martes, enero 20, 2009

Ella saboreó el refresco lentamente, entre canciones de José José




Comenzamos el año en la playa. 

Llegamos a Montepío uno de los últimos días de diciembre, a la medianoche.

Rentamos una camioneta que se descompuso a unos kilómetros de la playa y tuvimos que permanecer unas horas en un pueblo desconocido, mientras la arreglaban.

También antes nos detuvimos a comer en Puebla y a cenar unas deliciosas papas horneadas al entrar a Veracruz.  

En la playa hacía mucho frío, pero el cielo estrellado era impresionante. 

Fuimos con amigos de mis hermanos.
Ellos ya conocían el lugar y lo recomendaban ampliamente. 


Una noche, alguien sacó un carrujo y lo compartió con el grupo. 
Estábamos en la playa. Alguien había encendido una fogata. 

La yerba era muy potente y me puso paranoico.
Elizabeth quiso ir al baño y la acompañé.
El camino de la playa hasta el baño de la casa que habíamos rentado se me hizo eterno.

Aunque la calle estaba casi vacía, me sentía perseguido y tenía un gran sentimiento de culpa.

Nunca me ha gustado fumar para convivir. Prefiero escuchar música o dormirme.   
La trivialidad me desespera. 

Los amigos de mis hermanos hicieron una fiesta hace unos días. 
Alguien volvió a sacar un carrujo y a compartirlo. 
La yerba también estaba muy fuerte y me puso paranoico. 
Elizabeth tenía mucha sed. 

Los amigos de mis hermanos cantaban canciones de José José y hacían mucho ruido.
Apenas pude controlar mi paranoia para escanciar refresco en un vaso. 


Me senté en un sofá. 
Ella tomó el vaso y se lo llevó a los labios en cámara lenta.
Saboreó el refresco lentamente, y me miró.
Luego bajó la mirada, como si estuviera buscando paz en las profundidades de ella misma. 
Era evidente que tampoco estaba pasándola bien.

Ya no soporté el escándalo, y me levanté de mi lugar. 
Ella se levantó de su asiento y noté que estaba bailando. 
Se sentía ansiosa y no dejaba de moverse. 

Después tuvimos una breve discusión y subimos a la recámara. 

Sólo quería acostarme en la cama y ponerme a escuchar In Utero con los audífonos.
Me sentía fatal.
La recámara era como un desierto.
Transcurrieron cinco minutos y seguíamos sintiéndonos mal. 
Tratamos de hablar, pero ella sólo decía monosílabos. 
Era una desconocida para mí. 

El efecto se desvanece poco a poco y nos quedamos dormidos.

No hay comentarios.: