viernes, diciembre 23, 2022

Eddie Vedder cumple 58 años

Son casi las diez de la noche del viernes 23 de diciembre del 2022. Escucho By the fire, un álbum de Thurston Moore que fue publicado en septiembre del 2020, cuando estábamos en la pandemia, cuando me la pasaba trabajando frente a la computadora entre diez y doce horas al día, convirtiéndome en un terrible sedentario; cuando, creo, impartía un curso en línea de neurofarmacología y adicción, y cuando impartía, creo, otros dos o tres cursos más en línea –es sorprendente cómo se me olvidan estas cosas que ocuparon tantas horas de mis días durante todo un trimestre–; cuando apenas tenía un espacio los fines de semana para escribir y para leer novelas, cuando apenas Katz y yo salíamos a la calle para lo indispensable. 

Son casi las diez de la noche del viernes 23 de diciembre, y no tengo ningún recuerdo asociado con By the fire; a diferencia de otros álbumes de Thurston Moore o de sus proyectos alternos a Sonic Youth –Chelsea Light Moving, por ejemplo–, apenas he escuchado este álbum un par de veces desde que me lo encontré en Internet –por entonces no tenía ni Spotify ni Amazon Music y debí descargarlo de algún blog–, y esto es tan cierto que ninguna de sus canciones está en ninguna de las seis o siete playlists que tengo en Spotify y en Amazon Music y que utilizo para hacer diversas cosas: desde correr cinco o seis kilómetros algunos días, hasta lavar trastes en los días en los que el agua te hiela las manos, o escribir cualquier tontería –como ésta– en algún blog, o escribir minutas o aburridos y horripilantes documentos burocráticos. 

Son casi las diez de la noche del viernes 23 de diciembre del 2022, y casi nunca tomo café pero me tomé uno hace rato y aún tengo en el paladar su sabor y el sabor me remonta a otros días que no tienen nada que ver con las fiestas decembrinas ni con las posadas que hacía mi mamá en su casa hace mucho tiempo con el pretexto de celebrar mi cumpleaños, cuando toda la familia se reunía a regañadientes en la casa, cuando mi mamá invitaba a personas que raras veces veíamos y que apenas sabían algunas cosas vagas de mí, sino, más bien, el sabor del café me remonta a mi primer semestre en la universidad, cuando tenía clases desde las siete de la mañana y aprovechaba las horas muertas entre clases –un profesor de Introducción a la psicología científica nunca llegaba a las siete de la mañana– y me iba a la cafetería de la facultad de filosofía y letras a comprarme un café de olla o un capuccino y luego volvía al aula a la facultad de psicología y me lo tomaba allí mientras me fumaba un cigarrillo –entonces no estaba prohibido fumar en espacios cerrados– y platicaba sobre música o sobre literatura con algún compañero de clase. 

Son casi las diez de la noche del viernes 23 de diciembre del 2022, y, justo ahora, cuando llego a este párrafo, suena “Venus”, y la encuentro como una de las clásicas composiciones de Thurston Moore con Sonic Youth –feedback atmosférico–, y estoy totalmente seguro de que no había reparado en esta canción, y me gusta, y, sin pensarlo demasiado, la agrego a una playlist que tiene por nombre “Caos”, que es una playlist en la que tengo algunas canciones similares –con feedback atmosférico–, entre las que destacan “Infinite rain” y “Light years out”, de Jim Jarmusch y de Lee Ranaldo, respectivamente, pero no quiero desviarme del tema: cuando estaba en el primer semestre de la licenciatura en psicología, todo mundo tomaba café y todo mundo fumaba en las aulas, y yo, ocasionalmente, me tomaba un café, pero siempre estaba fumando; y tengo muchas anécdotas de esas horas muertas en las que todos consumíamos café y tabaco, y me acuerdo de una en particular. 

Son casi las diez de la noche del viernes 23 de diciembre del 2022, y la protagonista de la anécdota a la que me remonta el sabor del café en mi paladar es esa chica de ojos verdes a la que le gustaba Pearl Jam –estaba enamorada de Eddie Vedder, quien cumple 58 años hoy, y estaba fascinada con una versión de “Light my fire”, que había encontrado en un cassette en El Chopo, en la que tocaban Manzarek, Densmore y Krieger, mientras Vedder cantaba–, y que estaba en mi grupo –creo que ella había estudiado en el CCH Sur y que vivía en Tlatelolco– y que se ponía muy ansiosa cuando tenía que exponer frente a la clase; una vez platicamos en esas horas muertas entre clases, y me dijo que ella y algunas de sus amigas un día se habían ido de pinta a tomar café a un Vips cerca de la facultad; que ella no estaba acostumbrada a tomar café pero que ese día había tomado mucho café –¡casi un litro ella sola!– y fumó mucho también –repito: entonces no estaba prohibido fumar en espacios cerrados–, y se cruzó y se puso muy mal, y acabó con náuseas y con vértigo, y por siempre repudió el café, pero siguió fumando. 

Son casi las diez de la noche del viernes 23 de diciembre del 2022, y ahora suena “Cantaloupe”; un par de riffs se parecen a los riffs de “I want you (she's so heavy)” de The Beatles, y no se me ocurre otra cosa excepto que todas las canciones tienen influencia de otras canciones, que, a estas alturas de la humanidad, todas las bandas suenan a otras bandas, que unas influencias son más conocidas que otras, y que nadie va a descubrir el hilo negro; y lo que en verdad quería hacer al comenzar esta entrada era escribir sobre la Navidad, escribir sobre alguno de mis recuerdos de Navidad, cuando era un niño y las vacaciones de diciembre me parecían oscuras, frías y larguísimas, y sólo quería que terminaran pronto para que llegara el día de los reyes magos y despertarme ese día y sorprenderme con los juguetes que había pedido en una carta desde principios de noviembre; que en diciembre nos la pasábamos en la calle, que mi papá algunos días llegaba relativamente temprano de su trabajo y que nos llevaba al Zócalo o a cenar a algún restaurante; que íbamos a algunas posadas en la colonia en la que vivían mis abuelos, que allí casi nunca nos tocaba ni a mi hermano ni a mí pasar a romper la piñata, que me sentía un intruso en esas posadas; que, el 24 de diciembre, pasábamos la mitad de la noche en casa de mis abuelos paternos y la otra mitad en casa de mis abuelos maternos; que los adultos veían mucha televisión y que el frío me parecía mortal, y que las cenas no eran totalmente de mi agrado, que mi abuela materna preparaba romeritos con mucho condimento y que mi abuela materna era más práctica y que preparaba pierna, y que los adultos tomaban bebidas alcohólicas y que nunca se emborrachaban, y que a mí me daban ponche caliente, con mucha caña, y que, luego, cuando pasaba la cena de Año Nuevo y llegaba el seis de enero, me ponía nostálgico, y no quería volver a la escuela, y lamentaba mucho no haber disfrutado mis vacaciones por estar contando las horas para que llegara el día de los reyes magos.

Son casi las diez de la noche del viernes 23 de diciembre del 2022, Eddie Vedder cumple 58 años, todos estamos viejos, nunca he sido rey mago de nadie y soy un anciano rey mago al mismo tiempo, y tengo mucha sed –quisiera tomarme un té de frambuesa o un whiskey con agua mineral–, pero me sorprendo pensando todavía en la chica de ojos verdes que estaba enamorada de Eddie Vedder, y me pregunto qué será de ella –¿terminaría la licenciatura?, ¿es terapeuta?, ¿estudió un posgrado?, ¿aún fuma?, ¿toma café?, ¿seguirá escuchando a Pearl Jam?, ¿habrá escuchado Into the wild?–; le perdí la pista en segundo o en tercer semestre.

No hay comentarios.: