viernes, agosto 01, 2025

I found the key but I return to find an open door

 


Tengo esta canción en la cabeza, la escucho una y otra vez, apenas van a dar las seis de la mañana, entre sueños ya estaba escuchándola, cuando apareciste de la nada y me dijiste cosas que sólo se dicen en los sueños, independientemente de que signifique algo lo que me dijiste en el sueño y de que tus palabras son como un huracán el punto es que tengo esta canción en la cabeza, no he dejado de escucharla desde que revisé mi correo-e, la UNAM me abrió una cuenta para firmar el acta de un examen de grado al que asistí ayer como jurado, independientemente de que tengo mi opinión respecto al desempeño del estudiante y al discurso de las redes sociales institucionales que felicitan a todos los alumnos que concluyen un nivel de formación académica el punto es que tengo esta canción en la cabeza, la puse en un loop en Amazon Music, antes de salir a desayunar la toqué en la guitarra, independientemente de que es una canción súper sencilla y que hacía tiempo que no la tocaba el punto es que tengo esta canción en la cabeza y que cuenta una anécdota de Eddie Vedder y de Matt Lukin, pero lo que realmente importa es que ya son las cuatro de la tarde y que la endogamia académica también aparece en correos electrónicos, podría contarte decenas de detalles sobre el futuro ganador de este concurso del que me enteré hace una hora y que cierra el 5 de agosto a las 5 pm, pero ¿vale la pena?   

sábado, julio 19, 2025

The waiting drove me mad


Durante casi 20 meses consecutivos había estado corriendo “los experimentos”, todos los días, exceptuando uno que otro domingo, a las 8 AM. Nada ni nadie habían interrumpido esa rutina (“el amor por la investigación” y mi ingenuidad me cegaron y me hicieron creer que trabajar hasta en días feriados y en vacaciones, sin cobrar un centavo, eran la mejor forma en la que podía invertir mi tiempo y que me darían, tarde o temprano, la oportunidad de tener una plaza de académico de tiempo completo), pero, en fin, esa mañana rompí mi rutina. Las palomas, las cajas operantes de Skinner, Francis Mechner et al. y el laboratorio de Aprendizaje y Conducta Adaptativa, tuvieron que esperar. Pearl Jam había anunciado 2 fechas por primera vez en México, vendrían de gira con Riot Act –su séptimo álbum de estudio, lanzado apenas en el 2002, un álbum influenciado por el clima político y social que siguió a los atentados de Las Torres Gemelas y a la administración del “Texas leader”–, y esa mañana salían a la venta los boletos. 

Algunas estaciones del metro estaban en reparación. Después de esperar el RTP que me llevó hasta Velódromo, crucé a pie el puente de Río Frío y luego la ESEF y ese largo pasaje en el que confluyen unas canchas de futbol rápido y la calle en la que suelen ponerse los vendedores de mercancía pirata en los días de concierto. Apenas iban a dar las 7 de la mañana cuando llegué al Palacio de Los Deportes, pero ya había cientos de personas formadas en las taquillas. Parecía que había un casting para salir como extra en Singles, esa comedia romántica de 1992 donde Janet Livermore y Cliff Poncier fueron un pretexto para que Cameron Crowe mostrara la inminente explosión del grunge en Seattle, con cameos de Alice In Chains y de Chris Cornell y con Jeff Ament y Eddie Vedder en papeles secundarios. 

Traía mis walkman para matar el tiempo, así que me acomodé los audífonos, probablemente escuchaba Vs –uno de mis álbumes menos favoritos de PJ–, o la radio. Tomé mi lugar a varios kilómetros de distancia de las taquillas, entre toda esa gente melenuda con Levi’s, Martens y camisas de franela, y esperé. PJ nunca había sido mi banda favorita, mi devoción por Kurt Cobain me impedía apreciar su música, más bien creía que Vedder era un oportunista –lo delataba su desastroso pasado con Bad Radio, cuando era un desesperado imitador de Anthony Kiedis– y también creía que todo ese lío legal que PJ había armado en contra de Ticketmaster en la gira de Vitalogy sólo era mercadotecnia. Sin embargo, la chica con la que salía entonces era súper fan de la banda y me había convencido de que no podíamos perdernos ese concierto, así que allí estaba, en una especie de soledad compartida, con toda esa gente. 

Alrededor de las 9 AM, un tipo esparció el rumor de que se habían agotado los boletos para los dos conciertos. Casi de inmediato, otro tipo esparció buenas noticias: Vedder y compañía acababan de abrir una tercera fecha. Sintonicé la radio en mi walkman (o eso creo) y Rulo, “el profeta de la radio pública para dummies”, lo confirmó. Así que sólo tenía que seguir esperando. La fila avanzaba lentamente, mientras escuchaba una y otra vez Vs, mientras me preguntaba una y otra vez cómo habría sido mi vida si hubiera estado consciente de la escena musical de Seattle en septiembre y en octubre de 1993, cuando salieron a la venta In Utero y Vs, cuando In Utero vendió alrededor de 200, 000 copias en su primera semana de lanzamiento, cuando Vs vendió más de 900, 000 copias en los primeros cinco días de su lanzamiento, cuando yo sólo era un mocoso de secundaria y convivía con otros mocosos que sólo tomaban Tecates a escondidas y que no sabían ni quiénes eran los Caifanes..., ¿habría seguido el camino de la academia, o me habría convertido en un imitador de Cliff Poncier...?

Tal vez dieron las 11 AM, cuando compré tres boletos: uno para la chica que me había convencido de ir a ese concierto, uno para Diego –mi hermano, el menor, que estaba terminando la secundaria– y uno para mí. Tal vez no me quité los audífonos y continué escuchando Vs, tal vez caminé de vuelta hasta Velódromo y transbordé en Centro Médico, tal vez caminé desde Copilco hasta la Facultad de Psicología y fui al laboratorio de Aprendizaje y Conducta Adaptativa, tal vez me encargué de correr las últimas sesiones experimentales, no lo sé. Lo que sí sé es que estuve en el concierto de PJ del 19 de julio del 2003 en El Palacio de Los Deportes, fue un sábado y llovió, y me tomé una o dos cervezas, teníamos unos lugares horrendos, PJ abrió con “Wash”, la banda tocó 3 canciones consecutivas, después de “Given to fly” hicieron la primera pausa del concierto y Eddie dijo algo como: «Sábado por la noche en México... Hablo español un poco... Lo siento...», y la gente lo ovacionó. Somos un público fácil. 

En el concierto –que fue el último de la gira Riot Act por Latinoamérica y que transmitieron en vivo por radio a toda Latinoamérica– pasó de todo: Vedder llamó por teléfono a Marky Ramone, unos mariachis se subieron al escenario y le cantaron “Las Mañanitas” a Stone Gossard, Corin Tucker –la guitarrista y cantante de Sleater-Kinney– también se subió al escenario y acompañó a PJ a cantar “Hunger Strike”, las dos o tres últimas canciones las pasaron casi en directo por Telehit... 

Hoy también es sábado, a lo mejor llueve por la tarde, a lo mejor escucharé un rato Riot Act y trataré de pensar en que no han transcurrido ya 22 años.

sábado, julio 12, 2025

People You May Know

«Si no estás de acuerdo conmigo, si te gustó la película de Eggers y si no sabes tanto de Murnau como yo, eres un limitado cognitivo, sobreestimas tus capacidades...», dice, más o menos, este crítico de cine que quién sabe de dónde salió (su biografía dice que vive en la Narvarte y que no le gusta presumir pero que, jajaja, sí te presume que ha publicado varios libros), y en esta ¿columna de opinión? mete a la fuerza el taquillero “efecto Dunning-Kruger”. Independientemente de que quién sabe si el medio digital en el que escribe es como una revista “de cuates” —sin evaluación por pares— o como un Conozca Más del cine, y de que sólo bastó que sus cuates confiaran en que es un experto en el tema y que escribe cosas chidas “que vale la pena leer”, su diatriba me ha puesto a pensar en varias cosas. 

No conozco personalmente a ningún crítico de cine, pero varias veces me he encontrado en otras redes sociales a expertos alardeando sobre los filmes de Kurosawa, de Tarkovski y de Lynch, criticando a “los mortales” que no han visto cine de culto, y luego me los encuentro recomendándoles Cindy, la regia a sus followers. Debe de haber excepciones, gente con más respeto hacia las opiniones de los demás, pero siempre me ha desconcertado la actitud de los críticos de cine que he leído –¿son intelectuales exquisitos, o no...?–, y, en general, también me ha desconcertado la actitud de los cinéfilos. En enero fui a ver al cine Nosferatu de Eggers, no soy súper fan de la literatura epistolar ni de la ficción gótica, pero ya había visto Drácula de Coppola y ya había leído a Mary Shelley, a Poe, a Lovecraft, a Lord Byron, a Polidori, a Wilde, a Le Fanu... y se me ocurrió comentar en Threads que la película de Coppola era una caricatura en comparación con la de Eggers, que esa historia de amor entre Mina y Drácula, y que Drácula paseándose con gafas de sol por una ciudad europea, estaban fuera de sitio, y eso bastó para que un puñado de sus seguidores se me fueran encima. «Seguramente no has visto la película de Murnau...», «Seguramente no has leído la novela de Stoker...», decían, por ejemplo, los más suavecitos. (Pensándolo un poco mejor, no sólo lo críticos de cine son soberbios e intolerantes: tal parece que los amantes del cine de culto, también.) En fin, leí la novela de Stoker y vi la versión de Murnau, y sigo creyendo lo mismo: la película de Coppola es una caricatura en comparación con la de Eggers, esa historia de amor entre Mina y Drácula, y Drácula paseándose con gafas de sol por una ciudad europea, están fuera de sitio.

Quiero pasar de largo, No tengo por qué leer esta columna de opinión, me repito, pero me la encontré por accidente, acabo de revisar un paper para Frontiers In Endocrinology, acabo de concluir un taller de inducción a la docencia de la Ibero, acabo de leer un paper de Neuroscience Biobehavioral Reviews –no tengo cuates con un medio subvencionado en Internet, pero tengo este blog y en mi blog a veces también presumo lo que hago– y necesito urgentemente un descanso, así que hago lo más fácil, lo que sería, técnicamente, como una recaída, tengo varias redes sociales y casi nunca me aportan nada, pero mi cerebro, hambriento de estimulación, me controla: me meto a Facebook y entonces Facebook me sugiere como amistad al autor de la columna de opinión—también llama “ridículo actor” a Willem Dafoe—, resulta que tenemos un contacto en común (un escritor a quien tampoco conozco en persona), y me engancho con su columna. En mi defensa, además de todas las cosas que hice hoy, he tenido semanas muy ajetreadas: Katz contrajo la enfermedad de crup y luego se quemó un brazo con agua hirviendo, tuve una entrevista de trabajo y preparé una charla de neuroquímica y de psicofármacos para un comité de profesores de la Ibero, fui a un funeral entresemana, estoy un poco desvelado y susceptible, escribo 2 papers en inglés en paralelo, no he podido salir a correr en cuatro días, invertí decenas de horas en la página del SAT, sometí mi décimo tercera solicitud (¡en 8 meses!) para una convocatoria de académico de tiempo completo a una Institución de Educación Superior y escribí mi tercer o cuarto proyecto de investigación en lo que va del año...

Agggh

¡No quiero pensar en estas cosas! ¡Son mi mantra! ¡Son mi maldición! Tal vez no lo parece, pero estar en mis pies es sofocante, unos días más que otros.

Mis pensamientos son hostiles, no necesito leer más hostilidad, me repito, y ahora mismo ya estoy pensando en que Poserhead –el autor que tenemos en común en Facebook el crítico de cine y yo– también entra en esa categoría de gente que puede vivir del arte y que es un poco soberbia e intolerante, que no sabe nada de neurociencias pero que de pronto lee una columna amarillista del tipo «¡Estudio revela por qué a la gente le gusta Bad Bunny!» que no habla más que de lo que todo mundo sabe, que la dopamina, que la oxitocina, que el placer... Y, sin embargo, actúa como si tuviera un PhD en neurobiología de las adicciones. Algunas veces, Poserhead, en La Locura, escribe reseñas chidas, sabe muchas cosas de la historia de la música, sobre todo de Lemmy Kilmister, Ozzy Osbourne y compañía, pero otras veces despotrica en contra del gobierno y llama “simios” a quienes no piensan como él; es un tipo diplomático, le he comentado una que otra cosa sobre estos temas en sus redes sociales y se toma el tiempo para contestarme razonablemente, quizá no soy capaz de entender su punto de vista porque nunca he vivido en un mundo elitista, pero, en fin, creo que es publicista, su más reciente libro de relatos fue publicado hace no más de medio año, es un libro que sólo venden en librerías “underground”, algunas reseñas prometen que es una especie de crónica subversiva de la historia del punk rock. Sin embargo, casi cada vez que entro a Facebook para distraerme y me topo con algún post suyo, él revela su verdadera actitud de ultraderecha: a la gente que no comparte su ideología política, la llama “simios” o “gente que rebuzna”. Por supuesto que, entre un post y otro, no deja de expresar su admiración por bandas como Los Ramones, Black Sabbath y Motörhead, por ejemplo, y reseñar tal o cual festival en el que actuaron “los amigos de cuarta de Bad Bunny” y que fue “una especie de zoológico urbano”. 

No es tan extraño: según Facebook, Poserhead y el crítico de cine, son amigos, al menos en Facebook.

Bueno, ya acabé de leer esta columna de opinión, y ya no puedo evitarlo: en resumen todo mundo usa términos psicológicos, pero casi nadie lo hace bien, no sólo este crítico de cine que llama “personas limitadas que sobreestiman sus capacidades” a quienes no comparten su punto de vista, que Murnau es un chingón y que Eggers es un imitador de cuarta de Murnau –¿dónde habrá leído sobre “el efecto Dunning-Kruger”?–, y que no se da por enterado de que todo lo que escribió en su columna lo hace ver como un ejemplo del efecto Dunning-Kruger, tampoco se da cuenta de que sobreestima el conocimiento del que alardea, que cualquier persona con un IQ un poco arriba del promedio y con 5 minutos ociosos para surfear en Internet, podría aprender lo mismo. (Te recomiendo buscar en Internet sobre la vida y la muerte de Murnau, sobre las maldiciones asociadas a Nosferatu; tal vez te parecerá entretenido). 

Uff

Todo mundo usa términos psicológicos, pero casi nadie lo hace bien, como ese otro escritor de cuyo nombre no quiero acordarme pero que me dijo en X hace varios años que él no le ponía etiquetas ni a la narrativa de Kazuo Ishiguro ni a la de nadie, pero que le dedicó ¡una columna de 6,000 palabras! a “la disonancia cognitiva” y a los alienígenas, hace unos meses, entendiendo una cosa por otra: usando como etiqueta –y erróneamente–, este constructo, sin saber que la disonancia cognitiva no se refiere a cuando “sigues creyendo en los Fenómenos Anómalos No Identificados, a pesar de ser un adulto”, sino a cuando, por ejemplo, les dices a tus amigos que eres fan de los animalitos –y les presumes que hasta estás afiliado a PETA–, pero también te gusta ir a los toros. Este otro autor –a quien llamaré El Sr. Disonancia–, no sabe que la disonancia cognitiva no se refiere a que crees en cosas que van en contra tus principios, sino a cómo las incongruencias entre lo que decimos y lo que hacemos, actúan como una fuerza motivacional que nos ayuda a reducir esas incongruencias y a sentirnos mejor con nosotros mismos.

Todo mundo usa términos psicológicos, pero casi nadie lo hace bien, y a lo mejor esto se debe a que la mayoría de la gente subestima la psicología y sobrestima sus propias creencias sobre la psicología y el comportamiento humano. 

*Nada es cierto, todo es cierto, una columna que podrías leer en un diario de circulación nacional, si pudiera escribir 24/7.

miércoles, julio 09, 2025

And know I'm ready to close my mind



Camino por un pasillo de la universidad, busco un baño, estuve aquí casi 3 horas, los colegas me dieron un tour, conocí el laboratorio de neurociencias, tienen más de 10 cajas operantes de Skinner, ¡todas funcionan simultáneamente!, tienen un montón de laberintos y equipos para analizar muestras biológicas, también conocí la biblioteca, tres o cuatro lugares para comer dentro de la universidad, cada uno parece la sección de comida de cualquier plaza comercial pero con sillones y asientos súper cómodos, tanto en interiores como en exteriores, hay hasta un jardín para meditar, una cancha de béisbol, una capilla, cafeterías, auditorios, salas de cine, en fin, estoy menos tenso, esa sensación de tirarse al agua cada vez que voy a dar una clase o charla, no desaparece. Y eso está bien, el día que me dé igual, me dedicaré a otra cosa.

Toda la semana estuve trabajando obsesivamente en mi charla de 20 minutos. Desde que me desperté temprano esta mañana, lo único que quería era impatirla ya, terminar con la tensión.

Estoy a unos metros del baño y pienso en el futuro próximo en esta universidad. Hace veinte años, empecé aquí como profesor de asignatura; fue mi primera experiencia. También pienso en los detalles de mi charla de 20 minutos y la entrevista, de hace casi dos horas. También pienso en otras cosas del tour que me dieron mis colegas, percibo cierta incomodidad entre ellos, tal vez no se caen bien, tal vez es mi impresión. También pienso en si realmente tengo posibilidades de conseguir una posición de académico de tiempo completo a largo plazo, o si todo seguirá como siempre.

De repente, una canción suena en medio del pasillo, creo que proviene de un altavoz que está oculto en las paredes. Son sólo tres acordes de guitarra eléctrica, seguidos del bajo y de la batería, y los he escuchado otras veces. La guitarra suena distorsionada, tiene un sonido como de punk de los 70, un poco de fuzz, y sé que he escuchado estos acordes miles de veces, pero no puedo identificar qué canción es exactamente. Recuerdo vagamente a una mujer cantándola, quizá Kim Gordon, pero sé que no es una canción de Sonic Youth ni de Kim Gordon. Entonces, un hombre canta...

«So messed up I want you here
In my room I want you here»

... pero no reconozco la voz del hombre, me confunde aún más. Supongo que mi memoria esperaba una voz diferente, pero no sé exactamente qué tipo de voz. Es como si hubiera escuchado esta canción miles de veces antes y simultáneamente estuviera escuchándola por primera vez.

Me detengo y cierro los ojos. 

¿Cómo se llama esta canción?, me pregunto y escarbo en las profundidades de mis recuerdos. 

Es posible que hace veinte años, cuando tuve mi primera oportunidad como profesor de asignatura en la vida y en esta universidad, también haya caminado por este pasillo con la vejiga a punto de estallar y que también haya escuchado esta canción. Quizá esta canción forma parte de la programación de la estación de radio de la Ibero. Uno de mis colegas me contó que Carlos Velázquez, uno de mis escritores de cabecera, vendrá mañana a una entrevista, creo que hablará sobre El menonita Zen y sobre las ediciones de todos sus libros que ahora publicará Planeta. 

Hace veinte años ya existía esta estación, hasta Nos Llamamos y Los Silencios Incómodos vinieron a un programa que conducía un tal Uriel Waizel, creo que el programa se llamaba Clickaporte.

Aggh

Han pasado veinte años desde entonces y sin embargo otra vez estoy empezando de cero. Este sentimiento es tan familiar. Nadie me conoce aquí, nadie me recuerda, nadie sabe quién soy, nadie conoce mi trayectoria. Quién sabe a qué se dediquen los estudiantes a quienes les di clases aquí, volveré a ser profesor de asignatura en la Ibero, pero soy veinte años más viejo, tengo una experiencia de más de 70 cursos de pregrado y una decena de posgrado, he publicado casi 20 artículos en revistas internacionales evaluadas por pares, el más reciente fue publicado en febrero de este año y lo escribí prácticamente yo solo en tres meses, con todo y hérpes Zóster, en el desempleo, porque la universidad en la que trabajé casi 6 años prefiere contratar a psicólogos clinicos, a biólogos y a químicos, un SNII 2 con mi perfil de psicólogo biomédico, no les interesa, quién sabe qué piensan de la psicología y de la biomedicina, quién sabe cuánto les interesen los estudiantes.

Francamente no sé si ésta será mi última experiencia en la academia. Quizá deje de buscar plazas de académico de tiempo completo definitivo, quizá me gane la lotería este fin de semana y salde todas mis deudas y luego haga un viaje loco a Seattle y me lleve un libro de Chuck Klosterman y me noquee una iv de heroína y me sepulte en el país de Nunca Jamás, quizá me convierta en un frívolo tiktoker y me corte el pelo y me quite los aretes y cree un personaje que parezca psiquiatra o algo así, y luego vuelva a México y mande a volar a todos los sell outs que forman parte del sistema académico que conozco y que voltean a otro lado cuando ocurre una injusticia para no perder su chamba (como que, en consenso, aprueben que un pésimo profesor gane un premio a la docencia), quizá les recuerde a esos sell outs que ellos y yo comenzamos al mismo tiempo en esa universidad y que yo tengo un perfil mejor que el de ellos y que es incomprensible que ellos tengan ya plazas de tiempo completo definitivo y que yo continúe en el limbo, quizá me decida realmente a buscar dónde publicar una novela, quizá tú leas esto y digas Voy a darle una oportunidad a lo que escribe, quizá no todos somos iguales y algunos nos resistimos a ser autómatas y a actuar, pensar y hacer cualquier cosa como si estuviéramos fabricados en serie, quizá todo siga igual, quizá solo envejezca y las deudas vayan acumulándose, pero, en fin, como dijo Neil Young –quien no es el autor de esta canción que aún no identifico–, la música nunca muere. 

Aquí estamos de nuevo, y pase lo que pase, podré cerrar los párpados en algún momento y escuchar una canción que me guste.

sábado, marzo 29, 2025

Soy humano y mi destino es ser mortal



Al salir de la casa, mientras desayunaba, leí en algún portal de internet que hoy cumple 70 años Bruce Willis, ahora estoy en la sala de espera del aeropuerto, a menos de 10 minutos de subirme a un avión, con los audífonos puestos, escuchando esta canción de Los Babasónicos, que, según sus fans, «está cargada de simbolismo y misticismo, y explora temas como la mortalidad, la redención y la condena». (Al menos eso recuerdo que encontré aquella tarde en la que decidí romper con la costumbre y escuchar rock en español y le pedí a Alexa que tocara algo de Draco Rosa y lo hizo y a continuación reprodujo “Seis vírgenes descalzas” y, ¡sorpresivamente!, me encantó y luego busqué información sobre el significado de la letra de esta canción de la banda de Buenos Aires).

Trato de enfocarme en cómo la canción es una especie de shot intravenoso de algún compuesto químico de los que mitiga el dolor físico y emocional y que además produce amnesia; no quiero pensar en el presente, no me gusta mi realidad; no quiero pensar en que no me gusta viajar en avión, en que, en mis más recientes vuelos, he tenido ataques de ansiedad; no quiero pensar en que podría estar a 10, 000 pies de altura sintiéndome atrapado, en una jaula; en que no habrá escape; en que todo estará en mi mente y en que, sin embargo, no podré hacer otra cosa más que cerrar los párpados y esperar a que el ataque termine.

Dárguelos canta, dice algo como «Soy humano y mi destino es ser mortal...», y aunque esta frase no tiene nada que ver con lo que pienso últimamente de mí mismo (creo), cobra un sentido diferente, así que prefiero concentrarme en la escena de Die Hard, cuando John McClane está en el avión que lo llevará a Los Ángeles, y me repito a mí mismo este mantra: «Tarde o temprano aterrizarás, tarde o temprano te registrarás en el hotel, tarde o temprano subirás a tu habitación y allí te podrás quitar los zapatos...»

*Nada es cierto, todo es cierto, una columna que podrías leer en un diario de circulación nacional, si pudiera escribir los 365 días del año.