miércoles, julio 27, 2022

Superficie de madera y de formica, repisa de metal y lámpara


Hoy es lunes 25 de julio del 2022, y es el último día que pasamos juntos. 

Llegaste a mi vida una tarde de sábado o de domingo de 1995, cuando estaba en la prepa. Mi papá te compró en un Wal Mart, o algo así. Tu instructivo no era de fácil lectura; parecía un código secreto para construir una bomba casera, o algo similar, pero te armé por intuición, casi de inmediato. 

Aún recuerdo una de las primeras veces en las que conectamos. Puse un libro encima de ti, de tu superficie de madera y de formica, y encendí esa lámpara que venía contigo y fingí estudiar para un examen de Química. Era domingo, como a las once de la noche, y el examen era al día siguiente, a las diez de la mañana, y yo no entendía nada. 

Otras veces también conectamos, cuando me ponía a hacer alguna tarea por las tardes. En particular recuerdo una tarea de Derecho. El libro de texto era tan aburrido que terminé poniéndome los audífonos y dándole play a un cassette en el walkman, y soñando despierto con el último concierto de Nirvana en Milán –grabado con sonido de consola apenas en febrero de 1994, distribuido ilegalmente por una compañía rusa y adquirido por un conocido en El Chopo–, imaginando cómo habría sido mi vida en ese preciso momento (y cuál habría sido el curso de la música en ese momento), si Kurt Cobain no hubiera decidido volarse los sesos. 

Generalmente te usaba para escribir canciones tontas para las chicas listas que me gustaban y que nunca me correspondían, o que inventaban ser madres solteras y no estar buscando una relación con alguien tan poca cosa como yo, o que tenían novio y que me llamaban por teléfono a escondidas y que salían conmigo a escondidas, o que me besaban enloquecidamente en la penumbra del auditorio de la escuela mientras sus novios interpretaban a Poseidón en una obra de teatro, o que me hacían sentir tan bien que me asustaban y que me hacían huir de inmediato, o que simplemente eran parte de una relación que transcurría con tanta facilidad que me aburría, tal y como me aburría ese libro de texto de Derecho.

¿Cuántas horas de mi vida pasé escribiendo a mano en tu superficie de madera y de formica? 

Luego te abandoné durante algunos años en la universidad, pero, poco antes de conocer a Katz, lo que hacía principalmente era escribir y colocaba una libreta en tu superficie de madera y de formica, y escribir. Volvía de la escuela a la casa de mis papás y me encerraba en la recámara y trataba de encontrar cierto orden en el caos. 

Daban las tres de la mañana y ya tenía la mano acalambrada y manchada de tinta, y entonces me salía a fumar un Camel y luego me tumbaba a dormir en la cama, intentando recordar las palabras precisas que había usado.

También te usaba para poner encima de ti los libros de todos esos autores y materiales que leí en mi adolescencia: Gunter Grass, Dante, Patricia Highsmith, Goethe, Baudelaire, Shakespeare, Virginia Wolf... las letras del booklet de Mellon Collie & The Infinite Sadness...   

Tu superficie de madera y de formica era de color blanco, pero una vez te pinté con pintura de aceite. En un arrebato, un día que me sentía frustrado y que quería desaparecer, un día en el que la frustración hacía añicos mi mente, te rayé como si fueras la pared de una prisión en una cárcel, y me arrepentí y quise borrar mi delito. Te pinté de color negro. 

No hay comentarios.: