sábado, septiembre 09, 2006

La maldición de tus brackets


Te conocí en un mal momento. Cuando mi gato huyó de la casa. Los dos teníamos un gran vínculo. Todo el día estábamos juntos. Por las mañanas, él entraba en la recámara para despertarme. Por las tardes, él se echaba en la cama mientras yo leía. Por las noches, él me acompañaba mientras yo escribía. Sé que no volverá y aún no lo supero. Lo echo mucho de menos. 

Te conocí en un mal momento. 

Desde hace dos años no me relaciono con ninguna mujer. Mi última relación fue un desastre. Ella y yo estábamos t
odo el día juntos. La harté y ella conoció a otra persona y se fue con él y se casó con él y ahora está esperando un hijo suyo. No dejo de repetirme que debí ser yo quien terminara con esa relación, que yo debí dar el primer paso. 

Te conocí en un mal momento. Lo único que he hecho todo el año es ver futbol. Aún no me repongo de la derrota contra la selección de Argentina. No puedo sacarme de la cabeza el gol de Rafael Márquez. 
No puedo sacarme de la cabeza el gol de Maxi Rodríguez


Hace unas horas tocaron Nos Llamamos y Los Silencios Incómodos. El Foro Alicia estaba a reventar. En cuanto llegué, encendí un cigarrillo, me compré un par de cervezas y me las bebí rápidamente. Me sentía tan solo que necesitaba emborracharme pronto. No se me ocurrió otra manera de evadir la realidad.

Cuando fumaba y esperaba que no ocurriera nada, apareciste de la nada, te acercaste y me pediste mi encendedor. Te lo presté. No quise darle importancia al asunto. Encenderías el cigarrillo y jamás volvería a verte. Le di un sorbo a mi cerveza, me devolviste el encendedor y desapareciste de mi vista.

Continué bebiendo, compré otro par de cervezas, escuché un par de canciones de Hassassin, y luego quise encender otro cigarrillo pero no encontré el encendedor. Lo primero que pensé fue que te habías quedado con él y te busqué por todas partes. Mi sistema necesitaba nicotina, urgentemente. 

Cuando te encontré, en la pared más cercana a los baños del Alicia, sentada en el suelo, mi corazón se alegró: podría fumarme pronto un Camel más. Te miré y alzaste la vista. Me sonreíste, te sonreí. Antes de decirte cualquier cosa, antes de preguntarte si tenías mi encendedor, te pregunté por qué te habías quedado con él. Te exigí que me lo devolvieras. Te pareció divertido y te dije que necesitaba fumar urgentemente, y no mentía; realmente mi sistema necesitaba nicotina, urgentemente. 

Te conocí en un mal momento. En verdad estaba desesperado. Necesitaba fumar urgentemente. Me juraste que me habías entregado el encendedor y me ofreciste tu propio cigarrillo para encender el mío. Estaba un poco ebrio y, por primera vez en toda la noche, reparé en tus ojos, en tu cabellera, en tu sonrisa, en tus labios, en tu rostro, y me pareciste hermosa. Había algo salvaje e irreverente en ti. Tu voz era como un cuchillo cortando el aire. 

Te vi como a una de mis groupies de la universidad, como a una de esas chicas de veintitantos años a las que les imparto un curso de psicología experimental y que me encuentran interesante –un animal exótico que sabe todas las cosas que ellas creen que quieren saber– y que me mandan mensajitos de amor a escondidas, con sus números telefónicos, esperando que las llamé y que las invite a salir a algún lugar.

Al pasarme tu cigarrillo para encender el mío, nuestras manos se tocaron brevemente. El contacto fue una descarga eléctrica que recorrió mis vísceras y que hizo estallar a mi cerebro. Encendí el cigarrillo y le di una calada. Le di otro sorbo a la cerveza. El alcohol y la nicotina me pusieron feliz. Te dije Gracias al oído. Todavía no salía ninguna banda al escenario, pero había mucho ruido. Me sonreíste otra vez.

Al estar tan cerca de ti, aspiré un aroma que manaba de ti. Olía muy bien. No supe distinguir si provenía de tu cabellera o de tu piel, pero me enloqueció. Me quedé mirándote. 

Tú sonreías en la penumbra de esa atmósfera enrarecida y llena de humo de tabaco y de marihuana quemada. Parecía que estabas esperando que te propusiera algo. 

Te conté algo que te hizo reír y entonces vi que usabas brackets. 
No pude evitar sentirme atraído por la maldición de tus bracketsDesde la secundaria había querido besar a una chica con bracketsTenía la sospecha de que besaban mejor que las demás chicas, y tuve la corazonada de que finalmente descubriría si era cierto. 

Para disimular la excitación que se había apoderado de mí, te invité una cerveza y me dijiste que sí. Mientras caminábamos hacia la barra, no podía dejar de preguntarme cómo besarías. Era una idea que capturaba toda mi atención. Y volteé a verte y volviste a sonreírme y volví a mirar tus fabulosos brackets
Resplandecían como una maldición. Parecía que estabas leyéndome la mente.


Te alargué la XX Lagger y te dije que conocía al baterista de Nos Llamamos y no me creíste. Ya no insistí. Caminamos hacia el escenario y nos quedamos a unos metros del escenario. Los Silencios Incómodos ya estaban tocando. Te conté que mi hermano era amigo de los músicos y tampoco me creíste. 
Te dije que ya había escuchado un demo del disco que Los Silencios presentaban esa noche y tampoco me creíste. Ya no insistí. 


Sonaba “Detrás de la Tormenta”, cuando nos besamos. Tus labios eran tan suaves que era difícil comprender la violencia de tus besos. La vehemencia de tus besos me hizo perder la razón. Me sentí como un vampiro que no había salido de su ataúd en siglos y que estaba colmando su sed. Confirmé que besabas como imaginaba que besaba una chica con brackets

Tomamos un receso y nos quedamos en silencio hasta que acabó la canción. Estaba sumamente agitado. No creía lo que acababa de pasar. Era inaudito. Nunca había besado a ninguna desconocida el mismo día que la había conocido. 

Luego saqué otro cigarrillo y encontré mi encendedor en una de las bolsas de mi camisa y me sentí estúpido y los dos nos reímos. Te ofrecí un Camel, lo aceptaste, lo tomaste, te lo encendí y luego encendí el mío, y, sin más, mientras me echabas el humo en la cara, me dijiste tu edad.

Me rompiste el corazón. Tenías la misma edad que mis groupies de la universidad. Me sentí ventajoso y miserable. Luego me diste tu número telefónico. Mientras escribo estas líneas, no estoy muy seguro de volverte a buscar. Te conocí en un mal momento. 

Sócrates huyó de la casa hace unos meses. Aún no lo supero. Mi ex se casó y pronto será mamá. Aún no entiendo por qué no fui yo quien terminó esa relación horrible. Habría sido lo mejor para todos. Mi ex y yo nos habríamos ahorrado varios meses de humillaciones. Me habría ahorrado varias escenas de celos y me habría ahorrado que me dijera que no sabía que hacía conmigo, que yo no era ni guapo ni gracioso ni millonario.  

Te conocí en un mal momento. Todavía lamento la derrota de la selección de La Volpe en Leipzig. Pudimos hacer historia. Todavía me rehuso a asimilar que el verdadero nivel del futbol mexicano son los octavos de final de un mundial.

Te conocí en un mal momento. 





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