sábado, agosto 16, 2025

whisper secrets for me


Un tipo de Ocesa se nos acerca, le echo un ojo a mi reloj y con la otra mano sostengo una cerveza, van a dar las 7 pm, las luces de El Palacio de Los Deportes están todas encendidas, le echo un vistazo al recinto, no parece estar ni a la tercera parte de su capacidad, quién sabe si se llene. Le doy un sorbo a la cerveza, está tibia, su sabor me remonta a otros tantos conciertos en El Palacio de los Deportes, todavía es temprano, este concierto está anunciado a las 8 y media. No habrá banda telonera.

El tipo de Ocesa mueve la cabeza de un lado a otro, muy rápido, tiene una sonrisa maliciosa, nos pregunta (en voz baja) si queremos pasarnos a la Sección General A, «Nada más me dan mi propina», o algo así, murmura (y me pregunto qué tendrá en mente, a cuánto ascenderá su concepto de propina), y su sonrisa me recuerda a la de los villanos de las películas de Disney, esos que se frotaban las manos cuando planeaban cómo salirse con la suya, y ahora ya estoy teniendo un flashback de esas aburridísimas tardes de sábado en casa de Omar, quién sabe por qué mi mamá pensaba que era genial ir a casa de mi tía al menos un sábado al mes, pero pasábamos toda la tarde viendo películas de Disney mientras la tía Ofelia nos servía unas abominables botanas hechas a base de brócoli y espárragos que parecían ser una delicia para Omar. Apenas estábamos en el kínder o entrando a la primaria. La tía Ofelia también nos preparaba infusiones de pasiflora y valeriana que tenían en un estado semicatatónico a Omar (pensándolo bien, mi tía era sobreprotectora), y, por otra parte, siempre había algo angustioso en esas películas de Disney, me parecían tan abominables como las botanas y las infusiones que preparaba la tía Ofelia, desde niño ya era aprehensivo, no necesitaba angustiarme de más porque un cazador asesinaba a la madre de Bambi y lo dejaba huérfano ni porque la bruja quería envenenar con una manzana a Blanca Nieves ni porque Cenicienta estaba bajo un hechizo y nadie sabía que lo único que podía salvarla era el beso de su príncipe azul; no necesitaba enterarme a esa edad que la gente es insensible, envidiosa y mala. (Tengo un insight: tal vez aborrezco las películas de Disney y creo que esas tardes eran aburridísimas, pero, más bien, eran angustiosas.)

«¿Qué dicen, amigos?», insiste el tipo de Ocesa. 

Todo esto resulta irónico, hace tres meses salía con Beatriz y hace poco más de un mes Beatriz me dejó y volvió con su ex, un tipo que, precisamente, trabaja en Ocesa; de hecho, Beatriz me contó varias anécdotas de él, que el tipo fue una especie de guardaespaldas de Marilyn Manson cuando su banda vino al DF a cerrar la gira de Antichrist Superstar, que Manson estaba lleno de cicatrices, de cortadas con objetos punzocortantes, que el tipo de Ocesa los acompañó a él y a Twiggy Ramírez en una camioneta, un par de días antes del concierto, al Mercado Sonora, que los rockstars buscaban a alguna bruja, que estaban fascinados con El Mercado Sonora...; Beatriz también me contó que el ex acompañó a Shirley Manson y a Butch Vig a dar un rol por la Condesa cuando Garbage vino a tocar al Metropólitan por primera vez, cosas así (¿qué edad tendrá el tipo...?, esto no pasó hace más de tres años pero me parece que es un veterano ya), y quién sabe qué, de todo esto, pasó, y qué tanto, de todo esto, fue rollo del tipo para impresionar a Beatriz, el punto es que ella y él están juntos de nuevo, que ella terminó conmigo a finales del semestre escolar, en la estación Copilco del metro, y que me dijo que casi no salíamos a ningún lado, que tampoco hablábamos por teléfono muy seguido, que parecíamos más “amiguitos de la escuela” que novios; en fin, todo esto es irónico, ¿qué tal si este tipo de Ocesa es el mismo tipo de Ocesa del que hablaba Beatriz?, ¿qué tal si este tipo que nos ofrece pasarnos a la Sección General A es el actual novio de Beatriz...?, ¿qué tal si, en un mundo paralelo, Beatriz y yo estamos aquí...?, aunque a ella no le gustan los Smashing Pumpkins, es más de rock en español, Julieta Venegas, Jarabe de Palo, Santa Sabina... Caifanes.

Mmmh, ahora estoy pensando en el cassette que me regaló Beatriz cuando empezamos a salir, siempre me dedicaba una canción de Jarabe de Palo, creo que hablaba sobre la importancia de expresar emociones y buscar apoyo en los demás, quién sabe qué impresión tenía Beatriz de mí. 

En el presente, tú y yo nos quedamos en silencio y me miras y me sonríes y te pasas el cabello por detrás de una oreja –¡cuánto me gustan tus orejas!–, todas las luces están encendidas en El Palacio de Los Deportes, y me sumerjo en la calidez que brota de la fuente de tus pupilas color almendra, es como un abismo o una ventosa, y no te lo he dicho pero tus pupilas me hacen pensar en la Semana Santa, en esa atmósfera de la crucifixión de Jesús en Iztapalapa y en la película de Scorsese, a veces no entiendo por qué pienso las cosas que pienso, pero, casi siempre, desde que nos conocimos, la calidez que brota de tus pupilas que son un abismo y una ventosa me desconcierta, me vuelve loco, me llena de ímpetu, me incita, y me dan ganas de abrazarte, me dan ganas de devorarte. 

Ahora estoy pensando en esta canción —“Pug” se llama— de Billy Corgan, que, por cierto, es una de las pocas canciones que me gustan del último álbum de estudio de su banda, lo compré en El Chopo a mediados de junio y no he dejado de escucharlo, y cuando entro en este estado de trance al ver tus pupilas y tener la experiencia de que son un abismo o una ventosa, mueves algo dentro de mí, y de pronto ya no soy esta especie de gnomo colérico que no expresa emociones pero que quiere destruir cosas por aquí y por allá y me relajo, y tú me tranquilizas –aggh, este es un horrible lugar común, pero eres como una iv de morfina que estalla en mi médula espinal.

En fin, el tipo de Ocesa insiste, pero no soy corrupto y además no traigo mucho dinero, apenas lo suficiente para algunas cervezas más (a precio de concierto) y apenas para el taxi de vuelta a tu casa, vives en la Del Valle, ya veré cómo hago para volver a mi casa (queda a quince minutos de El Palacio de Los Deportes), he calculado que el concierto no terminará más allá de las 11, y entonces le digo que no, que no queremos que nos pase a la Sección General A, estamos en la Sección C, casi junto a una de las entradas a la Sección General A, desde aquí parece que tendremos una buena vista del escenario, excepto que el recinto no está ni a la tercera parte de su capacidad y es difícil predecir cuánto cambiará la perspectiva cuando comience el concierto, y el tipo de Ocesa mete la cabeza en los hombros y dice algo como «Si cambian de opinión, estaré por aquí» y se aleja pero a los segundos lo veo acercarse a otra pareja y seguramente les tira el mismo rollo porque al cabo de no más de un par de minutos los hace pasar a la Sección General A, jaja. 

Vuelvo a mirarte, algo se mueve dentro de mí, nos conocimos a finales de julio, en la fiesta de cumpleaños de uno de los tipos del taller de creación literaria al que me inscribí cuando Beatriz terminó conmigo y empecé a apreciarla (en verdad es así: soy tan estúpido que no valoro en su justa medida a quienes me quieren sino hasta que ya son historia: Beatriz era una buena chica, tal vez un poco absorbente, sumamente afectuosa y un poco cursi –¡le gustaba Jarabe de Palo–, tenía expectativas muy altas de mí, pero me quería, y al principio de nuestra relación decía que podía enamorarse perdidamente de mí); en fin, no sé qué piensas de todo esto, creo que no te gustó mucho que se nos acercara el tipo de Ocesa, sólo quiero abrazarte, sólo quiero devorarte, sólo quiero sentirte cerca, “Pug” se repite una y otra vez en mi cabeza, leí en una revista que es una compleja canción que habla sobre la contradicción del amor, sentirse atrapado entre la comodidad de una relación y el deseo de salir al mundo exterior, quién sabe, Billy Corgan escribe buenas canciones, es un mamón pero es muy ingenioso, aún recuerdo cómo pasaba mis tardes en los últimos años de prepa escuchando Mellon Collie & The Infinite Sadness, y, en fin, esta canción es una de las pocas canciones de Adore que me gustan, y es el 11 de agosto de 1998, hace más o menos un mes Francia ganó la final del mundial de futbol en el Stade de France, las vacaciones de verano se están muriendo, no hemos cumplido ni la mayoría de edad y quién sabe si volveremos a vernos cuando tú vuelvas a clases, también cursarás el tercer semestre de Psicología pero en la UIC, y yo volveré a la Facultad de Psicología de la UNAM –ya te dije que preferiría cambiar de carrera, que no me veo como psicólogo clínico, que no me veo en un consultorio, que me veo en un laboratorio, que quisiera dedicarme la investigación básica y que no sé si quiero estudiar un posgrado, porque ése parece ser el camino, que el trabajo es escaso en la academia, que las plazas ya están apalabradas, que me cuesta mucho conectar con la gente, que la gente suele decirme que siempre parezco estar enojado, que parezco un gnomo colérico que quiere destruir todo por aquí y por allá, tú misma me dijiste eso cuando nos conocimos en el cumpleaños de Leonardo y platicamos sobre este concierto de los Smashing Pumpkins... –¿quién diría que asistiríamos juntos?–, cuando nos tomábamos unas Heineken y escuchábamos Mellon Collie & The Infinite Sadness y me decías que esperabas que los Pumpkins tocaran algo de Gish y de Siamese Dream en El Palacio de Los Deportes, y añadiste «pero ya ves que en Europa sólo han estado tocando Adore y versiones muy raras de Mellon Collie...», ¡uff!, siempre estás informada, quién sabe qué dirías si te contara las anécdotas del novio de Beatriz, quién sabe qué me dirías si te dijera que he estado pensando en Beatriz mientras le doy sorbos a esta tibia cerveza de concierto, tal vez terminarías conmigo, aún no sé si te cae mal Manson, si crees que es satánico, si eso te da risa, si eso te asusta –Beatriz era una santa–, aún no sé si te gusta Garbage, no hemos salido más que cuatro o cinco veces, nos conocimos hace un mes, sólo quiero abrazarte, sólo quiero sentirte cerca, sólo quiero devorarte, que me cuentes secretos al oído.

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