sábado, diciembre 06, 2025

if you keep listening you can hear it for miles

Tuve que levantarme al baño y ya no puedo dormir, al rato doy una clase de doctorado, tengo más de dos horas dando vueltas en la cama, el insomnio es un ave de rapiña, apenas son las 4 AM, no puedo dejar de pensar en la clase que impartiré al rato, a las 9 AM. 


De pronto, de la nada, cuando el insomnio me devora las entrañas, una canción se mete en mi cabeza y ya no puedo dejar de pensar en este álbum de Deftones que tengo por allí, en mi colección de CDs, lo debí comprar en el 2003 en el tianguis de la Vicente Guerrero, desde entonces creo que lo he escuchado dos o tres veces nada más, no sé por qué lo compré, nunca me ha gustado el nü metal, no sé por qué tengo este álbum en particular, pero el insomnio no da tregua, es un ave de rapiña, y ya no sé nada de nada, y, entonces, en la penumbra, tomo el teléfono y los inalámbricos de la mesita de noche, y me pongo los audífonos, los sincronizo con el teléfono y busco el álbum en Amazon Music y le doy play y cierro los párpados y no puedo evitarlo: desde los primeros acordes, la primera canción de este álbum me remonta a principios de los años 2000.

Aprieto los párpados, esta canción se mete en mi cabeza de nuevo, una asociación lleva a otra asociación, me acuerdo de ti, estábamos en los semestres finales de la licenciatura, la rutina era sofocante, todos los días eran idénticos —ir a la universidad, estar contigo en la universidad, tomar clases para las que nunca abría un libro, correr experimentos entre las 7 y las 10 AM, ir a algún cineclub entre las 12 y las 14h a ver alguna película pretenciosa de Jodorowsky, después tumbarse por allí, en Las Islas o en los jardines del CELE o de Ingeniería, entre parejas de enamorados o vouyeristas que iban a ver a las parejas de enamorados, luego comer por allí una hamburguesa o una sincronizada o una pizza, luego discutir contigo por cualquier tontería, porque siempre encontrabas la forma de incluir en nuestra relación a tu ex, porque tenías que estar todo el tiempo en fiestas, en antros o en viajes.

La voz de Chino Moreno taladra mi cabeza, ahora me acuerdo de todos esos días en los que me sentía rebasado, ajeno a mí mismo, como si fuera otra persona, cuando todos los días eran idénticos, cuando volvíamos en transporte público de la universidad a tu casa, cuando tomábamos un camión frente al Estadio Olímpico, cuando recorríamos Insurgentes en dirección a Cuicuilco, cuando cruzábamos la zona de hospitales, cuando tomábamos otro camión en el Estadio Azteca, cuando pasábamos por El Tec y por La Noria, el tráfico siempre era espantoso, iba a vuelta de rueda, y nos teníamos que bajar del camión poco antes de El Reclusorio Sur.

No tenía tiempo para mí, muchas horas de cada día las pasaba en el transporte público, y el 90% de mis días se limitaban a hacer lo que tú querías hacer, yo era un idiota incapaz de hacerme a un lado, de darle vuelta a la página, yo lo provoqué, que me dijeras que no sabías por qué estabas conmigo, si yo no era ni guapo ni rico ni gracioso. Yo lo provoqué, pero también estuviste allí, y un montón de veces volví solo a casa de mis papás en el transporte público, el tráfico era espantoso, iba a vuelta de rueda, sintiéndome miserable, siempre con los audífonos puestos, tratando de evadir la realidad con la musica.

Quién sabe por qué quise escuchar este álbum de Deftones hoy, quién sabe por qué la voz de Chino Moreno comenzó a revolotear en mi cabeza cuando el insomnio era un ave de rapiña, este álbum de Deftones del 2003, lo debí de comprar en diciembre del 2003, estamos en diciembre otra vez, en diciembre del 2003 íbamos casi cada quince días al tianguis de la Vicente Guerrero, ese tianguis se ponía los martes y los viernes, si no tenías otro plan (alguna fiesta, algún viaje) después del tianguis volvía a la casa de mis papás yo solo y me encerraba en mi recámara y ponía el CD que había comprado en el Aiwa y me acostaba en la cama y cerraba los párpados y trataba de ignorar que me sentía esclavizado, que no podía hacerme a un ladodarle la vuelta a la página, en ese tianguis me compré varios CDs —el Dolittle, el Surfer RosaSweet OblivionVSNo Code, alguno de Stone Temple Pilots, el doble en vivo de Guns N' Roses, alguno de Jane's Addiction, este de Deftones que salió a la venta en el 2003—, y otra vez es diciembre y estoy acordándome de ti, definitivamente ya no dormiré, mi clase podría ser un desastre, pero ya no te guardo resentimiento y descubrí por qué sólo.he escuchado dos o tres veces este álbum de Deftones.


miércoles, diciembre 03, 2025

¡suenan a banda de bar!



Scott Weiland se contorsionaba como si una corriente eléctrica estuviera atravesándolo, se movía de un lado a otro del escenario sin perder el aire ni dejar de cantar. Cuando la canción lo ameritaba, se detenía detrás del pedestal del micrófono, volvía a colocar el micrófono allí y cerraba los párpados, y todo esto lo hacía con tal naturalidad que nadie podría poner en duda su experiencia de casi 30 años como el líder de una banda de rock. Quién sabe cuántas veces ya había montado ese show en su vida, tal vez ya hasta le resultaba automático, una conducta que no pasaba del todo por su consciencia. No sé por qué, pero, en lugar de verlo así, como un frontman experimentado, lo vi como si hubiera sido uno de esos niños hiperactivos de los 70 sobre diagnosticados con TDAH y medicados con metilfenidato.

Al final de una canción, Weiland se detuvo a un costado del escenario y apenas pudo mantenerse en pie. Un par de miembros del crew de los STP tuvieron que auxiliarlo. Alguien le alargó un vaso y él le dio un sorbo. Luego, medio tambaleándose, regresó al escenario, probablemente desde el principio del concierto estaba bajo la influencia de algún narcótico –depresor, estimulante, ambas clases de drogas–, y volví a pensar en que tal vez él había sido un niño hiperactivo medicado con metilfenidato y que el metilfenidato lo había condenado a probar otras drogas más adelante en su vida, hasta el punto en que abandonó la universidad y el futbol americano para convertirse en estrella de rock. Me sentí un poco mal por él.
Weiland traía una bandana roja y un sombrero negro, un atuendo algo exótico, parecía un pavo real siguiendo la música, su estímulo signo. De vez en cuando, olvidaba las letras de las canciones y los hermanos De Leo le echaban una mirada difícil de descifrar, entre compasiva y recriminatoria. Me sentí un poco mal por ellos, habían formado una gran banda, en los 90 habían sido excluidos del status de las bandas de la Costa Noroeste de EEUU —“el sonido Seattle”— por ser de San Diego y, además, estaban condenados a la volubilidad (las adicciones) de Weiland.

Me terminé el cigarrillo y le di un sorbo a la cerveza. A pesar del frío estaba tibia. Ya habíamos escuchado a Los Odio y a Los Flaming Lips. Después de STP, Nine Inch Nails cerraría el Festival Motorokr. Comenzaba a llover, estábamos a finales de octubre o a principios de noviembre del 2008. Los STP tenían ya varios años sin grabar un álbum de estudio, Weiland había grabado algunos álbumes como solista y había pasado por Velvet Revolver. Los STP tenían rolas buenísimas, no sólo eran “Sex Type Thing” o “Interstate Love Song”, ni el álbum Purple o el Vatican Gift Shop, pero había algo en su actitud que no me latía (a lo mejor yo también tenía mis prejuicios, ¡eran de San Diego y no de Seattle!), quizá la actitud de macho alfa de Weiland no me latía, y, sin embargo, verlos en vivo estaba cambiando mi perspectiva sobre su música.

La lluvia arreciaba, el concierto de los STP estaba por concluir y Gee gritó «¡Suenan a banda de bar!» y me pasó la tercera o cuarta cajetilla de cigarrillos, quién sabe cuántos habíamos fumado ya. La abrí y tomé uno y lo puse en mis labios y lo encendí. En la penumbra, vislumbré mis dedos de nicotina, intuí su presencia maligna, y preferí concentrarme en Weiland. Era obvio que él conocía el lado oscuro de las drogas, que él era un adicto interpretando a una estrella de rock. Obviamente yo no era la clase de adicto que era una estrella de rock como Weiland, pero fumaba a todas horas, lo hacía antes y después de cada alimento, era lo primero y lo último que hacía todos los días. Si había alcohol de por medio, en algunas ocasiones me había fumado hasta tres cajetillas yo solo en un fin de semana.

Hoy, mientras escribo, me miro las manos y ya no tengo dedos de nicotina, pero estos recuerdos me dan ganas de fumar otra vez. Voy a cumplir casi un año en abstinencia, tuve una recaída que duró más de un año, antes de eso estuve en abstinencia durante diez años, y antes de eso fumé más de diez años. Scott Weiland hoy cumple diez años muerto, antes de eso lo despidieron de los STP y de Velvet Revolver por sus problemas de adicción. Lo encontraron en la van de la banda con la que hacía una gira entonces, lejos de los reflectores de los STP. Murió de sobredosis. Hace diez años, ya.

Pero, ¿a quién le importa Scott Weiland...?, ¿o cómo conseguí dejar de fumar sin terapia y sin fármacos...?, ¿o por qué recaí y cómo volví a dejar de fumar...?, ¿quién lee dos párrafos, cuando “todo el conocimiento del universo” está en un video anti-aburrimiento en Tik Tok...?, ¿quién lee a autores que no tienen a publicistas que se te están metiendo en la cabeza 24/7, diciéndote por qué el libro que te están vendiendo “te volará la cabeza”, por qué es el mejor y el más polémico de los últimos tiempos, por qué es el libro de cabecera de los lectores más exigentes y cultos...?, la vida sigue, todos los días muere alguien, todos los días alguien pierde su empleo, todos los días alguien gana seguidores, todos los días alguien cobra su cheque, todos los días alguien deja de fumar.

domingo, noviembre 30, 2025

unos días son más difíciles que otros

Son las 9: 15 del lunes. La radio está encendida, el conductor del Uber escucha el programa de Taradazo. Tengo un flashback

Aggh, quiero olvidar, meterme una de esas píldoras que provocan amnesia, hay un montón de cosas en las que no quiero pensar, me resisto a pensar en ellas, pero todo el tiempo están dándome vueltas en la cabeza. Aunque he aprendido a ahuyentarlas, la voz de Taradazo me hace recordar...

«¡A ver, a ver, es obligación del gobierno...!»

... cierro los párpados y ya estoy viajando en otro Uber, es una mañana aleatoria, está en curso el Trimestre 23 Otoño y me ajusto los Ray Ban y voy pensando «Si X y Z ya son profes de tiempo completo definitivo, si los 3 llegamos el mismo año a Distrito IV, si entonces yo ya era SNII-1 y ellos ni siquiera estaban en el SNII, si en esta convocatoria me dieron la distinción de SNII-2 y además estoy concursando por la Jefatura de Departamento, mi “suerte” tiene que cambiar...» 

«Disculpe, joven... Marcel es nombre de dama y de caballero, ¿verdad?», el conductor me interrumpe, me regresa a la realidad. Aunque no estoy seguro, le contesto que sí, y luego me pregunta si mi nombre tiene algún significado y me dice que a él le gusta saber el significado de los nombres. Tengo otro flashback, y me provoca escalofríos: en estos días un colega de la Ibero, que acabo de conocer, también me preguntó algo sobre mi nombre. Le contesto al conductor del Uber que no sé qué significa mi nombre. 

Aggh

Hacía tanto tiempo que nadie me preguntaba estas cosas sobre mi nombre, creo que la primera vez que alguien lo hizo fue en la prepa, allí me presenté por mi segundo nombre, el que siempre me había gustado pero que no usaba nunca, supongo que era la costumbre y que antes de la prepa el asunto del nombre no era tan importante, además en la secundaria a todos nos trataban como si fuéramos un puñado de adolescentes sin talento, nos llamaban por nuestros apellidos, como si estuviéramos en una prisión (de hecho, los varones teníamos que traer el cabello casi a rape) y en la primaria el asunto del nombre era mucho menos importante que en la secundaria, aunque odiaba cuando me llamaban “niño”, me daba igual que me llamaran por mi primer nombre, en la primaria nunca se me ocurrió que podía exigirle a mis compañeros que me llamaran por alguno de mis nombres en particular, supongo que apenas estaba construyendo mi identidad, supongo que era más Mauricio que Marcel, y todo mundo me decía Mauricio, algunos sobrevivientes de esa etapa aún me siguen llamando así, pero, en retrospectiva, la verdad es que Mauricio nunca me gustó realmente, suena como a actor de telenovela de los ochenta. 

Me acomodo en el asiento y me ajusto los Ray Ban de nuevo. Hace mucho sol y frío. No quiero pensar en nada más, un pensamiento puede precipitarme en otro, puedo acabar hundido en la maldición de los lunes, en que los lunes nunca me han gustado, además tengo un poco de náuseas, ayer no comí bien y me tomé varios Jack Daniel's, otra vez pienso en cuánto quisiera meterme una de esas píldoras que provocan amnesia –benzodiacepinas, antidepresivos tricíclicos, anticonvulsivos, opiáceos–, en que hay un montón de cosas en las que no quiero pensar, en que me resisto a pensar en ellas, en que todo el tiempo están dándome vueltas en la cabeza, y la voz de Taradazo insiste en recordármelas... 

«¡Y nuestros representantes están muy tranquilos... 
voltean a otro lado, hacen la vista gorda...!»

... ay, este tipo, tiene tantos seguidores y tantos patrocinadores y lo único que hace es despotricar –crítica fácil de dos centavos– en un programa de radio que aparentemente es el favorito de los conductores de Uber, cuando trabajaba en Distrito IV mis clases comenzaban muy temprano y tenía que escucharlo 2 ó 3 veces por semana, ahora no tengo clases tan temprano y en esta ruta sólo uno que otro conductor de Uber escucha su programa de radio... o a lo mejor tomo el Uber cuando su programa de radio ya terminó, no sé. 

Mmmh

Ya tenía un amplio recorrido en Distrito IV, trabajé allá entre el 2019 y el 2024, y aunque no es exactamente la misma situación de la prepa (cuando me presenté por mi segundo nombre y mis compañeros me hacían preguntas sobre su significado), la pregunta del conductor deja claras las cosas: estoy empezando de cero, otra vez. 

Al menos Taradazo ya se calló, cruzamos Las Torres en el Uber y escuchamos un comercial, ya casi llegamos al Interurbano. El conductor ya no me pregunta nada, me precipito en más pensamientos catastróficos que no tienen sentido: ¿por qué me tocó esta “suerte”...?, ¿por qué no soy profe indeterminado, como X y Z...?, ¿por qué las autoridades de Distrito IV prefirieron contratarlos a X y a Z, que ni siquiera estaban en el SNII cuando llegamos a trabajar a esa universidad, y que ahora mismo no son SNII-2, como yo...?, ¡es absurdo que el discurso de Distrito IV ante medios masivos de comunicación sea la excelencia académica; es una farsa...!, ¡si tan sólo tuviera un contrato, incluso temporal, en una IES pública, nada más por tener la distinción de SNII-2, habría alrededor de $500, 000 MXN “extras” en mi cuenta bancaria...!, ¿por qué el gobierno decidió retirar el estímulo económico del SNII a quienes somos miembros del SNII pero trabajamos en una universidad privada...?, ¿por qué el gobierno se preocupa más por la tecnología que por la ciencia...?  

Aggh, ya no quiero pensar en estas cosas, quisiera meterme una píldora de las que producen amnesia. Nunca he hecho nada sólo por dinero, hago lo que hago porque me gusta, he luchado por seguir haciendo lo que me gusta, pero eso es romántico y poco adaptativo, necesito dinero para todo, todos los días tengo que pagar al menos un servicio. 

Inhalo y exhalo, y me digo a mí mismo que todo está mejor, que ya tengo un empleo, que ya no estoy enviando solicitudes a distintas IES como loco, que acabaron esos ocho o nueve meses fatales de incertidumbre, que se fueron por el caño esas noches de insomnio en las que no podía dejar de pensar hasta qué punto resistiría, hasta cuándo cambiaría “mi suerte”..., y también pienso en que este trayecto en Uber es temporal, en que la voz de Taradazo...

«Labregones, así los llamaría mi abuela...»

... también es temporal, en que debo disfrutar el presente, enfocarme en lo que voy a hacer hoy en la universidad, por ejemplo, pero unos días resultan más difíciles que otros, hoy mismo tengo la impresión de que podría mandar todo a volar, que aún no me siento yo mismo en la Ibero, en que, más o menos, me siento como me sentía cuando estaba en la primaria y me daba igual si me llamaban por mi primero o por mi segundo nombre. 

Me bajo del Uber, el conductor me desea un buen día, yo también le deseo un buen día, veo en mi reloj que ya son las 9: 27, camino hacia el tren Interurbano, es un poco más tarde que otros días, hay 3 personas aprendiendo a cargar la tarjeta de movilidad en la taquilla del Interurbano, La máquina no está aceptando billetes, dice el vigilante, estas personas son muy lentas, inhalo y exhalo, esto no tiene por qué impacientarme, Estoy formado en la fila, no es el fin del mundo, me digo a mí mismo y me pongo los audífonos, apenas los compré la semana pasada, tienen cancelación de ruido, cuando trabajaba en Distrito IV el recorrido de la casa a la universidad era tan corto que ni siquiera pensaba en ponerme los audífonos para escuchar música... 

Entre unas cosas y otras dan las 9: 34 y finalmente puedo cargar mi tarjeta de movilidad, luego paso por los torniquetes y subo las escaleras eléctricas, el tren está llegando al andén, tengo que correr, alcanzo a subirme al último vagón del tren –otro pensamiento intrusivo: X y Z ya tenían auto cuando los tres llegamos a trabajar a Distrito IV en el 2019, y no hay que quebrarse la cabeza: la academia es un ámbito de privilegiados; 9 de cada 10 colegas no son lo que yo soy, no han vivido lo que yo he vivido y no soportarían estar en mis zapatos ni una semana–, ahora sí está lleno el tren, apenas encontré lugar, frente a una mujer que trae audífonos y que se parece muchísimo a una colega de Distrito IV, al fin y al cabo somos lo que somos, las coincidencias no existen, tal vez ella siempre viaja en tren pero yo estoy pensando en estas cosas y percibo las cosas así, que ella se parece muchísimo a una colega de Distrito IV, unos días son más difíciles que otros. 

Miro por la ventana del tren y espero que este trayecto no sea particularmente escandaloso, la gente suele ser súper irrespetuosa, me ha tocado enterarme de conversaciones ajenas porque algunos usuarios del tren va hablando a todo volumen o viendo TikToks o Reels a todo volumen, me ha tocado soportar diez veces en un recorrido “El son de la negra” o “La llorona”, en fin, me acomodo en el asiento, me ajusto los Ray Ban, trato de ignorar a esta mujer que se parece a la colega de Distrito IV, trato de concentrarme en la clase de hoy, voy a explicarles a los estudiantes cómo una vesícula sináptica se fusiona con la membrana plasmática para liberar un neurotransmisor mediante exocitosis... o ¿mejor les hablo de algo más amable, por ejemplo, de esa historia de Michael Jackson y el propofol que lo mató...? 

Evalúo los pros y los contras de una y otra cosa, y, de pronto, así, ¡de la nada!, la música mueve algo dentro de mí, se adueña de mis pensamientos, y todo es diáfano en mi interior, una corriente de bienestar inunda mi ser, son las endorfinas, la música es lo único que vale la pena, y ahora mismo es la voz de Charly García la que mueve algo dentro de mí, él canta algo sobre una extraña influencia, dice...

«Si yo fuera otro ser, no lo podría entender...» 

... y aunque no tengo en mi radar esta canción, es como si ya la conociera de toda la vida, me identifico con lo que canta Charly, cuando escribió la canción él probablemente se sentía de un modo similar al modo en el que me siento el día de hoy, unos días son más difíciles que otros, tal vez me siento así porque los lunes nunca me han gustado, tal vez me siento así porque mi primer nombre nunca me ha gustado, tal vez me siento así porque sé que X y Z ya son profes indeterminados y no tienen mi trayectoria ni mi perfil ni mis habilidades, tal vez me siento así porque unos días son más difíciles que otros y porque no puedo dejar de pensar en que si ellos son profes indeterminados obviamente yo también debería serlo ya.

Aggh. Estos pensamientos, todo el tiempo están dándome vueltas en la cabeza, aunque he aprendido a ahuyentarlos, unos días son más difíciles que otros, prefiero enfocarme en la letra de la canción...

«Si fue hecho para mí, lo tengo que saber...» 

... y otra vez Charly mueve algo dentro de mí, y ya nada importa, ésta es la vida que me tocó vivir, nadie me lo ha contado, la academia no es académica, no importa cuántas veces lo intentes, hay un montón de factores extra académicos que influyen en tener una plaza indeterminada, 9 de cada 10 colegas no son lo que yo soy, no han vivido lo que yo he vivido y no soportarían estar en mis zapatos ni una semana, yo no volteo a otro lado cuando algo está fatal, no soy de los que cobran su cheque y están convencidos de que están donde están porque son los mejores de todos.

viernes, noviembre 21, 2025

try to build a home, bones of birds


El último año en el infierno en el que se había convertido el doctorado estaba por comenzar, y todos los fines de semana empezaban alrededor de las 4 pm de los viernes y eran una evasión de la realidad. Ese viernes no era la excepción, iba por mi tercer o cuarto litro de cerveza, iba por la segunda o tercera cajetilla de Camel, iban a dar las seis o siete de la tarde. A través de la bruma del alcohol escuchaba el último álbum de estudio de Soundgarden, me llevaba el Camel a la boca, intuía el aroma de la nicotina en mi piel, en la oscuridad intuía mis dedos de nicotina, lo primero que hacía al despertar y lo último que hacia antes de acostarme a dormir era fumar. Decidí cargar la pipa, tenía un dealer y amigo en el laboratorio que me abastecía y que nunca me dejaba más de quince días sin mercancía.

Le di una jalada a la pipa, su ojo de fuego incandescente resplandeció como el ojo de un dragón que podía presagiar un mal viaje pero no me importó: seguí fumando, y luego me tumbé en la colchoneta que había puesto en el suelo para entrar en comunión con la banda de Seattle que no había grabado un álbum de estudio en más de 10 años, desde que estaba en la prepa, desde Down On The Upside, las luces estaban apagadas en el pequeño departamento que rentábamos en Xola, hacía mucho frío, el aroma de la marihuana y del tabaco se habían estancado en el departamento, no me importaba que los vecinos me estigmatizaran, Liz no había vuelto del trabajo aún, la beca del doctorado no era suficiente para pagar la renta y todos los gastos corrientes, no gastábamos más que en lo necesario, no salíamos de viaje a ningún lugar.

Quería que la experiencia fuera lo más cercano a una noche acampando en un paraje solitario, no quería saber nada de la realidad, sólo que Soundgarden daría un concierto en México en un par de meses, en mayo, en El Palacio de los Deportes, ya tenía mis boletos, había invitado a uno de mis hermanos al concierto, el futuro cercano podía ser genial, pero me sentía tan ajeno a mí mismo, como una rata rindiéndose en la prueba de Porsolt, como uno de los perros del experimento de desesperanza aprendida de Martin Seligman; no quería pensar más en el doctorado, tampoco quería desertar, odiaba ir al laboratorio todos los días, ya no disfrutaba estar allí 10 ó 12 horas diarias, ese entusiasta aspirante al posgrado que había corrido experimentos a las 2 de la mañana durante varias semanas ya se había muerto, ya no soportaba los exabruptos del tutor, había descubierto su doble moral, estaba decepcionado de su doble moral.

En cuatro años ya había publicado tres papers de investigación original en revistas internacionales evaluadas por pares, y en cada uno de ellos yo había hecho prácticamente todo: no sólo fabricar electrodos y cánulas y hacer cirugías estereotáxicas y correr los experimentos, sino también analizar los datos, escribir los papers en inglés, darles el formato que requirieran las revistas y someterlos a revisión —hacer el trabajo del autor corresponsal, sin recibir ese crédito en ninguna ocasión—, y había aprendido a hacer todo eso yo solo, sin otra guía que los papers que leía y los papers que habían publicado los estudiantes de doctorado recién egresados del laboratorio del tutor, y podía titularme ya pero tenía otro paper en progreso, el posgrado en Ciencias Biomédicas “sólo” exigía que el Comité Tutoral hubiera evaluado y aprobado cada uno de los 9 semestres al alumno (sus clases, sus avances del proyecto de investigación) y que el alumno publicara la tesis de doctorado y al menos un paper en una revista internacional evaluada por pares, y que, por supuesto, el alumno defendiera su proyecto en un examen de grado ante un jurado de sinodales.

Asistía a cada uno de los seminarios de avances y journal clubs que le interesaban al tutor, y también era ponente en todos los congresos nacionales e internacionales que le interesaban al tutor, y sin embargo no descuidaba mis clases como profe de asignatura en la UNAM, también impartía los diplomados en Medicina del Sueño o las charlas de divulgación a las que me invitaban, no descuidaba ningún compromiso académico, pero el tutor era volátil y manipulador y había estallado varias veces, se había salido de personaje, tal vez era incapaz de controlar a su grupo, seguramente había leído varios libros de superación personal y de motivación y de liderazgo, y sabía perfectamente que lo más sencillo para recuperar el control era humillar y mitigar la autonomía de quienes más trabajaban en su grupo, así que se me fue directo a la yugular, y, enfrente de todos, en uno de los (maratónicos) seminarios de avances de cada lunes (de 2 pm a 9 pm), me regañó, me dijo que yo «sólo seguía sus instrucciones», que «le cagaba mi falta de iniciativa...» (en retrospectiva, me confieso culpable: “el delito” había sido correr una serie de experimentos, que acabarían publicados en mi cuarto paper como primer autor, sin su consentimiento; obviamente, él era el líder, nadie podía saltárselo, nadie podía desafiar su autoridad, ya había recibido una advertencia cuando los estudiantes más avanzados y yo corríamos unos experimentos para los revisores de un paper que fue mi primera coautoría, ¿cómo se me había ocurrido actuar de manera independiente...?, ¿cómo se me había ocurrido desafiar su autoridad...?)

Me sentía tan alienado, tan ajeno a mí mismo, manipulado; ya no quería ir al laboratorio, ya no quería lidiar con el tutor todos los días. 

La voz de Chris Cornell...

«try to build a home,
bones of birds...»

... recorrió mis entrañas y huesos, atravesó mis canales auditivos, explotó en las cócleas y se convirtió en una señal eléctrica mientras la droga hacía click en mi cerebro.

Cerré los párpados y los puños, deseé que esa sensación de bienestar no terminara nunca, quería quedarme allí, tumbado en la oscuridad, en esa colchoneta que se había transformado en una casa de campaña, y me enfoqué en la música, la música se transformó en un oleaje de colores y de sonidos, en oleadas de bienestar que iban y venían; mi sistema nervioso era un surfer en el océano, la música era una tabla para surfear, y traté de pensar positivamente, en que todo lo que se avecinaba en mi último infernal año de doctorado tenía sentido, en que ese infierno que comenzaba valdría la pena, y me acordé de la prepa, cuando la muerte de Kurt Cobain estaba reciente, cuando Blur y Oasis sepultaban a Nirvana y asociados, cuando Irvine Welsh sepultaba a Charles Bukowski, cuando escuchaba a Soundgarden todos los días, cuando no hacía otra cosa más que escuchar música, leer y escribir, cuando no me importaba el futuro, cuando estaba convencido de que me convertiría en escritor, cuando no había tenido más que una decepción amorosa, cuando no había tenido a ningún jefe manipulador, cuando no había conocido a ninguna persona horrible que quisiera meterse en mi cabeza y llevarse todo el crédito de mi trabajo y demeritar mi trabajo, y minar mi autonomía para no perder el control, para alimentar su necesidad de poder.

Hoy escucho otra vez King Animal, Liz, los tres gatos y yo vivimos en una casa grande y fría, terminando el doctorado pasé por una cirugía y odié cada segundo de mi vida durante la enfermedad que me llevó al quirófano, hace más de 5 años que nos mudamos de ciudad, ya fui Profesor Visitante (en nada de ello tuvo nada que ver el tutor de doctorado), ya fui postdoc tres años, Liz duerme, son las 3:45 am del viernes 21 de noviembre del 2025, estoy insomne y sobrio, no me emborracho todos los fines de semana (si bebo, bebo Jack Daniel's), dejé de fumar durante casi 10 años, luego recaí pero acabo de cumplir 22 meses sin fumar otra vez, hace casi 10 años que no enciendo una pipa, he corrido casi 3,000 km desde junio del 2021, tengo la distinción de Investigador Nacional Nivel II desde junio del 2024, no he cobrado un centavo del estímulo económico del SNII desde noviembre del 2024, nunca he tenido un contrato de base, nadie me ha puesto nada en bandeja de plata, ya fui Profesor Asociado, comencé en un nuevo trabajo en verano, y podría dar nombres y apellidos de colegas más jóvenes que yo y que por razones extra académicas ya son profes indeterminados en alguna Institución de Educación Superior Pública, según mi experiencia es más probable que una Comisión Dictaminadora (coludida con las autoridades) le abra un concurso de oposición ad hoc a sus allegados, podría escribir un tratado de endogamia académica, después de todo, parece ser más práctico seguir instrucciones que ser independiente en la academia, tengo náuseas, no puedo dormir desde las 2: 30 am, escribo y escucho King Animal y “Bones of birds” desde las 2: 30 am, seré un zombie todo el día y tengo decenas de cosas por hacer, debería tratar de dormir otro rato.

viernes, octubre 10, 2025

no puedes conectar (emocionalmente) con todos




El conductor del Uber avanza sobre la avenida X, las calles están encharcadas, cayó una tormenta toda la noche, el tráfico está a vuelta de rueda, normalmente hago 10 minutos en este recorrido pero pasaremos esa frontera, me acomodo en el asiento, me ajusto el cinturón de seguridad, no quiero pensar en estas cosas pero hace un año en 10 minutos estaba en el trabajo, la distancia entre la casa y el trabajo era muy corta, ni siquiera me daba tiempo para pensar en las clases que impartiría, estaba en mi hábitat, mi rutina era distinta. Desde agosto mis recorridos y mi rutina han cambiado, la mayoría de las cosas han mejorado aunque todavía no me adapto por completo a mi nuevo trabajo, todavía no me siento en mi hábitat, es como si me hubiera lanzado al vacío, el público es difícil, a veces  me siento rebasado, como si no tuviera sentido cuánto tiempo estudio e invierto en mis clases, es como si al final los temas que abordo no le interesaran a nadie, pero suelo exagerar, me gusta hacer las cosas bien, soy muy exigente, casi nunca quedo satisfecho, ni siquiera con estas cosas que escribo sólo para mí mismo. 

«No puedes conectar emocionalmente con todo mundo, no puedes conectar intelectualmente con todo mundo, apenas tienes un mes en este trabajo», me digo a mí mismo y aprieto la mandíbula y cierro los párpados y suspiro, y luego me acuerdo de las dos o tres ocasiones en las que me he encontrado accidentalmente a dos o tres ex estudiantes en el último año en alguna plaza, todas me han saludado con mucho gusto y me han dado un abrazo y (palabras más, palabras menos) me han dicho que me extrañan, que creían que volvería a darles clases, que qué bueno que me di lugar, que ya están trabajando en sus tesis, que se preguntan dónde estoy y por qué no puedo ser su director de tesis, que me siguen en mis redes sociales, cosas así.

Me pregunto si algún día conectaré de este modo con los estudiantes de ahora, a veces siento que somos de mundos totalmente distintos, que obviamente la brecha generacional es más amplia, que la tecnología sí cambia el modo de actuar de los estudiantes, que los hace más impacientes, que sus modos de procesar información son totalmente distintos al mío, que ya ni siquiera saben quién fue Kurt Cobain o que no les da curiosidad leer un relato de Oliver Sacks o un libro de Murakami sobre los atentados terroristas de marzo de 1995 con bombas de gas sarín en 3 estaciones del metro de Tokio.

Nos detenemos en un semáforo, en la calle una mujer circulaba en sentido contrario junto a la banqueta, no logró esquivar un charco y se cayó, un hombre está ayudándola a levantarse, otra persona ha sujetado la bicicleta, el conductor del Uber dice algo sobre el mal estado de las calles, nos miramos por el espejo retrovisor durante unos segundos, le sonrío y le digo que cuando llueve todo es más complicado, él sonríe también y asienta con la cabeza, y reparo en que está encendida la radio, aggh, la inconfundible voz de Villalvazo me arrastra a esa parte quejumbrosa de mí mismo, desde que lo recuerdo siempre está quejándose de algo, a eso lo llama periodismo, tiene un montón de seguidores y patrocinadores, y no lo soporto, habla por hablar, se mete en temas que claramente no conoce, una vez hizo una sopa de evolución y neuromarketing y Juegos Olímpicos y el Cruz Azul en un lapso de 3 minutos, él sí que salta de un tema a otro y no cierra ningún tema, escucharlo quejarse de todo lo que ocurre en México y en el mundo me pone de malhumor, es como un dolor estomacal, como cuando estás a punto de dar una conferencia que no preparaste con suficiente tiempo, escucharlo quejarse de todo es como una cucharada de sal en el corazón, y es contagioso, de por sí soy una persona muy quejumbrosa, me hace daño.

Me vuelvo a acomodar en el asiento y la voz de Villalvazo me remonta a los recorridos de hace un año, cuando salía de la casa con rumbo a ese trabajo que queda a 10 minutos de la casa, tengo la impresión de que entonces los conductores de Uber escuchaban más este programa de radio que los conductores de ahora, supongo que entonces le prestaba más atención a la radio porque el recorrido era más corto y porque ya tenía preparadas casi todas mis clases y porque podía enfocarme casi exclusivamente en eso, volvía a la casa en 10 minutos, ahora tengo más ocupaciones y más distractores, paso varias horas a la semana en Uber y en tren y caminando, lidio con más personas en el tren, unas van platicando a todo volumen, otras van escuchando música o viendo el mismo Reel una y otra vez a todo volumen, “México en la piel”, “El son de la negra”, “El mariachi loco” van sonando en el tren a todo volumen, ahora imparto cursos diferentes, debo cubrir programas de estudio diferentes, debo tratar con estudiantes diferentes, debo hacer recorridos diferentes, apenas empiezo, estoy cumpliendo poco más de un mes en este nuevo trabajo y en cada recorrido que hago de la casa al trabajo no puedo dejar de pensar en las clases que impartiré, en que todavía no me siento completamente en mi hábitat en este nuevo trabajo, en que estudio todo el fin de semana, en que llega el lunes y sin embargo tengo la impresión de que no sé nada sobre mis clases.

A veces  me siento rebasado, como si no tuviera sentido cuánto tiempo estudio e invierto en mis clases, es como si al final los temas que abordo no le interesaran a nadie, pero suelo exagerar, me gusta hacer las cosas bien, soy muy exigente, casi nunca quedo satisfecho, ni siquiera con estas cosas que escribo sólo para mí mismo. 

«No puedes conectar emocionalmente con todo mundo, no puedes conectar intelectualmente con todo mundo, apenas tienes un mes en este trabajo», me digo a mí mismo y aprieto la mandíbula y cierro los párpados y suspiro, y luego me acuerdo de las dos o tres ocasiones en las que me he encontrado accidentalmente a dos o tres ex estudiantes en el último año en alguna plaza, todas me han saludado con mucho gusto y me han dado un abrazo y (palabras más, palabras menos) me han dicho que me extrañan, que creían que volvería a darles clases, que qué bueno que me di lugar, que ya están trabajando en sus tesis, que se preguntan dónde estoy y por qué no puedo ser su director de tesis, que me siguen en mis redes sociales, cosas así.