sábado, diciembre 14, 2019

Seis formas de morir en Texas | Marina Perezagua (2019)


Cuando leí la sinopsis de este libro –publicado en México, en septiembre del 2019–, hace más o menos dos meses en la sucursal de Gandhi de Francisco I Madero, me interesó tanto en la novela –incluso Salman Rushdie, recomendaba a la autora– que terminé comprándolo.

Después de leerlo, debo decir que no cumplió con mis expectativas y que la sinopsis resultó mejor que la trama. 

La historia se desarrolla alrededor de tres vidas ligadas a un corazón que fue traficado en el mercado negro de órganos de China –la autora cita alrededor de 30 artículos relacionados con la persecución de personas y con el tráfico de órganos en el comunismo chino, con los trámites legales que deben cumplirse para que se lleve a cabo el trasplante de un órgano en países de primer mundo como Canadá, con la farmacodinamia de las sustancias que se emplean en las inyecciones letales, con los protocolos que deben seguirse en las prisiones cuando alguien ha sido condenado a muerte y con la vida en prisión de un condenado a muerte–, pero no me gustó la forma en la que la narró. 

Me atrevo a decir que el 90% del libro –277 páginas, divididas en 5 partes, exceptuando la bibliografía– son cartas. No tengo nada en contra de que los autores usen cartas o extractos del diario de algún personaje de sus novelas para contar una historia y aumentar la cantidad de páginas de su obra y así dar la impresión de que escriben cientos de palabras*, pero en el caso de Seis formas de morir en Texas fue un recurso que me pareció redundante... y, a ratos, aburrido. 

Tantas cartas –escritas por un personaje cuya única preparación académica la recibió a través de los libros a los que tuvo acceso en prisión– me aturdieron.

También me parecieron una trampa y me hicieron dudar de la seguridad de la autora en su propia obra para explotar los argumentos de la trama y para contar su historia. 

En ellas hay metáforas, analogías y reflexiones que difícilmente podrían ocurrírsele –según yo– a una persona cuyo único contacto con el conocimiento son los libros que pudo leer en prisión. (¿Es creíble que una persona que perdió la vista desde los seis años y que nunca ha acudido a la escuela -de hecho, aprendió a escribir y a leer en prisión–, emplee, por ejemplo, una analogía sobre la ecolocalización de los delfines para explicar que los ciegos no tropiezan todo el tiempo con lo que está a su paso?) 

Ni siquiera el lenguaje de las cartas me pareció consistente: o era muy académico y formal, o muy cursi y pueril. 

La novela tiene varios elementos que pudieron haberla convertido en una de las mejores novelas del año: la espiritualidad y la codicia que conviven en un país oriental cuya cultura difícilmente guarda relación con nosotros, la relación amor-odio entre una adolescente adoptada con problemas de drogodependencia y su padre biológico, las cifras estratosféricas en el mercado negro del tráfico de órganos, los conflictos de un individuo que profesa una religión que sobrepone la verdad, la benevolencia y la tolerancia a toda necesidad humana, los detalles clínicos de la extracción y del trasplante de un órgano, la apreciación de la vida en una prisión, un atroz asesinato... pero estos elementos fueron relegados a una serie de cartas entre tres personas. 

Estas tres personas –Robyn, el padre de Robyn y Xinzàng– se encuentran cuando una de ellas va a dar a la prisión por un asesinato y es condenada a muerte.

Las vidas de los protagonistas se relacionan con el corazón de un individuo al que le fue extraído ilegalmente el órgano en una prisión y con la obsesión de su nieto por recuperarlo y por devolverle el shen a su abuelo para que éste pueda descansar en paz. 

Más allá de la enorme cantidad de cartas que constituyen la novela, el final –exceptuando uno o dos capítulos previos en los que el narrador lo justifica– es lo mejor (y no porque sea el final de la novela, sino porque es realmente la mejor parte escrita de toda la trama.) 

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*Es un recurso tan común en la literatura que me lleva a pensar que tal vez el autor de una novela que recientemente ganó un concurso (y que emplea este recurso en esa novela), aún no había terminado de escribir la obra ganadora cuando le dijeron que sería el ganador de ese concurso. 

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