sábado, julio 12, 2025

People You May Know

«Si no estás de acuerdo conmigo, si te gustó la película de Eggers y si no sabes tanto de Murnau como yo, eres un limitado cognitivo, sobreestimas tus capacidades...», dice, más o menos, este crítico de cine que quién sabe de dónde salió (su biografía dice que vive en la Narvarte y que no le gusta presumir pero que, jajaja, sí te presume que ha publicado varios libros), y en esta ¿columna de opinión? mete a la fuerza el taquillero “efecto Dunning-Kruger”. Independientemente de que quién sabe si el medio digital en el que escribe es como una revista “de cuates” —sin evaluación por pares— o como un Conozca Más del cine, su diatriba me ha puesto a pensar en varias cosas. No conozco personalmente a ningún crítico de cine, pero varias veces me he encontrado en otras redes sociales a expertos alardeando sobre los filmes de Kurosawa, de Tarkovski y de Lynch, criticando a “los mortales” que no han visto cine de culto, y a esos mismos expertos los he encontrado después recomendándole a sus lectores Cindy, la regia. Siempre me ha desconcertado su actitud –¿son intelectuales exquisitos, o no...?–, y en general, la actitud de los cinéfilos.  Cuando fui al cine a ver Nosferatu de Eggers se me ocurrió poner en Threads que la película de Coppola era una caricatura en comparación con la de Eggers, que esa historia de amor entre Mina y Drácula, y que Drácula paseándose con gafas de sol por una ciudad europea, estaban fuera de sitio, y eso bastó para que un puñado de sus seguidores se me fueran encima. Pensándolo un poco mejor, tal parece que los amantes del cine de culto son un poco intolerantes.

Quiero pasar de largo, no tengo la obligación de leer esta columna, me la encontré por accidente, Facebook me sugirió como amistad al autor —en su diatriba también llama “ridículo actor” a Willem Dafoe—, tenemos un contacto en común (un escritor a quien tampoco conozco en persona), pero caí en la trampa. En mi defensa, he tenido semanas muy ajetreadas: Katz contrajo la enfermedad de crup y luego se quemó un brazo con agua hirviendo, tuve una entrevista de trabajo y preparé una charla de neuroquímica y de psicofármacos para un comité de profesores de la Ibero, fui a un funeral, escribo 2 papers en inglés en paralelo, invertí decenas de horas en la página del SAT, sometí mi décimo tercera solicitud en 8 meses para una convocatoria de académico de tiempo completo a una Institución de Educación Superior y escribí mi tercer o cuarto proyecto de investigación en lo que va del año...

Agggh

Ahora estoy pensando en que este escritor que tenemos en común el autor de la diatriba que llama personas limitadas a todos aquellos a los que les gustó más la película de Eggers que la de Murnau –ya no estoy seguro si lo llama “el dios del expresionismo alemán” o si lo estoy inventando–, también entra en el perfil de gente intolerante que tiene la oportunidad de vivir del arte. Creo que es publicista, su más reciente libro de relatos fue publicado hace no más de medio año, es un libro que sólo venden en librerías “underground”, algunas reseñas prometen que es una especie de crónica subversiva de la historia del punk rock. Sin embargo, casi cada vez que entro a Facebook para distraerme y me topo con algún post suyo, él revela su verdadera actitud de ultraderecha: a la gente que no comparte su ideología política, la llama “simios” o “gente que rebuzna”. Por supuesto que, entre un post y otro, no deja de expresar su admiración por bandas como Los Ramones, por ejemplo, y reseñar tal o cual festival en el que actuaron “los amigos de cuarta de Bad Bunny” y que fue “una especie de zoológico urbano”. 

No es tan extraño. Después de todo, el escritor punk rocker con pensamiento de ultraderecha y el crítico de cine, son amigos en Facebook.

Todo mundo usa términos psicológicos, pero casi nadie lo hace bien, como el crítico de cine: él llama “personas limitadas que sobreestiman sus capacidades” a quienes no comparten su punto de vista –¿dónde habrá leído sobre “el efecto Dunning-Kruger”?–, pero no se da por enterado de que su actitud es un ejemplo del efecto Dunning-Kruger, tampoco se da cuenta de que sobreestima el conocimiento del que alardea, que cualquier persona con un IQ un poco arriba del promedio y con 5 minutos ociosos para surfear en Internet, podría aprender lo mismo. Todo mundo usa términos psicológicos, pero casi nadie lo hace bien, como ese otro escritor de cuyo nombre no quiero acordarme pero que me dijo en X hace varios años que él no le ponía etiquetas ni a la narrativa de Kazuo Ishiguro ni a la de nadie, pero que le dedicó una columna de 6000 palabras a “la disonancia cognitiva” y a los alienígenas hace unos meses, entendiendo una cosa por otra: usando como etiqueta –y erróneamente–, este constructo, sin saber que la disonancia cognitiva no se refiere a cuando “sigues creyendo en los Fenómenos Anómalos No Identificados a pesar de ser un adulto”, sino a cuando, por ejemplo, les dices a tus amigos que eres fan de los animalitos –y les presumes que hasta estás afiliado a PETA–, pero también te gusta ir a los toros. No sabe que la disonancia cognitiva no se refiere a que crees en cosas que van en contra tus principios, sino a cómo las incongruencias entre lo que decimos y lo que hacemos, actúan como una fuerza motivacional que nos ayuda a reducir esas incongruencias y a sentirnos mejor con nosotros mismos.

Todo mundo usa términos psicológicos, pero casi nadie lo hace bien, y a lo mejor esto se debe a que la mayoría de la gente subestima la psicología y sobrestima sus creencias sobre la psicología. 

*Nada es cierto, todo es cierto, una columna que podrías leer en un diario de circulación nacional, si pudiera escribir 24/7.


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