A veces quisiera creer en los nahuales.
A veces quisiera creer que existe una especie de tercer ojo, o un nivel de consciencia en el que no importa el mundo tal y como lo conocemos.
A veces me gusta pensar que cuando recibo un fuerte golpe en la cabeza, ese tercer ojo se abre y que entonces puedo acceder brevemente a otro nivel de consciencia.
A veces me gusta pensar que durante algunos segundos, puedo escucharme a mí mismo desde mis vísceras y que al mismo tiempo yazco en el fondo de una piscina y que todos los sonidos provienen del exterior.
A veces me pregunto si todos mis sentidos son líquidos y si Carlos Castaneda envejeció drásticamente en una conferencia en Ciudad Universitaria mientras hablaba de los viejos tiempos en los que se columpiaba de los árboles o se transformaba en cuervo y huía de las brujas que querían acabar con él.
A veces me pregunto si en realidad todos los niños sabíamos qué clase de adultos seríamos cuando creciéramos y si los ángeles nos pusieron un dedo entre los labios para que guardáramos silencio y si la marca que nos dejó ese contacto entre la nariz y los labios es un vestigio de ese acuerdo.
A veces me emociona la llegada de la Navidad y me pongo a pensar en estas cosas.
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