miércoles, agosto 21, 2013

Delia sólo quería un cigarrillo


Apenas habían transcurrido tres días desde que se había fumado su último cigarrillo, pero ya no lo soportaba.

La abstinencia la estaba volviendo loca.

Intentaba leer Crímenes Bestiales por enésima vez, pero no podía concentrarse. 

Su esposo no la ayudaba mucho. Él leía un periódico, sentado frente a ella, mientras fumaba plácidamente un cigarrillo. A él le gustaba la marca Pall Mall y ella prefería los Benson & Hedges, pero en ese momento incluso habría matado por fumarse un Montana.

Además, estaba segura que Patricia Highsmith la provocaba, que sus textos la hacían fumar. Le encantaba esa escritora -había leído decenas de veces sus libros-, pero sus historias estaban llenas de personajes que fumaban compulsivamente.


Cerró el libro y lo dejó caer en sus piernas. 

Se sintió frágil y abrumada. Aparentemente sólo valoraba las cosas que podía hacer, precisamente cuando no las podía hacer. 

Sólo apreciaba su salud -y las cosas que podía hacer cuando estaba sana-, precisamente cuando estaba enferma.  

Tenía apenas cinco días con faringoamigdalitis. Los primeros dos días ni siquiera había tenido que dejar de fumar -creyó que sólo se trataba de un resfriado-, pero para el tercer día amaneció con la garganta cerrada y tuvo que dejar el cigarrillo.  

En ese momento sólo quería sentir el cigarrillo aprisionado en sus labios y luego darle una chupada y sentir cómo la nicotina y el alquitrán atravesaban su garganta e invadían sus pulmones. 

En otra época, cuando estaba intentando quedar embarazada, había podido dejar de fumar durante 4 meses.

Estaba convencida de que era más fácil dejar un hábito por voluntad que tener que dejarlo por obligación. Creía que la libertad -o el engaño de la libertad- facilitaba mucho las cosas. 

Era como cuando ella y su esposo aún no se casaban y, cada vez que discutían, ella le pedía a él que no la buscara durante unas semanas, para que la dejara pensar con calma en el sentido de su relación, y en realidad ella sólo se iba de viaje a Sudamérica con sus amigas.  


Tosió, abandonó el  libro en su regazo y se puso a llorar en silencio. 

Procuró retomar la lectura. 
El cuento que estaba leyendo era el del mono que había aprendido a robar y que después mataba a uno de sus dueños. 

Pudo enfocarse en la lectura durante algunas páginas, pero la necesidad de fumarse un cigarrillo apareció con mayor intensidad que al principio. 

Se levantó bruscamente del sofá y se metió en el baño. 

Con un poco de trabajo, levantó la tapa del tanque de agua y la colocó cuidadosamente encima de la taza del inodoro.

Metió la mano en el tanque y sacó una bolsa Ziploc
Allí tenía guardada una cajetilla de cigarrillos y un encendedor. 
La idea la había robado de una película en la que Sean Penn interpretaba a un adicto a la nicotina que tenía problemas del corazón y que tenía prohibido fumar. 


Abrió la bolsa con las manos temblorosas y sacó la cajetilla y se la llevó a la nariz. 
Intentó olfatear el aroma del tabaco, pero tenía la nariz tapada. 

Abrió la cajetilla y sacó un cigarrillo. Se lo llevó a los labios y volvió a guardar la cajetilla en la bolsa Ziploc. Tomó el encendedor y lo puso en el suelo, junto a la taza del inodoro.

Metió la bolsa Ziploc en el tanque de agua y después, con el mismo cuidado que había empleado al retirarla, volvió a colocar la tapa del tanque en su lugar. 

Recogió el encendedor del suelo. 
  
Estaba excitada ante la idea de fumarse un cigarrillo. 
Tenía taquicardia y, aunque sentía los oídos tapados y esa molestia era imposible de ignorar, se sintió feliz por primera vez en tres días. 

Abrió la ventana del baño y se acercó a ella. 
Sacó la cabeza por la ventana hasta donde pudo y apretó el cigarrillo con sus labios para evitar que se le cayera.

Ella y su esposo vivían en el quinto piso de un edificio de departamentos. 

Se dispuso a utilizar el encendedor.
Las manos volvieron a temblarle y el encendedor se le cayó de las manos.
Se sintió más infeliz que al principio. 

Sólo quería sentir el cigarrillo aprisionado en sus labios y luego darle una chupada y sentir cómo la nicotina y el alquitrán atravesaban su garganta e invadían sus pulmones. 
  

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