sábado, agosto 26, 2006

Cabellera afro(disíaca)



Ella llegó de pronto. Me pidió fuego. 
Mientras le encendía el cigarrillo, apenas volteé a mirarla. 

Ella me dio las gracias y se marchó. 

La reconocí. La había visto afuera, antes de entrar al Foro Alicia. 
Me pareció bonita y extremadamente joven, como las estudiantes a las que les doy clases en la universidad. Tal vez de diecinueve o de veinte. 

Pasó un buen rato. Quise encender otro Camel y no encontré mi encendedor. Estaba un poco ebrio y asumí que ella se había quedado con mi encendedor. La busqué y al cabo de unos segundos la encontré y le pregunté si tenía mi encendedor y ella me dijo que no. Me le quedé mirando y me sentí atrapado por su cabellera afro(disíaca), por sus ojos y por sus pestañas (de Lucía Méndez) y por sus labios de durazno. Me sonrió, abrió la boca apenas unos cuantos centímetros, y me sentí cautivado por sus brackets. Siempre he tenido debilidad por las mujeres con brackets. 

Quién sabe de qué platicamos y quién sabe cómo encendí mi Camel, pero el punto es que nos pusimos a platicar y que me fumé un cigarrillo. Miré mi reloj en una pausa para ir a comprar unas cervezas. Iban a dar las diez de la noche. Casi era hora. Ya iban a tocar Los Silencios Incómodos. Era la presentación de su primer álbum. Hasta ahora todo va bien.

Me dijo que acababa de cumplir 19 años, y me rompió el corazón. 

No pude dejar de pensar en que tengo veintiséis años. Me sentí miserable, como si tuviera casi diez años más que ella. Me pregunté por qué no podíamos tener la misma edad. Me pregunté si estaba exagerando. Me pregunté si la diferencia de edades no era realmente tan abismal como me parecía.

Conforme transcurrían los segundos, Nayeli me parecía más atractiva pero no podía sacarme de la cabeza la diferencia de edades. Sin embargo, su conversación no reflejaba que hubiera gran diferencia entre los dos. Estábamos más o menos en la misma frecuencia.

A ella le gustaba el surf –su banda favorita eran Los Santísimos Snórkels– y se mostró muy interesada en saber por qué yo prefería el garage punkDespués de bebernos un par de cervezas y de fumarnos unos cuantos Camel, pasó lo inevitable.

Sentí cierta ansiedad en sus labios, me dio la impresión de que ella no quería detenerse, pero sonó su teléfono celular y aproveché la interrupción para separarme de ella. Sus besos habían sido una locura. Sentía que me ardían los labios como si le hubiera dado una mordida al picante con más capsaicina en la faz de la tierra, excepto que no era una sensación desagradable. También se sentía como una cortada de papel. Como una breve descarga eléctrica.

Otra vez me sentí miserable; también, culpable y abusivo. Siempre había creído que los hombres de mi edad que hacían esa clase de cosas –besarse con mujeres mucho más jóvenes–, lo hacían por inseguridad. Y que eran patéticos.  

Nayeli tuvo que marcharse –su papá la había llamado por teléfono y ya estaba esperándolas a ella y a su hermana, que andaba por ahí charlando con el baterista de Los Silencios, afuera del Alicia– y, sin que yo se lo pidiera, me dio su número telefónico. Lo anotó con una pluma en la palma de mi mano izquierda. Sus dedos también los sentí como una cortada de papel. 

Mientras ella anotaba el número con una pluma y estimulaba mis corpúsculos de Krause, no podía dejar de observar su fabulosa cabellera afro(disíaca) y de divagar, de imaginarme qué se sentiría hundir mis dedos en ella. También me dio su ID de messenger, por si acaso.

Me dijo que esperaba que yo la llamara pronto, para que nos pusiéramos de acuerdo y nos viéramos otra vez.

Ya pasó más de un mes desde entonces. Son las cinco y media de la tarde. Es 26 de agosto del 2006, y estoy pensando en llamarla por teléfono. Tal vez no debería tomarme la vida tan en serio. Tal vez exagero. O tal vez no. 

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