viernes, agosto 06, 2021

Completando viaje



Por segunda vez en la semana he venido a la universidad. En los últimos dos meses he venido más veces que todas las veces que vine en los primeros 3 ó 4 meses de la pandemia. Hace una semana, por ejemplo, vine a recoger un vale y a firmar unos papeles, y apenas este miércoles vine a firmar otros papeles y a recoger el comprobante de un equipo de importación. El miércoles estuve más tiempo en la entrada, intentando convencer a los vigilantes de que había solicitado mi acceso –uno tiene que llenar un formulario en Internet y esperar a que el responsable del área confirme el acceso por correo electrónico y yo tenía el comprobante del correo de mi solicitud, pero no la había enviado al área correspondiente–, que en la universidad. Casi siempre es igual: me tardo más en entrar que en salir. 

Hoy vine a sacar un equipo de importación que llegó a principios de mayo y que se llevarán a Querétaro dentro de unos días. Después de registrarme en la entrada, pasé a una oficina en la que verificaron mi solicitud; luego, me abrieron la puerta del laboratorio donde estaba el equipo y allí subí la caja en la que estaba guardado –es del tamaño de un minibar y pesa alrededor de 20 kilos– al diablito que traje desde la casa, e hice malabares para que la caja quedara bien sujeta a una cuerda en el diablito, y luego trasladé todo con cuidado de regreso a la entrada –tuve que bajar unos escalones y esquivar unos charcos de lodo– y allí los vigilantes cotejaron los datos del vale de salida y firmé los documentos correspondientes. Me tardé menos de diez minutos en hacer todo esto.
 
Cuando estoy afuera de la universidad, hace mucho sol –el tiempo cambia abruptamente en Lerma– y apoyo el diablito contra un poste de luz y me quito la chamarra que traigo puesta y luego pido un Uber desde el teléfono. El miércoles pedí otro Uber y llegó a recogerme a la universidad en menos de cinco minutos, así que no creo que deba preocuparme. Sin embargo, en esta ocasión, a los pocos segundos de haber solicitado el servicio, aparece en la aplicación que el conductor que ha decidido darme el servicio está completando un viaje y que se encuentra a 25 minutos de distancia. Esto no me gusta para nada. La experiencia que tengo con esta aplicación es que a veces los conductores no sólo te tienen esperando varios minutos porque toman tu viaje cuando están completando otro viaje, sino que algunos de ellos te cancelan el viaje después de haberte tenido esperándolos un buen rato. Me parece mal que tomen un viaje mientras están completando otro y me parece peor que se comprometan a hacerlo ¡cuando están a casi 30 minutos de distancia!, para que, al final, sólo dispongan de tu tiempo y te cancelen, pero ni siquiera sé conducir y tengo que aguantarme. 

El conductor de Uber me envía un mensaje preguntándome si pagaré con efectivo o con tarjeta de débito. Le contesto que pagaré con tarjeta, y en ese preciso momento me llegan al teléfono varias notificaciones de correos electrónicos y de mensajes por Whatsapp que debo contestar. 

Cuando termino de contestar todo lo que debo contestar, ya han transcurrido cinco minutos desde que pedí el viaje. Reviso el estatus en mi teléfono. El conductor no contestó mi mensaje y el mapa de la aplicación de Uber muestra que el vehículo continúa en el mismo sitio en el que se encontraba hace cinco minutos: el conductor no se ha movido un solo centímetro. Le marco por teléfono para preguntarle qué pasa. No responde. Insisto un par de veces más, y él sigue sin contestar. Le pido que cancele el viaje, sabiendo que continuará ignorándome.

Maldigo mi suerte y maldigo al conductor. Quisiera ser más positivo, pero he tenido más experiencias negativas que positivas con los conductores de Uber y de taxis. Por si fuera poco, repentinamente se ha nublado y parece que lloverá en cualquier momento. Podría caer una tormenta y poner en riesgo el estado del equipo. A esta racha de eventos desafortunados se suma un repentino calambre en el estómago. También reparo en que me siento terriblemente cansado y en que tengo hambre. Me desperté a las 3 de la mañana a ver un juego de futbol por televisión –la selección de futbol varonil ganó la medalla de bronce de los Juegos Olímpicos– y cuando acabó el partido traté de dormirme otro rato pero estuve alrededor de una hora y media sin poderme dormir (pensando, entre otras cosas, en lo fácil que sería trasladar el equipo desde la universidad hasta cualquier parte, si supiera conducir y si tuviera un automóvil) y luego dieron las seis y media de la mañana y me levanté a correr cuarenta minutos y luego me bañé y me vestí y tuve una reunión por Zoom a las ocho y media de la mañana y apenas me dio tiempo para desayunar antes de salir de la casa. 

Cancelo el viaje y solicito otro servicio. Me da lo mismo la advertencia de Uber diciéndome que me cobrará una comisión. Es inaudito, pero ya tendré tiempo para levantar una queja. 

A los pocos minutos, cuando el viento sopla muy fuerte y la lluvia parece inminente y he tenido que volverme a poner la chamarra, otro conductor toma el viaje y la aplicación dice que él se encuentra a cuatro minutos de distancia. Casi al mismo tiempo en el que veo la luz al final del túnel, el calambre que sentía en el estómago regresa con una feroz intensidad. Tengo algunas semanas tomando medicamentos que ocasionalmente me hacen sentir más mal que de costumbre, y no podía ser más oportuna esta molestia, pero hago acopio de paciencia y escarbo en mi cabeza en busca de pensamientos positivos: quiero creer que este conductor sí llegará a tiempo. 

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