viernes, agosto 01, 2025

I found the key but I return to find an open door

 


Tengo esta canción en la cabeza, la escucho una y otra vez, apenas van a dar las seis de la mañana, entre sueños ya estaba escuchándola, cuando apareciste de la nada y me dijiste cosas que sólo se dicen en los sueños, independientemente de que signifique algo lo que me dijiste en el sueño y de que tus palabras son como un huracán el punto es que tengo esta canción en la cabeza, no he dejado de escucharla desde que revisé mi correo-e, la UNAM me abrió una cuenta para firmar el acta de un examen de grado al que asistí ayer como jurado, independientemente de que tengo mi opinión respecto al desempeño del estudiante y al discurso de las redes sociales institucionales que felicitan a todos los alumnos que concluyen un nivel de formación académica el punto es que tengo esta canción en la cabeza, la puse en un loop en Amazon Music, antes de salir a desayunar la toqué en la guitarra, independientemente de que es una canción súper sencilla y que hacía tiempo que no la tocaba el punto es que tengo esta canción en la cabeza y que cuenta una anécdota de Eddie Vedder y de Matt Lukin, pero lo que realmente importa es que ya son las cuatro de la tarde y que la endogamia académica también aparece en correos electrónicos, podría contarte decenas de detalles sobre el futuro ganador de este concurso del que me enteré hace una hora y que cierra el 5 de agosto a las 5 pm, pero ¿vale la pena?   

sábado, julio 19, 2025

The waiting drove me mad


Durante casi 20 meses consecutivos había estado corriendo “los experimentos”, todos los días, exceptuando uno que otro domingo, a las 8 AM. Nada ni nadie habían interrumpido esa rutina (“el amor por la investigación” y mi ingenuidad me cegaron y me hicieron creer que trabajar hasta en días feriados y en vacaciones, sin cobrar un centavo, eran la mejor forma en la que podía invertir mi tiempo y que me darían, tarde o temprano, la oportunidad de tener una plaza de académico de tiempo completo), pero, en fin, esa mañana rompí mi rutina. Las palomas, las cajas operantes de Skinner, Francis Mechner et al. y el laboratorio de Aprendizaje y Conducta Adaptativa, tuvieron que esperar. Pearl Jam había anunciado 2 fechas por primera vez en México, vendrían de gira con Riot Act –su séptimo álbum de estudio, lanzado apenas en el 2002, un álbum influenciado por el clima político y social que siguió a los atentados de Las Torres Gemelas y a la administración del “Texas leader”–, y esa mañana salían a la venta los boletos. 

Algunas estaciones del metro estaban en reparación. Después de esperar el RTP que me llevó hasta Velódromo, crucé a pie el puente de Río Frío y luego la ESEF y ese largo pasaje en el que confluyen unas canchas de futbol rápido y la calle en la que suelen ponerse los vendedores de mercancía pirata en los días de concierto. Apenas iban a dar las 7 de la mañana cuando llegué al Palacio de Los Deportes, pero ya había cientos de personas formadas en las taquillas. Parecía que había un casting para salir como extra en Singles, esa comedia romántica de 1992 donde Janet Livermore y Cliff Poncier fueron un pretexto para que Cameron Crowe mostrara la inminente explosión del grunge en Seattle, con cameos de Alice In Chains y de Chris Cornell y con Jeff Ament y Eddie Vedder en papeles secundarios. 

Traía mis walkman para matar el tiempo, así que me acomodé los audífonos, probablemente escuchaba Vs –uno de mis álbumes menos favoritos de PJ–, o la radio. Tomé mi lugar a varios kilómetros de distancia de las taquillas, entre toda esa gente melenuda con Levi’s, Martens y camisas de franela, y esperé. PJ nunca había sido mi banda favorita, mi devoción por Kurt Cobain me impedía apreciar su música, más bien creía que Vedder era un oportunista –lo delataba su desastroso pasado con Bad Radio, cuando era un desesperado imitador de Anthony Kiedis– y también creía que todo ese lío legal que PJ había armado en contra de Ticketmaster en la gira de Vitalogy sólo era mercadotecnia. Sin embargo, la chica con la que salía entonces era súper fan de la banda y me había convencido de que no podíamos perdernos ese concierto, así que allí estaba, en una especie de soledad compartida, con toda esa gente. 

Alrededor de las 9 AM, un tipo esparció el rumor de que se habían agotado los boletos para los dos conciertos. Casi de inmediato, otro tipo esparció buenas noticias: Vedder y compañía acababan de abrir una tercera fecha. Sintonicé la radio en mi walkman (o eso creo) y Rulo, “el profeta de la radio pública para dummies”, lo confirmó. Así que sólo tenía que seguir esperando. La fila avanzaba lentamente, mientras escuchaba una y otra vez Vs, mientras me preguntaba una y otra vez cómo habría sido mi vida si hubiera estado consciente de la escena musical de Seattle en septiembre y en octubre de 1993, cuando salieron a la venta In Utero y Vs, cuando In Utero vendió alrededor de 200, 000 copias en su primera semana de lanzamiento, cuando Vs vendió más de 900, 000 copias en los primeros cinco días de su lanzamiento, cuando yo sólo era un mocoso de secundaria y convivía con otros mocosos que sólo tomaban Tecates a escondidas y que no sabían ni quiénes eran los Caifanes..., ¿habría seguido el camino de la academia, o me habría convertido en un imitador de Cliff Poncier...?

Tal vez dieron las 11 AM, cuando compré tres boletos: uno para la chica que me había convencido de ir a ese concierto, uno para Diego –mi hermano, el menor, que estaba terminando la secundaria– y uno para mí. Tal vez no me quité los audífonos y continué escuchando Vs, tal vez caminé de vuelta hasta Velódromo y transbordé en Centro Médico, tal vez caminé desde Copilco hasta la Facultad de Psicología y fui al laboratorio de Aprendizaje y Conducta Adaptativa, tal vez me encargué de correr las últimas sesiones experimentales, no lo sé. Lo que sí sé es que estuve en el concierto de PJ del 19 de julio del 2003 en El Palacio de Los Deportes, fue un sábado y llovió, y me tomé una o dos cervezas, teníamos unos lugares horrendos, PJ abrió con “Wash”, la banda tocó 3 canciones consecutivas, después de “Given to fly” hicieron la primera pausa del concierto y Eddie dijo algo como: «Sábado por la noche en México... Hablo español un poco... Lo siento...», y la gente lo ovacionó. Somos un público fácil. 

En el concierto –que fue el último de la gira Riot Act por Latinoamérica y que transmitieron en vivo por radio a toda Latinoamérica– pasó de todo: Vedder llamó por teléfono a Marky Ramone, unos mariachis se subieron al escenario y le cantaron “Las Mañanitas” a Stone Gossard, Corin Tucker –la guitarrista y cantante de Sleater-Kinney– también se subió al escenario y acompañó a PJ a cantar “Hunger Strike”, las dos o tres últimas canciones las pasaron casi en directo por Telehit... 

Hoy también es sábado, a lo mejor llueve por la tarde, a lo mejor escucharé un rato Riot Act y trataré de pensar en que no han transcurrido ya 22 años.

sábado, julio 12, 2025

People You May Know

«Si no estás de acuerdo conmigo, si te gustó la película de Eggers y si no sabes tanto de Murnau como yo, eres un limitado cognitivo, sobreestimas tus capacidades...», dice, más o menos, este crítico de cine que quién sabe de dónde salió (su biografía dice que vive en la Narvarte y que no le gusta presumir pero que, jajaja, sí te presume que ha publicado varios libros), y en esta ¿columna de opinión? mete a la fuerza el taquillero “efecto Dunning-Kruger”. Independientemente de que quién sabe si el medio digital en el que escribe es como una revista “de cuates” —sin evaluación por pares— o como un Conozca Más del cine, y de que sólo bastó que sus cuates confiaran en que es un experto en el tema y que escribe cosas chidas “que vale la pena leer”, su diatriba me ha puesto a pensar en varias cosas. 

No conozco personalmente a ningún crítico de cine, pero varias veces me he encontrado en otras redes sociales a expertos alardeando sobre los filmes de Kurosawa, de Tarkovski y de Lynch, criticando a “los mortales” que no han visto cine de culto, y luego me los encuentro recomendándoles Cindy, la regia a sus followers. Debe de haber excepciones, gente con más respeto hacia las opiniones de los demás, pero siempre me ha desconcertado la actitud de los críticos de cine que he leído –¿son intelectuales exquisitos, o no...?–, y, en general, también me ha desconcertado la actitud de los cinéfilos. En enero fui a ver al cine Nosferatu de Eggers, no soy súper fan de la literatura epistolar ni de la ficción gótica, pero ya había visto Drácula de Coppola y ya había leído a Mary Shelley, a Poe, a Lovecraft, a Lord Byron, a Polidori, a Wilde, a Le Fanu... y se me ocurrió comentar en Threads que la película de Coppola era una caricatura en comparación con la de Eggers, que esa historia de amor entre Mina y Drácula, y que Drácula paseándose con gafas de sol por una ciudad europea, estaban fuera de sitio, y eso bastó para que un puñado de sus seguidores se me fueran encima. «Seguramente no has visto la película de Murnau...», «Seguramente no has leído la novela de Stoker...», decían, por ejemplo, los más suavecitos. (Pensándolo un poco mejor, no sólo lo críticos de cine son soberbios e intolerantes: tal parece que los amantes del cine de culto, también.) En fin, leí la novela de Stoker y vi la versión de Murnau, y sigo creyendo lo mismo: la película de Coppola es una caricatura en comparación con la de Eggers, esa historia de amor entre Mina y Drácula, y Drácula paseándose con gafas de sol por una ciudad europea, están fuera de sitio.

Quiero pasar de largo, No tengo por qué leer esta columna de opinión, me repito, pero me la encontré por accidente, acabo de revisar un paper para Frontiers In Endocrinology, acabo de concluir un taller de inducción a la docencia de la Ibero, acabo de leer un paper de Neuroscience Biobehavioral Reviews –no tengo cuates con un medio subvencionado en Internet, pero tengo este blog y en mi blog a veces también presumo lo que hago– y necesito urgentemente un descanso, así que hago lo más fácil, lo que sería, técnicamente, como una recaída, tengo varias redes sociales y casi nunca me aportan nada, pero mi cerebro, hambriento de estimulación, me controla: me meto a Facebook y entonces Facebook me sugiere como amistad al autor de la columna de opinión—también llama “ridículo actor” a Willem Dafoe—, resulta que tenemos un contacto en común (un escritor a quien tampoco conozco en persona), y me engancho con su columna. En mi defensa, además de todas las cosas que hice hoy, he tenido semanas muy ajetreadas: Katz contrajo la enfermedad de crup y luego se quemó un brazo con agua hirviendo, tuve una entrevista de trabajo y preparé una charla de neuroquímica y de psicofármacos para un comité de profesores de la Ibero, fui a un funeral entresemana, estoy un poco desvelado y susceptible, escribo 2 papers en inglés en paralelo, no he podido salir a correr en cuatro días, invertí decenas de horas en la página del SAT, sometí mi décimo tercera solicitud (¡en 8 meses!) para una convocatoria de académico de tiempo completo a una Institución de Educación Superior y escribí mi tercer o cuarto proyecto de investigación en lo que va del año...

Agggh

¡No quiero pensar en estas cosas! ¡Son mi mantra! ¡Son mi maldición! Tal vez no lo parece, pero estar en mis pies es sofocante, unos días más que otros.

Mis pensamientos son hostiles, no necesito leer más hostilidad, me repito, y ahora mismo ya estoy pensando en que Poserhead –el autor que tenemos en común en Facebook el crítico de cine y yo– también entra en esa categoría de gente que puede vivir del arte y que es un poco soberbia e intolerante, que no sabe nada de neurociencias pero que de pronto lee una columna amarillista del tipo «¡Estudio revela por qué a la gente le gusta Bad Bunny!» que no habla más que de lo que todo mundo sabe, que la dopamina, que la oxitocina, que el placer... Y, sin embargo, actúa como si tuviera un PhD en neurobiología de las adicciones. Algunas veces, Poserhead, en La Locura, escribe reseñas chidas, sabe muchas cosas de la historia de la música, sobre todo de Lemmy Kilmister, Ozzy Osbourne y compañía, pero otras veces despotrica en contra del gobierno y llama “simios” a quienes no piensan como él; es un tipo diplomático, le he comentado una que otra cosa sobre estos temas en sus redes sociales y se toma el tiempo para contestarme razonablemente, quizá no soy capaz de entender su punto de vista porque nunca he vivido en un mundo elitista, pero, en fin, creo que es publicista, su más reciente libro de relatos fue publicado hace no más de medio año, es un libro que sólo venden en librerías “underground”, algunas reseñas prometen que es una especie de crónica subversiva de la historia del punk rock. Sin embargo, casi cada vez que entro a Facebook para distraerme y me topo con algún post suyo, él revela su verdadera actitud de ultraderecha: a la gente que no comparte su ideología política, la llama “simios” o “gente que rebuzna”. Por supuesto que, entre un post y otro, no deja de expresar su admiración por bandas como Los Ramones, Black Sabbath y Motörhead, por ejemplo, y reseñar tal o cual festival en el que actuaron “los amigos de cuarta de Bad Bunny” y que fue “una especie de zoológico urbano”. 

No es tan extraño: según Facebook, Poserhead y el crítico de cine, son amigos, al menos en Facebook.

Bueno, ya acabé de leer esta columna de opinión, y ya no puedo evitarlo: en resumen todo mundo usa términos psicológicos, pero casi nadie lo hace bien, no sólo este crítico de cine que llama “personas limitadas que sobreestiman sus capacidades” a quienes no comparten su punto de vista, que Murnau es un chingón y que Eggers es un imitador de cuarta de Murnau –¿dónde habrá leído sobre “el efecto Dunning-Kruger”?–, y que no se da por enterado de que todo lo que escribió en su columna lo hace ver como un ejemplo del efecto Dunning-Kruger, tampoco se da cuenta de que sobreestima el conocimiento del que alardea, que cualquier persona con un IQ un poco arriba del promedio y con 5 minutos ociosos para surfear en Internet, podría aprender lo mismo. (Te recomiendo buscar en Internet sobre la vida y la muerte de Murnau, sobre las maldiciones asociadas a Nosferatu; tal vez te parecerá entretenido). 

Uff

Todo mundo usa términos psicológicos, pero casi nadie lo hace bien, como ese otro escritor de cuyo nombre no quiero acordarme pero que me dijo en X hace varios años que él no le ponía etiquetas ni a la narrativa de Kazuo Ishiguro ni a la de nadie, pero que le dedicó ¡una columna de 6,000 palabras! a “la disonancia cognitiva” y a los alienígenas, hace unos meses, entendiendo una cosa por otra: usando como etiqueta –y erróneamente–, este constructo, sin saber que la disonancia cognitiva no se refiere a cuando “sigues creyendo en los Fenómenos Anómalos No Identificados, a pesar de ser un adulto”, sino a cuando, por ejemplo, les dices a tus amigos que eres fan de los animalitos –y les presumes que hasta estás afiliado a PETA–, pero también te gusta ir a los toros. Este otro autor –a quien llamaré El Sr. Disonancia–, no sabe que la disonancia cognitiva no se refiere a que crees en cosas que van en contra tus principios, sino a cómo las incongruencias entre lo que decimos y lo que hacemos, actúan como una fuerza motivacional que nos ayuda a reducir esas incongruencias y a sentirnos mejor con nosotros mismos.

Todo mundo usa términos psicológicos, pero casi nadie lo hace bien, y a lo mejor esto se debe a que la mayoría de la gente subestima la psicología y sobrestima sus propias creencias sobre la psicología y el comportamiento humano. 

*Nada es cierto, todo es cierto, una columna que podrías leer en un diario de circulación nacional, si pudiera escribir 24/7.

sábado, marzo 29, 2025

Soy humano y mi destino es ser mortal



Al salir de la casa, mientras desayunaba, leí en algún portal de internet que hoy cumple 70 años Bruce Willis, ahora estoy en la sala de espera del aeropuerto, a menos de 10 minutos de subirme a un avión, con los audífonos puestos, escuchando esta canción de Los Babasónicos, que, según sus fans, «está cargada de simbolismo y misticismo, y explora temas como la mortalidad, la redención y la condena». (Al menos eso recuerdo que encontré aquella tarde en la que decidí romper con la costumbre y escuchar rock en español y le pedí a Alexa que tocara algo de Draco Rosa y lo hizo y a continuación reprodujo “Seis vírgenes descalzas” y, ¡sorpresivamente!, me encantó y luego busqué información sobre el significado de la letra de esta canción de la banda de Buenos Aires).

Trato de enfocarme en cómo la canción es una especie de shot intravenoso de algún compuesto químico de los que mitiga el dolor físico y emocional y que además produce amnesia; no quiero pensar en el presente, no me gusta mi realidad; no quiero pensar en que no me gusta viajar en avión, en que, en mis más recientes vuelos, he tenido ataques de ansiedad; no quiero pensar en que podría estar a 10, 000 pies de altura sintiéndome atrapado, en una jaula; en que no habrá escape; en que todo estará en mi mente y en que, sin embargo, no podré hacer otra cosa más que cerrar los párpados y esperar a que el ataque termine.

Dárguelos canta, dice algo como «Soy humano y mi destino es ser mortal...», y aunque esta frase no tiene nada que ver con lo que pienso últimamente de mí mismo (creo), cobra un sentido diferente, así que prefiero concentrarme en la escena de Die Hard, cuando John McClane está en el avión que lo llevará a Los Ángeles, y me repito a mí mismo este mantra: «Tarde o temprano aterrizarás, tarde o temprano te registrarás en el hotel, tarde o temprano subirás a tu habitación y allí te podrás quitar los zapatos...»

*Nada es cierto, todo es cierto, una columna que podrías leer en un diario de circulación nacional, si pudiera escribir los 365 días del año.

sábado, marzo 22, 2025

ya pensaré con mayor claridad cuando vuelva a casa

 


Estoy de pie, recargado en la pared este (¿oeste...?, ¿norte...?, ¿sur...?) del Auditorio Polivalente, me siento exhausto, son como las 11 de la mañana, es el tercer día del Congreso de la SOMIMS, curiosamente mi primer Congreso de la SOMIMS también se llevó a cabo en Monterrey, eran otros tiempos, la ciudad era más insegura, nos recomendaron no salir a ningún lado, quedarnos en el hotel, durante ¡todo el Congreso!, y aun así nos dimos tiempo para salir al Parque Fundidora, apenas estaba preparándome para la entrevista de admisión al Doctorado en Ciencias Biomédicas, ya impartía 2 horas de un laboratorio de Sensopercepción en la Facultad de Psicología de la UNAM, pero no tenía ni idea de lo que me esperaba en la academia, si alguien me hubiera dicho que volvería a un Congreso de la SOMIMS en el 2025 como miembro de la Mesa Directiva y que entonces sería SNII 2, con más de 40 cursos de licenciatura y posgrado y más de 60 pláticas de divulgación de la ciencia y más de 20 papers publicados en revistas evaluadas por pares, pero sin haber sido profesor indeterminado un solo día de toda mi vida académica, tal vez no lo habría creído. Si alguien me hubiera dicho que daría una charla de alteraciones metabólicas asociadas a la restricción de sueño y que coordinaría un simposio al que invitaría a una experta en restricción de sueño y metabolismo, de la Universidad de Chicago, tal vez no lo habría creído. O si alguien me hubiera dicho que pasaría gran parte de una tarde charlando y caminando por la Universidad Autónoma de Nuevo León con un uruguayo experto en adicciones y orexinas/hipocretinas, del Sleep Research Center de la UCLA, tal vez tampoco lo habría creído. 

| «¿Cómo dijiste...?

«Que se le botó un tornillo...»

«Ésa está buena, che...»

«¿Cómo dicen allá...?»

«Que se le descompuso el motor...» |

Si alguien me hubiera dicho que me encontraría casi medio año trabajando sin remuneración económica, viviendo de mis ahorros, lidiando con la frustración de ser SNII 2 sin cobrar el estímulo económico del SNII, que escribiría mi paper #20 en 3 meses y que sería publicado en medio de esa crisis, tal vez habría optado por no estudiar el posgrado en Ciencias Biomédicas y me habría enfocado en la búsqueda de otros intereses: en la escritura de narrativa literaria o en la música, por ejemplo.

Es sábado, deben de ser las 11 de la mañana, ya impartí mi charla, ya coordiné un simposio, la Dra. Erin Hanlon anda por ahí, ayer cenamos y platicamos muchas cosas, mi mente estaba en otra dimensión, no podía pensar en español, mucho menos en inglés, ella me preguntó qué pensamos en México de los ciudadanos de EEUU, si los vemos como vemos a Trump, o si distinguimos entre la administración de Trump y ellos, y también hablamos sobre las IAs y, obviamente, sobre ciencia. 

| «I guess my favorite singer is Prince...»

«Really...? And what's your favorite song?»

«“Starfish and coffee”...»

«Oh...!» |

No he dormido bien, salí de la casa el miércoles, el día que cumplió 70 años Bruce Willis, mientras me dirigía al aeropuerto no podía dejar de pensar en las horribles experiencias que tuve en mis más recientes vuelos en avión, en junio, y tampoco podía dejar de pensar en lo que le decía a John McLane un pasajero del vuelo que los llevaría desde Nueva York hacia Los Ángeles, en Die Hard, esa película que veo casi religiosamente cada 24 de diciembre.

Estoy de pie, recargado en la pared este (¿oeste...?, ¿norte...?, ¿sur...?) del Auditorio Polivalente, me siento exhausto, son como las 11 de la mañana, es el tercer día del Congreso de la SOMIMS, un señor con saco y corbata se me acerca y me dice «Felicidades por tu plática, fuiste muy directo y claro» y me aprieta suavemente el brazo, luego me sonríe y vuelve a su asiento. El aire acondicionado está al máximo, ayer tuve que ponerme una frazada mientras escuchaba a otros conferencistas, se me tapó la nariz, soy muy friolento, acabo de salir a caminar por la Facultad de Medicina, por la mañana me parecía que era cualquier día entre semana, pero hace unos minutos todo estaba vacío, caía la tarde, me di cuenta de que era sábado, sólo tengo ganas de volver al hotel y tumbarme a dormir, estar en otra parte, me siento tan débil físicamente, estar en el congreso es como estar en una burbuja, ajeno a la realidad de cada día, viviendo el sueño que debería estar viviendo, el sueño que estaría viviendo si tuviera a un equipo de campaña apoyándome en una universidad (porque ¡vaya sorpresa! eso es más importante que tu trayectoria académica), he hablado con tantos colegas que no tienen por qué saber cómo estoy sobreviviendo, se me han acercado algunos estudiantes, como la chica que ayer se sentó frente a mí y que aprovechó un momento en el que le hacía una pregunta a una Dra. que hablaba sobre la incidencia de narcolepsia tipo 1 en México, y su micrófono dejó de funcionar. 

| «Aprovechando la pausa, Dr., quisiera decirle que vi su contenido en redes...»

«¿En serio...?»

«¡Me encantó...!»

«¡Qué bueno...! ¿Y asististe a mi plática...?» |

Estoy muriéndome de frío, no quiero enfermarme, quisiera estar en otra situación, si tuviera una plaza definitiva volvería a la CDMX con potenciales colaboraciones, probablemente comenzaría a planear que algunos de los estudiantes de mi grupo hicieran una estancia corta en la Universidad de Chicago o en el Sleep Research Center de la UCLA, pero a quién le importa, ya estoy perdiendo la fe en la academia, ésa es la única verdad, a veces pienso que debería enfocarme en escribir, que es una profesión igual de incierta que la academia (y ¡por supuesto!, también hay publicistas, gente que te vende “al Dostoeivski mexicano”, gente que sigue las estrategias de Joseph Goebbels y repite la misma mentira una y otra vez hasta que los lectores dan por hecho que están leyendo al “Dostoievksi mexicano”, que serían unos tontos si no lo leyeran y no estuvieran convencidos de que se trata del “Dostoievksi mexicano”), en fin, tal vez sólo estoy exhausto, ya pensaré con mayor claridad en un par de días, cuando vuelva a casa. 

domingo, marzo 09, 2025

Aquí está la cabeza sin cuerpo, más allá no hay nada


Caminé más de una hora, desde Hidalgo hasta Tlatelolco, ya ninguna estación del metro estaba abierta, traía mi mochila y la MacBook, tenía muchísimo trabajo y hacía muchísimo calor, y Karina y yo nos habíamos separado, precisamente, en Hidalgo –en el último convoy de la última estación de la línea azul que daba servicio–, entre decenas de mujeres con pañuelos morados y verdes que gritaban consignas. Esa multitud de mujeres apoyándose entre sí, me había estremecido –¡vaya lugar común!–, había resultado contagiosa; en el momento, sentí que una especie de éxtasis (¿de protesta...?, ¿de rebeldía...?, ¿contra el sistema...?, ¿contra la injusticia...?) recorría mi piel como la descarga eléctrica de una anguila, y me remontó a lo que había sentido 6 años atrás, cuando avanzaba entre otra multitud en una marcha por la avenida 5 de mayo, exigiendo el final de una huelga que iba a cumplir 3 meses, en una universidad que creía que se convertiría en mi hogar académico. Por fuera del metro, me acerqué a La Alameda Central, siempre guardando mi distancia, apenas para observar a las mujeres que marchaban para congregarse con otras mujeres en algún punto de El Centro Histórico. Otra vez sentí esa especie de descarga eléctrica recorrer mi piel. De pronto, me acordé de cómo me había sentido cuando avanzaba entre otra multitud que se precipitaba por la calle de Añil hacia El Palacio de Los Deportes la noche en la que Pearl Jam tocó por primera vez en México. Entonces tenía veintipocos años. Ni siquiera conocía a Karina. 

Ver y escuchar a esos grupos de mujeres era tan contagioso y tan similar a lo que había sentido en la marcha del 2019 y en la caminata desde Velódromo hasta El Palacio de Los Deportes en el concierto de Pearl Jam del 2003, pero a la vez resultaba imposible de dimensionar. Karina quería estar en la marcha y se sentía segura en ese contingente de mujeres a las que había conocido meses atrás en un grupo de Facebook, yo sólo la había acompañado a la estación Hidalgo. 

Varias calles alrededor de Juárez y de Bellas Artes estaban cerradas, así que caminé por Reforma y por Eje Central y crucé Eje 1 Norte, la mochila ya era un peso demasiado incómodo, traía los audífonos puestos, no recuerdo qué iba escuchando, quizá algo de rock en español –a Santa Sabina, a Las Ultrasónicas, a Julieta Venegas, no sé, alguna canción que me hizo reparar en que casi nunca escucho rock en español y en que casi nunca escucho rock en español hecho por mujeres–, a lo mejor Rita cantó desde otra dimensión...

Aquí está la cabeza sin cuerpo;
más allá, no hay nada...

... y tenía sed pero mis piernas aún respondían, no mostraban signos de cansancio, probablemente se debía a que estaba acostumbrado a correr entre 70 y 80 kilómetros al mes, y me sentía feliz por Karina y sin embargo no dejaba de pensar en que tenía muchísimo trabajo, en que el trimestre más o menos había empezado en la universidad, en que la convocatoria del SNII acababa de ser publicada, en que tenía 3 años sin modificar mi CVU porque mi distinción estaba vigente, en que el SNII tenía una nueva plataforma y que no la conocía del todo, en que sólo tenía poco más de 2 semanas para llenar mi solicitud y enviarla al SNII, en que era Investigador Nacional Nivel I y en que buscaría la promoción al siguiente nivel. 

La sed era insoportable, me detuve a unos metros de un semáforo, cerca de una estación del metrobús, un vagabundo pasó junto a mí, se parecía vagamente a Dave Pirner, y olía horrible, y puse cara de “pocos amigos” para evitar cualquier confusión, para guardar distancia, no era que no estuviera dispuesto a ayudarlo sino a que temía que me confundiera con un novato; a la distancia vi que el metrobús iba hasta la madre, saqué mi botella de la mochila, el vagabundo y su aroma ya eran historia, y tomé un poco de agua y me sentí aliviado momentáneamente. Hacía muchísimo calor pero el calor era muchísimo mejor que el frío, y volví a pensar en todo el trabajo que tenía que hacer, en los 2 cursos de licenciatura que comenzaba a impartir, uno que ya conocía duraba 3 horas y otro que tenía que preparar desde cero duraba 6.5 horas. Y también pensé en que tenía que impartir 3 charlas de divulgación de la ciencia –una para el Sleep Fest y otras 2 para conmemorar la Semana del Cerebro–, y en que también iba a moderar una mesa redonda de “Sustancias psicoactivas y cerebro”; así se llamaba el evento ya cuando me involucraron, yo no le puse el título. 

Suspiré, quién sabe a cuántos grados estábamos, el sol de marzo me hacía pensar en que la primavera ya estaba en su clímax, quizá sólo era un efecto del calentamiento global, pero yo prefería ese sofocante calor que el invierno, era mil veces más práctico ir con una playera y con Levi's y con calcetas y con sneakers que ir con todo lo anterior y además con un suéter de lana y con una chamarra gruesa y con un gorro grueso y con guantes de lana y apenas poderte mover, avanzar por las calles como si fueras un muñeco de Navidad con 2 articulaciones. 

Proseguí mi camino, ya había quedado atrás Garibaldi y me adentraba en La Lagunilla, creo que vi cómo la luz del sol chocaba contra el asfalto y del asfalto emergía un vapor apenas distinguible, cuando sonó mi teléfono, y contesté, un colega me dijo brevemente que nos habían dado 4 días para terminar el plan de estudios en el que estábamos trabajando desde el verano pasado, y entonces me acordé de que colaboraba en la elaboración de ese plan de estudios para una nueva licenciatura, con él y con otro colega, y en que, entre los 3, habíamos desarrollado alrededor de 40 tópicos para esa licenciatura, que habíamos incluido programas de estudios para cada tópico, bibliografía para cada tópico, potenciales docentes para impartir cada tópico y potenciales métodos de enseñanza y de evaluación para cada tópico, entre otras cosas. Y, sin embargo, esa nueva licenciatura que nos acercaría a mi interlocutor y a mí a “La Tierra Prometida” de un concurso de oposición, no estaba garantizada.

Antes de colgar, mi colega me dijo que acababan de enviar un paper a revisión al Journal of Affective Disorders y entonces, cuando colgamos, recordé que tenía unos cuantos días para terminar de contestarles a los 3 referees de una revisión, en la que era primer autor, que habíamos enviado al Journal of Neuroimmunomodulation a finales de diciembre; nos habían respondido en febrero y ya estábamos en el Round #2, y los referees prácticamente ya habían dado su Vo Bo y el paper estaba a punto de ser aceptado para su publicación, excepto que uno de ellos –el más exigente de todos– nos había pedido extender la discusión y explicar por qué no habíamos incluido estudios con animales libres de gérmenes. Ese referee también sugería incluir una figura que resumiera los puntos más importantes de la revisión. Hacía más de un año que había propuesto esa revisión al grupo de investigación con el que había colaborado, y, en realidad, como que a nadie le parecía importante, a todos les valía madre; más bien, hasta una de las Investigadoras Principales de ese grupo de investigación me había hecho sentir como un novato, como si ese fuera mi primer paper, como si nunca hubiera escrito nada en inglés, como si nunca hubiera escrito nada en español; en fin, cosas que uno debe digerir, a veces, cuando nadie te arropa, cuando no tienes un equipo de campaña que te apoya, que incluso enfatiza cuándo su protegido se acaba de amarrar las agujetas y se dispone a dar un paso por un pasillo de la universidad. Era una revisión narrativa de la literatura de antibióticos en modelos animales de enfermedades neurodegenerativas y de enfermedades neuropsiquiátricas. Evaluábamos el impacto de esos antibióticos en la microbiota intestinal; algunos estudios revelaban efectos neuroprotectores de los antibióticos; otros estudios mostraban que los antibióticos exacerbaban tal o cual enfermedad. También hablábamos del eje intestino-cerebro y su relación con la depresión, con el Alzheimer y con el trastorno del espectro autista. 

Metí mi botella en la mochila y me sentí agobiado. ¡Tenía poco más de 2 semanas para terminar todo ese trabajo!

Retomé el paso –¿cuántos kilómetros había caminado ya?– y vi a varias personas saliendo de edificios de oficinas, probablemente era ya la hora de la comida, y me acordé de otra marcha –¿la del 8 de marzo del 2017...?–, en particular de una situación incómoda con un fulano de Facebook. Una ex amiga había compartido una nota sobre esa marcha del 2017 en su muro de Facebook, la nota decía que un contingente de mujeres había corrido a un hombre –a un periodista más o menos famoso–, que quería marchar con ellas, y no entendí exactamente qué había hecho ese periodista para que las mujeres lo corrieran de la marcha, y se me ocurrió preguntarle a Gina qué había pasado –Gina y yo nos conocíamos desde el 2007– y no me contestó, pero sí lo hizo este fulano, quien resultó ser uno de esos personajes que sólo necesitan leer un breve comentario tuyo en Facebook para hacer toda una radiografía de tu vida, meterse en tu cabeza, y adivinar todos tus movimientos: qué hiciste ayer y qué harás en los próximos veinte años, cuál es tu máxima aspiración, cuál es tu máxima motivación..., y el punto es que ese fulano me atacó, me llamó machista, me llamó retrógrada, me llamó ignorante, aseveró que yo no respetaba a las mujeres, que nunca pensaba en mi mamá ni en mis abuelas..., y veinte mil cosas más. Luego, cuando le dije que leyera bien lo que le había preguntado a Gina, tuvo que disculparse. 

Llegué a otro semáforo en rojo y me pregunté qué sería de Gina y de ese fulano –¿Gina estaría también en esa marcha del viernes 8 de marzo del 2024...?, ¿el fulano seguiría leyendo comentarios en Facebook y jugando al adivino...?– y de pronto tuve un mal presentimiento: ¿qué tal si algún medio masivo de comunicación, sólo para tener algo de qué hablar ese día, provocaba un acto de vandalismo, a lo mejor infiltraba a unos esquiroles en la marcha para que arrojaran piedras y luego apareciera todo esto en la tele y algunos de mis ex compañeros de la primaria o de la secundaria, o algunos de mis vecinos o de mis familiares políticos, satanizaran la marcha. 

No podía apartar de mi mente cuánto deseaba que Karina estuviera bien con ese contingente de mujeres que había conocido en un grupo de Facebook, cuánto quería que disfrutara sentirse parte de algo más grande que los dos, más grande que todos esos tontos hombres que tienen abuela, madre, hermana, esposa e hija y que sin embargo no se enteran de nada, excepto de lo que les dicen por tele, por radio y por redes sociales; ya no me importaba ni el calor ni el cansancio que iban resintiendo mis piernas. También me dolía la espalda. Hacía tiempo que la mochila era mucho más que un peso incómodo.

Estaba a unos pocos kilómetros de mi destino y me sentí agobiado otra vez, volví a pensar en que tenía mucho trabajo y poco tiempo para resolverlo, odié un poco mi situación, nada era seguro, todo era temporal, como siempre, y también pensé en que estaba fuera de sitio lo que estaba haciendo: no podía darme la oportunidad de caminar y caminar desde Hidalgo hasta Tlatelolco, cada segundo era un segundo que podía aprovechar para adelantar trabajo. 

Finalmente, entre las dos y tres de la tarde, llegué al departamento de mi hermano y nos pusimos a platicar, me dijo que mi cuñada también estaría en la marcha, que también sería la primera marcha de mi cuñada, que mi cuñada también estaba muy feliz por integrarse a la marcha, y yo le dije que estaba enterado, que incluso mi cuñada y Karina se encontrarían en algún punto de la marcha. 

La tarde transcurrió y ellas dos se comunicaron con nosotros varias veces por What's, y mi hermano y yo salimos a comer, tenía planeado trabajar en un poco de todo lo que tenía que hacer, pero ya no hice nada, estaba exhausto, y después fuimos por ellas en el auto de mi hermano, creo que las vimos en El Monumento a la Revolución o en Garibaldi, ya eran más de las siete de la noche, y Karina y yo regresamos a la casa después de las nueve, y ella me dijo que la había pasado muy bien, y me contó muchas cosas, algo sobre un hombre que había ido a estropear la marcha, un provocador que se empecinó en pasar con su moto precisamente en medio de los contingentes de mujeres, y también me contó muchas cosas tristes, muchas historias de mujeres que quisiera que nadie tuviera que vivir, que quisiera que no fueran reales y que nadie tuviera que soportar, y me dijo que en la marcha se encontró a algunas conocidas que no veía desde hacía mucho tiempo y que también vio a algunas celebridades, y que se sintió contagiada de esa rabia y de esa felicidad que sólo las mujeres pueden entender por sobrevivir en un mundo gobernado por hombres idiotas, de esos que tienen abuela, madre, hermana, esposa e hija y que no se enteran de nada y que sólo repiten lo que les dicen maliciosamente en tele, en radio y en redes sociales. 

Pasé algunos sábados y domingos trabajando sin descanso, pero, eventualmente, resolví todo lo que tenía que hacer en poco más de dos semanas, me adapté a mi horario de 9.5 horas de clases a la semana, impartí las 3 pláticas de divulgación que tenía que impartir, les respondí a los 3 referees, alguien me ayudó con la figura que había solicitado el referee más exigente y envié mi solicitud al SNII.

Hace un año de todo esto, en el recorrido obtuve la distinción de Investigador Nacional Nivel II y la licenciatura en la que trabajábamos dos colegas y yo se fue al diablo, y la revisión fue publicada en el Journal of Neuroimmunomodulation, y no estoy trabajando en ninguna universidad por el momento, y no me he quedado con los brazos cruzados, he participado en 6 convocatorias para plazas de académico de tiempo completo en los últimos 4 meses, en cada una de ellas buscan a personas que no tienen mi perfil –a psicólogos clínicos que no necesariamente los evalúa el área de Biología y Química del SNII; a biólogos y a químicos y a psiquiatras que no necesariamente distinguen entre condicionamiento clásico y condicionamiento operante–, y ya publiqué otro paper como primer autor en febrero –mi paper #20 en inglés–, pero nada de esto, que se supone que debería importar y acercarte a “La Tierra Prometida” de la academia, realmente importa. Hace un año de todo esto y ya estoy harto de vivir de mis ahorros, parece que estoy condenado a ir de un trabajo temporal a otro, por la eternidad. Parece que estoy condenado a tener que tomar mis precauciones, a pensar en que siempre puede haber peores momentos. Las cosas cada vez están peores para mí, a pesar de todo lo que hago, pero todas las mujeres a las que amo, quiero o estimo, están aquí; puedo verlas todos los días que quiera verlas, puedo escucharlas todos los días que quiera escucharlas, puedo comunicarme con ellas todos los días que quiera comunicarme con ellas, y eso es lo único que en verdad importa.

*Nada es cierto, todo es cierto, una columna que podrías leer en un diario de circulación nacional, si pudiera escribir los 365 días del año.

sábado, febrero 22, 2025

Bleed All Over



Hace 3 años intuí que esta clase de vida, en este lugar al que nos mudamos en el 2018, estaba yéndose al carajo, que jamás conseguiría lo que deseaba. Hace 3 años, salía de mi primera entrevista de una evaluación curricular, un concurso para obtener un contrato temporal como académico. Habíamos más de 20 concursantes, terminaba la larga pandemia del Covid-19, todo mundo quería encontrar un trabajo. De un día para otro, después de haber sido Profesor Visitante, con la categoría de Profesor Titular A, durante 3 años, el Director de la División y la Jefa de Departamento me habían comunicado que ya no entraba en planes del Departamento, que no renovarían mi contrato (podían renovármelo por 6 meses más), que en mi lugar contratarían a otro candidato (no me tardé más de cinco minutos en PubMed para darme cuenta de que el candidato tenía un parentesco académico con mi exjefe y que ni siquiera estaba en el SNII), y no tenía ninguna otra opción más que concursar por esa evaluación curricular. Nadie me había advertido que allí acabaría mi contrato y no había previsto nada.

Al salir de la entrevista, me sentía tenso y no podía dejar de pensar en el peor escenario: perder el concurso y quedarme sin empleo en esa universidad en la que había trabajado 3 años. Evaluaba qué sentido había tenido invertirle más de 8 horas de trabajo diarias –en la pandemia, impartía alrededor de 13 horas de clase por semana, y además estaba en 2 ó 3 comisiones y en un consorcio de investigación y era miembro de unas prácticas profesionales–, y ejerciendo labores que excedían mis funciones –escribir minutas, realizar cotizaciones, coordinar traslados de equipos desde el extranjero, presidir un Consejo Editorial.

Lo primero que hice fue revisar Twitter. El primer tweet que leí era el de alguien que decía, desde tu cuenta, que acababas de morir. Era el 22 de febrero del 2022. Gané esa evaluación curricular, me dieron la categoría de Profesor Asociado D, ¡un nivel abajo de Profesor Titular A!, con alrededor de 15 horas de clase por semana, sin oportunidades para hacer investigación y con un contrato de 2 trimestres al año. Debí entender que en esa universidad no habría nada más para mí, pero gané otras 2 evaluaciones curriculares, concursé por una Jefatura de Departamento y en la convocatoria 2024 el SNII me ascendió a Investigador Nacional Nivel II, pero, oh sorpresa, todo empeoró.

domingo, febrero 02, 2025

Caminar en círculos

Esta tos nerviosa no me deja en paz, me tomo un té de limón, son las 3 de la mañana del domingo 2 de febrero del 2025, han sido 3 ó 4 meses del carajo, me siento mal, me acosté temprano, estoy enfermo de la cabeza, como esos personajes de las novelas de sci fi que están paranoicos y que piensan que la CIA los está espiando, sólo quería apagar mis sentidos y mi mente, encendí la televisión, desperté hace una hora y ya no puedo volver a dormir, y no quiero pensar en que nada ha funcionado, no quiero pensar en que he hecho más de lo que debería haber hecho para obtener una plaza indeterminada, no quiero decirlo pero ahí están mi CV, mis papers, los cursos y las charlas de divulgación de la ciencia que he impartido, y también ahí está lo que piensa la mayoría de los estudiantes que han tomado mis cursos, y tampoco quiero decirlo pero ahí están un montón de comprobables objetivos más como muestra. 

El punto es que nada de lo anterior sirve realmente, realmente sólo somos un dato más, excepto si tenemos suficientes recursos para hacernos publicidad, excepto si tenemos conectes con influencia que nos abran las puertas, o eso que es como tener “un golpe de suerte”, la academia es una de esas cosas que la gente romantiza y que en realidad son horribles, me han dicho varias veces que debes estar en el momento apropiado, que las cosas no ocurren por una razón, que las oportunidades llegan en el momento que deben llegar, pero ¿y si, más bien, todo lo que ha ocurrido, ha ocurrido porque está más que claro que nunca tendré una oportunidad como la que he buscado incansablemente...?

Vuelvo a toser y me pregunto cómo hizo esa estrella de rock para tener todo lo que siempre había deseado antes de los 27 años, me pregunto si tuvo un “golpe de suerte”, si leyó La Historia del Rock III y III, si supo cómo rodearse de personas influyentes y generosas, y también me pregunto por qué tengo esta sensación de estar caminando en círculos, por qué tengo la impresión de que no estoy llegando a ningún lado, como aquella vez, cuando me perdí en El Cerro del Tepozteco –debieron de ser también las 3 de la mañana– y acabé tumbándome en una cueva para protegerme de la lluvia, junto al cráneo de una vaca que debió de precipitarse por ese barranco mucho mucho tiempo atrás. 

Escucho esta triste canción de Trent Reznor, sólo toca el piano y canta en un volumen bajo, la canción parece hablar sobre una mujer que está muriéndose o ahogándose, relata algo que suena como a la ruptura de una pareja o a la despedida de algo más grande que una relación sentimental, a que uno de los dos hizo algo imperdonable y que las luces en el cielo están de testigo, los fans especulan muchas cosas en internet, que él habla de su verdadero amor, que la canción está emparentada con “Beside you in time”, Search Labs dice que el mensaje es que “todos tenemos nuestro lugar”, sólo Trent Reznor sabe qué estaba sintiendo y pensando cuando escribió esa canción, lo que yo siento cuando la escucho no tiene nada que ver con lo que creo que cuenta, sólo me transmite esta sensación de caída, de resignación, sólo me dice que también yo debo dejar de romantizar la academia, que ya está muerta para mí, que fue uno de los amores de mi vida, que debo aceptar que sólo soy un dato más, que debo darle vuelta a la página, que debo reinventarme una vez más.

sábado, febrero 01, 2025

I do not want this



Estábamos casi en la quiebra, viviendo más o menos al día, cuando vino Mark Lanegan a dar un concierto en El Plaza. Apenas pude comprar un par de boletos, nuestros ingresos no me permitieron más que comprar una pequeña litografía, conseguir que él me la firmara, estrecharle una mano, aceptar que ese contacto sería lo más cercano que estaría a Kurt Cobain, y tomarme una foto con él. La banda trajo un montón de mercancía: libros que escribió Mark Lanegan, álbumes que no están a la venta en ninguna parte ni disponibles en ninguna plataforma de streaming, playeras y sudaderas de él y de su banda, stickers, cosas así. Me hubiera gustado comprar algo más. Pero, como ya dije, nuestros ingresos no me permitieron más que comprar la pequeña litografía y el par de boletos para su concierto. No todo fue malo: el día del concierto fue publicado mi primer paper como autor corresponsal, mi paper #7 en total.

Luego de un año más o menos conseguí un contrato temporal en otra universidad, tuvimos que mudarnos de ciudad, y todo pintaba mucho mejor, parecía que ésa era la manera de ingresar definitivamente a la academia, de obtener el trabajo de mis sueños, excepto que al mes de haber entrado a trabajar, apenas habiendo cobrado mi primera quincena, la universidad estalló en huelga. Estuvimos así 3 meses, sobreviviendo con los pocos ahorros que nos quedaban del último año fatal –habíamos sobrevivido con $10, 000 MXN mensuales– y teniendo que recurrir a pequeños préstamos para cubrir la renta y los gastos diarios. En marzo, cuando la huelga apenas cumplía un mes, Courtney Barnett vino a México. Ni siquiera pude comprar un par de boletos. Teníamos el dinero contado, no podíamos permitirnos un viaje a la CDMX. Mucho menos comprar un par de boletos para un concierto.

Ahora estamos otra vez en este círculo vicioso. Las condiciones no son tan malas como en el 2018 ni como en el 2019, ahora soy Investigador Nacional Nivel II, tengo más de 20 papers publicados, he impartido más de 40 cursos de licenciatura y posgrado, he impartido más de 60 pláticas de divulgación de la ciencia, he hecho mucho más de lo que debería haber hecho para obtener la oportunidad de concursar por una plaza indeterminada, he conseguido mucho más que cualquier persona con 10 años de trabajos temporales, y heme aquí, esencialmente quejándome de la mala fortuna que he tenido. Queriendo ignorar que he permanecido en el SNII y que no he recibido el estímulo económico del SNII durante más de medio año porque no he tenido contrato con ninguna universidad en los últimos 3 ó 4 meses de los 3 últimos años.

También he concursado por plazas de académico de tiempo completo en 6 universidades distintas en los últimos 4 meses, en todas me dicen que no soy psicólogo clínico o que no soy psiquiatra o biólogo o químico, nadie quiere ver que estoy más preparado que un psicólogo clínico y que compito con psiquiatras, con biólogos y con químicos, y hemos vivido de nuestros ahorros casi 3 ó 4 meses de cada uno de los últimos 3 años, y espero que un paper en el que soy primer autor sea aceptado para publicación en los siguientes días, y los gastos continúan, el trabajo no remunerado no para, las oportunidades escasean, y J Mascis viene a México. 

domingo, enero 19, 2025

¿Eres lo que atraes?



Hay diversos puntos de vista sobre lo que significa una mala noticia –que te digan por teléfono que tienes tal o cual enfermedad y que sólo te quedan 3 meses de vida, que el amor de tu vida acepte tu invitación a cenar y allí te diga que está enamorada de tu mejor amigo, que te comuniquen por correo-e que no pasaste ni siquiera la primera fase de un concurso para una plaza académica de tiempo completo–, pero, independientemente de ello, soy la clase de persona que “atrae” malas noticias, y esto no tiene nada que ver con la metafísica: tengo “un imán” para recibir noticias sobre la muerte –diría que las recibo casi de manera inmediata a la muerte de alguien– porque siempre estoy al pendiente de las malas noticias, mi cerebro siempre está al pendiente de todas las cosas malas, y es un vicio, no recuerdo un solo día de los últimos diez o veinte años en el que no haya estado así.

Hace un año, por ejemplo, cuando me debatía entre continuar con mi rutina y satisfacer mi adicción a la nicotina, o resistirme a salir al Oxxo a comprar una cajetilla de Camel –después de casi 8 años de abstinencia, tras una larga enfermedad que me llevó al quirófano, había recaído y estaba perdiendo el control otra vez–, me metí a X y leí en la cuenta de Jesús Ramírez-Bermúdez que José Agustín acababa de morir. Mentiría si dijera que lo primero en lo que pensé fue cuál de sus libros me gusta más —¿Ciudades desiertas?, ¿Se está haciendo tarde?— y cuál menos —¿Dos horas de sol?, ¿La tumba?—; más bien, pensé en que era un imán de malas noticias, en que ocurrió lo mismo cuando murieron David Bowie, Chris Cornell, Mark Lanegan, Andrew Fletcher...

El otro día volvía a la casa después de correr 7 kilómetros y traté de acallar los pensamientos negativos que casi nunca puedo ignorar, que son como una vocecita que siempre está aconsejándome, y me senté a tomarme un suero, a revisar en la aplicación del teléfono cuál había sido mi mejor tiempo. Calculé que corrí casi veinte segundos más rápido que el lunes, y eso me hizo sentir bien. «Una buena noticia entre las tantas malas noticias que he recibido en los últimos 4 meses», me dije mentalmente. Luego, intenté enfocarme en otras buenas noticias: en que (otra vez) cumplía un año sin fumar –antes de recaer, fumaba a todas horas, una cajetilla en un par de horas si había alcohol de por medio, tenía dedos de nicotina, no podía subir escaleras sin sentir que me daría un ataque al corazón–, en que en esta semana terminábamos de responderle los treinta y tantos comentarios al Revisor #5 y en que no puede llover todo el tiempo, que nadie puede recibir malas noticias todo el tiempo. 

Y estaba funcionando: de alguna manera, había logrado desasirme de esos pensamientos negativos, pero después me metí a Facebook y vi un post de Stereogum y allí había una fotografía de David Lynch y decía que él acababa de morir. El post tenía 3 minutos de haber sido publicado. Mentiría también si dijera que conozco todas las películas de Lynch, que Eraserhead es mi favorita. Que veo la vida cómo él la veía, que me sabía esa anécdota en la que Spielberg lo dirige y él interpreta a John Ford, que yo era de los fans que decía que esa escena de Los Fabelman era la mejor escena en la historia del cine: el mejor director de cine, dirigiendo al mejor director de cine, interpretando al mejor director de cine. Escuché el soundtrack de Lost Highway antes de ver la película.

Me terminé el suero y pensé en que algo malo ocurre conmigo, en que estoy tan acostumbrado a ver que la vida es una amenaza constante, en que lo primero que pienso en cualquier circunstancia es en todo lo malo que puede suceder —eso no me incapacita para hacer lo que tenga que hacer, sólo me impide disfrutar el proceso—, y desde ayer o anteayer, ya no sé cuándo, no puedo dejar de preguntarme cómo hacen los demás para ignorar todo lo malo que hay en el mundo: ¿qué cosas leen, qué música escuchan, cómo pasan su tiempo libre...?, ¿pueden ver una película de David Lynch, llenar los huecos con su imaginación, y ser felices...?

*Nada es cierto, todo es cierto, una columna que podrías leer en un diario de circulación nacional, si mi vida no fuera tan dantesca.

martes, enero 14, 2025

Tener una plaza indeterminada es más difícil que sacarse la lotería

 


Salí a correr 7 kilómetros, por primera vez en más de un año no asistí al seminario de cada lunes, desayunamos alrededor de la una de la tarde, algo que ha ocurrido desde que tomamos el nuevo fármaco, el que tiene dapaglifloxina y metformina, te genera una sensación de llenado en el estómago, te mantiene sin apetito y a veces con náuseas. 

Trabajé en las respuestas a los revisores de este MS que tal vez será publicado en los próximos meses, un colega sugiere algunos cambios que no solicitaron los revisores, eso me puso de malhumor, mis condiciones de trabajo de toda la vida me impiden escribir lo que quiero escribir; como no tengo una plaza indeterminada, tengo que negociar con los colegas que sí la tienen –ellos pagan los APC–, y debo ceder muchas veces y escribir algo con lo que no estoy tan de acuerdo. Está difícil publicar en revistas que no tienen Open Access. Las universidades destinan una parte de sus recursos en suscripciones a revistas y en financiamiento para que sus académicos paguen Open Access.

Además de que mi trabajo no es remunerado y de que el mundo no es un lugar gratuito –todos los días tienes que pagar algún servicio, todos los días estás expuesto a comerciales, a mensajes que te invitan a gastar en cosas que no necesitas–, trabajo sin cobrar un sueldo y ocupo mi tiempo libre en este trabajo no remunerado. Es algo tan idiota. Claro: hay que esforzarse, picar piedra, hacer sacrificios, invertir a largo plazo.... Pero, en retrospectiva, ¿qué sentido tienen todas las inversiones a largo plazo que he hecho...?; por ejemplo: ¿de qué me sirve ser Investigador Nacional Nivel II, si no tengo una plaza indeterminada...?, ¿de qué me sirven todas estas inversiones a largo plazo, si ninguna universidad me da la oportunidad de concursar por una oposición...? 

Todo esto es lo mismo, lo de siempre, pero peor. Y ¿a quién engaño? Siempre ha sido así. No tengo esa “suerte”, o fortuna, o como quieras llamarle, que otras personas tienen. Ya sabes: no quieres una plaza, y te la ofrecen. Ya sabes: te abren las puertas de la academia desde que eres estudiante de maestría, te apoyan, te dan tu lugar, reconocen tu trabajo, entras al doctorado, no te tratan con la punta del pie, te abren un concurso de oposición cuando estás en el posdoc, lo rechazas porque no te gusta esa universidad y a la semana otras personas (a quienes no has tratado directamente) te ofrecen otra plaza en una universidad que sí te gusta. Conozco casos así, no los estoy inventando, nadie me los contó, yo traté a esas personas.

Así como estoy ahora, más o menos estaba hace un año: trabajando sin recibir un centavo, ocupando mi tiempo libre en cosas súper demandantes y súper especializadas: contestándoles a 5 revisores del MS que fue publicado en abril, llenando mi solicitud de evaluación del SNII, impartiendo 15 horas de clase a la semana, coordinando simposios de divulgación, impartiendo pláticas de divulgación o cursos especializados para médicos, ¡todo en quince días! Y ¿qué conseguí con ello? Lo que tengo ahora: mi distinción de SNII II y este trabajo no remunerado desde noviembre. La experiencia de haber tocado estas 5 puertas de estas 5 universidades que nunca se abrieron y que me trataron como uno más, como un candidato del montón.

¿Cuál es el punto? Hago todas estas cosas porque tengo la expectativa del trabajo de mis sueños, pero el trabajo de mis sueños está cada vez más lejos. Hoy, por ejemplo, mientras corría, me llegó una notificación al teléfono y, ¡adivina qué! 

«Tiene una estupenda trayectoria académica, le deseamos un futuro brillante, pero...»

Y fue un correo-e con copia a más de 50 personas. Ése es el punto. Somos muchas personas. Tener una plaza indeterminada es más difícil que sacarse la lotería.