jueves, julio 19, 2012

Cosas que se aprenden



Alfonso bebía, sentado cómodamente en la acera. "Está un poco caliente", murmuró, y me pasó la botella. Entonces le di un trago y me percaté no sólo de que la cerveza estaba caliente sino de que sabía muy amarga. Elías notó mi reacción. "¿Esperabas que supiera dulcecita?", se burló. Él era más grande que nosotros. Supuestamente sólo tenía 21 años, pero se veía mucho mayor para alguien que estudiaba la preparatoria.

"¡Dame eso!", exclamó, y me arrebató la botella. Le dio un largo sorbo y, al terminar, eructó placenteramente. "Eres todo un experto", le dijo Alfonso. 

Mientras algunas personas pasaban a nuestro alrededor, yo buscaba a Tania, la profesora de Geografía que nos había llevado al Tepozteco. Estábamos en una excursión que Tania hacía una vez al año con todos los grupos de sexto a los que impartía clases. Yo estaba un poco asustado ante la idea de que ella nos descubriera y nos acusara con nuestros padres.



"Si quieren sentir pronto los efectos, será mejor que beban deprisa", nos aconsejó Elías. Entonces Alfonso tomó la botella y le dio una largo sorbo. Después yo hice lo mismo, y me sorprendió el hecho de que la cerveza no me supiera tan mal como la primera vez. 

"¿Verdad que está rica?", me preguntó Elías. Alcé los hombros, y le pasé la botella.
Así estuvimos durante casi 10 minutos, pasándonos la botella y bebiendo, hasta que nos acabamos casi dos litros de cerveza entre los tres.

El viento soplaba agradablemente. Hacía calor. Alfonso quiso ponerse de pie y no pudo. Después, comenzó a hablar. Arrastraba las palabras, de manera muy cómica. Me causó mucha risa y quise burlarme de él, pero guardé silencio en cuanto quise articular una oración y noté que yo también arrastraba las palabras. Elías se carcajeó. "Ya se les subió, muchachos... ¿Nos echamos otra, o qué?", preguntó. Él se veía impecable.


Me sentía tan mareado que dije que no, y Elías contestó que estaba bien. Alfonso sí quiso continuar bebiendo. Entonces los dos volvieron a meterse a la tiendita, y me quedé sentado en la acera. Comencé a sentirme un poco ansioso, temiendo que Tania apareciera de repente. Tuve el presentimiento de que ella notaría pronto que no estábamos en el grupo. 
Alfonso y Elías tardaban demasiado. "Esto va a acabar mal", pensaba en mi ebriedad y comencé a asociar ideas que no tenían relación entre sí. Entonces me acordé de un cuento que había leído hacía no mucho tiempo. El cuento se trataba de tres adolescentes que pretendían hacerse pasar por rebeldes, al estilo de James Dean. Se titulaba Greasy Lake y el autor era T. Coraghessan Boyle.

Poco tiempo después, Alfonso y Elías regresaron con otra cerveza y se sentaron a mi lado. Bebieron rápidamente, y volvieron a ofrecerme cerveza. Acepté y le di dos tragos a la botella. Después, con los ojos vidriosos y arrastrando las palabras, Elías tuvo una ocurrencia. ¿Por qué no nos vamos sin pagar? 


Me pareció muy mala su idea, pero eso hicimos. Nadie nos descubrió, y yo sigo bebiendo gratis cada vez que puedo.  

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