sábado, junio 15, 2019

Plegarias de un inquilino | Guillermo Fadanelli (2005)


Este escritor nacido en la Ciudad de México en 1960 –algunos portales de internet sugieren que no se sabe exactamente cuándo nació, pero que debió hacerlo entre 1959 y 1965– es uno de esos autores a los que me reservé el derecho de leer, durante muchos años. 

Sabía de él porque cuando tomaba Talleres de Creación Literaria –¡alguna vez escribí poemas y seguramente sólo dejaba claro que deseaba desesperadamente involucrarme con alguna mujer!–, mis compañeros lo mencionaban a menudo.

Aunque leí algunos fragmentos de sus textos, debido a mi falta de juicio, de criterio y de conocimiento –más o menos los he adquirido con la edad–, la semejanza de esos fragmentos con "el estilo literario" de Charles Bukowski me pareció tan obvia que prejuzgué al escritor nacido en la Ciudad de México y decidí continuar leyendo Bukowski.

Compré este libro en una Feria hace más de cinco años, pero apenas comencé a leerlo al principio de la Huelga que mantuvo cerrada a la Universidad Autónoma Metropolitana durante tres meses. 

(Al cabo de dos meses y medio de Huelga, me costaba mucho trabajo mantenerme dormido toda la noche y me levantaba de la cama por las madrugadas y me ponía todo tipo de cosas para mantener mi mente ocupada en otras actividades que no tuvieran relación con la academia.) 

Plegarias de un inquilino es un libro de 35 relatos que dan por total 149 páginas. 

En los relatos (a veces toman el aspecto de disertaciones), abunda el tono sarcástico y las referencias a filósofos –desde Platón y Diógenes hasta Nietszche, Foucault, Sartre y Sloterdijk– y a escritores como Fitzgerald, Capote, Cela y Cioran.  

Es un libro con gran sentido del humor y fácil de digerir. 

Fadanelli se pone nostálgico en algunos fragmentos, cuenta algunas anécdotas personales y da su punto de vista respecto a distintos puntos que son característicos de la (horrorosa) sociedad. 

En Una pelea perdida opina sobre los escritores prefabricados que venden cientos de copias de sus libros gracias al séquito de publicistas que los acompañan y que se han encargado de interesar al público en los autores más que en el contenido de sus libros. 

En Sacar la espada opina sobre las dádivas entre escritores, sugiriendo las más atroces son las que revelan un mayor respeto y que las más cordiales son las más hipócritas.

Al final, irónicamente exceptuando el último relato, la calidad de los relatos decae. 

Mi recomendación es leer los relatos esporádicamente, en lugar de leer todo el libro de principio a fin (y, de preferencia, si estás en medio de una crisis y no depende de ti salir de ella.)


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