martes, noviembre 22, 2022

Hoy juega la selección

Martinoli, García y Campos están en la tv. La selección mexicana está a unos minutos de debutar en el mundial de Qatar. Le echo un vistazo al vaso de agua, espero a que se diluya la vitamina C y me dispongo a bebérmelo. Katz está enferma desde hace una semana, tiene tos y ya está mejor, pero estoy tomando mis precauciones. No quiero enfermarme. 

Hoy no salí a correr. Estoy desvelado, me acosté a las dos de la mañana y me levanté a las siete. Me pasé toda la tarde y toda la noche de ayer grabando un video para mi canal de YouTube. También vi una serie de tv sobre el mundial, en Amazon Prime. 

El video que grabé es un experimento: no escribí guión, ni nada similar; apenas tomé unas notas sobre algunos datos relevantes. Todo lo que hay ahí, se me ocurrió en el momento. El video tampoco tiene una súper producción y está destinado al fracaso. A la gente le laten los videos con muñequitos y con música bonita. Mi propósito con este video es saber qué tan bueno o malo soy para hablar de futbol y para hacer los pronósticos de los partidos de la selección nacional. No sé si grabaré un video antes de cada partido de la selección en este mundial. A lo mejor me aburro y éste es el único video que grabo. 

Tengo este canal de YouTube desde hace más de diez años y mis videos con más vistas (1.4 K) son cortos, irrelevantes y bobos: dos minutos del Edificio S de la UAM Iztapalapa en los días posteriores al terremoto del 19 de septiembre del 2017 y dieciséis segundos en los que estoy tocando “Breed” con mi guitarra Jazzmaster zurda. También tengo un par de videos de divulgación de la ciencia y solía compartir algunas de mis clases de Psicología Biomédica al público en general, pero un grupo de estudiantes decidió usarlos como evidencia de “lo nefasto” que soy (falso: soy un estupendo docente que nunca está satisfecho y al que le apasiona la docencia y que, trimestre a trimestre, busca cómo mejorar) y entonces me encabroné y cambié todos esos videos a modo “privado” y entonces dejé de crear contenido de neurociencias. 

Es bien complicado caer en el gusto de la gente: a un fulano que se la pasa tres horas “debatiendo” en un podcast a qué hora le gusta ir al baño, “lo carga en hombros”; a un fulano que no sabe nada pero que habla con mucha seguridad como si supiera de todo, también “lo carga en hombros”; si subo un video en el que toco la guitarra porque me gusta tocar la guitarra y el video, por alguna extraña razón, se hace viral, la gente siente la obligación de comentar “tu guitarra está desafinada” (¿me van a enviar gratis un pedal PolyTune, o sólo tienen la necesidad de llamar la atención?), que así no se toca la canción (¿me van a enseñar a tocar con arpegios, o sólo tienen que llamar la atención?), que no le gusta mi video (no es obligatorio que lo vean ni que me lo digan; ni los conozco, ni pienso conocerlos), o que ellos sí que conocían el Edificio S, que, prácticamente, antes de que lo demolieran porque sufrió daños estructurales en ese terremoto, ellos vivían allí. (Por cierto: yo padecí ese terremoto en el tercer piso de ese edificio).

Ahora que planeo crear contenido sobre el mundial de Qatar (si no desisto), no me sorprendería que los comentarios, si los hubiera, fueran en el sentido de “yo no veo futbol; soy muy listo”; “¡qué terrible!, ¿a quién se le ocurrió hacer un mundial en Qatar?”; “déjame corregirte: se escribe “Catar”. Jaja, La gente es súper predecible, pero se cree súper especial. 

Faltan quince minutos para las nueve de la mañana. Ya me bañé, ya me vestí, ya desayuné, ya lavé los trastes, ya barrí y trapeé, ya les di comida blanda a los gatos y ya les cambié el agua y la arena. Estoy quedándome dormido. Tomo el vaso con agua, lo muevo hacia un lado y hacia otro, revolviendo su contenido para apresurar la disolución de la vitamina, y le doy un sorbo. 

Siento cómo la vitamina efervescente atraviesa mi garganta y desciende por mi esófago. Carraspeo. Me siento raro. Estoy nervioso.

Desde hace casi diez años, no veo futbol regularmente. Ya estoy hasta la madre del futbol mexicano, que está bajo las órdenes de un puñado de empresarios codiciosos a los que les vale madre la competencia, que sólo quieren hincharse los bolsillos con millones de dólares, que hacen cosas en contra del espectáculo, que tienen a casi diez extranjeros por equipo en la liga mexicana, que llevan a jugar cien veces al año a la selección mexicana contra equipos de poca importancia a Estados Unidos, que meten a la selección a jugadores que venden muchos Powerade, que les pagan millones de dólares a los jugadores y que esperan que los equipos extranjeros les paguen muchos millones de dólares por los jugadores mexicanos que les interesan... y, sin embargo, aquí estoy: sentado frente a la tv, escuchando a Martinoli, a García y a Campos, preparándome para ver otro partido de la selección nacional en un mundial de futbol. 

La selección nacional es uno de mis gustos culposos, y no puedo evitar sentirme viejo y miserable y acostumbrado a las decepciones, que comenzaron con aquel mundial de Estados Unidos 1994, cuando, un domingo de junio, la selección de Mejía Barón salió al Estadio John F. Kennedy, en Washington DC, y perdió contra los noruegos, pero luego, unos días más tarde –en martes y en viernes, en Orlando y en New Jersey, respectivamente–, le ganó a los irlandeses y empató con los italianos y calificó a octavos de final, contra todo pronóstico, como primera del Grupo E –“el grupo de la muerte”–, pero que fue eliminada trágicamente en penalties contra los búlgaros que lideraba Hristo Stoichkov, en New Jersey. 

Desde entonces he visto de todo por tv: a la selección de Manuel Lapuente, ganarle, un sábado por la mañana, a la selección de Corea del Sur; a la selección de Javier Aguirre, ganarle, un domingo por la madrugada, a la selección de Croacia; a la selección de Ricardo La Volpe, ganarle, un sábado por la mañana, a la selección de Irán; a la selección de Javier Aguirre, empatar, un viernes por la mañana, con la selección de Sudáfrica; a la selección de Miguel Herrera, ganarle, un viernes por la mañana, a la selección de Camerún; a la selección de Juan Osorio, ganarle, un domingo por la mañana, a la selección de Alemania... Desde hace 32 años las he visto perder en octavos de final, y no sé por qué insisto. 

Tengo clarísimo que el futbol mexicano es malo, que nunca a ningún directivo le interesará tener a una gran selección que esté entre las mejores selecciones del mundo; que los directivos, a pesar de lo que digan los medios (vendidos), tienen una mentalidad tercermundista: que sólo les importa el dinero; que la pasión (o ignorancia) de los aficionados es tan grande que nunca van a castigar a los federativos. 

Desde uno de los palcos de prensa del Estadio 974, ese fabuloso estadio construido con 974 contenedores de metal y que será desmantelado después del mundial, los tres comentaristas hablan sobre la sorpresiva derrota de la selección argentina contra los saudí árabes, que jugaron hoy, más temprano. Todos daban como favorita a la selección argentina para ganar ese juego contra los asiáticos (también la dan como favorita para ganar su tercera Copa del Mundo en tierras catarís y darle el único título que le falta a Lionel Messi), y empezaron ganando el partido pero luego les anularon 3 goles por fueras de lugar y acabaron desesperándose y los saudí árabes les anotaron dos goles en un lapso de diez minutos. 

Vi entre sueños ese partido. Lo transmitieron por tv a las cuatro de la mañana, pero encendí la tv a las cinco y no aguanté. Recuerdo algunas jugadas entre sueños. Recuerdo a Messi, a Di María, a De Paul y a Lautaro Martínez lamentándose por cada uno de los fueras de lugar, y también recuerdo a los aficionados argentinos incapaces de dar crédito a lo que acababan de presenciar en el Estadio de Lusail: Arabia Saudita –esa selección desconocida de ese país de Medio Oriente cuya frontera colinda con Qatar– derrotó a los campeones de La Copa América 2021 y de La Finalíssima 2022; a esa selección que ostentaba un récord de 36 partidos sin conocer la derrota. 

Mientras estoy en estos pensamientos, Campos toma el micrófono y les dice a Martinoli y a García que este juego de la selección mexicana, en el Estadio 974, es el “quinto partido” que está buscando la selección mexicana en este mundial. 

Parece que nadie le entiende, pero tiene mucho sentido lo que dice: si la selección de Gerardo Martino, contra todo pronóstico, ganara este juego, en su siguiente partido, que se disputará el próximo sábado 26 de noviembre en el Estadio de Lusail, estaría más cerca de la clasificación a octavos de final, y, además, podría “hacer historia” y eliminar del mundial a los argentinos. Los argentinos, después de la derrota inesperada de hoy, tienen que ganar el siguiente juego para seguir “con vida” en el mundial. Ahora, ellos tendrán la presión en su contra. Siempre se había hablado de que ese juego entre mexicanos y argentinos sería un partido “de trámite” para los sudamericanos.

Las palabras de Campos se quedan en el aire, me pongo a pensar en si ese sería “el pequeño salto” que le hace falta dar al futbol mexicano desde hace 32 años –tener la motivación de eliminar, en fase de grupos, a una selección favorita para ganar el mundial–, pero la transmisión se corta y aparece una cascada de comerciales que me devuelven a la realidad.  

Hoy es martes 22 de noviembre del 2022. Faltan quince minutos para que comience el partido entre las selecciones de Polonia y de México. Los comerciales no paran y no puedo dejar de pensar en que no me he perdido ningún partido de debut mundialista de la selección, en 32 años. Tampoco puedo dejar de pensar en que soy un iluso: en que, cada 4 años, desde 1994, he estado sentado frente a algún televisor, sintiéndome raro y nervioso, esperando a que comience un partido de futbol. 

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