martes, julio 13, 2021

El Salvaje | Guillermo Arriaga (2016)


Tal vez se deba a que desconfío de las recomendaciones de libros –especialmente, cuando el autor está “en boca de todos” y me lo recomienda un lector que, a juzgar por el contenido de sus publicaciones en redes sociales, no necesariamente es muy selectivo– o tal vez se deba a que soy mamón, pero leí esta novela de 693 párginas porque varias personas me recomendaron al autor, y no me gustó. 

Aunque la narrativa es rica en recursos literarios –desde los apartados en los que aparecen algunas definiciones etimológicas de tres o cuatro conceptos relevantes para la trama, hasta breviarios culturales del mundo griego de la antigüedad, tales como la acusación de Melito contra Sócrates y el contexto de la teoría de los humores de Hipócrates, o el misticismo que rodea a las muertes infantiles en ciertas tribus africanas–, no necesariamente apruebo todos los recursos empleados en El Salvaje. Algunos de ellos, me parece, están de más. (Aunque sí creo que un escritor debe escribir sobre los temas que sabe, no creo que eso signifique que una sola novela sea el espacio propicio para hacer alarde de todo lo que sabe el escritor: debe haber un equilibrio entre recursos prescindibles, recursos necesarios y contenido esencial). 

La trama, por otra parte, engancha rápidamente al lector –basta con haber leído un par de capítulos para “querer más” y descubrir cómo se solucionará tal o cual encrucijada planteada magistralmente por el autor– y tiene un desarrollo bien elaborado, tanto cronológica como estructuralmente; sin embargo, a mi parecer, también posee ciertas lagunas y salidas fáciles.

A pesar de que Juan Guillermo –el protagonista– no cumple la mayoría de edad y de que vive en un barrio marginal (esto podría ser secundario, pero el detalle con el que Arriaga hace hincapié en este tema, deja claro que su intención es ponerlo en primer plano) y pierde de manera trágica a su familia y queda desamparado –prácticamente, en la orfandad–, y a que estas circunstancias podrían llevarlo a tener una vida ominosa –como ocurre con la mayoría de la gente que atraviesa circunstancias remotamente similares–, al final, no sólo es resiliente, sino que es capaz de debatir de tú a tú con los abogados más prestigiosos del país (habiendo decidido dejar los estudios, antes de ingresar a la preparatoria), e incluso es capaz de domar a un lobo –¡no es una metáfora!–, y, por si fuera poco, se vuelve millonario en un par de capítulos y ya no tiene por qué preocuparse por nada, por el resto de su vida. (¿Acaso el dinero es suficiente, para que todos los problemas desaparezcan...?)

Más allá de que la trama está estupendamente bien contada –transcurre en algún punto de la década de 1960, con Hendrix y The Doors como la música de fondo de persecuciones entre policías, fanáticos religiosos y narcotraficantes en las azoteas de casas de peligrosas colonias de Iztapalapa, cuyos habitantes igual pueden realizar turbios negocios con chinchillas y con drogas ilícitas, que visitar cementerios de autos en ciudades perdidas, o hacerle la vida imposible a las autoridades de mente cerrada de escuelas privadas de la alta sociedad... o recorrer durante semanas las interminables autopistas congeladas en los inhóspitos confines del Yukón–, no entiendo cuál es la necesidad del autor por encontrarle una salida fácil a la pobreza y a las tragedias. 

Tal vez esté siendo muy exigente, pero así es como lo veo: Juan Guillermo vive en un barrio marginal y se quedó sin familia; no estudia ni trabaja; su familia no es millonaria; las tragedias lo han dejado desamparado, económica y emocionalmente; sin embargo, sin perder la actitud rebelde de un joven que creció en un país gobernado por Díaz Ordaz, es uno de los dos o tres adolescentes más cultos de la Ciudad de México. A lo mejor todo esto es posible, si creemos que la pobreza es sólo un problema que está en nuestras mentes y que podemos dejar atrás, si nos lo proponemos, si somos suficientemente resilientes o si contamos con un poco de suerte. A lo mejor, el autor así ve la pobreza –“por encima”, “en el papel”– porque nunca la ha padecido, y porque ha vivido en un círculo social al que llegan historias sórdidas. Quién sabe. Esta “aproximación a la pobreza” me desconcierta un poco, pues los guiones que ha escrito son contundentes justamente porque no tienen salidas fáciles ni finales de Walt Disney –príncipes azules y princesas rosas. Tal vez Arriaga se aburrió de escribir historias sórdidas. Tal vez Juan Guillermo es su álter ego.


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Guillermo Arriaga nació en la Ciudad de México (1958), estudió la licenciatura en psicología y una maestría en la Universidad Iberoamericana; es escritor, y director (The Burning Plain, 2008) y productor de cine. Dentro de su obra literaria se encuentran las novelas Escuadrón Guillotina (1991), Un dulce olor a muerte (1994) y Salvar el fuego (2020); y los guiones de las películas Amores Perros (2000), 21 Gramos (2003) y Babel (2006). 

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