jueves, mayo 09, 2019

Domingo 9 de mayo de 1993


Aristóteles, en De Memoria et Reminiscencia, uno de sus múltiples libros, postuló sus ideas acerca de la memoria humana*. 

El gran epistemólogo griego –cuyos hallazgos incluso han repercutido en temas como la evolución y la catarsis–, creía que la fuerza asociativa entre eventos similares, contrastantes y que ocurrían en el mismo lugar y al mismo tiempo, influían en la formación de nuestros recuerdos.

Creía que la memoria era un almacén de recuerdos personales que reflejaban nuestras experiencias en el mundo y que los tres procesos asociativos –similitud, contraste y contigüidad– que influían en su formación**, también recibían la influencia de otras dos fuerzas: la frecuencia y "la facilidad innata" para recordar "ciertos eventos, con ciertas características". 

Aunque estas ideas tienen más de dos mil años, más o menos son vigentes en las teorías contemporáneas del aprendizaje y de la memoria. 


Un gran porcentaje de mis recuerdos, guardan alguna relación con algún evento deportivo. 

Recuerdo eventos irrelevantes, con lujo de detalle, debido a que ocurrieron al mismo tiempo que algún partido de futbol. 

Otro tipo de recuerdos permanecen en mi memoria, simplemente porque el partido de futbol era lo más importante que ocurría en mi vida: tal vez "la facilidad" para Aristóteles era el componente emocional que nos permite recordar (particularmente) ciertos eventos.

Hoy escribo esta entrada porque recuerdo claramente lo que ocurrió hace veintiséis años.  

Lo único que hacía en esa época –aparte de ir a la escuela, de tomar clases, de hacer tareas y de tener una novia a quien sólo veía en la escuela y a quien llamaba por teléfono de vez en cuando– era ver futbol.



El domingo 9 de mayo de 1993, la Selección Mexicana de futbol disputó su pase al mundial de Estados Unidos 1994

Fue su último partido eliminatorio y enfrentaron a la selección de Canadá en Toronto.

El equipo dirigido por Miguel Mejía Barón había superado a casi todos sus rivales durante la eliminatoria –vencieron a todos en El Estadio Azteca; derrotaron a Honduras en Tegucigalpa y perdieron contra El Salvador en El Estadio Cuscatlán– y, sin embargo, su pase al mundial no estaba seguro: si perdían en el Estadio Varsity, los canadienses calificarían a La Copa del Mundo.

Cuatro años atrás, en mi último año de primaria, había visto algunos partidos del mundial de Italia 1990. La Selección Mexicana no lo había disputado, debido a un castigo que le había impuesto la FIFA, así que la posibilidad de ver a mi país representado en un mundial (¡por primera vez en mi vida!) era lo máximo. 



Toda la semana había estado esperando ese partido. 

Uno de mis tíos llegó a la casa –ahora que lo pienso, creo que él se había peleado con su esposa y no quería estar solo– y se sentó en la sala, junto a mi papá.

El juego comenzó alrededor del mediodía, pero yo ya había encendido el televisor desde temprano. 

Raúl Orvañanos, Enrique Bermúdez, Eduardo TrellesJuan Dosal, desde un palco, y Fernando Schwartz, desde la cancha, hacían comentarios. Se les escuchaba optimistas. 

¡Después de ocho años, la selección estaba cerca de volver a disputar un mundial!

Las tomas de las cámaras de televisión eran semiprofesionales. 
La cancha se veía muy lejos. Apenas se distinguían los números de los jugadores en los uniformes. Los mexicanos vestían playera verde y pantaloncillos y calcetas blancas. El uniforme de los canadienses era rojo con vivos en blanco. 

El estadio era muy pequeño, pero estaba a su máxima capacidad. 
Parecía que el calor era insoportable. 

Miguel Mejía Barón veía el juego desde las gradas –lo habían expulsado en el partido previo– y su auxiliar era Javier Aguirre



A los pocos minutos, los canadienses cobraron una falta a unos metros del área mexicana. 
Un jugador puso la pelota en el césped y envió un centro. 

El balón llegó al área mexicana, superando a los defensas. 

Un canadiense cabeceó en los límites del área chica y habilitó a otro canadiense. 
El segundo canadiense remató a unos metros de la línea de meta, frente a la portería. 

Jorge Campos no pudo detener el balón. 

Los canadienses tomaron la ventaja. 

Con ese marcador –y contra todo pronóstico–, la selección mexicana estaba fuera del mundial.

Los comentaristas, mi papá, mi tío y yo estábamos desconsolados. 

¿Deberíamos esperar otros cuatro años, para tener la posibilidad de ver a la selección en un mundial...?



Casi al final del primer tiempo, tras una serie de forcejeos por el balón en la banda izquierda del ataque mexicano, Ramón Ramírez le mandó un pase a Luis Miguel Salvador.

El delantero del Atlante esquivó a dos defensas y envió un centro raso al área canadiense. 

El balón le rebotó a David Patiño a la altura de la marca de cal del penalti.

La jugada se complicó y los defensas estaban a punto de arrebatarle el balón al extremo de la UNAM, pero Hugo Sánchez apareció oportunamente y pateó el balón con el pie izquierdo y empató el marcador. 

Enrique Bermúdez gritó el gol y Hugo Sánchez celebró con la clásica cabriola que había hecho famosa jugando en el Real Madrid. Después lo rodearon y lo abrazaron Ramón Ramírez, Miguel Herrera, Claudio Suárez, David PatiñoLuis Miguel Salvador...

Ocho años atrás, en el mundial de México 1986, Hugo era la máxima figura del equipo que dirigía Velibor Milutinovic, pero no había conseguido darle una gran satisfacción a la afición. 

Cuatro años atrás, él estaba en el mejor momento de su carrera y era uno de los máximos goleadores en Europa, pero había tenido que ver los partidos del mundial italiano desde las gradas, como comentarista invitado de Televisa.

El mundial de Estados Unidos sería su último mundial.  



Casi al final del partido, Claudio Suárez envió un largo pase desde el área mexicana hasta el vértice del área canadiense. Luis Flores "le ganó con el cuerpo" la posesión del balón a un defensa canadiense y, trompicándose, logró enviar un centro raso.

Hugo Sánchez, con la marca personal de otro defensa, apenas punteó el balón y prolongó su trayectoria hasta la marca de cal del penalti.

Javier El Abuelo Cruz –junto con Hugo Sánchez y Luis Flores era otro sobreviviente del equipo de Velibor Milutinovic– seguía la jugada y apareció sin marca. 

Acababa de entrar a jugar en el segundo tiempo, pero estaba lesionado y apenas podía caminar.

El Abuelo pateó el balón con el pie derecho y lo envió al fondo de las redes, ante la dramática estirada del arquero Craig Forrest.

Raúl Orvañanos, emocionado de un modo en el que jamás lo había escuchado, gritó 


¡El Abuelo! 
¡Estamos en el mundial!

mientras Javier Cruz***, corría, cojeando visiblemente, a la banca del equipo mexicano a celebrar su anotación y el inminente pase al mundial. 

Yo también quería gritar, pero guardé la compostura. 
Mi papá y mi tío celebraron el gol, pero no perdieron la cabeza. 
Ellos ya habían visto a la selección mexicana en otros mundiales. 
La habían visto perder escandalosamente contra la selección de Italia en Toluca.
La habían visto perder escandalosamente contra las selecciones de Túnez, de Alemania y de Polonia en el mundial de Argentina.
La habían visto perder la clasificación para los mundiales de Alemania y de España.
La habían visto perder en Nuevo León contra la selección alemana.  



Así comenzó mi maldición. 

Durante siete mundiales he visto a la selección mexicana.
A pesar de que nunca ha avanzado a los octavos de final, continúa emocionándome verla jugar en un mundial. La emoción ya no es tan intensa como al principio. 

A lo mejor, en un futuro no muy lejano, el mundial será irrelevante para mí. 

Sin embargo, aun ahora, veintiséis años después de ese partido en El Estadio Varsity, siento escalofríos cuando recuerdo los gritos de Raúl Orvañanos y todos estos detalles llegan a mi mente. 

_______

*Nunca he leído el libro original. Lo que escribo aquí, lo encontré en Historia de la Psicología de David Hothersall.
**Debido a sus estudios sobre embriogénesis en pollos –si les arrancaba el corazón, morían; si les golpeaba la cabeza, seguían vivos–, a la influencia de la cultura egipcia –cuando embalsamaban a alguien, el corazón no era un órgano importante– y a la relevancia del ágora en su época –era "el corazón del pueblo", en donde los griegos se reunían a discutir asuntos de todo tipo–, creía que "el alma" residía en el corazón.
***Ni él ni Luis Flores ni David Patiño fueron convocados al mundial de Estados Unidos 1994. Hugo Sánchez jugó el partido inaugural contra la selección de Noruega, se quedó en la banca en los partidos contra Irlanda e Italia y estuvo a punto de ingresar en los minutos finales del partido de octavos de final contra Bulgaria. Luis Miguel Salvador fue al mundial, pero no jugó un solo minuto. 

Hugo Sánchez es humano

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