miércoles, marzo 21, 2007

Últimamente he tenido sueños alcohólicos


En las últimas semanas he ido a fiestas de gente mucho más joven que yo -calculo que les llevo casi 10 años-, y me la he pasado bebiendo y fumando en exceso, como desesperado, como si nunca en mi vida hubiera hecho algo semejante. 

He intentado interesarme en las pláticas de los chicos -generalmente sólo hablan de mujeres, de drogas y de música-, pero casi siempre me he quedado dormido.

He despertado de esos pesados sueños alcohólicos -jamás descanso-, con resaca de alcohol y de tabaco, recordando vagamente cuando yo era un adolescente y sólo escuchaba música y sólo pensaba en chicas y sólo hablaba de drogas que nunca había probado. 

El sueño más recurrente de todos se remite a la segunda semana de diciembre de 1997, cuando sentí los efectos del alcohol por primera vez. 

Acababa de terminar el primer semestre de la carrera y hubo una fiesta en la facultad. 

Faltaban unos días para que cumpliera la mayoría de edad.

Tenía un compañero mucho más grande que todos los demás. 
Él ya era un ingeniero titulado -trabajaba y vivía solo-, que estaba en Psicología -era su segunda carrera- buscando una mujer con quién casarse.

Él compró varios six de cervezas y nos llevó a varios hombres del grupo a beber a un estacionamiento.

Él bebía como todo un experto, una cerveza tras otra, sin perder la compostura. 


Yo me tomé quizá un par de cervezas -creo que eran XX Lager- y empecé sentir los efectos del alcohol. Fue una sensación asombrosa. Todo me parecía simple, y nada me preocupaba. Casi podía ver que estaba sonriendo como idiota. Me sentía muy ligero, como si repentinamente el alcohol hubiera hecho que desapareciera una pesada carga de mis hombros. Pensé que no era posible que hubiera podido pasar toda mi vida sin experimentar esos efectos.

Yo quería estudiar Letras, pero mis papás ejercieron presión para que estudiara una carrera científica y, mientras bebía, reflexionaba sobre las consecuencias de abandonar esa carrera. No quería decepcionar a mi familia. Hasta ese momento, mi papá y yo -de toda la familia- éramos los únicos que habían entrado a la universidad.

Para la quinta o sexta cerveza, también me puse un poco paranoico -¿qué tal si llegaba una patrulla de Auxilio UNAM y me expulsaban de la carrera?- y quise largarme del estacionamiento cuanto antes. Mis compañeros la estaban pasando muy bien, y yo no veía claro para cuándo nos marcharíamos de allí.


Finalmente cuando se acabaron las cervezas, volvimos a la facultad, bajo los efectos del alcohol. Me costaba trabajo caminar en línea recta. Tuve la impresión de que todo mundo notaba mi alcoholismo. 

En la entrada, un amigo me detuvo y me dijo que yo tenía los ojos rojos, y se rió. 
Me sentí vulnerable -al descubierto-, humillado y estúpido.  

Pero también comencé a fijarme en las compañeras de la facultad. Tenían fama de ser de las más bonitas de toda Ciudad Universitaria.

Caminé hasta donde estaban las compañeras de mi grupo. 
En general, no me gustaban, pero una de ellas me pareció bonita en ese momento. 

Ella se llamaba Regina, y vivía en Ecatepec.

Tenía unos enormes ojos color marrón. Su larga cabellera lacia y castaña olía a vainilla y le llegaba casi hasta la cintura. Era muy delgada y de tez morena, y sus pequeños labios parecían torcidos hacia abajo, como si ella estuviera permanentemente triste, y la hacían verse melancólica y misteriosa. 

Regina era muy reservada -sólo le hablaba a unas cuantas mujeres del grupo- y todos los días llegaba a clase antes de las 7 de la mañana. Su novio era un chico de lentes que pasaba desapercibido a simple vista, y siempre estaba esperándola al final de las clases, afuera del aula. A veces le llevaba un ramo de flores. Los dos parecían muy enamorados. 

A esa fiesta de fin de semestre sólo podíamos ingresar los alumnos de la facultad y no me importó que Regina tuviera novio, así que la busqué.

Mientras caminaba torpemente por el patio de la escuela -había muchos alumnos bailando al ritmo de Caballo de Rodeo-, me sentía muy seguro de mí mismo y no podía dejar de pensar en una frase que había leído hacía poco tiempo 

("Cuando soñamos que soñamos, estamos a punto de despertar")

Encontré a Regina -hablaba con su grupo de amigas- y me acerqué a ella.

Olfateé su olor a vainilla y me quedé contemplando sus enormes ojos marrón.
Me pregunté por qué diablos no me había interesado en ella y, sin mayor preámbulo, le dije que me gustaba. 

Ella se puso roja y nerviosa -sus pequeños labios se torcieron extrañamente hacia arriba, y formaron una mueca que me asustó-, y me contestó que tenía novio.    

Estuve tan avergonzado, que, después de ese día, jamás le volví a hablar. 
Ni siquiera sé si terminó la carrera. 

Ya no quiero seguir comportándome como cuando tenía 17 años. 

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