martes, agosto 22, 2006

Sus cabellos eran reverberaciones de fuegos fatuos



Un hombre camina por el pasillo, mientras el convoy se detiene en el andén. Tiene el cabello engominado y una gota de sudor le escurre por la frente; viste un desgastado traje de casimir y trae un periódico bajo el brazo. Lo más probable es que esté buscando trabajo. 

Otro hombre entra en el vagón. Carga una voluminosa mochila en la espalda. Usa dreadlocks, una playera sin mangas con el rostro de Bob Marley estampado, pantalones de mezclilla raídos y huaraches. Se recarga en la puerta que permanece cerrada en la estación y le echa un vistazo al asiento asignado a la gente de la tercera edad. El lugar está vacío y parece que él está considerando la posibilidad de sentarse, pero de repente empieza a recitar un poema de Jaime Sabines.  

("El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable...")

Al final, el hombre con dreadlocks pide unas monedas:

"Señores y señoras, disculpen si los he importunado, pero estoy desempleado y tengo familia... Necesito sobrevivir de algún modo. No olvidemos que el amor es importante..."



Más adelante, en la estación Chabacano, una mujer permanece de pie junto a las vías del metro. Su cabellera larga y sedosa se alborota cuando el convoy pasa por el andén. Está teñida de un rubio intenso y alucino y me imagino que la cabeza de la mujer es una hoguera y que sus cabellos son reverberaciones de fuegos fatuos. Alcanzo a distinguir que la mujer tiene unos senos prominentes, mientras ella mueve la cabeza y nuestras miradas se encuentran brevemente. 

Los dos subimos al mismo vagón y nos sentamos frente a frente. 
Nuestras miradas se cruzan de nuevo. Ella guarda un parecido asombroso con una conocida.

("¿Será acaso la hermana de Inés?
¿Por qué me mira con tanta insistencia?
¿Por qué mueve tanto la cabellera?")

Los dos llegamos hasta la última estación. 

Al descender del vagón, ella camina a mi lado. Su cabellera esparce una fragancia delicada y cítrica, y bajo la luz del sol luce más rubia. Quisiera acariciarla y acercarla a mis fosas nasales. 

Mi corazón late de manera enloquecida, y percibo que los prominentes senos de la mujer tiemblan debajo del suéter con cuello de tortuga. 

Imagino que ella está lactando, o algo así, y me siento avergonzado.  

No puedo dejar de mirar. 

Puedes enamorarte de alguien sin saber su nombre. 


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