martes, junio 14, 2022

Antes de escribir


Estoy de vacaciones, pero es relativo: no es probable que salga a la playa, ni a ningún lugar similar, y tengo trabajo en casa. No sólo tengo que estudiar, corregir un artículo de revisión, preparar algunas presentaciones, exámenes y documentos administrativos, sino que también debo realizar el trabajo que requiere una casa y el trabajo que demandan tres gatos en una casa. 

Cuando me despierto en la zona para escribir, después de medirme la glucosa (como hago desde hace más de un año, diariamente) y antes de salir a correr (más o menos cada tercer día), voy resolviendo cada una de las cosas que requiere la casa: darles comida blanda a los gatos, buscar a Jackson (siempre hay que darle de comer en algún lugar poco convencional), limpiar el vómito de los gatos, cambiarles el agua a los gatos, limpiar el arenero de los gatos, barrer el espacio donde está el arenero de los gatos, sacar al patio la basura y la arena sucia de los gatos, trapear el espacio donde está el agua de los gatos, ... Si salgo a correr, hasta este punto hago una pausa; si no, me pongo a lavar los trastes (claro que antes me lavo las manos, independientemente de si salgo a correr, o no; y no deja de sorprenderme la cantidad de trastes que usamos sólo dos adultos en casa; me han tocado lavar 13 cucharas, 7 tenedores, 4 cuchillos, 6 platos hondos, 3 platos largos y 3 tuppers tan sólo de dos comidas.) Ocasionalmente, cuando tengo menos trabajo académico, también barro y trapeo. Para cuando termino de hacer todas estas cosas, estoy cansado y ya no me siento en la zona. Reposo unos minutos y se me ocurre revisar twitter

Twitter parece un mundo paralelo al mundo en el que acabo de hacer todas estas cosas: residentes de Coyoacán o de La Condesa o de Polanco o de Los Ángeles o de Miami, que le reclaman al presidente la tala de árboles en reservas ecológicas o que denuncian la inseguridad en sus lugares de residencia, pero que ignoran la privatización de playas en La Riviera Maya o los atroces asesinatos que ocurren en el Estado de México; personas que se dedican a la comedia 24/7, que no viven en México y que se burlan del AIFA mientras abordan un avión con destino a Estados Unidos en el Charles de Gaulle; personas que escriben novelas y poemas juveniles pero que se comportan como si fueran intelectuales del mundo, que opinan de todo –desde su perspectiva y con un dejo de superioridad moral– y que tienen amigos que los patrocinan incansablemente en medios masivos de comunicación; personas que abandonaron el TEC porque tuvieron la oportunidad de actuar en una película de Fernando Sariñana y que ya tienen una docena de películas similares en las que siempre interpretan al mismo tipo de personaje, tuiteando sobre “el nuevo guión” que acaban de escribir o sobre su próxima película; personas que estudiaron en “una escuela de escritores”, que se venden en redes sociales con etiquetas burdas que van dirigidas a jóvenes sin criterio y que escriben guiones para Netflix o para HBO, adelantando en twitter su nuevo proyecto –una trama en la que los protagonistas tienen mucho dinero y muchas empresas, viven en El Pedregal, y lidian con los problemas de la clase alta; personas que vuelven a México después de realizar una maestría en algún conservatorio de música en El Reino Unido y que graban su podcast o su vlog, desde un estudio en La Roma en el que todas las paredes están tapizadas de guitarras signature que cuestan más de $100, 000 MXN –¡cada una!–, para hacer bromas sobre “el idiota de Palacio Nacional”; personas que entraron a trabajar a ESPN o a FOX antes de terminar su licenciatura en el ITAM y que cobran un sueldo por hablar de futbol o de basquetbol en tv, aprovechando su fama para tuitear cualquier idiotez “política” que les contarían a sus amigos en un desayuno en el CrepesWaffles de Perisur; personas que usan twitter para anunciar todo tipo de productos –desde cuchillos para que te cortes los dedos, hasta curitas para que te los pongas en los dedos que te cortaste con los cuchillos–, tuiteando sobre la frase que se les quedó en la cabeza del último libro de superación personal que leyeron... 

Estos usuarios de twitter que se quejan amargamente del gobierno y que lo culpan de las precariedades económicas –sus “infiernos personales”– con las que han tenido que lidiar desde diciembre del 2018, siempre me hacen pensar en adultos que siguen viendo el mundo como si fueran niños. (A lo mejor, sus vidas han sido relativamente fáciles y por eso no tienen perspectiva). 

Ya estoy enojado y ya se me olvidó qué era lo que quería escribir antes de revisar twitter y no puedo evitar preguntarme a quién apoyarían estas personas quejumbrosas, si tuvieran que recoger todos los días la arena de sus gatos, si tuvieran que lavar trastes todos los días, si tuvieran que barrer y trapear sus casas todos los días, si tuvieran que prepararse sus alimentos y usar transporte público todos los días (o hacer cosas más horribles y en peores condiciones), antes de ponerse a hacer las cosas que les apasionan.

En twitter también está el otro lado de la moneda: gente que defiende a ultranza al gobierno y que sólo tuitea sobre eso y sobre cómo la oposición es superficial y ridícula, pero, generalmente, en comparación con quienes odian al gobierno, no tuitean desde Los Ángeles o desde la sala de espera del Charles de Gaulle o desde Crepes & Waffles o desde algún estudio de grabación tapizado con guitarras eléctricas signature

En fin, todos vivimos en una burbuja, pero no todas las burbujas son iguales: algunas son más resistentes que otras y algunas son más bonitas que otras.

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