domingo, abril 02, 2023

God Is In The Radio


WORK IN PROGRESS

Los pájaros trinan por ahí. Su música se cuela en tus canales auditivos y genera potenciales de acción en los cilios de tus oídos internos (los mueve de un lado a otro: de derecha a izquierda, o viceversa, y ¡forma realidades alternas!), y estas señales eléctricas –fabulosamente transducidas en un lenguaje electroquímico que entienden las neuronas, a partir de las crestas y de los valles de las vibraciones de aire–, llegan a la corteza cerebral; otros potenciales de acción que, quién sabe por qué y cómo, tu neocorteza ha convertido en recuerdos nostálgicos, son un insight y un estímulo que Proust, con su madalena y con su tacita de té, del Siglo XIX –hay que leer, al menos un par de tomos de En Busca del Tiempo Perdido, para entender la referencia, y que los libros de psicología que hablan sobre el fenómeno Proust, envidiarían, y que podrían adoptar una forma concreta –en un párrafo, o en una oración– y abarcar doscientas páginas, sin respiro, casi como cuando te tiras en la alberca y te das un chapuzón en el océano de las letras y sales a la superficie, cuando estás a punto de morir por falta de oxigenación al cerebro, saltan de alguna sinapis a otra o de los músculos de tu memoria, en el hipocampo, y de ahí a la pantalla de la computadora.

Estás poseído, estás vehemente, estás un poco ebrio y tu corteza prefrontal está enferma: tu mente escribe más rápido que tus dedos, pero estas ideas, que pasan por tus dedos índices –por tus torpes dedos índices: quién sabe cómo aprendieron a suturar y a hacer cirugías estereotáxicas y a fabricar diminutos electrodos que implantaste en el cráneo de doscientos millones de ratas, hace miles de años–, chocan contra la tecla incorrecta –la apraxia del habla que te persigue, junto con su enfermedad neurodegenerativa, hace de las suyas–, y que te hacen regresar a la palabra mal escrita, a un párrafo o a una oración mal escrita, que es un obstáculo que te va alejando del insight o de la idea que salta de tu cerebro a la pantalla.

Unos perros famélicos ladran a los lejos, unos niños gritan en el fraccionamiento que colinda con el patio de tu casa y tienen voces de niños pero dicen groserías como standuperos que llegan a millones de personas, y el motor de un automóvil zumba a lo lejos como una abeja que busca saciar su sed de polen en el pequeño jardín que tu esposa ha cultivado y en donde sueles salir a tomar al el sol y a leer o a estudiar, o a escribir o a tomarte un Jack Daniel's con Coca-Cola.  

Acabas de leer una novela de Bukowski y piensas que la mayoría de la gente no ha leído su obra, y que él era un misógino y que, sin embargo, también adoraba a las mujeres, y que tuvo una vida difícil y que tuvo trabajos difíciles, y que escribía cosas contundentes que ningún escritor de escuela jamás podrá escribir en su vida; y te sientes inspirado a escribir, y caes en la cuenta de que, al igual que Bukowski, adoras a las mujeres, que nunca podrías escribir nada si no estuviera relacionado con alguna mujer: tu esposa, en primera instancia; tu esposa, antes de que fuera tu esposa; algún amor platónico de la juventud; alguna cantante pop de tu infancia; alguna actriz de tu adolescencia...

Y también piensas en que, al igual que Bukowski, necesitas escribir, y que tienes que escribir sobre lo que está dándote vueltas en la cabeza, como una jaqueca, como un tumor, como una punzada, como una canción; sobre lo que está capturando tu atención: un dolor de estómago, un picor en la nariz o en la garganta; una piedrita en los zapatos... Que no puedes escribir, a destajo: que no puedes escribir por compromiso, que no puedes escribir para satisfacer a nadie; que ni siquiera puedes escribir para satisfacerte a ti mismo: que tienes que escribir, de principio a fin: que no puedes comenzar a escribir algo y luego abandonarlo: que nunca podrás retomar y sentirte satisfecho cuando retomes algo que comenzaste a escribir y que, por una u otra razón –el cansancio, otras responsabilidades, la vergüenza de haber escrito algo que no comunica lo que quieres comunicar, y que no lo comunica como quieres comunicarlo...    

Te fumas un cigarrillo, inhalas y exhalas profundamente y adivinas que mañana te costará más trabajo correr 5 ó 6 kilómetros debajo de los 5 minutos por kilómetro, o que pasado mañana te costará más trabajo permanecer debajo del agua, nadando y conteniendo la respiración, y el futuro te decepciona y entonces, para distraer tu foco de atención, mientras continúas fumándote un cigarrillo, pones en la computadora una canción de los Queens Of The Stone Age a todo volumen –para acallar tus pensamientos y el trinar de los pájaros y los gritos standuperos de los niños del fraccionamiento contiguo– y te sientes un perdedor, te acuerdas cuando fumabas varias cajetillas de cigarrillos al día, cuando fumabas en ayuno, cuando te costaba trabajo subir tres pisos en escaleras, cuando tenías resaca de tabaco: en mayo ibas a cumplir 5 años si fumar, pero te fumaste algunos cigarrillos en diciembre, antes de que Messi ganara su primera Copa del Mundo, y te has fumado algunos cigarrillos en marzo y has reconocido que el tabaquismo –y cualquier adicción– nunca te abandona: más bien, puedes estar en abstinencia, cierto tiempo... incluso años... y te parece ridículo cuando los expertos en adicciones, en el mundo académico, hablan sobre el tema sin haber lidiado, personalmente, si quiera, con adicción a la Coca-Cola. 

Y te suenas la nariz, como un heroinómano, pero eres virgen ese tema. 

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