sábado, junio 04, 2022

Solicitudes de amistad y contactos fantasma



Sueño un sueño absurdo en el que Thurston Moore se limpia la nariz escandalosamente y luego me dice en español que quiere comprarme una de mis guitarras eléctricas y que me contará algo que nadie sabe sobre la muerte de Kurt Cobain, mientras J Mascis bosteza y parece estar harto de los dos. 

En la realidad, siento las piernas adormecidas, como si me hubiera pasado un tren encima, y también siento unas irresistibles ganas de orinar, como, después de cierta edad, ocurre todas las mañanas.

Despierto. Jax está acostado en mis piernas. Él es el tren que me ha pasado encima. 

Aplazo el momento en el que ya no podré resistir más las ganas de orinar, y miro el reloj en la mesita de noche. Son las cinco de la mañana. Si me levanto de la cama, me pondré a hacer mil cosas –medirme la glucosa, recoger la arena de los gatos, darles comida blanda a los gatos, ponerme ropa deportiva, salir a correr– y ya no volveré a la cama. Quiero descansar un poco más. 

Enciendo mi teléfono y me meto a Facebook. Ayer hice un experimento –compartí lo que opino sobre un tema de interés popular y después compartí una nota absurda sobre el mismo tema, excepto que la escribió un líder de opinión, de esos que están en todas partes, atacando o defendiendo un punto de vista, dependiendo de quién le pague más–, y tengo curiosidad por saber qué pasó: cuántas reacciones tiene cada publicación. 

A diferencia de mi publicación –que no obtuvo ninguna reacción–, la publicación del líder de opinión obtuvo veinte reacciones en mi muro. Seis de mis contactos incluso compartieron esa publicación desde mi muro. No me sorprende. Siempre he sabido que las cosas son así: que la gente, incluso la que conozco (o, principalmente, la que conozco) le da más crédito a los líderes de opinión, aunque sean unos tontos y digan obviedades, y aunque opinen de un tema que no conocen y que yo sí conozco (porque tengo publicaciones sobre ese tema en revistas evaluadas por pares, o porque he impartido cursos sobre ese tema en la universidad).

Siento un hueco en el estómago y una especie de calambre en la vejiga, pero aún puedo aplazar la hora de levantarme de la cama, y me pregunto de dónde salieron todos estos contactos que tengo en Facebook. Exceptuando a mis familiares, a mis colegas y a los conocidos con quienes he convivido en alguna etapa de mi vida –la primaria, la secundaria, la prepa, la universidad–, a la mayoría del resto de los contactos que no entran en esa categoría los conocí y los traté personalmente. Pienso en el número del antropólogo Robin Dunbar. Alguien me contó que él estima que una persona está conectada socialmente con 150 personas y que esa proporción está relacionada con el tamaño de la neocorteza. O algo así. 

Casi ya no puedo aplazar las ganas de orinar, pero hago algunos cálculos: yo tengo 296 contactos en Facebook; de esos 296, alrededor de 80 han interactuado conmigo alguna vez; de esos 296 contactos, alrededor de 200 nunca han interactuado conmigo (ni siquiera cuando comparto fotografías de perros o de gatos).  

Una serie de preguntas cruzan mi mente: ¿qué sentido tiene que seamos contactos en Facebook, si no hay interacción?; estos contactos fantasma, ¿sólo están al pendiente de lo que me pasa, para saber cuándo me pasan cosas malas?; estos contactos fantasma ¿sólo aceptaron por cortesía mi solicitud de amistad...? 

O ellos me enviaron personalmente solicitud de amistad, o yo les envié solicitud de amistad, pero el punto es que aceptamos, y yo esperaría que hubiera un trato más cercano, incluso en la virtualidad de Facebook, al menos una vez al año, pero tengo Facebook desde el 2009, ó desde el 2010, y estos 120 contactos nunca han interactuado conmigo. 

Sé que es probable que algunos de ellos no compartan mis intereses o que les valga madre mi vida, pero yo mismo ocasionalmente interactúo con los contactos con los que no comparto intereses. Les pregunto por cortesía cómo les va o cuántos años tienen los niños (¿sus hijos?) que salen en las fotos que comparten en sus muros. A veces hasta he compartido las publicaciones de algunos de mis contactos –cuando, por ejemplo, darán una plática o un concierto, o recibieron algún reconocimiento, o cuando abrieron un negocio, y están compartiendo esa información en sus muros–, pero nunca ha habido reciprocidad y paulatinamente he dejado de hacerlo. He sido ingenuo. Katz insiste en que a la mayoría de la gente le gusta estar al tanto de lo que uno hace, pero que en realidad no le importa lo que haces. Yo insisto en que debería haber un mayor acercamiento con la gente a la que tienes entre tus contactos de Facebook, al menos ocasionalmente.

No recuerdo si a la mayoría de estos contactos fantasma yo les envié solicitud de amistad, o si fue al revés. Lo que sí sé es que a algunos de estos contactos los he dejado de seguir porque me han aturdido, molestado o aburrido con sus publicaciones. Tengo curiosidad por saber cuántos han hecho lo mismo conmigo. 

He dejado de seguir a quienes sólo suben fotografías de los lugares exóticos a los que viajan cada fin de semana, o de los restaurantes en los que comen cada fin de semana, o de los eventos del año a los que asisten cada fin de semana (desde un partido de futbol en El Estadio Azteca, hasta una carrera de autos Fórmula 1 en El Autódromo Hermanos Rodríguez, o un concierto de Café Tacuba o de Ricardo Arjona o de OV7 o de Silvio Rodríguez en El Auditorio Nacional), o de bodas o de cumpleaños. 

Por absurdo que parezca, algunos de ellos, ocasionalmente, han compartido fotografías de los automóviles que acaban de comprarse. Algunos incluso le han puesto un moño de regalo en el cofre a su auto recién comprado y han posado junto a él.  

A otros contactos fantasma los he dejado de seguir por obtusos y por su falta de empatía. Algunos de ellos son superficiales y envidiosos –se nota a kilómetros de distancia–, y sólo comparten posts de los líderes de opinión que refuerzan sus “ideologías políticas”; otros, casi exclusivamente comparten memes y sólo comentan mis publicaciones cuando pueden corregirme o cuando creen que saben exactamente cómo pienso. 

También admito que pude haber ofendido accidentalmente a algunos de mis contactos fantasma con alguno de mis posts. Quién sabe cuántos de estos contactos que no sigo, también dejaron de seguirme. Tengo curiosidad por saber cuántos han hecho lo mismo conmigo. 

A otros contactos fantasma que tengo en Facebook, los conocí como profesor. Tampoco recuerdo si yo les envié solicitud de amistad, o si fue al revés, pero supongo que, al principio de los tiempos, cuando todo era caos y oscuridad en Facebook, cuando abrí mi cuenta de Facebook, yo les envié solicitud de amistad. No me interesaba saber a qué se dedicaban o qué hacían, sino mantenerme en contacto con ellos. Quién sabe por qué. Supongo que sólo quería tener muchos contactos en Facebook. 

Desde al menos hace cinco años que no le envío solicitud de amistad a ningún ex alumno, pero ocasionalmente sí acepto solicitudes de amistad de ex alumnos. Algunos ex alumnos son respetuosos –sobre todo aquellos a quienes les di clases hace más de diez años– y algunos ex alumnos son insolentes –sobre todo los de las generaciones a los que les impartí una o dos clases hace cinco años, cuando estaba en el posdoc y traía el cabello teñido de azul, cuando acababa de ponerme dos pendientes en el lóbulo izquierdo y cuando algunos profesores me invitaban a impartir alguna clase en sus cursos–, y, ahora que lo pienso mejor, estos ex alumnos más jóvenes crecieron en un mundo virtual en el que la comunicación es totalmente distinta a la comunicación a la que estamos acostumbradas las generaciones más viejas. 

Quizá estos jóvenes que crecieron en un mundo virtual se sienten protegidos y alentados por otros jóvenes iguales que ellos, y quizá terminan creyendo que todos somos iguales, que las formalidades académicas son de un siglo anticuado y que los grados académicos no importan ni siquiera en el ambiente académico.

También hay excepciones a esta regla. También hay ex alumnos que conocí hace más de diez años y que no son respetuosos y que se dirigen a mí exclusivamente cuando necesitan algo de mí, o que comentan mis posts con ironía (a veces, cuando subo un post en el que toco la guitarra y canto, me han recomendado afinar la guitarra en otro tono y usar un tono más grave para cantar) o con la intención de polemizar (como si me vieran como un gran amigo suyo, al que conocieron desde el kínder). También hay ex alumnos que incluso se roban mis posts y que los hacen pasar como suyos y que luego se hacen las víctimas porque les digo que eso está mal. 

También hay ex alumnos que están tan metidos en la inercia de las redes sociales, que creen que los profesores nos quedamos estancados en el siglo XX, y que no sabemos qué es un gadget o qué es funar, o cómo se sube un video a YouTube, y que sienten la obligación de explicarte cómo encender una computadora.

Basta ya. No puedo seguir perdiendo el tiempo, ni aguantar más las ganas de orinar. Tengo que levantarme de la cama, tengo que ir al baño y luego tengo que lavarme las manos y la cara, y luego tengo que cepillarme los dientes. 



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