anahí de las veces que había fumado yerba -todas estaban ligadas al sexo, o a fiestas en las que había perdido el conocimiento-, y también me hizo recordar las ocasiones en las que yo mismo había leído sus cartas bajo los efectos de esa droga.

Había sido tan divertido leer lo que ella pensaba de mí. 

Cuando Adela me pasó el cigarrillo, sólo le di una fumada y no contuve mucho tiempo el humo en los pulmones.

Estaba convencido de que tendría un mal viaje, si me intoxicaba demasiado. 



La droga le pegó muy rápido a Adela y ella se puso a llorar. 

Me dijo que se había peleado con su novio.

Había sido obvio.
Durante casi todo el trayecto en la autopista, ella se la había pasado contestándole el teléfono celular y discutiendo con él.

Me dijo que era un malnacido, pero que lo extrañaba mucho. 

Tenían un mes sin verse, y se habían peleado porque lo había descubierto en la cama con una de sus mejores amigas. 

Me miró, y se limpió las lágrimas del rostro con el dorso de la mano. 
Quise consolarla, pero yo también me sentía fatal y no lo hice.
Estaba seguro que si lo hacía, me pondría a llorar. 

Sus pupilas parecían los fanales de un gato y me quedé absorto mirándolas. 
Luego, me fijé en sus pecas y me parecieron muy atractivas. 
Se veían como pequeños puntos de melancolía, esparcidos en los pliegues de sus mejillas. 

Adela nunca me había interesado como mujer -ni siquiera había fantaseado con el sabor de sus besos-, pero de repente ya estábamos besándonos.

Fue como un beso de adolescentes ebrios. 

Volvimos a Decibel, y la chica con cara de bulldog estaba de lo más amistosa. 

Obviamente había bebido mucho y el alcohol ya se le había subido a la cabeza.

Me puso una de sus ásperas manos en un hombro -era más fuerte de lo que había calculado-, me dijo que le había gustado a su novia y me propuso besar a su novia mientras ella nos veía. 

Su mirada me inspiró desconfianza.

La droga me había puesto un poco paranoico -sólo el nivel usual de paranoia- y me hizo imaginar que las chicas sólo estaban burlándose de mí, o algo así.

Qué tal si todo era un artilugio para que la chica con cara de bulldog tuviera un pretexto para darme un puñetazo.

Cerré los párpados y de inmediato recordé el sabor a cerveza de los labios de Adela.
También recordé su rostro constelado de pecas en la penumbra del estacionamiento y lo triste que ella se veía. 

Probablemente me tardé mucho tiempo en responder, porque, cuando abrí los párpados, la chica con cara de bulldog ya había retirado su mano áspera de mi hombro y se marchaba.

Dijo algo entre dientes, y me sentí estúpido. 

A intervalos había estado observando a Olivia desde el asiento del copiloto.
Ella dormitaba y sus diminutos labios de caricatura parecían iluminados por una luz ecuménica y me habían hecho fantasear con el sabor de sus besos.

Nos Llamamos salió al escenario y vi que Adela estaba conversando con uno de los chicos que acompañaba a la banda -supuse que también terminaría besándose con él- y entonces me volví a acercar a la barra y pedí otra cerveza.



El regreso a la Ciudad de México fue horrible. 

Las chicas discutían en el asiento trasero del Astra -aparentemente, Olivia había besado a un desconocido en Decibel, y a su novia, después de todo, no le había gustado la experiencia de observarlos- y Adela no dejaba de lamentarse.

Parecía frénetica y al borde de la histeria.
Tomaba con fuerza el volante del automóvil -tenía crispados los puños-, y decía que era la mujer más estúpida en el universo y me miraba de reojo de vez en cuando y me suplicaba que no le comentara nada de lo que había pasado a su novio. 

Yo sólo pensaba que un beso era algo infantil comparado con lo que le había hecho su novio, pero también pensaba que quizá Adela creía que un beso era mucho más íntimo que el sexo.

Sabía que ella leía mucho a Bukowski y era altamente probable que pensara igual que él. 

Adela me decía que besarnos había sido un grave error y que tampoco debía haber besado al chico que afinaba las guitarras de Nos Llamamos.

Encendí un cigarrillo y miré mi reloj, para desperezarme.
Estaba quedándome dormido. 

Eran casi las 2 de la mañana. 

El cigarrillo me supo mal, y lo apagué. 

Estaba tan ebrio que me sorprendí pensando en la aliestesia -ese término acuñado por Cabanac en la década de los 70's y que se emplea en Psicología para definir el cambio de percepción de un sabor agradable en uno desagradable- y, por enésima ocasión, recordé a Anahí.

Una vez fue a una de mis clases en la Universidad.

Mientras les hablaba a los alumnos del "efecto cocktail de la fiesta" -cuando eres capaz de escuchar a alguien que menciona tu nombre, o algo que te importa a nivel muy personal, en el bullicio de una fiesta-, Anahí estaba quedándose dormida.

Los párpados, cerrándose y abriéndose, alrededor de sus ojos color almendra, la hacían verse como un Furby

Luego, al salir de esa clase, ella me dijo que yo era un profesor de lo más aburrido y entonces discutimos.

Le dije que ella estudiaba Derecho y que jamás entendería esos temas que yo explicaba en mis clases de Sensopercepción. 

Se largó y, la siguiente vez que nos vimos, me entregó una carta muy emotiva. 

Encendí la radio.

Sonaba Bar Tacuba.

Aun cuando había escuchado esa canción cientos de veces, jamás le había prestado atención a la letra. 
(Y me he preguntado, ¿por qué otra vez estoy pensando en ti?)

No lo toleré más, y sentí cómo los ojos se me llenaban de lágrimas.

Comencé a sollozar y abrí la ventanilla del Astra para disimular mi aflicción.  

***
ÉSTE ES UN EXTRACTO (UN BORRADOR) DE UN LIBRO QUE PUBLICARÉ ALGÚN DÍA. 

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