sábado, julio 19, 2025

The waiting drove me mad


Durante casi 20 meses consecutivos había estado corriendo “los experimentos”, todos los días, exceptuando uno que otro domingo, a las 8 AM. Nada ni nadie habían interrumpido esa rutina (“el amor por la investigación” y mi ingenuidad me cegaron y me hicieron creer que trabajar hasta en días feriados y en vacaciones, sin cobrar un centavo, eran la mejor forma en la que podía invertir mi tiempo y que me darían, tarde o temprano, la oportunidad de tener una plaza de académico de tiempo completo), pero, en fin, esa mañana rompí mi rutina. Las palomas, las cajas operantes de Skinner, Francis Mechner et al. y el laboratorio de Aprendizaje y Conducta Adaptativa, tuvieron que esperar. Pearl Jam había anunciado 2 fechas por primera vez en México, vendrían de gira con Riot Act –su séptimo álbum de estudio, lanzado apenas en el 2002, un álbum influenciado por el clima político y social que siguió a los atentados de Las Torres Gemelas y a la administración del “Texas leader”–, y esa mañana salían a la venta los boletos. 

Algunas estaciones del metro estaban en reparación. Después de esperar el RTP que me llevó hasta Velódromo, crucé a pie el puente de Río Frío y luego la ESEF y ese largo pasaje en el que confluyen unas canchas de futbol rápido y la calle en la que suelen ponerse los vendedores de mercancía pirata en los días de concierto. Apenas iban a dar las 7 de la mañana cuando llegué al Palacio de Los Deportes, pero ya había cientos de personas formadas en las taquillas. Parecía que había un casting para salir como extra en Singles, esa comedia romántica de 1992 donde Janet Livermore y Cliff Poncier fueron un pretexto para que Cameron Crowe mostrara la inminente explosión del grunge en Seattle, con cameos de Alice In Chains y de Chris Cornell y con Jeff Ament y Eddie Vedder en papeles secundarios. 

Traía mis walkman para matar el tiempo, así que me acomodé los audífonos, probablemente escuchaba Vs –uno de mis álbumes menos favoritos de PJ–, o la radio. Tomé mi lugar a varios kilómetros de distancia de las taquillas, entre toda esa gente melenuda con Levi’s, Martens y camisas de franela, y esperé. PJ nunca había sido mi banda favorita, mi devoción por Kurt Cobain me impedía apreciar su música, más bien creía que Vedder era un oportunista –lo delataba su desastroso pasado con Bad Radio, cuando era un desesperado imitador de Anthony Kiedis– y también creía que todo ese lío legal que PJ había armado en contra de Ticketmaster en la gira de Vitalogy sólo era mercadotecnia. Sin embargo, la chica con la que salía entonces era súper fan de la banda y me había convencido de que no podíamos perdernos ese concierto, así que allí estaba, en una especie de soledad compartida, con toda esa gente. 

Alrededor de las 9 AM, un tipo esparció el rumor de que se habían agotado los boletos para los dos conciertos. Casi de inmediato, otro tipo esparció buenas noticias: Vedder y compañía acababan de abrir una tercera fecha. Sintonicé la radio en mi walkman (o eso creo) y Rulo, “el profeta de la radio pública para dummies”, lo confirmó. Así que sólo tenía que seguir esperando. La fila avanzaba lentamente, mientras escuchaba una y otra vez Vs, mientras me preguntaba una y otra vez cómo habría sido mi vida si hubiera estado consciente de la escena musical de Seattle en septiembre y en octubre de 1993, cuando salieron a la venta In Utero y Vs, cuando In Utero vendió alrededor de 200, 000 copias en su primera semana de lanzamiento, cuando Vs vendió más de 900, 000 copias en los primeros cinco días de su lanzamiento, cuando yo sólo era un mocoso de secundaria y convivía con otros mocosos que sólo tomaban Tecates a escondidas y que no sabían ni quiénes eran los Caifanes..., ¿habría seguido el camino de la academia, o me habría convertido en un imitador de Cliff Poncier...?

Tal vez dieron las 11 AM, cuando compré tres boletos: uno para la chica que me había convencido de ir a ese concierto, uno para Diego –mi hermano, el menor, que estaba terminando la secundaria– y uno para mí. Tal vez no me quité los audífonos y continué escuchando Vs, tal vez caminé de vuelta hasta Velódromo y transbordé en Centro Médico, tal vez caminé desde Copilco hasta la Facultad de Psicología y fui al laboratorio de Aprendizaje y Conducta Adaptativa, tal vez me encargué de correr las últimas sesiones experimentales, no lo sé. Lo que sí sé es que estuve en el concierto de PJ del 19 de julio del 2003 en El Palacio de Los Deportes, fue un sábado y llovió, y me tomé una o dos cervezas, teníamos unos lugares horrendos, PJ abrió con “Wash”, la banda tocó 3 canciones consecutivas, después de “Given to fly” hicieron la primera pausa del concierto y Eddie dijo algo como: «Sábado por la noche en México... Hablo español un poco... Lo siento...», y la gente lo ovacionó. Somos un público fácil. 

En el concierto –que fue el último de la gira Riot Act por Latinoamérica y que transmitieron en vivo por radio a toda Latinoamérica– pasó de todo: Vedder llamó por teléfono a Marky Ramone, unos mariachis se subieron al escenario y le cantaron “Las Mañanitas” a Stone Gossard, Corin Tucker –la guitarrista y cantante de Sleater-Kinney– también se subió al escenario y acompañó a PJ a cantar “Hunger Strike”, las dos o tres últimas canciones las pasaron casi en directo por Telehit... 

Hoy también es sábado, a lo mejor llueve por la tarde, a lo mejor escucharé un rato Riot Act y trataré de pensar en que no han transcurrido ya 22 años.

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