martes, agosto 22, 2006

Su cabellera habría sido como un arco iris en mis manos


No tenía muchas ganas de ir, pero mi ex había estado llamándome insistentemente por teléfono en los últimos días. Le había prometido que iría a visitarla pronto –más por condescendencia que por interés– y ella y su esposo ya habían hecho planes –aparentemente, contaban conmigo para cubrir parte de la renta mensual de la casa en la que vivían– y yo no podía dejarlos colgados. 

Salí del DF un jueves y llegué a Playa del Carmen un sábado al mediodía. 
Todo el trayecto estuve dormitando en el autobús, sintiéndome mal y pensando por qué  diablos hacía ese viaje. (¿Para qué demonios iba a visitar a mi ex?, ¿acaso quería saber si su esposo la trataba bien...?) 

Prefería estar en mi casa. 

En cuanto llegué a Playa, estuve llamándola por teléfono desde la terminal del ADO –un día antes, habíamos acordado por teléfono que yo haría eso y que ella pasaría a recogerme– y sin embargo ella nunca contestó. La esperé durante horas. 

Odié estar allí, en la sala de espera, sin poder moverme a ningún lado. No tenía la dirección de la casa que ella y su esposo rentaban, y ni siquiera podía irme a la playa a pasar el rato. (¿Quién cuidaría mi equipaje...?) 

Mientras las horas pasaban y yo intentaba comunicarme con mi ex, no podía dejar de pensar que había tomado una mala decisión. Me sentía estúpido. 

Después de casi 3 horas de espera, ella finalmente apareció y se disculpó. Me dijo que había tenido un contratiempo. 

La casa que ella y su esposo rentaban estaba a unas cuadras de la playa. Tenía dos plantas. En la planta baja había una sala comedor y dos habitaciones –una de ellas daba a un patio con alberca que compartían todas las casas de esa unidad habitacional–, y en la planta alta había otras dos habitaciones. Una habitación daba a la calle y la otra habitación tenía terraza y daba a la alberca. Todas las habitaciones contaban con baño completo propio.

Me instalé en la habitación del primer piso que daba a la calle y me quedé solo otro par de horas, fumando e intentando escribir. 

En esa época leía a Javier Marías y la lectura me estaba resultando insoportable. Era una novela sobre embarcaciones y millonarios con yates. 
Todo lo que yo escribía estaba influenciado por el lenguaje de ese escritor y era espantoso. 

Por la noche, ellos dos regresaron y salimos a beber a un bar, ella, su esposo y otro tipo que también vivía en la casa y que había estado durmiendo mientras yo fumaba e intentaba escribir. 
El tipo era de León y según él había estudiado gastronomía en el TEC de Monterrey y trabajaba como chef en un hotel de lujo. 

(Todo el tiempo que estuve en Playa, se la pasó preguntándome si quería fumar marihuana y contándome los tips que usaba para pasar el examen de orina que regularmente le hacían en el hotel.) 

En ese bar al que acudimos, trabajaba una amiga de todos ellos. Se llamaba Penélope y supuestamente estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras, en Ciudad Universitaria, pero tenía varios meses viviendo en Playa. 

El bar era como un bar de Coyoacán y estaba lleno de turistas con aspecto de hippies.
Sonaba a todo volumen un interminable beat de música electrónica. 
Me sentí fuera de lugar. 

No me gustaban esa clase de lugares, las bebidas eran increíblemente caras y no estaba acostumbrado a tratar con personas como las que había en el bar. 

Los comensales hablaban de viajes alrededor del mundo y de antros que estaban de moda.  

Penélope se sentó en nuestra mesa un rato.

Nos habló "de lo loco" que se había puesto el ambiente una noche antes en el bar y sugirió que esperáramos a que terminara su turno y fuéramos todos juntos a un antro

En algún momento, me levanté al baño y Penélope me acompañó. 

A la entrada de los baños, ella me preguntó cuál de las dos puertas tenía el símbolo que correspondía al del baño de mujeres, porque siempre se confundía.  

Quise saber si lo preguntaba en serio –¿acaso no trabajaba en ese bar?–, y ella frunció el ceño y esperó mi respuesta. Le expliqué que uno de los símbolos hacía referencia al Espejo de Venus y que el otro hacía referencia a la Flecha de Marte.


Ella dijo Muy interesante con una cara de pocos amigos, bostezó y se metió al baño de mujeres.  



Al cabo de una hora más o menos, terminó el turno de Penélope y salimos de ese bar. 

Mi ex, su esposo, el tipo de León y Penélope querían ir a bailar y continuar bebiendo.
Yo no quería acompañarlos y me seguía sintiendo fuera de lugar, pero ¿qué podía hacer?, ¿volver a la casa, a fumar y a escribir...? ¡Ni siquiera había aprendido bien el camino de vuelta a la casa! 

Mientras caminábamos al antro, no dejaba de pensar que había tomado una mala decisión al viajar a Playa del Carmen y que probablemente iba a gastarme todo el dinero de mi primer trabajo como profesor de asignatura en la renta de una casa y en bebidas fancy

Quería estar en mi casa, leyendo –incluso a Javier Marías–, acostado en la cama, fumándome un cigarrillo. 

Llegamos a La Santanera, un antro de moda escandaloso y lleno de turistas con aspecto de preppies

Una cumbia o una salsa sonaba a todo volumen jamás en mi vida había acudido voluntariamente a un lugar con ese tipo de música– y todo mundo allí parecía estar pasándosela excelente. 

Las mujeres que abarrotaban el lugar, usaban vestidos casuales que dejaban poco a la imaginación. Se veían ebrias y felices y sus bronceados impecables incluso eran visibles bajo las tenues luces del antro

Eran muy guapas, y lo primero que pensé fue que yo no tenía ninguna oportunidad con ellas. 

Obviamente, yo no era el tipo de hombre que solía visitar esos lugares e involucrarse con mujeres guapas a las que les gustaba beber Cocomber Passion y Margaritas de sabores.  

Volví a sentirme incómodo. 

Ya estaba un poco ebrio, así que no pude evitarlo y comencé a divagar.
En general, las mujeres de La Santanera se parecían a las alumnas de la Ibero
En particular, me fijé en una de ellas. Era de tez blanca y de cabellera ensortijada y rubia. Tenía los ojos de color verde, pero resplandecían en la penumbra como los ojos de los búhos. Se parecía una alumna que me había gustado. 

La mujer que se parecía a Mariana, se dio cuenta de que yo la miraba insistentemente. 

Ella vestía una falda de lino que dejaba al descubierto sus piernas.
También usaba una blusa escotada. Era imposible no vislumbrar su entreseno. 

Me devolvió la mirada. 
Por un segundo, temí que armara un escándalo y que gritara que yo la acosaba. 

Ella sostenía una Piña Colada

Bajó la mirada. 
Se llevó la copa a los labios, lentamente. 
Estaba tan ebria que apenas podía controlar el movimiento de su mano.
Le dio un pequeño sorbo a la bebida. 
Luego, alzó la vista y clavó sus ojos de búho en los míos. 

¡En verdad se parecía a Mariana!

Me miró tímidamente y me sonrió, mientras usaba uno de sus largos dedos para mover la pajilla alrededor de la copa. 

La escena me hizo sentir parte de una película cursi. 

Consideré la posibilidad de acercarme a Mariana. 

Imaginé que le acariciaría la cabellera y que entonces le diría que su cabellera era un arco iris en mis manos y que ella volvería a darle una bebida a su Piña Colada y que me sonreiría de nuevo y que tal vez conversaríamos durante algunos minutos y que luego nos iríamos a un lugar apartado de todo ese bullicio de cumbia o de salsa y que terminaríamos besándonos, pero, justo en ese momento, un hombre musculoso, con los brazos llenos de tatuajes tribales y con un corte de cabello tipo mohawk, apareció de la nada y empezó a coquetearle a Mariana.

Ella se olvidó de mí y le sonrió al hombre de tatuajes tribales de la misma forma en que me había sonreído. 


Aunque cubrí mi renta de un mes, sólo estuve quince días en Playa del Carmen
Nunca me adapté a la vida que llevaban mi ex, su esposo y sus conocidos. 

Todos los días, me sentí fuera de lugar. 
Me levantaba alrededor de las nueve de la mañana.
La casa estaba sola. 
Me salía a caminar y a desayunar. 
Volvía a la casa a fumar y a escribir.

Estuve tan incómodo que ni siquiera me metí a nadar a la alberca de la casa. 
Tampoco me metí a nadar al Mar Caribe
Siempre iba solo. 

(¡Qué diferente habría sido todo, si hubiera ido acompañado por una mujer!)

Entre el desayuno y la comida, ocasionalmente salía a buscar un empleo, sabiendo que no me interesaba meterme a trabajar de hostess o de guía de turistas. 


Me la pasaba caminando varias horas por La Quinta Avenida, viendo a las mujeres que iban por ahí tomadas de la mano de sus parejas, vistiendo diminutos trajes de baño o pantaloncillos transparentes que dejaban a la vista su ropa íntima.

Me la pasaba caminando por la playa. Siempre había algún grupo de habilidosos niños descalzos jugando futbol bajo los abrasivos rayos del sol.
Siempre me lamentaba de que no tuvieran la oportunidad de llegar a algún equipo de Primera División

Jugaban como brasileños –mil veces mejor que varios futbolistas profesionales de La Liga de Futbol Mexicana– y estaba convencido de que varios de ellos podrían jugar una Copa del Mundo y llevar a la Selección Nacional al quinto partido, si un visor los descubría y les daba la oportunidad de convertirse en jugadores profesionales

Sobreviví mis días en Playa del Carmen, comiendo en una pizzería Amore y fumando Argentinos

Un miércoles por la mañana, me despedí de mi ex y de su esposo.
Ella estaba enferma y lamentó que me fuera. 
Le dije a su esposo que la cuidara, o algo así, y me miró con cara de pocos amigos. 
Me sentí estúpido. Sólo había querido ser amable. 
No me importaba qué hicieran con sus vidas. 

El chef se ofreció a llevarme de vuelta a la terminal del ADO en su Peugeot

De regreso al DF, dos hombres se sentaron junto a mí en el autobús. 
Ellos trabajaban en algún hotel de Playa del Carmen, pero vivían en Mérida
Me platicaron que un compañero de trabajo supuestamente había violado y asesinado a una turista alemana, como si fuera algo de lo más normal.
Parecía que el susodicho era un héroe para ellos. 

Quise decirles que estaban enfermos y que eso no estaba bien, pero temí que se lo tomaran a mal y que termináramos teniendo problemas. 

Cuando ellos se bajaron –tan sólo 40 minutos después de que el ADO salió de la terminal–, me sentí aliviado y feliz.

Finalmente volvería a mi casa, a tumbarme en la cama, a leer, a fumar y a escribir. 

***
ÉSTE ES UN EXTRACTO (UN BORRADOR) DE UN LIBRO QUE PUBLICARÉ ALGÚN DÍA.

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