domingo, junio 18, 2023

naproxeno sódico, paracetamol y loratadina

Hoy cumplo casi 7 días sin fumar. Después de mi estrepitosa recaída que acabó con una abstinencia de casi 8 años, es todo un logro. Más o menos desde abril, ya estaba fumándome 3 ó 4 cigarrillos al día. 

Hoy no cumplo casi 7 días sin fumar porque me haya mentalizado a no hacerlo, o porque me haya resultado fácil dejar de fumar, sino porque no me quedó otra opción. 

El viernes 9 de junio desperté con escozor en la garganta, con flemas y con moco. Impartí mi clase de las nueve de la mañana, hablé sobre Phineas Gage y sobre la frenología,  y también hablé sobre Pierre Paul Broca y su paciente Tan, y sobre los asombrosos experimentos de ablación de Pierre Flourens, y sobre la afasia de Wernicke y sobre la Revolución Francesa y las decapitaciones en la guillotina que inspiraron los experimentos que realizaron Robert Whytt, François Magendie y Charles Bell –en ranas, en perros y en conejos, respectivamente.

También quise dejar como mensaje que las conclusiones de los experimentos de Magendie eran más precisas que las conclusiones de los experimentos de Bell –las raíces dorsales de la médula espinal controlan las sensaciones y las raíces ventrales de la médula espinal controlan el movimiento–, y que, a pesar de lo anterior, la disputa de la titularidad de los resultados de esos experimentos, se inclinó a favor de Bell y que por eso llamamos así a la ley Bell-Magendie, y que esta disputa es tan citada que ha servido de argumento para que organizaciones como PETA y grupos antiviviseccionistas ataquen la investigación en modelos animales y llamen la atención de la gente sobre los derechos de los animales de experimentación.

Me pasé unos quince o veinte minutos hablando sobre el propósito de la investigación preclínica. Que, quizá, la gente de PETA y los antiviviseccionistas creen que este tipo de investigación se lleva a cabo para probar shampoos y maquillajes y otras cosas vanas, cuando el propósito no es ése, sino entender cómo funciona el cerebro y cuál es el origen de las enfermedades que aquejan a la humanidad, para, así, diseñar herramientas o fármacos que puedan prevenirlas o tratarlas. Que, quizá, esas personas creen que los investigadores no tienen que someter a comités de ética los protocolos de sus proyectos de investigación, y que, quizá, creen que los animales de experimentación son tratados cruelmente, que viven en las peores condiciones –sin agua ni comida, encadenados en una azotea, como hacen muchos ciudadanos con sus mascotas, en el día a día, fuera de los laboratorios–, y que, sin embargo, sus actos de protesta tienen mucho eco en la sociedad.

Les conté a los estudiantes de aquel congreso de la SfN al que asistí –¿en San Diego?, ¿en Washington, D. C.?–, en el que había una multitud de antiviviseccionistas apostados en la entrada del recinto en el que se llevó a cabo ese congreso. Había también camionetas de CBS y de NBC. A lo mejor hasta salí en la tele. Parecía una escena de una película de Hollywood.

Luego me fui al cubículo y estuve trabajando en varias cosas –un paper que está en la congeladora desde diciembre del 2021, una tesis de licenciatura, un servicio social, una clase sobre el costo oculto de la recompensa, una clase sobre disonancia cognitiva– y pedí un Uber. 

Cuando volví a la casa, entre 5: 00 y 5: 30 de la tarde, no quise pensar en el escozor en la garganta ni en las flemas ni en el moco que no habían cesado, y me salí a la terraza y me fumé 2 Camel.

Katz había salido a nadar.

Mientras fumaba, tampoco quise pensar en esas toneladas de correos-e y de archivos en excel y en word que había tenido que revisar en el cubículo después de dar mi clase. No quise pensar en todo el trabajo que me esperaba para el fin de semana: revisar una tonelada de documentos y redactar (parcialmente) un informe técnico de un proyecto de investigación del que me hice cargo hace dos años. 

Tampoco quise pensar en que no había más de la mitad de estudiantes en mi clase de la mañana, ni en que, en las últimas semanas de fin de trimestre, algunos alumnos habían decidido salirse a tomar el sol o asistir a un concierto de rock, en lugar de tomar mis clases; ni tampoco quise pensar en que, esa mañana, en la clase, me llamó la atención el comportamiento de una estudiante que parecía estar en otro lugar y que descubrí que ese otro lugar era Facebook en su teléfono celular.

Me acabé el segundo Camel y el escozor y el moco y las flemas aumentaron, y llegó Katz a la casa y le dije que me sentía mal, que estaba enfermándome, y también le dije lo que había pasado en la clase de la mañana, y que sólo ella, a lo mejor, sabe cuánto me esmero por preparar mis clases y por encontrar la manera de llamar la atención de los estudiantes, y que para mí es suficiente si tres o cuatro estudiantes al final de la clase me dicen que les gustó la clase.

Y tosí, y ya no pude dejar de pensar en que, desde la mañana, me enfermé, y que me enfermé porque el día anterior fui a recoger a Katz al Centro Acuático y comenzó a llover y le di mi chamarra y me enfrié.

Hoy me siento mejor... y tengo ganas de volver a fumar. 

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