Quién sabe exactamente cómo llegamos allí, sólo recuerdo que por la mañana, entre las nueve y las diez, realicé mi entrevista de admisión al Doctorado, en el INB, y que ése era mi segundo intento; que, a diferencia de mi primera oportunidad, hacía un año, incluso estaba preparado para lidiar con alguna integrante del jurado que tuviera prejuicios hacia los psicólogos, que nos tuviera estigmatizados como pseudocientíficos y que les insistiera, durante la entrevista, a los demás miembros del jurado, que yo no tenía perfil de investigador; sólo recuerdo que entonces ya tenía más de un año en el laboratorio de mi potencial tutor y más dominio del tema de mi proyecto de investigación; que, en dos meses, había ensayado incansablemente mi presentación de diez minutos, estipulada así en la convocatoria de las entrevistas de admisión al Doctorado en Ciencias Biomédicas, en distintos grupos de trabajo, y que estaba en Querétaro desde la tarde anterior, que había pasado la noche en casa de una amiga y de su esposo y que ella estudiaba una maestría en el INB y que ella y su esposo me llevaron en su auto al INB.
Luego de la entrevista, Lulú, su esposo y yo volvimos a la CDMX y encontramos en algún punto a Chinaski, y en el camino de Querétaro a la CDMX, Lulú y yo brindamos con varias copas y cuando vimos a Chinaski yo ya estaba un poco ebrio. A mi parecer, la entrevista había sido un éxito. Tenía motivos para celebrar y al mismo tiempo no quería pensar más en la entrevista.
Tal vez Lulú lo propuso, y decidimos ir a la Cineteca, Control tenía algunos días en cartelera, y Lulú y Mike querían verla. Ni Chinaski ni yo teníamos interés ni en Ian Curtis ni en Joy Division. A Chinaski le daba igual Joy Division, pero a mí me chocaba, me parecía una de esas bandas que, de pronto, todo mundo había comenzado a escuchar pero no tanto por su música ni por interés en el post-punk, sino por mercadotecnia y por morbo: por el enfermizo romanticismo de la epilepsia y de la depresión que llevaron a Ian Curtis a suicidarse a los veintitrés años, ahorcándose en la cocina de su casa, horas antes de que Joy Division partiera a su primera gira en Estados Unidos.
Y allí estábamos, en las butacas, en tercera o cuarta fila, Chinaski a mi izquierda, Mike y Lulú a mi derecha, habíamos metido clandestinamente más alcohol al cine, creo que habíamos comenzado con vino en la autopista, Chinaski no había tomado una sola gota de alcohol, era la única sobria, y yo no le prestaba atención a la película, me daba igual el origen de Joy Division en alguna oscura reunión en Manchester en la década de los setenta, me daba igual si a Ian Curtis le resultaba imposible lidiar con la presión de la banda y si su matrimonio se desmoronaba y de todo eso obtuvo inspiración para escribir “Love will tear us apart”, yo solamente hablaba y hablaba con Chinaski, me sumergía en la penumbra y en la belleza de sus ojos del color del Mar Caribe, la amaba con todo mi corazón, la admiraba y le decía cómo me sentía, que estaba realmente satisfecho con mi entrevista de admisión, que al final de la entrevista me había preguntado un miembro del comité por qué quería ingresar a ese posgrado y que yo le había dicho que prefería ser el peor de los mejores que el mejor de los peores y ella se rió y me dijo que eso había estado un poco fuera de lugar, y yo le dije que no sabría qué haría si me volvían a rechazar en el posgrado, que tal vez eso significaría que no tenía vocación para la investigación, y ella me reconfortaba, me decía que todo saldría bien, como esperaba, que no debía preocuparme. De pronto, tuve un blackout. Tal vez el primero que tuve en mi dañina relación con el alcohol.
Pasó lo que pasó, de lo que no tengo recuerdo alguno, y salimos del cine, y probablemente me costaba mucho trabajo hilar una idea coherentemente, y probablemente me costaba trabajo mantener el equilibrio, y estoy casi seguro de que Mike y Lulú nos acercaron a alguna estación del metro, y que entonces Chinaski y yo volvimos a nuestros rumbos y que luego salimos del metro y que yo la llevé a su casa y que me sentía feliz, que la amaba con todo mi corazón, que tenía la impresión de que mi entrevista había sido un éxito, que ese día había sido un día genial; y luego nos despedimos y luego caminé entre quince y veinte minutos a toda prisa hasta la casa de mis papás, tal vez llovía un poco, ya había anochecido y ya no estaba tan ebrio, ya podía hilar ideas coherentemente, quizá iban a dar las diez de la noche, y, en cuanto llegué a la casa y me encerré en mi recámara, aún estaba un poco mareado, y me tumbé en la cama y llamé por teléfono a Chinaski, y, después de una breve conversación que no recuerdo claramente, me sentí exhausto y colgamos y me acosté a dormir. Años después, cuando discutimos por alguna tontería de esas que suscitan cataclismos en las parejas que se mudan a vivir solas, Chinaski se enojó mucho conmigo y me contó todo, me dijo qué hice cuando tuve ese blackout en la Cineteca. Y jamás he podido superarlo, me convertí en algo que odio y ni siquiera tengo recuerdo de ello.
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